martes, 23 de noviembre de 2010

Como el otoño llega.


Mateo 24: 37-44.

Adviento entra en nuestras casas sin previo aviso. Como el otoño llega, primero sin darnos cuenta y después se vuelve imparable. Adviento sigue siendo el tiempo adecuado para realizar los cambios externos que hablan de nuestra interioridad. Es cuando comenzamos a sacar los abrigos y ha amontonar la leña para el fuego. Adviento es la época de hacer preparativos. Quizás, en Adviento, todo el mensaje de los que esperan al Mesías se pueda sintetizar en la proclama: ¡Estad preparados!

A diferencia de las parábolas que solía contar Jesús, estas palabras proféticas de Jesús en referencia a la parusía no tienen un final feliz. Más bien son inquietantes. No nos dan ninguna certeza a nosotros que nos gustan tanto las certidumbres y los anuncios que se hacen con días y horas de antelación. Pero estas palabras a modo de postludio del capítulo 24 nos colocan cara a cara ante una cuestión espiritual de difícil argumentación: ¿Estás preparado o no estás preparado para encontrarte con El?

Es un hecho que cada uno de nosotros puede elegir la vida que quiere vivir. De hecho, al menos en Europa, no se ve bien que nadie elija por nosotros nuestra vida. Así que delante de nosotros tenemos dos posibilidades: aceptamos la invitación a prepararnos para la fiesta o llenos de resentimiento porque la vida no es como nos habían prometido nos negamos a entrar en la casa donde hay fiesta.

El año litúrgico que hoy comienza, lo hace con la imprevisión. No se te dará nada para el camino. No sé te dirá a dónde llegarás. Solo se te dice: ¡Preparáte! Al discípulo no le queda otro remedio que estar despierto. Vigilante. A fin que no le sorprenda l crecida de los ríos y la inundación.

Siempre buscamos una respuesta tajante y delimitadora. Un final feliz para las historias que vivimos. Y por eso nos preocupa el destino del ser humano. Las palabras de Jesús hoy dan la respuesta: la historia humana acaba en un trance universal, administrado por Dios. El hombre se encuentra bajo la total acción de Dios, quien, en un tiempo determinado e imprevisible para la humanidad, pero cierto, llevará acabo un cambio repentino del desarrollo y situación actual de nuestras vidas.

Llegará. Si, llegará como el otoño.

Augusto G. Milián
Pastor
Iglesia Reformada en Zaragoza

Curamos a otros desde nuestras propias heridas

Tema 9 El Sanador herido
Miércoles 24 Noviembre

31 “El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. 32 Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado. Lc.15

I. Introducción

A diferencia de los cuentos de hadas, nuestra historia no tiene un final feliz. Es una parábola donde el final no se conoce. Pero si nos pone de cara a cara ante una cuestión espiritual muy difícil: confiar o no confiar en que el amor de Dios lo perdona todo.

Cada uno de nosotros puede elegir que tipo de vida quiere vivir. Nadie puede elegir por nosotros. Podemos vivir en un continuo lamento o participar de la fiesta que hay en nuestra casa. Sentarnos a la mesa con gente que piensa diferente a nosotros es uno de nuestros mayores retos para alguien que está lleno de resentimientos y que le gusta estar hablando siempre de lo injusta que es la vida.

Esta parábola nos intenta decir que a veces es más fácil regresar a casa desde una situación de lujuria que desde la ira contenida que ha echado raíces en nuestro corazón. Parece ser que el resentimiento no puede distinguirse con la misma facilidad que un catarro ni puede ser tratado de una manera lógica.

II. ¿Cómo guiar al Sr. Rodríguez hacia el día de mañana?

He estado visitando al Sr. Rodríguez. Y me pregunto: ¿Qué puedo hacer por él? Quizás la pregunta está errada. Y es que si el Sr. Rodríguez no pode de su parte nadie podrá hacer nada por él.

Lo primero que me viene a la mente es escuchar al enfermo y aconsejar según las reglas que he aprendido. Pero esto no es algo que pueda haber aprendido en el Seminario. Cuando aconsejamos estamos poniendo en voz alta nuestras experiencias de la vida. Y nuestras experiencias están llenas de sentimientos de miedo, dudas, confusión, alegría, certezas, etc. No podemos aplicar a la vida de otra persona nuestra vida. Cada uno de nosotros tiene una vida singular.

¿Pero puedo realmente hacer algo por este hombre y acompañarlo hacia otro día? He aprendido algo en estos últimos días. Un hombre necesita de otro para vivir. Y en medida que pueda penetrar la coraza del Sr. Rodríguez más capacitado estaré para guiar a la gente desde el desierto hacia la tierra prometida.
Y es que una persona puede esperar la salvación por medio de otra persona, tanto en la vida como en la muerte.

III. ¿Qué decirle a alguien lleno de resentimientos?

La gente que conozco y con las cuales vivo en los últimos años siempre está tentada a dar consejos, a decir lo que ellos harían en una situación así. Así que ante la situación del Sr. Rodríguez he escuchado estas palabras: 1º Yo le habría dicho que pensara más en sus buenas experiencias y le hubiera dicho que hay una vida mejor. 2º Yo le hubiera explicado la misericordia de Dios y como Dios le ha perdonado sus pecados 3º Yo hubiera intentado hablar más sobre su enfermedad y de las muchas posibilidades de recuperarse 4º Pues yo le hubiera hablado sobre el miedo a la muerte y sobre su pasado, así se sentiría libre de culpas. La gente siempre tiene ideas y opiniones diferentes sobre una misma cosa. Y esto lo vemos cada día en nuestra familia, en la para del autobús o en la manera que los diferentes canales de televisión dan la misma noticia.

Y yo me pregunto: ¿De qué vale hablar de teología a un hombre que ya está cansado de vivir? ¿Puede alguien que ve la muerte como una escapatoria a su vida comenzar a cambiar los conceptos que tiene arraigados? A veces no hay que decir mucho a alguien como el Sr. Rodríguez. Quizás no hay que decir nada y si estar a su lado. Mostrar un rostro luminoso, abierto a la esperanza. Quizás hay que mantenerse con la boca cerrada y a la vez llamar a la persona por su nombre y tratarlo simplemente como el Sr. Rodríguez. Hacerlo alguien cercano a tu vida. Alguien que nos vea, que nos pueda tocar, que nos pueda oler y oír. Cuando somos personas, cuando nos presentamos como ese humano que es hijo de Dios quizás el Sr. Rodríguez pueda llegar a pensar: A lo mejor, después de todo, alguien me espera fuera del hospital.

IV. ¿Cómo me ven las demás personas?

Cuando me veo frente al espejo y no llevo prisa suelo verme como un hermano pobre. Alguien que a veces no puede erradicar sus resentimientos. Alguien que teme quitarse lo malo que lleva dentro porque quizás arranque las cosas buenas también. ¿Podré volver a casa algún día como hermano mayor? ¿Podré ser encontrado como el hermano menor? ¿Cómo regresar si estoy lleno de celos, si estoy prisionero de los deberes? ¿Alguien hará una fiesta cuando regrese a casa? Una solo cosa sé: Yo sólo no puedo encontrarme.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Miedo a la vida

El sanador herido. T.8
Miércoles 17 Noviembre 2010

29Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. 30 En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado. Lc.15

I. Introducción

Los hospitales existen para curar, para aliviar, para sanar. Pero hay personas que no desean ser curadas, ni aliviadas, ni sanadas. En un hospital, la palabra mañana puede significar mejoría, buenas noticias, recuperación y regresar a casa. Pero hay personas que no desean sentirse mejor, que no quieren escuchar buenas noticias, que no quieren recuperarse, y que no desean volver a su casa.

Cuando una persona se niega a salir del hospital está negándose a colaborar con su curación. Cuando una persona se refugia en una enfermedad es porque no le apetece vivir otra vida y no es que quiera morirse; simplemente no quiere vivir la vida que hay afuera. Y es que volver a la vida sana, a la vida donde no será tratado como un paciente implica tomar decisiones, arriesgarse, tener que enfrentar conflictos, emocionarse y colaborar.

Cuando una persona está en esa situación se suele decir que está en medio de una parálisis psíquica. Y suele haber muchas personas así. Inmersos es una soledad que no han escogido, pero que les cuesta deshacerse de ella. Están rodeados de personas, pero se sienten solos. Morir les da miedo. Vivir también.

II. Sin alegrías

Cuando escucho las palabras con que el hijo mayor ataca a su padre, palabras llena de hipocresía, de autocompasión y de celos, veo que detrás de ellas hay una queja más profunda. La queja de un corazón que no ha recibido nunca lo que le corresponde. Es la queja de una persona resentida. Es la queja de quién se pregunta: ¿Por qué la gente no me da las gracias por las cosas que hago? ¿Por qué no me invitan nunca a mí? ¿Por qué soy una persona celosa? Cuando escucho estas palabras descubro al hermano mayor que hay dentro de mí.
¿Soy yo una persona alegre? ¿Por qué los demás me trataran con tanta seriedad? ¿Por qué acabo siempre discutiendo con las personas que quiero? Hay días que me descubro quejándome por pequeñas cosas. Por que he sido rechazado. Porque no me tienen en consideración. Porque no me dan la importancia que me merezco.

Cuando nuestras quejas crecen y crecen, cuando nuestros lamentos engordan cada día más acabo sintiéndome mal. Entre más analizo mi vida más razones tengo para quejarme y lamentarme de la vida que llevo. Las quejas se han vuelto algo poderoso en mí. De hecho cuando en medio de una conversación alguien me ataca aprovecho para soltarle mi última queja hacia ella. Las quejas me pierden, pero no sé como salir de este laberinto.

La queja es contraproducente. Dice de nosotros cuanto nos molesta la vida tal como es. Cuanto miedo nos da vivirla. Dice de nosotros que tras mi lamento hay un deseo de inspirar pena y recibir atención o cariño que no me dan; pero el resultado es el contrario al esperado. La gente se aleja más de mí. ¿Por qué? La respuesta es sencilla y todos la conocemos: No nos gusta estar cerca de personas quejitas. No sabemos que responder a una persona que se está quejando constantemente. Rechazamos a gente así.

III. Incapacidad

Quizás ahora podamos entender algo de la actitud del hermano mayor. El no quiere participar de la alegría de su padre. Cuando regresaba a casa del campo, escuchó la música y la fiesta, y empezó a sospechar. Cuando la queja entra en nosotros nos cuesta mucho ser personas alegres.

El relato de Lucas cuenta que fue y le preguntó a un criado qué pasaba. Cuando sabe la buena noticia no se alegra. Lo han excluido otra vez. Vuelve a estar al margen de las cosas de la familia. Así que recurre a lo que mejor sabemos hacer cuando algo no ocurre como nosotros queremos: nos enfadamos. Y cuando estamos enfadados no participamos de ninguna fiesta. Tampoco podemos vivir.

La imposibilidad de compartir la alegría es la muestra más sintomática de nuestro resentimiento. De un corazón lleno de miedos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Lo más sagrado.

He hablado, muchas veces ya, del respeto al otro, de la tolerancia con los demás, del amor a los otros. Hoy daré un paso más. Quienes tenemos creencias religiosas basadas en el Evangelio, en Jesús, en la tradición cristiana, si es que pretendemos ser coherentes con tales creencias, tendríamos que tomar en serio que no basta con el “respeto” al otro. Hay que llegar hasta la “sacralización” del otro.

En la teología cristiana tenemos, entre otros, un vacío importante. El vacío de una buena teología y de una buena experiencia de “lo sagrado”, vivido cristianamente. Para el cristianismo, como para las demás religiones, “lo sagrado” es el templo, el púlpito, el estrado, las imágenes de los santos, los días sagrados, las personas consagradas. Es decir, los cristianos, como los demás hombres religiosos del mundo, hemos sacralizado cosas, objetos, cargos, en los que pensamos que encontramos a Dios y nos relacionamos con Dios. En esto, el cristianismo no ha hecho sino imitar o copiar lo que venían haciendo todas las religiones desde tiempos antiquísimos.
Pero ha llegado la hora de que los cristianos afrontemos de verdad una cuestión capital: el vacío de los templos, el poco las cosas de la religión; es la ocasión privilegiada que los “signos de los tiempos” nos sirven en bandeja, para que caigamos en la cuenta de que se está produciendo un “desplazamiento” de lo sagrado, una auténtica “metamorfosis” de lo sagrado, que no es un atentado contra la religión y contra Dios. No, no es eso.

Se trata, por el contrario, de una “recuperación” de lo sagrado en el sentido auténtico que le dio Jesús y que se encuentra en el cristianismo naciente: en los evangelios, en las cartas de Pablo, en la Iglesia primitiva.
Sabemos que Jesús dijo del templo que había sido convertido en una cueva de bandidos. Los sumos sacerdotes no aparecen nunca en los evangelios como oficiantes de lo sagrado, sino como agentes de sufrimiento y muerte. El Sanedrín vio en Jesús la más seria amenaza precisamente para el templo (Jn 11, 48). Y por eso dictó pena de muerte contra él (Jn 11, 53). En el juicio religioso, teniendo tantas cosas como los dirigentes religiosos tenían contra Jesús, la acusación suprema que hicieron para condenarle fue su ataque al templo (Mc 14, 58 par). Y lo mismo hay que decir de las burlas ante la cruz (Mt 27, 39-44 par).

Por lo demás, sabemos que Jesús le dijo a una mujer samaritana que había llegado la hora en que se acabó la adoración a Dios en este templo o en aquél. Lo que Dios quiere es la adoración “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24). Y después de la resurrección, el primer mártir, Esteban, les dijo a los dirigentes judíos que “el Altísimo no habita en edificios construidos por manos humanas” (Hech 7, 48).

Entonces, ¿dónde está Dios? San Pablo les dijo a los cristianos de Corinto: “vosotros sois el templo de Dios” (1 Cor 3, 16-17). Más aún, el cuerpo de cada ser humano es templo del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19). Y el mismo Jesús había dicho: “donde dos o tres se reúnen... allí estoy yo” (Mt 18, 20). Y todavía más claro: Jesús insistió en que quien “recibe” (Mt 10, 40), “acoge” (Mc 9, 37) o “escucha” (Lc 10, 16; cf. Jn 13, 20) a alguien, por pequeño que sea, es a Dios mismo a quien recibe, acoge o escucha.

Nada tiene de extraño entonces que, en el juicio final, el Señor dicte sentencia afirmando: “lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
La cosa está clara. Jesús sacó a Dios de los sitios sagrados, lo separó de los objetos sagrados, de los tiempos sagrados, etc. Y puso a Dios en cada ser humano. De manera que lo que le hacemos a cada ser humano, es a Dios a quien se lo hacemos. Y Jesús no puso límites, ni condiciones, ni hizo separaciones. También en las cárceles está Dios: “estuve preso y fuisteis a visitarme”.

Lo que pasa es que nosotros hemos vuelto a meter a Dios en el templo, le hemos construido catedrales, iglesias, capillas de todas clases... Y nos pensamos ingenuamente que Dios está en los altares, honrado y respetado, como se merece. Cuando la verdad es que a Dios le faltamos al respeto siempre que no respetamos a alguien. Y mucho más cuando ofendemos, nos aprovechamos, robamos, matamos o simplemente le amargamos la vida a quien sea.

Dios lo humillamos y lo torturamos todos los días, a todas horas y en todas partes.
Y que nadie me venga diciendo que esto es sacar las cosas de quicio. A no ser que, efectivamente, nos hayamos echado el alma a las espaldas y estemos realmente persuadidos de que donde mejor está Dios es metido en su templo de siempre. Porque en la calle, en la casa, en el trabajo y en el paro, en el bar y donde sea, se está mejor sin dios.

Cuando la verdad es que donde no nos gusta que esté, allí es donde, a ciencia cierta, está el Señor.

Juan ramón Junqueras

viernes, 12 de noviembre de 2010

El Dios cristiano. Un Dios que quiere la vida y no la muerte

Carta a los Efesios, 2:1-10

En medio del imperio de la muerte, Dios, el Dios que nos dio a conocer Jesús de Nazaret, se manifiesta como un Dios de vida. Según el teólogo evangélico, de origen alemán, Jurgen Moltmann, “el Evangelio proclama la llegada de Dios y la liberación del ser humano, con él también se inicia el éxodo definitivo hacia la tierra prometida de la nueva creación. Es la salida de los hombres y mujeres de la esclavitud que ellos mismos se han creado, para acceder a la libertad del Reino…”.
Dios se manifiesta, según la carta a los Efesios, como un Dios de vida invitando a los hombres y mujeres a emprender un éxodo hacia la tierra de la libertad y la justicia. Libertad y justicia que se traducen en liberación integral del ser humano a través de las comunidades alternativas que responden radicalmente, mediante su práctica, a esta realidad social generadora de desigualdad.
Dios, ante la visión de una sociedad resquebrajada e injusta, no queda anclado en un sentimiento de indignación. Más bien al contrario. El Dios de Jesús se deja conducir por el amor y la misericordia hacia el ser humano ofreciéndole una salida. Y esa salida se hizo carne y palabra en Jesucristo.
Se nos propone a Cristo como una especie de segundo Adán, introductor de esperanza en medio de un mundo desesperanzado. El primer Adán, según las tradiciones hebreas, introdujo en el mundo la muerte, el segundo Adán –Cristo- introduce la vida para todos los hombres y mujeres.
Vendrá un día en que la bondad de Dios se mostrará en todo sus esplendor en la los nuevos cielos y nueva tierra que los cristianos y cristianas esperamos. Mientras eso no ocurre, Dios ha iniciado una labor a pequeña escala a través de las comunidades que se toman en serio el Evangelio. Esa labor mira hacia la transformación de la historia que conocemos en el Reino de Dios. Todos y todas somos invitados a seguir a Jesús y colaborar con Él en la transformación de esta historia que padecemos, en otra historia muy diferente. Las iglesias cristianas están llamadas a anticipar en sus espacios comunitarios la salvación plena anunciada por el profeta de Galilea.
La salvación, según la entendemos los cristianos, no queda agotada en la esperanza situada más allá de la muerte. Entendemos que la salvación se inicia aquí y ahora en el contexto del mundo. La salvación se inicia allí donde dos o tres personas toman el camino del seguimiento a Jesús.
Por otra parte, afirmamos que la salvación se origina en la gracia y no en el esfuerzo humano. Con ello queremos decir que todo lo bueno que podamos construir en medio de la sociedad no es mérito nuestro, sino gracia de Dios manifestada a través de sus discípulos y discípulas.
La nueva sociedad que los cristianos anunciamos se fundamenta en el dar la vida por nuestro prójimo. Es una nueva sociedad en la que no se sitúa en primer lugar nuestro propio bienestar, sino el bienestar del otro. Muy al contrario de lo que sucede en la sociedad en la que nos movemos, ya que ésta nos invita a la solidaridad, sí, pero hasta el punto en que nuestro propio bienestar no sufra.
Los cristianos y cristianas, a la manera de Jesús de Nazaret, nos damos a la tarea de construir espacios de vida, espacios donde reina la justicia y la fraternidad entre los seres humanos. Esos espacios de vida se constituyen en espacios de salvación cristiana. Y todo ello originado en la gracia, el amor y la misericordia del Dios que hemos conocido a través de un encuentro personal con Jesús resucitado.
Por todo ello deseamos invitarte a que conozcas a Jesús y su Evangelio, y a poner tu existencia al servicio de la nueva sociedad que Dios está construyendo aquí y ahora. Te invitamos a que experimentes la salvación tal y como fue entendida, vivida y anunciada por Jesús de Nazaret. ¡Que Dios te bendiga y te acompañe!

Ignacio Simal

martes, 9 de noviembre de 2010

El miedo a la muerte.


El Sanador herido
Tema 7

25 Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. 26 Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, 27 y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’ 28 Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. 29 Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. 30 En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado. Lc.15

I. Introducción

La mayoría de las personas tenemos diferentes miedos, a determinados animales, como arañas, insectos, a espacios cerrados o espacios abiertos, etc., pero son muchos los que tienen miedo a la muerte. Las distintas religiones hablan de un tránsito hacia un mundo mejor, no es difícil imaginar algo así, un paraíso. Sin embargo personas de todas las religiones, incluso aquellos que consideran la reencarnación como la opción con la que se explican este tránsito manifiestan tener este miedo a morir.

El miedo a la muerte tiene mucho que ver con el miedo al cambio. Los cambios siempre asustan. Algunas veces los elegimos nosotros: un viaje, una mudanza, irse a vivir con alguien; son frutos de una reflexión, de una evolución, de un paso de riesgo que nos apetece dar y nos llena de emoción, de ilusión y de esperanza. Otras veces vienen impuestos, nos obliga la vida a cambiar, a adaptarnos a circunstancias nuevas, a dejar algo muy valioso o muy amado, por la imposibilidad de seguir o por exigencias mayores, como la salud o un acontecimiento doloroso o traumático. Lo bueno es poder hacer una lectura de esos cambios, situándolos dentro de una historia, que es la de la propia vida, que tiene sentido y dirección. Piezas de un puzzle que se va formando a lo largo de los años y que, una vez completado, deja ver la imagen de una persona madura, feliz, serena y agradecida de todo lo vivido, de todo lo amado, de todo lo reído y de todo lo llorado. Rodeada de personas por las que se ha entregado, a las que ha amado y servido.

II. Quedarse en la puerta

El hermano mayor de nuestra historia no quiere entrar en casa. Se queda en la puerta enojado y con las manos cogidas. No quiere participar de la fiesta organizada para su hermano.

Si miramos el cuadro de Rembrandt nos damos cuenta que el acontecimiento principal de la pintura es el regreso del hijo. Y el hermano mayor es el principal testigo; pero está apartado. No sonríe. No se acerca. No expresa acogida. Pero si nos fijamos bien, la bienvenida, no está en el centro, sino hacia la parte izquierda, mientras que el hijo alto y arrogante domina la parte derecha. Entre el padre y el hijo mayor hay un gran espacio. Un espacio lleno de tensión. ¿Qué está pasando dentro del hermano mayor? ¿Por qué no entra a la casa?

Entre el padre y el hijo mayor hay cosas en común. Ambos llevan barbas y túnicas rojas. Sus caras están iluminadas. Pero también hay diferencias. Mientras el padre se inclina sobre su hijo menor, el hermano mayor se queda de pie, rígido. El manto del padre es acogedor, el del hermano mayor es pesado. Las manos del padre están extendidas y tocan al recién llegado como señal de bendición, las del hermano mayor están recogidas a la altura del pecho. La luz sobre la cara del padre recorre todo su cuerpo, la luz sobre el hermano mayor es estrecha y fría. Todo su cuerpo está en la oscuridad.

III. Perdidos

Esta historia que cuenta Jesús bien podría llamarse Los hijos perdidos. Pues en realidad son los dos hijos los que se han perdido y se han ido lejos del padre. El menor se fue buscando la felicidad, el mayor está perdido en el resentimiento.

Hay días en que me veo como el hermano mayor: amargado por las decisiones de los demás, resentido con la manera que tiene Dios de hacer las cosas y enfadado conmigo mismo por intentar ser siempre un modelo. Como hijo mayor de mi familia conozco muy bien lo que se siente al tener que ser un hijo modelo.

Generalmente son los hijos mayores los que han de cumplir con las expectativas de los padres. Generalmente son los obedientes. Generalmente son los cumplidores del deber. Siempre quieren agradar. Temen desilusionar a sus padres. Pero a la vez, desde muy temprano desarrollan cierta envidia por sus hermanos menores que parecen más libres para vivir su vida como les apetece.

IV. ¿Qué tipo de hermano soy yo?

sábado, 6 de noviembre de 2010

¿Si Dios está siempre con nosotros, por qué es tan ´difi

¿Si Dios está siempre con nosotros, por qué es tan difícil encontrarlo?
Gn. 26:3
Homilía dominical.

He estado horas haciendo colas en el Vaticano para ver una pintura de Miguel Ángel Bounaroti en la bóveda de la Capilla Sixtina. Me refiero a la obra La creación de Adán. Una obra que le costo al pintor hacerla en cuatro años. En esta pintura Dios retuerce su cuerpo para acercarse lo más posible al hombre. Su brazo se extiende, su dedo quiere tocar a Adán. Sus músculos están tensos. Parece ser que uno de los mensajes del autor es que Dios está determinado a alcanzar a la persona que ha creado. Que Dios está tan cerca de él como puede, pero estando tan cerca deja un espacio pequeño, para que sea el hombre el que pueda elegir.

Por su parte Adán tiene el brazo extendido hacia Dios, pero esta acostado, como si le diera pereza moverse más. Cómo si no estuviera interesado en establecer el contacto. Tal vez, cree, que Dios acabará por acercarse. Tal vez le sea indiferente que su creador le toque. Tal vez le falta fuerza. Pero lo único que puede hacer es levantar más el dedo.

Este cuadro nos recuerda que Dios está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Nos recuerda que El no está lejos de una oración. Que lo único que quiere es que hagamos un mínimo de esfuerzo. Que levantemos un dedo.

La historia que cuenta la Biblia no es sobre todo el deseo de los seres humanos de estar cerca de Dios, sino el deseo de Dios de estar cerca de nosotros. La promesa central de la Biblia no es: yo te perdonaré, aunque les puedo asegurar en esta mañana que esa promesa está allí. Tampoco es la promesa en la vida después de la muerte, aunque también se nos ofrece esto. La promesa más frecuente de la Biblia es: Yo estaré contigo.

Antes que Adán y Eva pecarán o necesitaran el perdón, les fue prometida la presencia de Dios. Nos dice el libro de Génesis que Dios andaba con ellos al aire del día. La promesa de que Dios está siempre con nosotros les fue hecha a Enoc, a Noé. Les fue hecha a Abraham y a Sara, a Jacod. Le fue hecha a José, a Moisés, a David, a Amós, a María, a Pablo. La promesa es sencilla: No temas, porque el Señor tu Dios te acompaña, donde quiera que vayas.

Dios le dio a Israel el tabernáculo, el arca del pacto, les dio el maná y el templo. Les dio una columna de humo de día y una columna de fuego en la noche. Y todas esas cosas eran una especie de etiqueta que decían: No te olvides, estoy contigo.

Cuando el mismo Dios vino a la tierra, su nombre redentor fue Emmanuel y sabemos que eso significa Dios con nosotros. Cuando Jesús se fue su promesa fue enviar al Espíritu Santo para que estuviera con nosotros siempre hasta el fin del mundo.

Al final de los tiempos, cuando el pecado y la maldad sea un recuerdo distante y derrotado en nuestras vidas estaremos cerca de Dios, más cerca de lo que ahora podemos imaginar. Esta es nuestra fe.

¿Quieres que Dios sea tu amigo, tu compañero, tu morada? Pues búscalo en tu corazón y habla con él.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Reflexión sobre la Reforma

Hoy hacemos memoria de lo que supuso un giro copernicano en la existencia del pueblo de Dios. Hoy celebramos, como Església Evangèlica de Catalunya - IEE, el Día de la Reforma.

El movimiento eclesial originado en la Reforma no fue algo acabado. Más bien necesitaría décadas, si no siglos, para desarrollar todo el potencial del mismo. Y hoy, finalizando la primera década del siglo XXI, podemos afirmar que a las iglesias que remitimos nuestro origen al movimiento luterano y reformado todavía nos queda mucha camino por recorrer. La Reforma que se inició en el siglo XVI no ha finalizado. Ecclesia reformanda, semper reformanda est.

Hace apenas cinco días, el cristiano católico Lluis Busquets, en la presentación de su libro “Carta al Papa”, afirmaba según una agencia de noticias, que Lutero "no llamó a la deserción, la apostasía ni la ruptura, sino a un cambio desde la Iglesia". Tal vez eso fue cierto en el “primer” Lutero, pero la historia demostró lo inevitable de la ruptura propiciada por una iglesia fuertemente institucionalizada, dogmática y jerarquizada. Lutero no consiguió su objetivo de reformar la iglesia.

El movimiento que nació con Lutero dio a luz la Iglesia Luterana. Posteriormente, y en torno a la figura de Calvino, la Iglesia Reformada. En torno a los líderes del movimientos anabaptista, las iglesias menonitas, hutteritas, etc. Y siglos más tarde, del movimiento iniciado por John Wesley en el seno del anglicanismo surgió la Iglesia Metodista. Es indudable que todos ellos pretendieron la Reforma de la Iglesia, pero lo que consiguieron no fue su objetivo, sino que, sin querer, propiciaron el nacimiento de nuevas iglesias.

La Reforma y los movimientos posteriores confirman que sólo se dan reformas y renovaciones eclesiales, sin desembocar en rupturas no deseadas, en las iglesias profundamente democráticas, que se miran en el espejo de las Escrituras, que no tienen miedo a los cambios ni al futuro, que no sacralizan sus respectivas tradiciones, que dan la voz al pueblo de Dios y que ponen atención a los signos de los tiempos.
Una iglesia que se toma en serio, de forma responsable, el significado de la Reforma se convierte tanto en una iglesia gestora de lo dado como en una comunidad profética, capaz de vislumbrar nuevos comienzos y nuevos futuros.

Sola Escritura, Sola fe, Sola Gracia, Solo Cristo y Solo a Dios la Gloria son los principios que rigen nuestras comunidades y ellos nos introducen en las condiciones de posibilidad del alumbramiento de una “nueva” iglesia que es capaz de aprovechar las enseñanzas de su tradición y su teología combinándolas con el mensaje, siempre nuevo, de Jesús de Nazaret, nuestro Señor y Maestro.

Mi oración en este día es que esta celebración del Día de la Reforma se convierta en un revulsivo para los seguidores y seguidoras de Jesús que abra un umbral que nos muestre caminos inexplorados pero llenos de gracia y esperanza. Caminos tan inexplorados como los que emprendieron los reformadores que hoy recordamos. Amén.

Ignacio Simal Camps

martes, 2 de noviembre de 2010

¿Soy yo una persona compasiva?

El Sanador herido
Tema 6

20 Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre.
Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. Lc. 15

I. Introducción

Sentir compasión no es tener pena de alguien. La compasión, del latín cumpassio, significa literalmente "sufrir juntos", "tratar con emociones...", simpatía) es una emoción humana que se manifiesta a partir del sufrimiento de otro ser. Más intensa que la empatía, la compasión describe el entendimiento del estado emocional de otro, y es con frecuencia combinada con un deseo de aliviar o reducir su sufrimiento. La compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento.

Si deseamos tener un corazón compasivo, el primer paso consiste en cultivar sentimientos de empatía o proximidad hacia los demás. También debemos reconocer la gravedad de su desdicha. Cuanto más cerca estamos de una persona, más insoportable nos resulta verla sufrir. Cuando hablo de cercanía no me refiero a una proximidad meramente física, ni tampoco emocional.

II. ¿Qué esperamos de nuestro padre?

El padre de nuestra historia quizás es único. Quizás los padres que yo conozco no actúan de esa manera. Pero siempre añoramos lo que no tenemos o lo que está del otro lado del río. Y es que desde aquí la hierba se ve más verde. Quizás ahora podamos expresar nuestros deseos. Nos gustaría que nuestro padre no esté tan lejos. Que no se encuentre en un sitio donde no podamos llegar. Sino cerca de nosotros. Totalmente expuesto a nuestra mirada.

Vivimos en medio de una cultura que aparentemente no le interesa su interioridad. De gente que aparentemente no necesita la figura de los padres y que busca una nueva forma de autoridad. Desde mi punto de vista lo que la gente necesita es que se le muestre la compasión. Incluso no me imagino la autoridad ejercida sino es con compasión. No me imagino una iglesia donde no se haga uso de la compasión. No me imagino un pastor o un párroco que no practique la compasión desde su ministerio. Y es que para ser líder se requiere ser visible. Hacerse creíble en medio de su propio mundo. Estar mirando a quien se acerca por el camino.

El hombre o la mujer compasiva vive entre la gente, pero no se deja atrapar por el conformismo cultural. Tampoco dejará que la compasión se convierta en algo enfermizo e ineficaz.

El hombre y la mujer compasiva es la que ve en sus amigos a su propia persona. Capaz de mentir, de matar, de traicionar. Capaz de perdonar, de edificar, de ser fiel.

III. El padre que narra Lucas

El padre que narra Lucas es un hombre compasivo. A todos nos gustaría tener a alguien así cerca. Alguien que usara el perdón y nos librará de las cadenas de la venganza y nos restaurara en la esperanza. Alguien que nos abrazara sin pedirnos explicaciones de lo que hemos hecho mal. El padre que narra Lucas sostiene y abraza a su hijo.

El padre que narra Lucas viste de un manto rojo. Es un color cálido y ofrece un lugar de acogida al que llega. Son como las alas protectoras de la gallina que se ofrece para cobijar a los pollitos. Son la metáfora de la protección que Dios ofrece a sus hijos. El padre de Lucas es alguien que nos ofrece protección y cuidado.

El padre que narra Lucas no es sentimental ni romántico. Tampoco nos conduce a un final feliz. Se comporta más bien como una madre que acoge al que ha regresado a casa.

IV. Beneficios de la compasión

Entendiendo de esta forma la emoción de la compasión, entonces podemos ahora ponernos en el lugar de los demás, incluso de aquellos que nos hacen la vida ardua, porque sólo en esa posición podremos detectar sus necesidades y hacer todo lo posible por ayudarle a satisfacerlas o por lo menos no perjudicarle en el logro de las mismas. Estoy convencido de que si utilizamos este principio de compasión las cosas cambiarían en nuestra forma y manera de relacionarnos.
La emoción de la compasión la podemos utilizar en todas nuestras relaciones con las personas cercanas: familiares, amigas y personas desconocidas con las que nos encontramos cada día cuando salimos a la calle.
A mí me gustaría que un día, cuando vaya a ser juzgado por mis acciones alguien tuvieran “compasión” hacia mi, que me comprendiera y trate con afecto. Con el mismo afecto con que el padre que narra Lucas recibió a su hijo.

V. ¿Soy yo una persona compasiva?

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los cristianos contra la tortura y la pena de muerte.

La filtración, por parte de la ONG Wikileaks, de casi 400.000 documentos sobre la guerra en Irak ha puesto de nuevo de manifiesto las terribles consecuencias de la guerra, sean cuales sean sus objetivos y motivaciones. La guerra de Irak, orquestada por el presidente Bush de los EEUU, y secundada por Blair del Reino Unido y Aznar de España, a la que luego se añadieron otros países, empezó el 20 de marzo de 2003 y se basó desde el principio en mentiras y falsas razones que encubrían objetivos inconfesables: el comercio de las armas y el control de la producción de petróleo. Fue una guerra cruelísima que empezó con el lanzamiento de los llamados “misiles inteligentes” que no lo fueron tanto como para evitar las muertes de miles de civiles. El primero de mayo del mismo año, Bush pronunciaba su famosa frase “misión cumplida” que pretendía poner fin a la guerra. Pero no fue así. Empezaba una nefasta postguerra que, de alguna manera, todavía perdura.


Lo papeles filtrados por Wikileaks se refieren al período que va des de 1 de enero de 2004 hasta el 31 de diciembre de 2009 y en ellos descubrimos que la cifra de fallecidos durante este período fueron 109.032, de las que un 60 % eran civiles, es decir, 66.081, 23.984 insurgentes, 15.196 miembros de las fuerzas gubernamentales iraquíes y 3.771 miembros de las fuerzas de la coalición. Toda una carnicería en la que la peor parte se la han llevado los civiles: 36 civiles muertos al día durante cinco años. Para las fuerzas invasoras de los EEUU esto son sólo daños colaterales, como si esto lo explicara todo.

Pero los documentos filtrados dan mucha más información sobre las actividades de los soldados americanos y, especialmente, sobre la represión iraquí. Según el análisis de los documentos que ha difundido la página fundada por Julian Assange, las autoridades estadounidenses dejaron sin investigar cientos de informes que denunciaban abusos, torturas, violaciones e incluso asesinatos perpetrados sistemáticamente por la Policía y el Ejército iraquí, aliados de las fuerzas internacionales que invadieron el país. También las mismas fuerzas estadounidenses quedaron afectadas por su pasividad ante las torturas de los iraquíes y con las fotos de torturas en la cárcel de Abu Ghraib.

Los cristianos no somos ajenos a esta barbarie. Desde el presidente Bush, destacado “evangelical” que inició el proceso e incluyó Irak en el “eje del mal”, hasta la mayoría de los que le apoyaron, pertenecen a la cultura “cristiana”. Fue, pues, el occidente “cristiano” que protagonizó esta guerra y, estemos en contra o a favor de la invasión de Irak, todos estamos de alguna forma implicados en los crímenes que se cometieron. Como pudimos comprobar en nuestros años de guerra civil, la violencia extrema, la tortura y la muerte acompañan los ejércitos y las guerras. No lo podemos evitar. Violencia engendra violencia y se convierte en un torbellino que lo arrastra todo.

Sin embargo, muy a menudo no somos conscientes de nuestras responsabilidades y nos apoyamos en aquello de que “lo hicieron los otros” y “nosotros no podíamos hacer nada”, por mucho que nos dolieran los hechos violentos de los que día a día éramos testigos, aunque lejanos. Y esto es cierto, pero deberíamos desde siempre estar al acecho para luchar contra las fuerzas malignas que se apoderan de los hombres y mujeres de nuestro mundo especialmente en tiempos de confrontaciones bélicas. Sin embargo parece que no forma parte de nuestras prioridades. Los “evangelicales” conservadores se han dado a menudo a conocer por su apoyo a manifestaciones multitudinarias en contra de la ley del aborto o el matrimonio de los homosexuales, pero sus voces –si han existido- han sido muy débiles en asuntos tales como la pena de muerte, la guerra y la tortura. Parece que son cosas que pertenecen al “mundo” y no afectan directamente a la vida cristiana. Los protestantes progresistas o liberales tampoco han jugado un papel importante en estos asuntos político-sociales. Ha habido, quizás, declaraciones, pero no un compromiso real. Más allá, entre los católicos, estas cuestiones son trasversales y encontramos todos los matices.

Es importante que seamos conscientes de que hay un trabajo previo a realizar y una consciencia colectiva a construir que se oponga con firmeza a la pena de muestre, la violencia y la tortura. Y esto no lo hemos conseguido. Nuestro testimonio del evangelio incluye la proclamación del amor y la reconciliación, pero hemos sido tibios a la hora de condenar con energía todo aquello que contradice este mensaje central del evangelio. Quizás sea cierto que nuestras posibilidades de incidencia en este campo son escasas, pero lo que no se puede hacer es abandonar y desistir de llevar a cabo nuestra vocación evangélica.

De alguna manera los cristianos estamos obligados a comprometernos en esta lucha contra la violencia. ¿Lo hacemos? Conocemos Amnistía Internacional que lleva a cabo una meritoria labor en este campo, pero seguramente muchos no conocen otra organización que existe desde 1974 y que tiene un marcado carácter cristiano ecuménico en la que participan protestantes, católicos y ortodoxos. Se trata de ACAT (Acción de los Cristianos por la Abolición de la Tortura) que fue fundada en Francia y, poco a poco, se ha extendido por todo el mundo. La sede española de esta organización está en Barcelona (c/ Angli 55 – 08017-Barcelona) y los que quieran conocerla pueden hacerlo en la siguiente dirección electrónica: acat.pangea.org/indexe.html. El lema que figura en su página web es “por un mundo mejor, basta tortura”, algo que debería unirnos a todos.

Dar nuestro apoyo a estas organizaciones y difundir su ideario es una forma de luchar contra la violencia que nos acecha. Significará una protesta que denuncia la continua transgresión de los derechos humanos en tantas partes de nuestro mundo y, para los torturados, será el medio de salir del anonimato y encontrar una voz amiga que les dé apoyo en un mundo que trata de silenciarlos. No lo podemos hacer todo, nosotros los cristianos, pero seguramente podemos hacer más de lo que pensamos. Si sólo ponemos nuestro empeño en estar cerca de los “hermanos pequeños de Jesús”. (Mt 25,40).

Enric Capó