Reflexionando en voz alta sobre Juan 1: 1-18
Con los años he aprendido que esta es una enseñanza muy común del cristianismo. Algo de la teología clásica. Y que los academicistas lo explican utilizando el término de omnipresencia. Pero lo que ocurre es que como andamos de aquí para allá y de allá para acá se nos ha olvidado. O creemos que sólo está en las capillas o templos el primer día de la semana.
A los ocho años me dijeron que Jesús era la vida y la luz. La maestra escribió Vida y Luz con mayúscula sobre la pizarra. Y cuando una maestra escribe con mayúscula es que la cosa es importantísima y va a examen. Así que para que no se me olvidara hice el camino de regreso a casa entre los árboles diciéndome: Jesús es Vida y Luz. Jesús es Vida y Luz. Jesús es Vida y Luz. Pero ese día me dijeron más cosas en mayúsculas: Jesús es Dios. Y entonces la maestra encerró en un círculo la frase. ¡Esto seguro que era la primera pregunta del examen! Y nos dejó de tarea contestar a la pregunta: ¿Cómo podemos conocer a Dios?
Con los años he ido descubriendo que conocer a Dios es el primer llamamiento lanzado a nuestro corazón como si de un dardo se tratase, pero, y ahora vienen lo bueno, la Biblia no despliega esta tarea desde el contexto de la ciencia, sino de la vida. Y ahora viene lo malo, nosotros no somos especialistas en este tipo de conocimiento. Nos cuestan las relaciones existenciales. Nos duelen las experiencias. Y la mayoría de las veces nos atrincheramos para evitar que nos hagan daño. O nos escondemos de Dios porque estamos desnudos.
A los ocho años albergué la sospecha de que Jesús era la manifestación de la Palabra de Dios con la misma simpleza con que me enfrenté al hecho de que era mi padre quien ponía los juguetes debajo de mi cama para Reyes. Y que nadie me pregunte como un crío puede atesorar esta tesis. Para tal pregunta no tengo una respuesta aún. Pero si quieren un chivo expiatorio pueden echarle la culpa a mi maestra de Escuela Dominical y su interés en que no fuéramos unos cristianos conformistas.
Con los años, y no pocos, he logrado diferenciar al Jesús que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, que nació de María, que padeció bajo el poder del Poncio Pilato, que murió en una cruz, que resucitó y todo lo demás que Uds. saben y que la tradición nos ha legado para identificarle y nos permite no confundirlo con otro personaje de la historia, del Jesús que para conocerlo requiere de amor. Requiere de fe. Una cosa es decir el primer domingo el mes después de tomar el pan y el vino: Creo en Jesucristo, su único Hijo... y otra cosa es encontrarse con él cara a cara. De persona a persona.
A los ocho años las historias y los personajes me permitían salir de aquella isla y viajar. Soñar con los ojos abiertos. Llegarme a Belén y ver como las ovejas en el campo y Jesusito en el pesebre temblaban de frío en aquel amanecer de diciembre. En diciembre hace mucho frío. ¿No me explico como lo ponen semidesnudo sobre la paja?
Con los años he dejado de soñar con los ojos abiertos. Ahora tengo la certeza de que la historia sólo nos desvela a los personajes. Las personas no se pueden encontrar en el pasado. Del pasado sólo tenemos fotos y recuerdos. Y que si quiero tropezarme con Jesús tengo que encontrale primero.
Después de tantos años sigo esperando el examen que nos profetizó la maestra de la Escuela Dominical. Aquella, la norteamericana, la que tenia nombre de flor. La que se empeñaba en que no fuéramos unos cristianos conformistas. Por eso, como no se cuando me lo preguntarán, como no sé la fecha en que me enfrentaré al tribunal, sigo repitiendo cuando hago el camino de regreso a casa: Jesús es Vida y Luz. Jesús es Vida y Luz. Jesús es Vida y Luz.
Y digo vida y luz con mayúscula. Como si conociera a Jesús de allá lejos y hace tiempo. Como si estuviese caminando junto a mí ahora.
Augusto G. Milián
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