martes, 31 de diciembre de 2013

Recuperar la frescura.

Juan 1: 1-18

En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: La Palabra de Dios se ha hecho carne. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Por eso se busca una iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres  no directamente ligadas al núcleo del Evangelio. Si no lo hacemos así, no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas.
Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia.
Cuando pensamos en la iglesia estamos pensando, en realidad, en una iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, se nos invita a recuperar la frescura original del Evangelio como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario, sin encerrar a Jesús en nuestros esquemas aburridos.No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que se nos llama. 

José Antonio Pagola.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Experiencia interior.

Mateo 1:18-24
           
El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía o santa cena. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre.
El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.          


José Antonio Pagola.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Decálogo para las discrepancias.

1. Señala los hechos, en vez de descalificar a las personas.
2. Escucha, en vez de interumpir.
3. Pide aquello que te gustaría que sucediera, en vez de exigirlo.
4. Respeta la opinión del otro, en vez de ironizar sobre ella.
5. Pregunta lo que la otra persona siente y le motiva, en vez de interpretarlo a tu manera.
6. Acepta la idea que tu también puedes estar errado, en vez de centrar tu discurso en los errores ajenos.
7. Reconoce las cosas buenas del otro, no solo veas las malas.
8. Si quieres discutir que sea sobre algo actual, los trapos viejos ya no tienen valor.
9. Cuando vayas a herir, mejor calláte, las palabras duras son como un arma.
10. Hablar es más sano que gritar.

jueves, 12 de diciembre de 2013

La buena noticia.

La buena noticia que se anuncia a los pobres 
y que algunos hemos olvidado
es la noticia de que Dios es Padre para todos. 
La buena noticia de que la salvación viene de Dios 
y ya se la ha concedido a todos. 
La buena noticia de que Dios 
no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, 
sino que no ha liberado ya de todos ellos. 
La buena noticia de que no son los sabios y entendidos 
los que descubrirán ese Dios 
sino los sencillos. 
La buena noticia de que no son los que detentan el poder, 
sea civil o religioso, 
los que están más cerca de Dios, 
sino los que lo sufren y padecen. 
La buena noticia de que no son lo buenos 
los que encontrarán a Dios de cara a cara, 
sino las prostitutas y los pecadores.

José Antonio Pagola.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Con los ojos abiertos.

Mateo 24: 37-44

Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?
Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?
Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual.
        

 José Antonio Pagola.

martes, 26 de noviembre de 2013

Los motivos del lobo.

El varón que tiene corazón de lis, 
alma de querube, lengua celestial, 
el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
está con un rudo y torvo animal, 
bestia temerosa, de sangre y de robo, 
las fauces de furia, los ojos de mal: 
el lobo de Gubbia, el terrible lobo, 
rabioso, ha asolado los alrededores; 
cruel ha deshecho todos los rebaños; 
devoró corderos, devoró pastores, 
y son incontables sus muertes y daños. 

Fuertes cazadores armados de hierros 
fueron destrozados. Los duros colmillos 
dieron cuenta de los más bravos perros, 
como de cabritos y de corderillos. 

Francisco salió: 
al lobo buscó 
en su madriguera. 
Cerca de la cueva encontró a la fiera 
enorme, que al verle se lanzó feroz 
contra él. Francisco, con su dulce voz, 
alzando la mano, 
al lobo furioso dijo: ?¡Paz, hermano 
lobo! El animal 
contempló al varón de tosco sayal; 
dejó su aire arisco, 
cerró las abiertas fauces agresivas, 
y dijo: ?¡Está bien, hermano Francisco! 
¡Cómo! ?exclamó el santo?. ¿Es ley que tú vivas 
de horror y de muerte? 
¿La sangre que vierte 
tu hocico diabólico, el duelo y espanto 
que esparces, el llanto 
de los campesinos, el grito, el dolor 
de tanta criatura de Nuestro Señor, 
no han de contener tu encono infernal? 
¿Vienes del infierno? 
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno 
Luzbel o Belial? 
Y el gran lobo, humilde: ?¡Es duro el invierno, 
y es horrible el hambre! En el bosque helado 
no hallé qué comer; y busqué el ganado, 
y en veces comí ganado y pastor. 
¿La sangre? Yo vi más de un cazador 
sobre su caballo, llevando el azor 
al puño; o correr tras el jabalí, 
el oso o el ciervo; y a más de uno vi 
mancharse de sangre, herir, torturar, 
de las roncas trompas al sordo clamor, 
a los animales de Nuestro Señor. 
Y no era por hambre, que iban a cazar. 
Francisco responde: ?En el hombre existe 
mala levadura. 
Cuando nace viene con pecado. Es triste. 
Mas el alma simple de la bestia es pura. 
Tú vas a tener 
desde hoy qué comer. 
Dejarás en paz 
rebaños y gente en este país. 
¡Que Dios melifique tu ser montaraz! 
?Está bien, hermano Francisco de Asís. 
?Ante el Señor, que todo ata y desata, 
en fe de promesa tiéndeme la pata. 
El lobo tendió la pata al hermano 
de Asís, que a su vez le alargó la mano. 
Fueron a la aldea. La gente veía 
y lo que miraba casi no creía. 
Tras el religioso iba el lobo fiero, 
y, baja la testa, quieto le seguía 
como un can de casa, o como un cordero. 

Francisco llamó la gente a la plaza 
y allí predicó. 
Y dijo:  He aquí una amable caza. 
El hermano lobo se viene conmigo; 
me juró no ser ya vuestro enemigo, 
y no repetir su ataque sangriento. 
Vosotros, en cambio, daréis su alimento 
a la pobre bestia de Dios. ?¡Así sea!, 
contestó la gente toda de la aldea. 
Y luego, en señal 
de contentamiento, 
movió testa y cola el buen animal, 
y entró con Francisco de Asís al convento. 

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo 
en el santo asilo. 
Sus bastas orejas los salmos oían 
y los claros ojos se le humedecían. 
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos 
cuando a la cocina iba con los legos. 
Y cuando Francisco su oración hacía, 
el lobo las pobres sandalias lamía. 
Salía a la calle, 
iba por el monte, descendía al valle, 
entraba en las casas y le daban algo 
de comer. Mirábanle como a un manso galgo. 
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo 
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, 
desapareció, tornó a la montaña, 
y recomenzaron su aullido y su saña. 
Otra vez sintióse el temor, la alarma, 
entre los vecinos y entre los pastores; 
colmaba el espanto los alrededores, 
de nada servían el valor y el arma, 
pues la bestia fiera 
no dio treguas a su furor jamás, 
como si tuviera 
fuegos de Moloch y de Satanás. 

Cuando volvió al pueblo el divino santo, 
todos lo buscaron con quejas y llanto, 
y con mil querellas dieron testimonio 
de lo que sufrían y perdían tanto 
por aquel infame lobo del demonio. 

Francisco de Asís se puso severo. 
Se fue a la montaña 
a buscar al falso lobo carnicero. 
Y junto a su cueva halló a la alimaña. 
?En nombre del Padre del sacro universo, 
conjúrote ?dijo?, ¡oh lobo perverso!, 
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? 
Contesta. Te escucho. 
Como en sorda lucha, habló el animal, 
la boca espumosa y el ojo fatal: 
?Hermano Francisco, no te acerques mucho... 
Yo estaba tranquilo allá en el convento; 
al pueblo salía, 
y si algo me daban estaba contento 
y manso comía. 
Mas empecé a ver que en todas las casas 
estaban la Envidia, la Saña, la Ira, 
y en todos los rostros ardían las brasas 
de odio, de lujuria, de infamia y mentira. 
Hermanos a hermanos hacían la guerra, 
perdían los débiles, ganaban los malos, 
hembra y macho eran como perro y perra, 
y un buen día todos me dieron de palos. 
Me vieron humilde, lamía las manos 
y los pies. Seguía tus sagradas leyes, 
todas las criaturas eran mis hermanos: 
los hermanos hombres, los hermanos bueyes, 
hermanas estrellas y hermanos gusanos. 
Y así, me apalearon y me echaron fuera. 
Y su risa fue como un agua hirviente, 
y entre mis entrañas revivió la fiera, 
y me sentí lobo malo de repente; 
mas siempre mejor que esa mala gente. 
y recomencé a luchar aquí, 
a me defender y a me alimentar. 
Como el oso hace, como el jabalí, 
que para vivir tienen que matar. 
Déjame en el monte, déjame en el risco, 
déjame existir en mi libertad, 
vete a tu convento, hermano Francisco, 
sigue tu camino y tu santidad. 

El santo de Asís no le dijo nada. 
Le miró con una profunda mirada, 
y partió con lágrimas y con desconsuelos, 
y habló al Dios eterno con su corazón. 
El viento del bosque llevó su oración, 
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...

Rubén Dario.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Escribirte.

Como cura escribirte
tú lo sabes bien
pero cuesta tanto
encontrar el lapiz de la sinceridad.
El papel nevado asusta
su blanca puerta
deja escapar las palabras.
Aun así,
como cura escribirte.
Seguiré manchando la punta de mis dedos
con la tinta de mis pensamientos.
los que te dicen todos los secretos
que tú ya conoces.
Y yo seguiré escribiéndote
porque escuece el alma,
porque limpia las heridas,
porque cura.

Ibana Blasco.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Tiempo de crisis.

Lucas 21: 5-19
        
En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social  injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista  desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza.  ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.
           
Jose Antonio Pagola

martes, 12 de noviembre de 2013

Otra forma de leer el libro de Job.

Ante la lectura del libro de Job he podido constatar dos reacciones muy diferentes entre los creyentes más conservadores. Por un lado una aceptación total de todo aquello que se dice en el mismo;  por el otro una conmoción y miedo ante lo que el prólogo plantea.
El primer grupo de creyentes no tiene problema en considerar que lo que se dice en este libro es una verdad revelada en todos sus detalles. Parten de una idea de inspiración que se asemeja mucho a la imagen del Todopoderoso proveyendo un libro ya terminado pero en vez de darlo escrito desde los cielos lo haría dándolo a conocer al escritor de Job, a quien por cierto no conocemos, en su mente. Sería algo así como una voz no audible pero que llevaría al autor a plasmar, palabra por palabra, lo que estaría recibiendo de forma sobrenatural. Debido a eso debería interpretarse de forma literal y si alguna vez llegamos a enfrentar las penurias y calamidades que el protagonista de esta historia padece deberemos sacar precisamente las mismas conclusiones que este libro provee.
El segundo grupo aborda la lectura de la misma forma, esto es con la misma idea literalista de interpretación bíblica, pero en ellos se produce la reacción contraria a la anterior. Si el primero lo aceptaba todo sin más en este otro se crea un profundo desasosiego, incluso miedo. Comprenden perfectamente lo que el prólogo en prosa dice y precisamente por ello quedan fuertemente impresionados de las razones que se dan para explicar tanto sufrimiento en este hombre. El decirles que así es como Dios trata a sus hijos para que estos confíen y profundicen más en su relación con Él es como echarles sal en la herida. Por si fuera poco, el protagonista de esta obra maestra literaria no era un creyente despreocupado, alguien relajado moralmente o en abierta rebeldía, todo lo contrario. Es así como lo pone de manifiesto el libro, se trata del hombre más justo del momento. Expresado de otra forma, era el creyente que menos necesitaba de todos el trato divino, ante lo cual las alarmas comienzan a saltar de nuevo. Si esto le sobrevino a él, ¿qué puede esperar el creyente medio del Dios bueno?
Recuerdo especialmente a una madre de dos pequeños que ante el simple hecho de oír el nombre de Job se le cambiaba el semblante, se ponía muy nerviosa. ¿Por qué para con ella Dios no podía dar el visto bueno para que Satanás le arrebatara a sus dos pequeños? Su pregunta y eran preocupación eran legítimas.
Durante mucho tiempo yo fui de los que perteneció al segundo grupo. Intenté, en no pocas ocasiones, encajarlo todo para hacer que el prólogo, que domina y condiciona el resto del libro, no dijera precisamente lo que decía pero no me era posible. Es Dios quién le llama la atención a Satán sobre su siervo Job, es el Todopoderoso quién le describe lo justo y temeroso que era. Ante esta presentación divina de nuestro protagonista Satán cuestiona que esta fidelidad sea en balde. Este ser maligno sostendrá que es por causa de la mano protectora divina por lo que Job es un hombre recto. Dios dará entonces su permiso para que el desastre más terrible caiga sobre su hijo Job. Pero, ¿es así como un buen padre actúa para enseñar algo a uno de sus hijos?
Llegó el momento no sólo de leer este libro. sino de estudiarlo de tal forma que llegó a ser uno de los libros de las Escrituras al que más tiempo le dediqué. Entonces apareció otra posibilidad de abordarlo. Curiosamente fue de la mano de los autores más literalistas de donde surgió la alternativa, ellos sencillamente se limitaban a apuntarla pero personalmente me proveyó la clave. ¿Y si en vez de tratarse de hechos exactos vistos desde los cielos y la tierra se trataba de una reflexión de un creyente a la luz de una serie de hechos desconcertantes? ¿Y si en vez de considerar el libro desde una extrema literalidad se trataba de la consideración del autor, a la luz de la revelación que se tenía entonces, del porqué a los buenos creyentes les pasan cosas terribles? En definitiva, el autor habría abordado la cuestión del dolor, y en concreto del sufrimiento de los  hijos de Dios, no como resultado de una revelación directa divina sino desde una perspectiva más humana, él, su fe y la realidad. No se trataría por ello de que Dios le estuviera hablando directamente, sino de todo lo contrario, él lo estaría haciendo a Dios. No es que el autor tuviera una visión de lo que en los cielos sucedía, sino que como no podía acceder a ellos meditó, pensó y el resultado fue este libro.
En el comentario de Matthew Henry traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva (1999) se dice:
El Diablo tanto mayor enemigo de Job cuanto más eminente era la piedad de este, pidió y obtuvo permiso para atormentarle. Es posible y aún probable, que la dramatización que el autor hace aquí de la conversación entre Dios y Satanás sea parabólica, como la de Miqueas en 1 Reyes 22:19 ss., pero no desdeña en forma alguna la credibilidad del libro de Job (p. 505). 1
José María Martínez apunta que “nada nos impide admitir que el Espíritu Santo inspirador de la Sagrada Escritura, pudiera inducir al autor a usar una parábola para darnos el gran mensaje contenido en Job. Cristo mismo hizo uso de esta forma de ilustración” (1975. p. 20). 2
Así, y siguiendo la idea de una revelación progresiva, esta imagen parabólica de Dios sería superada por la que Cristo presentó en el Nuevo Testamento. Para Jesús su Padre no era alguien quien ante una petición de uno de sus hijos era capaz de darle una serpiente en vez de pan. El contraste es tremendo. ya que ante las peticiones de Job Dios habría hecho esto precisamente, lo habría puesto en las manos de la Serpiente. Pero además, ¿qué padre es el que para enseñarle algo a su hijo es capaz de dar el visto bueno para que sus nietos mueran? ¿Qué padre sería aquel que para hacer que uno de sus hijos confíe más en él dejaría que éste viviera en la más absoluta miseria, sufrimiento y con una terrible enfermedad? ¿Qué perfil de paternidad aparecería si un progenitor dejara, bajo el argumento de amar a su hijo, que los sirvientes de éste fueran asesinados? La respuesta es clara, se trataría de un psicópata. No es este el caso de que no entendamos los caminos de Dios y sus designios, ya que si tomamos este libro desde la literalidad de su prólogo los mismos son claros. La imagen de Dios resultante es terrible, y si un hombre, un padre, actuara así no se trataría de un enfermo mental, sino de un enfermo moral. Sin embargo. si consideramos este prólogo como un relato parabólico todo lo demás se resuelve. Para saber cómo es nuestro Padre celestial la respuesta sería muy sencilla, vayamos a Jesús y escuchemos su voz.
Una de las cuestiones que más llama la atención es que el literalismo bíblico hace esto mismo con otro libro al que es del todo imposible, aunque parezca increíble, tomar lo que dice tal y como aparece. Se trata de uno de los libros más impresionantes de todas las Escrituras, Eclesiastés. En él se dice, por ejemplo, lo siguiente:
-       “No hay para el ser humano más felicidad que comer, beber y disfrutar de su trabajo, pues he descubierto que también esto es un don de Dios.” 2:24
-       “Nadie sabe si el aliento vital de los seres humanos sube arriba y el de los animales cae bajo tierra. Por eso, he descubierto que para el ser humano no hay más felicidad que disfrutar de sus obras, porque esa es su recompensa. Pues nadie lo traerá a ver lo que sucederá después de él.” 3:21,22.
-       “Esta es la felicidad que yo he encontrado: que conviene comer, beber y disfrutar de todos los afanes y fatigas bajo el sol, durante los contados días de vida que Dios da al ser humano, porque esa es su recompensa.” 5:17.
-       “Y he descubierto que la mujer es más amarga que la muerte: es, en efecto, una trampa, su corazón un lazo y sus brazos una cadena.” 7:26.
-       “Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, ni esperan recompensa, pues se olvida su memoria.” 9:5.
Podría seguir con los ejemplos pero estos son más que suficientes. Todos están de acuerdo de que se trata de una serie de reflexiones del autor del libro desde un profundo espíritu de pesimismo. Pero si tomamos todas estas declaraciones tal cual tendríamos la negación frontal de doctrinas esenciales de la fe cristiana. La solución es que se trata del pensamiento de este autor a la luz de sus experiencias vitales pero que no son revelaciones de Dios. Pues esto mismo es lo que planteo para Job ya que de lo contrario se negaría la imagen misma que quiso enseñar el propio Jesús.
Si consideramos a Job como una especie de parábola, cuyo núcleo es la experiencia real de un hombre llamado Job, aquella creyente, madre de dos hijos y tantos otros cristianos, dejarían de temer a este Dios que les pide mucho más de lo que ellos podrían soportar. De esta forma mucho sin sentido, temor y frustración se deshace y los cielos vuelven a brillar ante un Padre celestial, que como dijo el propio Jesús, sólo Él, y únicamente Él, es digno de llamarse Bueno.
¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan,  le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan! (Jesús).

Alfonso Ranchal.

  1. Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry. Traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva. Terrasa (Barcelona): CLIE.
  2. Martínez, J. M. (1989). Job, la fe en conflicto. Tercera edición. Terrassa (Barcelona): CLIE.

jueves, 24 de octubre de 2013

El lobo, el bosque y la moneda nueva


Tenia la costumbre de revisar el cuadrito aquel que salia en el periodico Granma, del Tipo de cambio de las divisas, ni que tuviera yo cuentas bancarias en diferentes monedas, ahora que lo pienso quizas la razon fuera que al prestar especial atencion a la seccion sobre el lenguaje que escribia Celima Bernal, la vista fuera a parar a aquella tabla de cambios, que cosas no? Ya despues iba a la pagina deportiva, a la seccion de internacionales del hilo directo y la programacion de la Television! Sonrio al pensar en esas cosas...
Un buen dia que no recuerdo exactamente, despues de que fuera despenalizada la tenencia de dolares y apareciera en la vida del cubano aquello, que no se por que, llamamos "chavito" me sorprendi al ver que en el Tipo de cambio que se publicaba en el periodico Granma, el Peso cubano se cambiaba 1 a 1 con el dolar estadounidense!
En aquellos años apenas entendia algo de economia, hoy no es que entienda mucho mas, pero si algo me quedo claro en aquel instante, es que algo no estaba bien, ni del todo claro.
De la noche a la mañana el peso cubano habia dejado de ser lo que fue, yo me preguntaba, si ahora eso que vale tanto como un dolar es el peso cubano, con que se le esta pagando a los trabajadores? Acaso se llama de otra manera? Me resulto inevitable pensar en los indigenas cubanos mirandose en los espejitos que les regalaron los españoles a cambio de su oro. Revise uno de aquellos billetes y no, todavia estaban alli la cara de José Marti y decia: UN PESO.
Yo muero de curiosidad por ver como los historiadores serios nos contaran ese pequeño suceso de gran impacto en la vida del pais, que sucedio tan solapadamente, sin apenas explicaciones. Es que "no se cuando lo decidieron y yo no me acuerdo si me preguntaron." Fue una devaluacion solapada de la moneda, que perdura hasta hoy.
Supongo que a alguien con voz, le pareceria incorrecto llamarle a "eso" peso cubano, hay que destacar que siempre hemos sido cuidadosos de las formas, pues con el tiempo dejo de llamarsele Peso cubano (al menos en el Tipo de cambio publicado en el periodico) y se empezo a llamar igual, pero en ingles... hizo entrada en sociedad el CUC. Siglas de cuban currency, lo que traducido es nada mas y nada menos que: moneda cubana. Que bueno somos con los eufemismos.
Claro, con el tiempo habian cambiado tambien otras cosas... en los billetes antiguos se podia leer en mayusculas: Garantizado integramente con el oro, cambio extranjero. convertible en oro y todos los demas activos del banco nacional de Cuba.
Pero fue insoportablemente tentador imprimir dinero de la nada. Y nos sumamos a la moda, todo los paises lo han hecho claro. Aunque ahora China que es el primer productor de oro a nivel mundial esta ademas comprando, al igual que Rusia cantidades enormes de oro. Sospecho que tarde o temprano volveremos al patron oro y no seria descabellado pensar que fuera en EU donde primero se respaldaria para evitar una debacle.
Recuerdo haberle preguntando a mi madre cuando era un niño si nos darian oro al ir al banco con un billete dispuestos a cambiarlo, yo era un niño jodedor si. Su respuesta fue un ¡No!, a mi insistencia de: ¿por qué no? Me dijo: ¡porque eso no es asi! Todavia me quedaban fuerzas para insistirle a mi madre: Mami pero si lo dice ahi. Y me respondia con esa mirada dulce de sus ojos verdes.
Se notan los cambios en Cuba, veo que Celima Bernal escribe en Juventud Rebelde.

Bilbo Bolson.
Octubre, 2013

viernes, 11 de octubre de 2013

Creer sin agradecer.



Lucas 17: 11-19

El relato comienza narrando la curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos. 
Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente: podrá vivir de manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita encontrarse con Jesús.
Vuelve alabando a Dios a grandes gritos. Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo puede tener su origen en Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del que habla Jesús. No lo olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios. Lo alabará gritando con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente amado por él.
Al encontrarse con Jesús, se echa a sus pies dándole gracia. Sus compañeros han seguido su camino para encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús es su único Salvador. Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha encontrado el mejor regalo de Dios.
Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo ocurrido. No están dirigidas al samaritano que tiene a sus pies. Recogen el mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas.
¿No han quedado limpios los diez?.¿No se han curado todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido de Jesús? Los otros nueve, ¿dónde están. ¿Por qué no están allí? ¿Por qué hay tantos cristianos que viven sin dar gracias a Dios casi nunca? ¿Por qué no sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa nada nuevo para ellos?
¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios. ¿Por qué hay personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él? Y es que agnóstico en búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario que lo es solo por tradición o herencia. Una fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma.

José Antonio Pagola

viernes, 23 de agosto de 2013

Confianza, si. Frivolidad, no.



Lucas 13: 23-24
           
La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la salvación eterna que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un final feliz; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: ¿Serán pocos los que se salven? Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.
Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.

José Antonio Pagola

miércoles, 14 de agosto de 2013

El que trae el fuego.



                                                                                                                                   
 Lucas 12: 49-53

En un estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras insólitas: Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ojala estuviera ya ardiendo ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su misterio de manera más ardiente y apasionada.
El fuego que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera. Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos? Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.

José Antonio Pagola

lunes, 12 de agosto de 2013

La tarea inacabada.

La tarea inacabada es la de nuestra vida. Eso no es una novedad. Todos los sabemos. Llegará el día en el que nuestros ojos se cierren para siempre y nuestro cuerpo vuelva al polvo del que fue tomado. Entonces, todo se habrá acabado. Nuestra vida aquí en la tierra habrá quedado fijada para siempre, un recuerdo a olvidar. Antes de que pase una generación sólo seremos un nombre en un registro que nadie lee. Pero –y esta es nuestra esperanza- estaremos en la memoria y en la realidad de Dios.
Ahora bien, este momento final de la vida todavía no ha llegado y no tenemos ninguna prisa en que llegue. Estamos aquí y la tarea inacabada no es esperar el fin de la vida, sino perfeccionarla, sacarle todo el jugo posible, gozarla, hacerla plena y gozosa. Es vida de Dios y mientras El nos la dé, hemos de vivirla en el gozo y la libertad de los hijos de Dios.Esto no es siempre posible. La vida, la gozamos y la padecemos al mismo tiempo. Tiene luces y sombras, sonrisas y lágrimas. Cada uno de nosotros sube al tren de la vida en lugares diferentes y la vivimos de manera diferente. Unos tienen todas las comodidades de los pasajeros de primera y otros viajan agarrados a los estribos, a punto de caer. Aquí no valen leyes ni derechos. Las cosas con como son y no encontramos ninguna explicación a todo ello.
Pero, lo que Pablo nos dice en su carta a los Romanos capítulo5 es que, para el creyente, hay un ahora que está marcado por el amor de Cristo. Es un ahora en la debilidad y en el dolor, pero que está lleno de oportunidades. La vida es una tarea que nunca se acaba, un esfuerzo que nunca se ha de dar por inútil. Es la tarea de dar contenido y sentido a la vida. Pablo empieza con su realidad: la aflicción y la tribulación. Pero no las ve como cosas negativas, sino como oportunidades de crecimiento. E, incluso, puede encontrar en ello motivos de gloria. La tribulación lo fortalece en la paciencia, sabiendo que, pase lo que pase, la victoria final será suya. Y esta seguridad le da fuerzas, calidad de vida, para vivir la esperanza en plenitud. Es toda una tarea de formación de una persona en la que todo es aprovechable. Una tarea que incluye tratar de ayudar a los que comparten su vida a su alrededor. Todo un programa de acción.
La tarea inacabada es la de mi vida. Mientras estoy aquí, tanto si las cosas son fáciles como si son difíciles, tanto si mi esperanza de vida es corta o larga, he de continuar la tarea, he de perfeccionar la vida, he de luchar para hacerla llena y que sirva de ayuda y de bendición a los que viven junto a mi, aprovechando todos sus recursos. Y estoy seguro que, en el momento en que El me la pida y la tenga inacabada, El mismo la perfeccionará y le dará un final en plenitud.

Pastor Enric Capó

viernes, 9 de agosto de 2013

La edificación de la iglesia.

Nunca diremos que nuestra iglesia es la única verdadera. Hay demasiadas que lo dicen. Hay demasiada gente que pretende ser poseedora de la verdad absoluta para que nosotros también lo hagamos. Esta es una característica de las sectas o de las actitudes sectarias, de la que hay tantas en nuestra sociedad. Nuestras cosas, por ser nuestras, nunca son totalmente verdaderas. Sólo podemos aspirar a ser aproximaciones a la verdad, sin ir más allá. Por tanto, cuando hablamos de nuestra iglesia, hablamos de aquellos que hemos sido llamados, en esta comunidad, a ser seguidores de Aquel que sí es la verdad y, todavía más, el Camino y la Vida.
La verdad nunca la poseemos. Podríamos decir que ella nos posee, en el sentido de que nos cautiva y nos invita a buscarla con todo el corazón. En nuestra comunidad, como en aquellas tan conocidas del Apocalípsis, El, Jesús, es el Testigo fiel y verdadero. Seguirlo a El es nuestra tarea y nuestra voluntad, aunque en este camino no todo son rosas ni victorias y, a veces, las tentaciones y las tribulaciones del mundo presente nos hacen tambalear.
La Iglesia es, pues, la comunidad de aquellos que han sido llamados por Jesucristo. Algunas denominaciones tratan de evitar la palabra iglesia, que es una transliteración de la palabra griega ekklesia que es la que usa el Nuevo Testamento. Hablan de la Asamblea, que es la traducción de la palabra mencionada, y esto parece correcto porque el rasgo a enfatizar es que hemos sido convocados. Cristo nos ha convocado, uno a uno, paso a paso, con aquella forma personal que tenía de hacerlo cuando estaba entre nosotros: Sígueme. Y lo hemos hecho. Hemos decidido hacerlo. El nos ha dado los medios y las fuerzas para decir sí y amen a su mensaje salvador.
Ahora somos discípulos. Los cristianos viejos y antiguos y los nuevos que entran en la comunión de la Iglesia. Todos nosotros. Unos tendrán más experiencias que otros, ocuparán lugares de mayor responsabilidad, tendrán ministerios a desarrollar o habrán descubierto dones del Señor  en su vida que ponen a su servicio. Pero, fundamentalmente, todos somos iguales: seguidores de Jesús. No somos sus mejores seguidores, pero queremos serlo. Nuestra tarea es simplemente esforzarnos en el seguimiento de Jesús y pedirle día tras día la fuerza para hacerlo. Ninguno de nosotros es verdaderamente importante en la comunidad, aunque, por otro lado, todos lo somos. Nuestro centro es Cristo, el que nos precede y nos enseña a vivir.
Ahora bien, ser iglesia –recordémoslo- es ser comunidad. No somos cristianos aislados que van por su cuenta y se reúnen el domingo o entre semana para el culto. Hemos sido convocados por Cristo –ya lo hemos dicho- para que creemos un espacio de amor y de libertad. Y esto es importante recordarlo. La Iglesia es, aquí y ahora, el proyecto de Dios para este mundo. No es su proyecto final. Cuando llegue el fin, se acabe la historia y haya pasado este mundo, veremos el Reino de Dios: la nueva sociedad presidida por la justicia y la solidaridad. Es, y será, su Reino. El libro del Apocalipsis lo llama la Nueva Jerusalén, que baja del cielo. Pero ahora, en este tiempo presente de lucha, tiempo provisional de la paciencia de Dios que nos invita al arrepentimiento y a la fe, su proyecto es la iglesia. No tanto una gran iglesia estructurada universalmente presidida por jerarquías y con un gran aparato burocrático. El proyecto de Dios es la comunidad cristiana, la iglesia local, donde primero han de aparecer los signos distintivos de toda iglesia que tenga a Cristo como centro y cabeza. Una iglesia católica en el sentido de universal que tiene esta palabra, es decir, abierta a todo el mundo. Una iglesia apostólica, en el sentido de que en su seno se conserva con fidelidad la doctrina que ellos, los apóstoles, nos transmitieron y tenemos en la Biblia. Una iglesia santa. No en el sentido de perfección humana, sino en el hecho de hacer punto y aparte del camino del mundo para inaugurar uno de nuevo. Empezar a caminar el camino de Cristo y hacer del seguimiento un espacio, un camino, una realidad en la que se ponga de manifiesto la obra transformadora de Cristo en el corazón de los hombres.
Por tanto, la iglesia y los que la formamos, hemos de tener muy claro que nos es preciso encarnar el evangelio en la realidad de cada día y que una comunidad cristiana sólo tiene sentido si en su vida diaria refleja de alguna forma la realidad hoy intangible, pero segura y cierta, del Reino de Dios.

Enric Capó

viernes, 2 de agosto de 2013

Allá afuera, en los campos, con Dios.

                                 Allá afuera, en los campos, con Dios.
                                 Las pequeñas preocupaciones que me inquietaban                        
                                 las olvidé ayer,
                                 entre los campos, por encima del mar,
                                 entre la brisa juguetona
                                 y el rumor de los rebaños,
                                 el murmullo de los árboles
                                 el canto de los pájaros
                                 y el zumbido de las abejas.

                                 Los temores ridículos de lo que podía pasar
                                 se me olvidaron también
                                 entre el césped lleno de trébol
                                 y el heno recién segado,
                                 entre el susurro del trigo
                                 donde se mecen las amapolas,
                                 donde mueren los malos pensamientos y nacen los nuevos,

                                 ¡allá fuera, en los campos, con Dios!

viernes, 26 de julio de 2013

Tres llamadas de Jesús.



Lucas 11: 1-13
           
Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá. Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes. Pedir es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. Buscar no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. Llamar es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: el que pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre. Jesús no dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran lo que andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas buenas”.
Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de todos los tiempos. ¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino cosas buenas. Jesús saca rápidamente la conclusión: Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu Santo a los que se lo pidan. Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento que sostiene y salva nuestra vida.

José Antonio Pagola.


lunes, 22 de julio de 2013

Poema del amigo.

Se necesita un amigo.
No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.
Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.
Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.
Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.
Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.
Debe guardar el secreto sin sacrificio.
Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.
No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.
No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.
Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.
No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.
Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.
Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.
Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.
Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.
Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.
Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.
Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.
Se necesita un amigo para dejar de llorar.
Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.
Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos.
Vinicius de Moraes