miércoles, 27 de enero de 2010

La fe como drama: Martín Lutero

I. Introducción.
El siglo XVI significó en la historia del cristianismo una nueva división que afectó a la Iglesia de Occidente. Son muchas las causas que condujeron a ella: teológicas, eclesiales, sociopolíticas, económicas, culturales… sin que ninguna de ellas, realmente, se baste por sí misma para dar total razón del fenómeno de la Reforma. Ello no impide que, en la línea marcada por autores como Congar, Lortz y Léonard, entre otros, advirtamos en la misma un movimiento esencialmente religioso y una tentativa de renovar la vida creyente retrotrayéndola a sus orígenes.
El alma y el carácter de la Reforma van a recaer en el hijo de un empleado de un establecimiento minero de cobre en el condado de Mansfeld, un joven agustino de sólida formación académica, catedrático de Sagrada Escritura en Wittenberg: Martín Lutero (1483-1546).
Durante siglos, la figura de Lutero ha constituido un auténtico signo de contradicción. Para los católicos fue durante mucho tiempo el hereje por excelencia. Las tradiciones nacidas de la Reforma, en cambio, lo celebran como el gran héroe de la fe, cuando no, el gran héroe nacional. Tal antagonismo no responde a la realidad de hoy. Juan Pablo II reconoció la profunda religiosidad de Lutero y nos invitó fraternalmente a una reflexión crítica y conjunta de su herencia ; el documento conjunto de la comisión mixta católica-romana y evangélico-luterana, elaborado con motivo del quinto centenario de su nacimiento, nos lo presentó como común testigo de Jesucristo (1983).
El presente artículo quisiera ir más allá de una lectura confesional del padre de la Reforma. Pretendo acercarme a su experiencia de fe y leer su teología como se lee a otros grandes teólogos de la historia. Ello exigirá no perder nunca de vista que, en Lutero, doctrina y vida se funden en un mismo abrazo. Su teología se elabora a la luz de una conciencia inquieta y apasionada. Es doctrina, pero es, además, un grito del corazón, un clamor que desgarra, serena e interpela.
Ya von Balthasar intuyó genialmente la historia de la relación entre el hombre y Dios como un drama, un juego de libertades que se encuentran y se dejan afectar mutuamente. Si ha habido en la historia hombres y mujeres que han vivido «dramáticamente» su relación teologal con Dios, uno de ellos es Martín Lutero.
II. El monje
Martín Lutero nació en Eisleben, el 10 de noviembre de 1483. Crece y fue educado con cierta severidad en un ambiente de religiosidad tradicional, quizá, como advierte García Villoslada, demasiado externa y formalista . Su padre quiso que estudiara leyes, estudios que abandonó, apenas comenzados, para ingresar en el duro convento de los agustinos ermitaños de Erfurt en julio de 1505.
Merece la pena detenernos en este hecho, pues, al margen de algunos factores puntuales y casuales , su ingreso en Erfurt responde a una decisión profundamente religiosa y vital, resultado del encuentro de una conciencia inquieta en confrontación con una imagen de Dios exigente y majestuoso, fascinante y tremendo .
Desde su juventud, Lutero fue presa de la profunda angustia existencial de su tiempo: ¿soy digno de amor o de odio? ¿Cómo «hacerme» digno de mi Dios? (subrayo el verbo «hacerme») ¿cómo «librarme» de la concupiscencia y del pecado que siento siempre en mí? (nótese que subrayo aquí el –me) Ante esta desazón ¿acaso la Iglesia ofrecía a estas conciencias una salida mejor que la vida monacal? Dios es soberano y nosotros, pequeños, demasiado pequeños. ¿Qué mejor forma de poder ser acogido por Dios que abrazar una vida ascética?
“Yo mismo, dirá, fui monje durante quince años, sin contar la manera en que viví antes. He leído con celo libros y he hecho todo lo que he podido. Hubo momentos en los que no me consolaba de mi propio bautismo; no me bastaba pues siempre me preguntaba: ¿cuándo serás piadoso de una vez y harás lo suficiente ante un Dios que ha volcado sobre ti su gracia? Tales pensamientos me orientaron hacia el monacato y me atormentaron hasta sacrificarme con el ayuno, el frío y una vida severa” .
Dos años más tarde de su ingreso en los agustinos es ordenado sacerdote. Es cierto que la mayor parte de los monjes de su convento eran ordenados presbíteros. Pero para un hombre como Lutero esta vía se imponía. Mas la conciencia de la soberanía y majestad de Cristo, presente en la Eucaristía, va a suponer para el joven agustino una nueva fuente de sufrimiento. Cada día se acercará a la Eucaristía con temor y temblor. Inseguro del perdón de sus propios pecados, ni siquiera se atreve a sentirse sacerdote. Demasiado peso para un alma inquieta.
“Cuando celebré mi primera misa en Erfurt, al leer las palabras: «Te ofrezco a ti, Dios vivo y verdadero» me asusté tanto, que a punto estuve de abandonar el altar; y lo hubiera hecho de no haberme retenido mi preceptor. Y es que pensaba: ¿quién es con el que estás hablando? Desde entonces siempre celebré la misa con terror estremecido, y agradezco a Dios que me haya librado de todo eso” .
III. La crisis interior.
La entrada al convento no apaciguó el espíritu inquieto de Lutero. Se agota, nos dice él mismo, en ayunos, vigilias, sacrificios, y frecuenta hasta el escrúpulo el sacramento de la penitencia. Pero ni sus ejercicios ascéticos, ni su contrición, le otorgaban ninguna certeza . Convencido de su condición de pecador y de la imposibilidad de ganar o merecer la salvación, el temor y la desesperanza invaden su propia experiencia de Dios.
“Yo no creía en Cristo, le tenía por un juez severo y terrible, tal como se le pinta en su trono bajo el arco del cielo” . “Al solo nombre de Jesucristo, nuestro Salvador, temblaba yo de pies a cabeza” . “Yo, bajo el papado, huía de Cristo y temblaba de oír su nombre, pues la idea de Cristo que yo guardaba en mi corazón era la de un juez a quien debía dar cuenta en el postrero día de todas mis palabras y obras” . “A pesar de que mi vida monacal era irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con la conciencia la más perturbada, y mis satisfacciones resultaban incapaces para conferirme la paz. No le amaba, sino que cada vez aborrecía más al Dios justo, castigador de pecadores” .
El mismo Lutero reconoce que llegó a pensar que Dios le había retirado su gracia. Fue entonces cuando su confesor, Staupitz, le reprochó: “Eres un necio. Dios no se enfada contigo, eres tú quien está enfadado con él (...)” .
Pero ¿cómo puede el hombre pecador situarse ante el tribunal de Dios? ¿Cómo hallar un Dios «de gracia»? La cuestión se torna radical y angustiosa si tenemos en cuenta el ambiente de temor religioso y existencial en el que se mueve Lutero .
En definitiva, ¿qué está en juego?: la relación entre Dios y el hombre, la posibilidad real de un encuentro salvífico con Él, la duda de saber si Él me ha elegido realmente o me ha reprobado, la gratuidad o no gratuidad de la fe. En definitiva, saber si puedo resistir «coram Deo» o no.
Ello implicará, como veremos, una imagen de Dios y una imagen del hombre. Lutero va cuestionar toda una teología y un modo de presentar a Dios más atento a Aristóteles que a la propia Escritura, una cuestión que sigue interpelando y nos alerta contra imágenes deformadas de Dios. ¿Realmente el Evangelio nos habla de un Dios a costa de lo humano, complacido en el dolor y del sufrimiento? ¿Realmente dibuja un Dios respuesta a nuestras angustias que termina siendo proyección de nuestros más oscuros deseos, frustraciones y necesidades, como pudo intuir Feuerbach? Lutero va a intentar recuperar a Dios que se nos ha dado en la exterioridad de la historia como «salvador» y en la interioridad de la conciencia como «consolador». Pero sólo Dios habla bien de Dios. No es de extrañar que sólo la Escritura fuera capaz de abrir una bocanada de aire fresco en la atormentada conciencia de Lutero.
IV. El encuentro liberador con la Palabra.
Al margen de la lectura apasionada que nuestro autor hará de San Agustín, otro hombre de corazón inquieto, o del místico alemán Tauler, no hay duda de que el Reformador halló la respuesta a sus clamores en el encuentro liberador con la Palabra, con la Palabra escrita, y, en ella, y desde ella, con la Palabra encarnada, Cristo.
Será en la Carta a los Romanos, y en la interpretación que de la misma da San Agustín en su tratado De spiritu et littera, donde el corazón inquieto de Lutero, consciente hasta el desgarro de la incapacidad ontológica y existencial del hombre para alcanzar su salvación, encuentre, en lo que él mismo experimentó como una gracia e iluminación espiritual, la única respuesta posible a esa pregunta vital que ha marcado toda su existencia. ¿Cómo hallar un Dios de gracia para mí? Sólo por la fe (cf. Rom 1,17), dirá, sólo por la confianza única en las promesas de la misericordia y la fe en Cristo; no hay más respuestas. Corre el año 1513.
“Yo estaba poseído, ciertamente, por un extraordinario anhelo de entender a Pablo en su carta a los Romanos, pero entonces se interpuso en el camino un solo vocablo, que se halla en el capítulo 1: «La justicia de Dios se revela en Él». En efecto, yo aborrecía esa palabra «justicia de Dios», que yo había aprendido a entender filosóficamente, según el uso y la costumbre de todos los doctores como si se tratara de la justicia formal o activa, según la cual Dios es justo y castiga a los pecadores y a los injustos. Pero yo… no amaba, yo aborrecía al Dios que es justo y castiga a los pecadores; y, con secreta, si no blasfema, pero sí ingente murmuración, estaba indignado con Dios y me decía: «como si no fuera bastante que los pobres pecadores, que se han perdido eternamente por el pecado original, estén cargados con toda clase de infortunios por el Decálogo, ¡Dios tuvo que añadir ahora sufrimiento al sufrimiento, y, por medio del Evangelio, quiso volver también su justicia y su ira contra nosotros!». Me hallaba así furioso con una cruel y consternada conciencia. Sin embargo, yo recurría llamando insistentemente a aquel pasaje de Pablo, y sentía ardiente sed de saber qué es lo que Pablo quiso decir.
Hasta que al fin, Dios se apiadó de mí, que estaba cavilando día y noche, y percibí la concatenación de los dos pasajes: «la justicia de Dios se revela en él», «conforme está escrito: el justo vive de la fe». Entonces, comencé a darme cuenta de que la justicia de Dios no es otra que aquella por la cual el justo vive del don de Dios, es decir de la fe, y que el significado de la frase era el siguiente: por medio del Evangelio se revela la justicia de Dios, en virtud de la cual Dios misericordioso nos justifica por la fe (...) Desde aquel instante, cuanto más intenso había sido mi odio anterior hacia la expresión «la justicia de Dios», con tanto más amor comencé a exaltar esa palabra infinitamente dulce. Así, este pasaje de Pablo en realidad fue mi puerta del cielo” .
Con este recuerdo, el recuerdo de un descubrimiento exegético fundante, Lutero contempla retrospectivamente la «experiencia original» que le impulsó a su labor reformadora. El Dios justo y misericordioso comparte, en la cruz de Cristo, Esposo fiel de una Humanidad necesitada de redención, su justicia con el injusto . No en vano, la justicia de Dios, al contrario de lo que pasa con nuestra propia justicia, es un continuo darse. La justicia de Dios define a Dios y ésta cobra rostro y deviene acontecimiento en Jesucristo.
Dos aspectos quisiera resaltar de este pasaje:
1. El cambio que Lutero descubre en la interpretación del concepto bíblico «justicia de Dios». El problema existencial y teológico del Reformador devendrá a su vez en un problema exegético: ¿cómo entender el concepto bíblico «justicia de Dios» y con él, la justicia del hombre? Dios es «justo», se nos dará a entender, no en el sentido de la justicia distributiva que da a cada uno lo suyo, sino siendo conforme a su propio ser. Si Dios es gracia, es justo cuando, en consonancia con su ser, practica la gracia. Si la justicia de Dios se revela en Jesucristo es que en Jesucristo se ha manifestado la misericordia y el amor gratuitos de Dios.
Por eso, la justicia de Dios es aquella por la cual Dios «declara justo» al impío y no le imputa su pecado manifestando así su bondad y entraña amorosa. Ciertamente, es justo juicio sobre el pecado, pero, ante todo, es promesa de amor y perdón que supera la palabra acusadora del juicio. Si Dios quiere ser «justo» conforme a su ser no puede ser sino misericordia. Si el hombre quiere ser justo debe reconocer su pecado y acogerse agradecido a la misericordia de Dios. La justicia de Dios, en lugar de ser la acción vindicativa del juez que castiga, se traduce en la iniciativa salvífica de Dios que justifica gratuitamente al pecador, en aquella rectitud que el Dios compasivo otorga al pecador (quien sólo necesita confiar en su Dios y creer firmemente en Jesucristo) y lo justifica.
2. La justificación del hombre, como todas las cosas importantes en la vida (el amor, la felicidad…), pertenece al ámbito del don, no de la conquista. Nada puede merecer el hombre ante Dios. No hay obra ni indulgencia alguna que pueda comprar o conquistar la redención. Al ser humano sólo le cabe la confianza, la fe en el amor misericordioso de Dios manifestado en la cruz de Cristo Jesús.
Esta confianza es la que sostiene uno de los puntos discutidos de la Reforma: la certeza de la salvación, que, en las actuales interpretaciones del pensamiento del Reformador, no es tanto una seguridad basada en una reflexión sobre el propio estado de gracia, como la confianza incondicional en la validez de la promesa del perdón de los pecados que nos alcanza en Cristo Jesús, nuestro Redentor. Dudar aquí significaría negar a Dios como fundamento fiable de salvación.
El problema radica en si pongo el acento en mi fe subjetiva, es decir, en el acto de creer, aseverando que «en cuanto que yo creo, me salvo», con lo cual convertiríamos la fe en una obra más que pudiera merecer o intentar conquistar la justificación, o en la fe objetiva, es decir, reconocer que no tengo más seguridades que Cristo. La única forma de salvarse es no pretender controlar si estoy salvo o no, sino abandonar confiadamente mi redención en manos de Dios y confiar en su promesa.
De esta forma, la justificación «sola fide» deviene en justificación «propter Christum». Sólo por la imputación extrínseca de la justicia de Cristo, recibida por la fe, el hombre es justificado, siendo «simul iustus et peccator». Aquí radica el corazón del Evangelio, el primer y el principal artículo de la fe, el «articulus stantis et cadentis ecclesiae».
Pero las observancias religiosas, y el significado que la iglesia papal les daba habitualmente, habían obscurecido, a juicio del Reformador, el evangelio de la justificación por la fe. El problema vital y existencial, teológico y exegético, que encierra la pregunta por la salvación desembocará, finalmente, en un problema eclesiástico a través de las tomas de posición de Lutero en la predicación de las indulgencias. El detonante, como bien sabemos, fue la predicación de Juan Teztel, impulsada por Alberto de Brandeburgo, sobre las indulgencias que había concedido León X para la reconstrucción de la Basílica de S. Pedro. Este hecho provocó la crítica de Lutero, desatando el debate de su conciencia interior y un largo proceso de diatribas, intentos de diálogo, condenas mutuas y distanciamiento. Siguiendo una costumbre universitaria, con la publicación el 31 de octubre de 1517 de sus noventa y cinco tesis, desafió a otros doctores a defender la validez y legitimidad de aquellas prácticas. A la luz de Rom 3,28, este profesor de Sagrada Escritura de Wittenberg, especialista en Romanos y Gálatas, va a dejar clara su postura: la justificación y el perdón de los pecados vienen tan sólo por medio de la fe en Jesucristo.
Para Lutero, su impugnación no solamente estaba de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, con la que no tenía intención de romper, sino que estaba convencido de que ahí se jugaba la esencia del Evangelio, y, en consecuencia, el ser y la identidad más profunda de la Iglesia. La idea, por tanto, de una ruptura con ella no entraba en los planes del Reformador. Él quería la reforma de la Iglesia, liberarla de las cautividades babilónicas en las que se veía envuelta por errar la mirada, por prestar más importancia a la autoridad del papa y de Aristóteles que a la propia Escritura. La Iglesia no podía obviar que sólo por la gracia y la fe que tenemos en la obra salvadora de Cristo, y no debido a nuestros méritos, somos aceptados por Dios. Su intención, interpretada como un problema «de» y «con» la autoridad, no sería comprendida ni por las autoridades religiosas y eclesiásticas en Alemania, ni más tarde, por Roma .
V. Sola cruz, solo Cristo.
A partir de aquí, Lutero no quiere reconocer más autoridad que la Palabra y no quiere mirar más allá de la cruz de Cristo.
Martín bebe de una experiencia vital a la que no son ajenos sus grandes maestros: Pablo y Agustín. Y, en cierta manera, el Reformador va a vivir su personal camino de Damasco.
Pablo en su camino de hombre autónomo, que había puesto su confianza en sí mismo y en sus títulos humanos, se encontró con el Crucificado, en quien antes sólo había visto una maldición de Dios, y percibió con claridad el misterio de amor que encerraba la entrega de Jesús por nosotros. Antes de su encuentro con el Resucitado, podía presumir de cualquier cosa: fariseo, de buena cuna, cumplidor, celoso de Dios… (Flp 3,4ss). Ahora, ha descubierto su verdad: su pequeñez y su grandeza de hijo amado. A partir de ahora sólo puede gloriarse y poner su orgullo en Cristo (Flp 3,3).
Algo parecido sucede con el obispo de Hipona. Su fuerza es su saber, pero hay algo que no dicen los libros. “Que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, dirá, no lo leí allí… Que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de esclavo, hasta la muerte en cruz… no lo dicen aquellos libros… que murió, que no lo perdonaste, sino que lo entregaste por nosotros… no se halla allí” . “Yo buscaba el medio de adquirir fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte, pero no había forma de hallarla que no fuera abrazándome con el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es sobre todas las cosas Dios. Él es el Camino, la Verdad, la Vida… pero yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa pudiese ser maestra su flaqueza” .
Como en el caso de san Agustín, será el encuentro con la Palabra, de la mano de la Carta a los Romanos, el que conduzca a Martín Lutero a abrazarse a la cruz de Cristo como el único leño capaz de conducirle por las difíciles aguas de la vida y de la fe. Y en este abrazo, el Reformador percibe la hondura del misterio que entraña el Crucificado hasta poder decir con Pablo: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). No tenía que demostrar ni merecer nada. De poco servía ya buscar seguridad en sus prácticas ascéticas o en su saber. Basta con consentir y confiar.
Este hallazgo ilumina la experiencia de la fe y le dota de un significado nuevo y, sobre todo, existencial. La fe es una unión con Cristo que Lutero describe con gusto con metáforas amorosas y matrimoniales, recogiendo la idea patrística del intercambio. “La fe [dirá] no entraña sólo la grandeza de asimilar el alma a la palabra de Dios, sino que también la une con Cristo como una esposa se une con su esposo. Bienes, felicidad, desgracia y todas las cosas del uno y del otro se hacen comunes. Lo que pertenece a Cristo se hace propiedad del alma creyente, lo que posee el alma se hace pertenencia de Cristo. Como Cristo es dueño de toda felicidad y bien, el alma es señora de ello, de la misma manera que Cristo se arroga todas las debilidades y pecados que posee el alma. Ved qué trueque y qué duelo tan maravilloso. Por el anillo nupcial Cristo acepta como propios los pecados del alma creyente. Los pecados se sumergen y desaparecen en él, porque mucho más fuerte que todos ellos es su justicia insuperable. Por las arras, es decir, por la fe, se libera el alma de todos sus pecados y recibe la dote de la justicia eterna de su Esposo” .
Lutero va a enfatizar el «pro nobis» de la cruz hasta el punto de que no va a importarle tanto Dios «en sí» como el Dios «para nosotros», mi salvador, mi consolador. Dios va a ser solo real en Cristo, cuyo nombre es Emmanuel, Dios con nosotros, dado por nosotros, perdón de nuestros pecados. La teología deviene cristología, pero una cristología existencial. Es el estudio de cómo Jesús es «mi Jesús», el que me reconcilia con Dios, el «beneficio» de Dios para mí que soy pecador. Basta con contemplar su rostro para conocer de antemano la respuesta a la pregunta suprema del hombre: ¿me mira Dios con ojos amorosos? ¿Puedo contar con su perdón? “Con tal que me salve, dirá, ¿qué más da que tenga una o dos naturalezas?”.
Con ello, devuelve la teología y la experiencia de fe a su punto de origen: la historia siempre contemporánea de Dios con el hombre, con cada hombre y mujer, que tiene en la cruz su punto culminante, de consumación, hermenéutico. Es en las llagas de Cristo donde hay que mirar . Frente a la lógica de la escolástica, Lutero gira hacia la Biblia y la mística para, desde ahí, recuperar a Cristo Jesús como «mi salvador». En palabras de González de Cardedal, “Lutero reduce la teología a cristología, ésta a soteriología, ésta a estaurología (cruz), y la antropología, a martiología (pecado)” .
No es de extrañar, por tanto, que Lutero cierre las puertas a todo acceso a Dios que no nazca del encuentro con la Palabra y del leño de la cruz: Sola Escritura, Sola gracia, solo Cristo, sola cruz.
No hay acceso a Dios al margen de la Palabra y al margen de Cristo crucificado. La Humanidad sólo puede conocer a Dios en el lugar preciso donde la tangente divina toca el círculo humano: la encarnación de la Palabra eterna. Su condena de la teología natural y de la escolástica apunta en la misma dirección: el hombre con su razón se engaña si pretende atrapar a Dios por medio de ella, como si pudiera agotarse su misterio en nuestros pobres conceptos. La realidad de Dios se resiste a ser objetivada en categorías filosóficas y a ser manipulada por la razón que termina por ontologizar y despersonalizar la faz divina. Sólo el Dios de la Escritura es un Dios personal, con rostro, con entrañas. El hombre es incapaz de acceder a Dios, ni siquiera a través de las criaturas o de su propia subjetividad, si Éste no se hace el encontradizo por medio de su Revelación en Cristo. Lo contrario es un Dios a nuestra imagen y semejanza en quien terminamos proyectando nuestros más oscuros deseos y frustraciones.
Por eso, la fe en Cristo Crucificado es realmente el único acceso a Dios. Sólo ella excluye la idea de un Dios manipulado, creado a imagen y semejanza del hombre. Sólo ella respeta la suficiencia reveladora y soteriológica de la cruz de Cristo, sólo ella permite a Dios ser Dios. Ciertamente, lo específico cristiano del encuentro con Dios radica en que éste acontece por y en Cristo. No se trata de un medio más, sino del único posible. Buscar a Dios fuera de Cristo es perderle.
En Cristo, el Dios «escondido» sale al encuentro de lo humano para convertirse en el Dios «revelado» «salvador», si bien su desvelamiento asume la paradoja de la cruz. El Dios revelado sigue siendo, no obstante, un Dios «escondido» porque es un Dios crucificado. La revelación de Dios se lleva a cabo en la dialéctica. Dios permanece encubierto en su descubrirse y sólo puede captarse en la fe en Cristo.
VI. Dios y el hombre. Gracia y pecado.
Visto esto, quisiera resaltar algunas cuestiones que, según mi parecer, están en el fondo de la experiencia de fe de Lutero. Veamos.
1. En primer lugar, percibo un angustioso y dramático clamor de liberación: liberación, por una parte, de una imagen de Dios fascinante y tremendo, tal como intuyó Rudolf Otto, ante el cual el ser humano, profundamente pecador, es incapaz de resistir. Por otra, necesidad personal de liberación del pecado, aunque sea, al menos, de la imputación forense de ese pecado. El drama del ser humano lo revela incapaz de liberarse por sí mismo. Necesita ser liberado «por otro». Mas su desdicha es tan grande y la amenaza de la muerte, salario del pecado, tan poderosa, que su Salvador sólo puede ser Aquel que sacó de la nada cuanto existe. En ningún otro hay salvación (Hch 4, 12). Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, manifestada en Cristo, Dios no me imputa mi pecado. Aunque no pueda merecerlo, por favor suyo, puedo sostenerme «coram Deo» y vivir.
En consecuencia, Lutero se opondrá con fuerza tanto a una reducción metafísica del problema de Dios y a imágenes deformadas que presentan de Él un rostro sádico, manipulable y mercantil, como a una reducción voluntarista, individualista y moralista de la experiencia cristiana que pretende insinuar que el hombre debe merecer su salvación, equivocándose de raíz, ya que, por mucho que lo intente, «no puede».
2. Pertenece al carácter soberano del Evangelio de la justificación abrir un horizonte de gracia para el hombre. Nuestro valor como seres humanos no depende de lo que hagamos. Ya antes de que nosotros hagamos nada, somos acogidos y aceptados. Contemplar al ser humano desde el punto de vista del «ser», y no del «hacer», nos libera de las mentiras de la vida y de la amenaza del sinsentido, y nos capacita para la solidaridad y la misericordia. El «hacer» no define al hombre, sólo el «ser»; ahí radica su verdad más íntima .
En definitiva, la doctrina de la justificación constituye la afirmación e insistencia en la primacía absoluta de la persona por encima de sus obras en todos los órdenes de la vida. Estar justificado significa ser una persona irrevocablemente reconocida. Ahora bien, el que vive desde la justicia de Dios respetará también en el otro a una persona reconocida y aceptada irrevocablemente por Dios con anterioridad a todos sus éxitos y fracasos. Lo que decide acerca de un hombre no es lo que él hace de sí mismo, sino lo que Dios hace en nosotros.
Todo esto libera al hombre de actitudes prometéicas que le obligan en cierta medida a «conquistar» o «comprar» su salvación. La justificación pertenece a ese orden de cosas, como la felicidad y el amor, que se nos escapan cuando pretendemos apropiarnos de ellas por nuestras propias fuerzas. Perteneciendo a un ámbito de «relación» se mueven, más bien, en la dinámica del don.
3. No obstante, si es peligroso acentuar la praxis como criterio definitorio de lo humano, obviarla por completo puede desembocar en el drama de la «no libertad del hombre para hacer el bien», en el pesimismo de aquel que, herido por el pecado en su raíz, no es capaz de ser «sujeto de su historia». Detengámonos en esta cuestión.
Lutero acierta, en verdad, en tomar conciencia de la realidad dramática del pecado al ubicarla en el lugar que le pertenece: no en el de la mera trasgresión de la ley, totalmente insuficiente para aprehender el pecado en su más profunda identidad, sino en lo más íntimo y radical de la relación con Dios. El pecado es, ante todo, ruptura de esa relación, falta de temor de Dios y de confianza en Él, concupiscencia que se rebela autosuficiente y orgullosa ante Él. En palabras de Agustín, un movimiento de aversión a Dios, «motus aversionis a Deo» .
Este movimiento engaña al ser humano sobre su propia identidad y vocación, y lo encierra sobre sí mismo ahogándolo en su finitud. El pecado desfigura lo verdadero, desfigura el bien, y desfigura al mismo Dios convirtiéndolo en un ídolo. “La naturaleza del pecado, dirá Lutero, consiste en no querer ser pecado” . De hecho, “sin fe no somos capaces de admitir que somos pecadores” . El mismo pecado oculta con falsos pseudónimos su realidad ante nuestros ojos. Sólo la Palabra, el Evangelio, y la fe pueden ayudarnos a asumir e integrar nuestra propia realidad . Sólo la Palabra perdonadora del Evangelio, al vencer el mal, lo identifica realmente como mal.
En lugar de desestimar el poder del pecado, Lutero reconoce su acción y poder hasta el punto de contemplar al ser humano como siervo y actor del pecado. Más aún, agudizará la doctrina agustiniana del pecado original presentando el pecado de origen como un pecado personal, en cuanto expresa el cautiverio de su existencia. Todos somos, en cierta manera, Adán, y todos llegamos a serlo un día responsablemente. La naturaleza humana se halla bajo el poder del mal y está corrompida por él. Incluso en la nueva situación del justificado, se mantiene la paradójica afirmación «simul iustus et peccator». Mi yo justificado, aunque estimado justo, es y sigue siendo «in re» pecador , si bien mi realidad de pecador condenado se trueca en la del pecador que ha sido agraciado, aceptado, acogido .
El pecado, aunque es mi acción, determina mi ser, hasta el punto de que todo lo que hago por mis propias fuerzas, «al margen de Dios», es pecar. “Soy una masa de condenación desde mi primer comienzo” .
No pasa desapercibido que dicho planteamiento ha ido a la par de la voluntad de acentuar la independencia, suficiencia y soberanía de la gracia de Dios que no necesita ser completada ni por el hombre ni por la Iglesia, así como el valor de la única mediación salvífica de Cristo. Sin embargo, paradójicamente, el pesimismo antropológico que pueden encerrar ciertas interpretaciones clásicas de la doctrina luterana de la justificación deviene en pesimismo teológico al ahogar el Misterio de Dios en la propia estrechez de nuestra finitud. Si el don de Cristo para Lutero es la no imputación del pecado y no la divinización y transformación, que nos sería ontológicamente imposible, deberíamos preguntarnos: Nuestra finitud ontológica ¿imposibilita la divinización por obra gratuita del Espíritu? ¿también para Dios resulta ontológicamente imposible nuestra divinización?
El principio de la «sola gracia» hablaría entonces de una gracia que es sólo una actitud amistosa de Dios pero sin fuerza, que es sólo una benevolencia misericordiosa y disculpadora de Dios frente a los hombres, pero no un beneficio real y de ayuda de Dios al hombre, al negar que pueda transformarle realmente y renovarle de tal forma que pueda evitar el mal y hacer el bien. De ser así, la gracia de Dios devendría en una gracia barata que deja indiferente al hombre conduciéndolo a una pasividad ética que hace vacía la obligación de hacer el bien, el decálogo, el mandamiento del amor, o las mismas exhortaciones paulinas a cambiar para una nueva vida .
En definitiva, es mucho lo que está en juego. Y es que preguntarnos hoy por la justificación, preguntarnos por la experiencia de fe de Lutero, significa plantearnos:
1. El eterno problema de la relación del hombre con Dios, de la criatura con su Creador, la sinergia de ambos en libertad. Hans Küng, en su estudio de la teología de Karl Barth advertía del riesgo de minimizar a Dios al minimizar al hombre, pues ¿no se merma el honor de Dios con la merma del honor de su criatura? Si tomamos en serio tanto el misterio de la persona humana, criatura, ciertamente, pero llamada a ser compañera de Dios, como el misterio de la encarnación en Cristo debemos plantearnos si debe menguar el hombre para que Dios crezca o si, por el contrario, en palabras de Ireneo, la gloria de Dios es que el hombre viva, porque Dios es la vida del hombre. ¿Puede servirse Dios de lo humano, precisamente para salvar al hombre y lo humano?
2. En segundo lugar, la cuestión de la justificación nos sitúa ante la difícil cuestión de nuestra autonomía como criaturas y de la relación entre naturaleza y gracia, el sentido de la economía salvífica, o el papel que juega y está llamado a jugar el ser humano, incluso la misma Iglesia, en la Historia de la Salvación.
3. Es plantearnos ante todo qué significa Dios para nosotros hoy, qué significa para nuestra vida creer en un Dios misericordioso, cuál es «coram Deo» el sentido de nuestra vida. Es cierto que no podemos conquistar nuestra propia felicidad, así como nuestro valor personal no depende de nuestras obras sean buenas o malas. El amor de Dios es previo. Somos amados, luego existimos. En su amor vivimos, nos movemos y existimos. Su amor es nuestro origen, vigor y destino. Nos da la vida y también la renueva y la culmina.
La Declaración conjunta luterano-católica sobre la justificación de 1999 da fe de un amplio consenso en este punto, declarando que lo que hoy nos diferencia en esta cuestión no es causa de ruptura entre las Iglesias. “Juntos confesamos que la gracia de Dios perdona el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder avasallador del pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo” .
VII. Legado y misión.
Quisiera terminar con palabras del documento Martín Lutero. Testigo de Jesucristo (1983) elaborado por la comisión mixta católico romana/evangélico luterana. Son palabras que apelan a la experiencia de fe del Reformador, con sus luces y sombras, a su profunda religiosidad, y a su búsqueda honesta y abnegada del Evangelio, para descubrir juntos, críticamente, una herencia que puede ser común porque quiere beber de la fuente misma del Evangelio y de nuestra más antigua tradición y fe compartida. Sirvan como colofón y conclusión a nuestra reflexión sobre una experiencia de fe, vivida ciertamente como drama, que a nadie dejó indiferente, y cuya herencia, hoy, no necesariamente tiene que ser camino de división sino oportunidad para crecer juntos. Basta con atrevernos a buscar conjuntamente, en caridad y sin prejuicios, la verdad de la historia, sin miedo a reconocer la culpa allí donde exista y sin miedo a buscar juntos el rastro y el rostro de Dios en los acontecimientos. Bastaría con atrevernos, hoy, a dirigir nuestra mirada, en actitud de diálogo fraterno, a Aquel que es nuestra fuente, sin miedo a contrastar juntos nuestra experiencia con su Palabra y con esa Tradición viva de la Iglesia antigua que sigue viva y latente en nuestras comunidades. Por ese camino, vamos ya, con la fuerza del Espíritu, caminando. Por ese camino podemos aprender juntos de la experiencia de nuestros testigos de la fe.
“Nos es posible hoy día apren¬der juntos de Lutero. «Él puede ser nuestro maestro común en la afirmación de que Dios tiene que permanecer siempre como el Se¬ñor, y que nuestra respuesta humana más importante siempre tiene que ser la absoluta confianza en Dios y nuestra adoración a él» (Cardenal Willebrands)”. Como teólogo, predicador, pas¬tor, compositor de himnos y hombre de oración, con extraordinaria fuerza espi¬ritual, Lutero ha testimoniado renova¬damente el mensaje bíblico del regalo de Dios de la justicia liberadora y lo ha hecho resaltar. Lutero nos dirige hacia la priori¬dad de la Palabra de Dios en la vida, en¬señanza y servicio de la Iglesia. Nos llama a la fe que es absoluta confianza en el Dios que en la vida, muerte y resurrección de su Hijo ha mostrado que Él mismo es misericor¬dioso con nosotros. Nos enseña a entender la gracia como una relación personal de Dios con el ser humano, la cual es incondi¬cional y nos libera del miedo a la ira de Dios y para el servicio del uno al otro. Testifica que el perdón de Dios es la única base y esperanza para la vida humana. Nos enseña que la unidad en lo esencial permite las diferencias de cos¬tumbres, orden y teología. Recuerda a los teólogos que el conocimiento de la misericordia de Dios se revela sólo en la meditación y la oración. Es el Espíritu Santo quien nos convence de la verdad del Evange¬lio, y nos guarda y fortalece en esta ver¬dad a pesar de todas las tentaciones. Nos exhorta a recordar que la re¬conciliación y la comunidad cristiana solamente pueden existir donde no só¬lo es seguida la "regla de fe" sino tam¬bién la "norma del amor'; que siempre piensa bien de todos, no sospecha, cree lo mejor de su prójimo y llama san¬to a todo el que haya sido bautizado" (Martín Lutero).
En su última confesión Lutero expre¬só su confianza y humildad reverente ante el misterio de la misericordia de Dios. Esta confesión, como su última voluntad y testamento espirituales y teológicos, puede ser una guía para nuestra búsqueda común de una fe unificada: «Somos mendigos. Esto es lo verdadero»”.

Ernesto Brotons
Zaragoza, 2009

Los pobres de espíritu.

Mt. 5:3
Domingo 31.01.10

Creemos que es la propia Escritura la que nos ayuda a traducir las Escrituras. Creemos que en el AT podemos encontrar las herramientas necesarias para interpretar las bienaventuranzas.

Habitualmente cuando decimos que alguien es pobre pensamos inmediatamente en que no tiene recursos materiales. P. e. los haitianos son pobres. Pero con alguna gradualidad, dado que el pobre no encontraba otro refugio que en Dios, la pobreza comenzó a tener implicaciones espirituales y a significar depender con humildad de Dios. Cuando en el libro de los Salmos se nos hace referencia al pobre que clama a Dios y que es incapaz de librarse por sí mismo y que por tanto busca en Dios la salvación se nos está describiendo un estado de pobreza espiritual.

Por tanto ser pobre en espíritu es reconocer nuestra pobreza espiritual, nuestra bancarrota espiritual delante de Dios. Ser pobre en espíritu es aceptar la idea de que somos pecadores y el juicio de Dios está delante de nosotros. Somos personas que no tenemos nada que ofrecer, nada que abogar, nada con lo cual podamos comprar el favor de Dios.

La oración del publicano en el templo, que Jesús nos narra como una parábola: Dios sé propicio a mí que soy pecador…es el idioma del pobre en espíritu. Decía Calvino: Quién se reduce a sí mismo a nada, y descansa en la gracia de Dios, es un pobre en espíritu. Pero esto, claro, es un mensaje políticamente incorrecto en nuestra cultura. Tenemos que pensar que somos algo porque tenemos cosas.

La bienaventuranza de esta mañana nos dice que a tales personas el reino de Dios les será otorgado. Y es que el reino de Dios que ofrece salvación es un regalo que recibimos gratis sin merecerlo. Y este tipo de regalo tiene que recibirse con humildad. No como algo que nos hemos ganado.

Es muy sintomático que Jesús inicié su discurso sobre el Reino de Dios hablando precisamente sobre los pobres en espíritu, contradiciendo a los juicios humanos de su época y a las expectativas nacionalistas del Reino de Dios.

La Palabra nos dice que el Reino les será dado a los pobres, no a los ricos. A los débiles, no a los poderosos. A los niños pequeños que aceptan las cosas con humildad, no a los soldados que se jactan de poder alcanzarlo con la fuerza. En los días de Jesús no entraron al Reino los fariseos que se creían puros y merecedores de la gracia de Dios, ni los zelotes que anhelaban imponer sus ideas políticas mediante la fuerza y la sangre; sino los publicanos y las prostitutas. Esta gente cómo no tenían nada que ofrecer a Dios le clamaron por misericordia y El les oyó.

Quizás un ejemplo escritural de lo que les expongo lo encontramos en el libro del Apocalipsis. Allí encontramos unas cartas dirigidas a algunas iglesias del Asia Menor, lo que hoy es Turquía y Grecia. Si leemos la que está dirigida a Laodicea, en Ap. 3: 17 encontramos lo siguiente:

Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

Esta iglesia visible, bien organizada, cristiana según sus fundadores en verdad no era cristiana en nada. Estaba autosatisfecha y era superficial. Sus miembros eran mendigos, ciegos y desnudos; según Jesús. Pero la tragedia de la iglesia de Laodicea, era que ellos no lo aceptaban ni se veían así. La iglesia de Laodicea se veía rica, no pobre, en espíritu.

En nuestros días, la condición única para recibir el Reino de Dios es reconocer nuestra pobreza espiritual. Y es que Dios sigue enviando a la gente rica a sus casas vacíos. Sin nada en las manos ni en el corazón.

Y es que la única manera de levantarnos hacia el Reino, de tocar al cielo, de elevarnos hacia donde Dios está es hundiéndonos en nosotros mismos.

Amén.

martes, 26 de enero de 2010

Estamos en facebook!

http://www.facebook.com/profile.php?ref=name&id=1499773167

Cosas que no se deben decir ni hacer y el problema del suicidio.

Taller de Oración.
Tema 11

I. Introducción.

Es el apoyo que recibimos de los familiares y amigos tras la muerte de un ser querido lo que nos ayuda a hacer soportable el dolor. Las terapias pueden ayudar; pero son los sentimientos los que nos consuelan.

II. Sugerencias.

Tras la pérdida hay cosas que nunca se han de decir:

a. Nunca se le debe decir a nadie, incluso a los niños que Dios lo ha llamado para que esté a su lado. ¿Cómo que Dios necesita a un hijo, a un hermano, o a una madre? ¿Para qué? La realidad es que Dios no necesita a nadie. Más bien somos nosotros quienes necesitamos a Dios. Me pregunto: ¿Qué concepto de Dios tendrá un niño que ha perdido a su madre o a su padre, porque ese Dios lo necesitaba a su lado? Cómo podremos amar a Dios si se lleva de nuestro lado a las personas que amamos. Esto nos sitúa en una disyuntiva: O Dios no los necesita a su lado o Dios es un egoísta.
b. No pida detalles relacionados con la muerte de la persona. Hacer volver a recordar a la familia detalles de la enfermedad o la muerte de un ser querido suele ser doloroso para ellos.
c. Nunca diga que Satanás es el responsable de la muerte de alguien. Según la Biblia no es así. Según el libro de los Salmos, capítulo 139, versículo 16 es Dios quien contó nuestros días y no Satanás. Satanás es un ser creado. Y la creación no ha de ser comparado con el Creador. En Romanos 8:38 se nos garantiza que nada nos puede separar del amor de Dios. Ni la muerte.
d. A las personas que no son cristianas no se les debe dar falsas esperanzas. Ni hablarles en categorías que ellos desconocen o rechazan.
e. No debe invitar a los que sufran a salir de casa insistentemente o a asistir a las actividades de la Iglesia para que no piense en su perdida. Las personas requerimos un tiempo para transitar el duelo y ese tiempo no lo imponemos nosotros.

III. El suicidio.

No podemos experimentar el dolor tras la pérdida por un suicidio. Sólo los que lo han soportado podrían describirlo, pero ya sabemos nuestros dolores son nuestros y de nadie más.

Tras un suicidio, y después del impacto emocional llegan las preguntas, esas compañeras de mente: ¿Podría haber hecho yo algo? ¿Por qué no me pidió ayuda? ¿Qué le pasaba? Son preguntas que la mayoría de las veces no tendrán respuestas. Pero preguntas para las que sólo Dios tiene respuestas.

Frente al suicidio me quedo sin palabras. Enmudezco. He perdido una amiga y aun cuñado en estas situaciones. Ahora sé que Dios sabía antes de que nacieran Sandra y Ramón que día partirían de nuestras vidas. Cuando alguien entrega su vida a Cristo no tenemos que temer, está en sus brazos.

No vale la pena sentirnos culpables, no somos responsables de las decisiones de otras personas. Cuando alguien ha decidido suicidarse no podemos hacer nada al respecto. En realidad lo único que nos demanda Dios es que le hayamos amado.

A veces me han preguntado si las personas que se han suicidado están en la presencia de Dios. Mi respuesta es enfática: si. Cristo murió por todos nosotros y lo que demanda es que le sigamos.

Jesús que nos deja llorar a cada uno de nosotros la muerte del ser querido de una manera distinta, también sabe y provee exactamente lo que conforta nuestro corazón.

El observador desapegado.

En términos espirituales, tener éxito significa ser capaz de permanecer estable, neutral y positivo frente a las diversas circunstancias y retos que se nos presentan. El éxito es la habilidad del alma en mantener un estado elevado en todas las situaciones.

Desarrollar una actitud espiritual y elevada requiere comprender y practicar una virtud a menudo incomprendida, pero esencial en nuestro desarrollo interno: el desapego.

Una práctica muy beneficiosa es la de posicionarnos como un observador desapegado. La actitud y el estado interno de un observador desapegado nos liberan de absorber las influencias de cada palabra, sentimiento y actitud, evitan que nos impliquemos en exceso en lo que está sucediendo y nos permiten transformar nuestras tendencias reactivas. Observar nos proporciona paciencia y claridad para pensar y actuar con precisión. Observar crea un foco interno que nos permite ver la realidad con mucha más objetividad.

Fortalecemos el desapego cuando comprendemos y practicamos la conciencia de ser un depositario. Tenemos una relación con todo lo que nos rodea. Obviamente, la relación que tenemos con las personas y objetos de nuestro entorno inmediato es más íntima que con el resto del mundo. Con frecuencia, la relación se vuelve en mayor o menor grado posesiva. En nuestras mentes pensamos que poseemos cosas como coches y casas, trabajos y proyectos, posiciones, y quizás incluso otras personas.

Lo que olvidamos es que no podemos poseer nada. Podemos cuidar, podemos usar, podemos disponer. Pero no podemos poseer. Como reza el dicho: cuando te vayas, no puedes llevártelo contigo. Y sin embargo, es la idea de posesión la que yace en la raíz de todos los miedos y conflictos. El miedo a la pérdida, el miedo a no poder conseguir lo que ya hemos decidido que es nuestro en nuestras mentes.

Por tanto, ¿qué relación mejor podemos elegir que se lleve todos nuestros miedos? La de ser un depositario. En el río de la vida, todo nos llega en confianza, para que lo usemos con sabiduría y después lo soltemos. La conciencia del depositario nos libera de la tensión de codiciar y almacenar. Vernos como depositarios de todo lo que recibimos, incluso de nuestro cuerpo, fortalece nuestra capacidad innata de cuidar de todo y de todos con amor y dignidad. Es un sentimiento mucho más relajante para relacionarnos con todo aquello (personas y recursos materiales) que tenemos el privilegio de recibir en la vida.

Finalmente, es con desapego y con la conciencia de un depositario, que podemos experimentar el amor de Dios. Del mismo modo que la rosa está desapegada de las espinas que posee y sigue esparciendo su fragancia, un alma desapegada desarrolla la capacidad de no influenciarse por las personas o circunstancias que la rodean. Su conciencia va más allá de las cosas limitadas y permanece en conexión con lo ilimitado.

El amor de Dios es ilimitado, no fluctúa y es constante. La belleza del amor de Dios es que proporciona al alma la experiencia de todos los logros. Pero para lograrlo, es necesario practicar desapegarse de todas las influencias limitadas y permanecer absorto en los logros espirituales ilimitados. Tales logros son los que permiten al alma acumular fortaleza, felicidad y amor espiritual, entre otros muchos tesoros.

Autor desconocido.
Enviado por Mercedes Arias.

El miedo.

Josue: 1

Se me hace un poco extraño no ocupar hoy mi habitual asiento en el banco de la iglesia. Aunque tengo que reconocer que tampoco me resulta incomodo estar aquí, al otro lado, de pie, viendo tan claramente todos estos rostros conocidos y atentos (será porque estoy en familia).

El tema que he elegido para compartir lo he echo por dos motivos: El 1º porque lo conozco (crecí engordando en inseguridad y miedos a falta de palabras de ánimo y afecto durante mi niñez) y el 2º porque creo es un tema de interés para todos, que nos afecta a todos. A lo largo de esta semana he preguntado a varias personas acerca de sus miedos y ésta lista es el resultado de las respuestas:

- A la Soledad
- A No ser aceptados
- Al Rechazo
- Al Abandono
- A la Burla
- A Perder a un ser querido
- A Quedarnos sin trabajo
- Al Maltrato
- A la Violencia
- A Hacer el ridículo
- A la Enfermedad
- A Que nos hagan daño
- A la Muerte
- A la Hostilidad
- A Cambiar costumbres o maneras de pensar
- A la Oscuridad
- A Coger responsabilidades
- A Lo desconocido
- A Relacionarnos con los demás
- A Que descubran nuestros secretos
- A Que no nos quieran
- A Defraudar
- A la Depresión
- A las Dependencias…

Echemos un vistazo al primer capitulo de Josue: Al leerlo podemos apreciar, como a pesar de que la historia no nos cuenta que él manifestara miedo, tanto por el contexto en el que se desarrollan lo hechos, como por las palabras que Dios le dedica, que el momento era de temor… Moisés (todos sabemos lo que representaba para el pueblo) había muerto y Josue hereda la misión de conducir al pueblo de Dios cruzando el Jordan hasta llegar a la tierra prometida… y Dios le dice, vers, 6: “Solo te pido que te esfuerces y seas valiente” ¿Valiente?

¿Qué es ser valiente? En mi opinión valiente no es aquel que no tiene miedo, eso solo es lo que nos cuentan en las películas, si no el que teniendo miedo, no le impide buscar una solución tantas veces como sea necesario… si ésta no sirve, otra y otra y otra… El miedo no controla su vida, no le rinde.

Lo cierto es que el miedo en sí no es un problema, al fin y al cabo, nos mantiene atentos ante posibles peligros y poder así evitarlos… El problema comienza con nuestras reacciones ante él, me refiero por ejemplo: A la queja (que cansina y dañina es), o la costumbre de echar la culpa a los demás (Yo recuerdo haberlo hecho con mis padres, y bueno, todo tiene su tiempo y tarde o temprano tienes que ser tú quien decida que hacer con lo que hay en tu vida. Otra es la parálisis, el miedo nos paraliza y nos deja fuera de juego ¿cuantas cosas habremos dejado de hacer…? Pero retomemos

¿Qué me esfuerce? Si retrocedemos al vers. 2 leemos: Mi siervo Moisés ha muerto, ahora pues, “levántate”. Si Josue creía que le iban a dar las instrucciones pertinentes sentadas y tomando notas, estaba muy equivocado. Hay que ponerse en marcha para que Dios pueda guiarnos. Recuerdo que no mucho tiempo después de haber tomado la decisión de seguir estos caminos, vi como dolorosamente se me caía uno de esos mitos heredados. Dios no nos va ha sacar las castañas del fuego, podría, pero no lo va ha hacer, no va a cogernos las castañas para que no nos quememos.

¿Cómo puede Dios permitir que nos quememos? ¿Qué suframos? Sé que no le gusta que suframos, ni que tengamos miedo, ni dolor… La primera vez que aparece en la biblia el miedo son palabras que pronuncia Adán “Te oí y tuve miedo

En el principio no existía nada de esto que tanto nos molesta, y en el futuro según sus promesas tampoco existirá. Así que si lo permite tiene que haber una buena razón. Yo como madre entiendo perfectamente que el exceso de protección hace que ni madures ni aprendas muchas de las cosas necesarias para andar en el día a día y, como creyente entiendo que él ve más allá de nuestro reducido circulo de visión y nos prepara para algo que nosotros no logramos apreciar.

No nos saca las castañas del fuego, pero… si seguimos leyendo… “Así como estuve con Moises estaré contigo, no te dejaré ni te abandonaré…medita en todo lo escrito porque entonces harás prosperar tu camino…No temas ni te acobardes porque el Señor tu Dios estará contigo donde quiera que vayas… solamente sé fuerte y valiente.

No nos saca las castañas pero…
-Nos fortalece
-Nos da paz
-Nos acompaña
-Nos guía
-Nos da sabiduría
-Nos da amor
-Nos da calor
_Nos da esperanza
_Y algo por lo que a mi me encanta ser Cristiana, para lo que otros dioses parecen no estar capacitados. Nos da consuelo.

“La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14: 17

Me gusta pensar que realmente Dios cuenta con un pueblo fuerte y valiente… Si ves a alguien solo acompáñale, si es maltratado hagamos algo por favor, si se burlan no riamos la gracia…Y el miedo se debilitará.

Lola Sabroso
Domingo 24.01.10

lunes, 25 de enero de 2010

Barquito de papel.














Barquito de papel
mi amigo fiel
lleváme a navegar por el ancho mar.

Yo quiero conocer a niños de aqui y de allá
y a todos llevar la flor de amistad.
Los niños queremos reír y cantar...


Así dice una canción infantil que aprendí en aquella isla. La he recordado mientras miro al barco que tienen como logo la Conferencia de Iglesias Europeas y el movimiento ecuménico en la ciudad donde vivo. A unas horas de culminar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos me siento a meditar mientras el frío me adormece los pies y algunas velas se consumen sobre la mesa de la capilla.

Tenemos problemas ecuménicos en Zaragoza. Y es que hay ocasiones en que cada iglesia quiere defender su verdad recurriendo a la revelación divina o a la tradición. Entonces, ¿cómo desbloquear estas situaciones? ¿Diciendónos nuestras verdades a la cara? Sospecho que no es esta la autovía. Y es que si acomodamos nuestros pasos a nuestros límites avanzaremos muy poco. De hecho la misión se hace agotadora cuando sólo buscamos respuestas en los momentos de conflicto. No, definitivamente la unidad no es cosa de esfuerzo humano.

La cuestión primaria es preguntarnos si dejamos a Dios entrar a nuestra comunidas o no. Después podremos respondernos si somos ecuménicos o no. Y es que la unidad no llegará, como veo yo la tarea, mediante el dialógo teológico. La Verdad no se alcanza por nuestro esfuerzo. No llegamos a Dios por nosotros mismos. De hecho a la iglesia no la hacemos nosotros , sino El. La historia, la de los demás y la nuestra, está llena de ejemplos de como lo Suyo permanece, cuando lo nuestro desapareció de la memoria y del paisaje.

¿Es medible lo de ser ecuménico? Presagio que si. Eres ecuménico cuando puedes orar por los que son diferentes a ti. Y no para que se hagan igual que tú. Sino para que sigan siendo ellos. Parece ser que ese tipo de oración es la que nos imbrica en el escenario donde Dios puede actuar. Es esa oración, y no otra, la que nos permite cruzar el umbral de la unidad. Y ese umbral es tan bajo que sólo podemos traspasarlo de rodillas.

Cuando en estos días alguién escribió: Que seamos uno, en el libro de peticiones que tenemos en el hall del edificio, yo entendí que de lo que se trata es de un ejercicio de fe. No podemos progresar en el camino ecuménico sin evolucionar en el camino de la fe. ¿Cómo queremos que se sumen más personas a la labor ecuménica si las personas están alejadas de Dios? Por tanto si hablamos de unidad ha de traducirse inmediatamente en buscar unidad interior y no en tantos objetivos.

Y es que la problemática con que cada año nos azota la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, como si fuera un ciclón, no es con el hacer sino con el ser.

Barquito de papel
mi amigo fiel.
lleváme a navegar por el ancho mar.

Yo quiero conocer a niños de aquí y de allá
y a todos llevar la flor de amistad...


Augusto G. Milián

Migas.








La Consola no tiene título universitario y no conoce el seminario de El Escorial. Jaca es su mundo.

La Consola nos ha preparado migas para la comida. Me dice que tomó un pan que no estaba muy duro, yo sé que lo ha hecho con pan de pueblo, le ha añadido un poco de cebo de cordero y amortilló cuatro cabezas de ajo. Después ha dejado caer unos pequeñísimos trozos de jamón. Una sartén grande y un poco de aceite de oliva han urdido lo demás. La Consola cocina para nosotros porque quiere decirnos que nos quiere sin palabras. La gente de la montaña es parva en palabras.

Esos que hace cosas por nosotros y no nos dicen una palabra acaban por desarmarnos. Frente a ellos no hay que aparentar ni mantener una resistencia numantina en cuestiones de teología. Frente a ellos no tenemos que defendernos de nada y es que frente a ellos estamos como en nuestra casa: desnudos y confiados.

Pero las migas no se hacen solas. Requieren de alguien que las remueva constantemente. Esa gente que constantemente me levantan, me sostienen, me buscan cuando estoy perdido y me curan las heridas son mis pastores.

¿Tienes a alguien así en tu vida? ¿Tienes a alguien que te cocine migas?

Augusto G. Milián

viernes, 22 de enero de 2010

Abrazar las pérdidas.

A veces las ovejas optan por dejar el rebaño y al pastor. Y esto no sólo hay que verlo como un ejercicio de libertad, sino como uno de ruptura también. Pero las pérdidas duelen. Definitivamente duelen. Pero lo peor no es la pérdida en sí, sino que no hay curas para mitigarlas.

Cuando alguien te dice que ha decido marcharse de la comunidad para irse a otra iglesia te quedas sin palabras primero y esto es comprensible. Cuando alguien a quien quieres te dice que se marcha la lectura que hacemos es: Ya no quiere estar más conmigo. Me quedo solo. Entonces el Espíritu Santo nos hace un nudo en la garganta y nos obliga a expulsar algo líquido y salado por los ojos. En segundo lugar sientes fustración y te haces miles de preguntas que comienzan por: ¿Y sí yo hubiese...? La tercera etapa es la del enojo y te encierras en el silencio. Un silencio oscuro que no te deja dormir. La quinta etapa es la de la aceptación. Ves los espacios vacíos en el banco donde ellos se sentaban y tragas en seco.

Ya sé que debo abrazar las pérdidas. Pero ahora estoy haciendóme miles de preguntas que comienzan por: ¿Y si yo hubiese....?

Augusto G. Milián

Clasura de la Semana de Oración


Celebración Ecumánica
7.30 de la tarde
Iglesia Reformada de Aragón

miércoles, 20 de enero de 2010

El Dios en quien no creo.

Si un día tropezara con uno de estos periodistas o sociólogos que van por la calle haciendo encuestas religiosas a la gente, preguntándoles si creen en Dios, creo que me gustaría contestar que, a pesar de ser miembro de una iglesia protestante, no creo en Él. Y, al hacerlo, estoy convencido de que diría la verdad como creyente y como cristiano, porque cada día estoy más lejos de esta imagen estereotipada de Dios que se esconde detrás de las encuestas y que ha anidado en la mente de la gente. Me gustaría dar la misma respuesta sobre la existencia del diablo. Tengo muy claro que hay un dios en el que no creo. Es el dios explicación, o el dios proyección de nuestros deseos, o la máquina eterna que todo lo puso en movimiento, o el dios retributivo que en el curso de los siglos ha sido el tormento humano, o el dios manipulado que justifica la religión. No se trata tanto de que no crea en este dios, ya que hay elementos válidos en todas estas imágenes, sino que mi respuesta sería una especie de protesta para decir que la imagen que el mundo no creyente –y también buen número de creyentes- tiene de dios no se corresponde en absoluto con la imagen que Cristo nos ha enseñado a amar.
Hoy es difícil hablar de Dios, porque al hacerlo, en seguida te clasifican y te sitúan en un fichero en el que no te encuentras cómodo. Por ejemplos, en el libro “100 Españoles y Dios”, de Gironella, me identifico mucho más con buena parte de los que dicen que no creen, que con el teísmo estéril de una mayoría que se confiesan creyentes. Si tuviera que escoger entre uno de los dos bandos, quizás me pondría en el de los clasificados como “no creyentes”, que se toman la vida seriamente, que en aquel de los que dicen que creen en Dios, pero se han hecho una imagen idólatra. Y quizás, al hacerlo así, me acercaría a aquellos cristianos de los primeros siglos que fueron acusados por los paganos de ser ateos.

Hay una imagen folclórica de Dios de la que me siento muy alejado. Sobre todo de la del Dios religioso, preocupado por si mismo, celoso del culto y enamorado de su gloria. El Dios doctrinario y cruel, el de amigos y enemigos, que determina el futuro de los hombres según la ”sana doctrina” y menosprecia la vida presente para centrarlo todo en un futuro después de la muerte. El Dios simplista, el del cielo o el infierno, el del blanco o negro, el de religioso o ateo. El Dios que no distingue, que es incapaz de ir más allá de los atributos que le otorgamos y que son como un corsé que le impide moverse con libertad, que incluso le impide ejercer su misericordia. No creo que éste sea el Dios de los profetas, que amaba más la justicia que la fastuosidad del culto, ni el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que recibe con un abrazo sin límites al hijo perdido. Ni el del apóstol Pablo que declara justo al culpable. Me gusta más el Dios de las prostitutas del evangelio que se adelantan a las grandes figuras del mundo religioso; el Dios de la mala fama, amigo de estafadores y pecadores públicos; el dios clavado en la cruz, indefenso e impotente, por amor. El Dios cuya grandeza es su capacidad de amar, de sacrificarse, de darse por nosotros; el Dios que ha querido estar presente en el mundo bajo la imagen del pan roto y el vino derramado, la imagen de la entrega total y absoluta, que nos habla de la impotencia del crucificado y de la fuerza del amor.

¿Quién es mi Dios? No es fácil definirlo. Está muy por encima de mis capacidades de síntesis. Pero es el Dios comprometido con la vida, mi vida, aquella que creó y que me ha dado. Creer en Él es creer en la vida, en sus posibilidades infinitas, en su sentido de presente y de futuro, de inmanencia y transcendencia. Y también al revés: creer en la vida es creer en Él. No tenemos a nuestra disposición muchas herramientas para hablar de Dios con propiedad y exactitud. Somos demasiado limitados. Pero Dios no es para ser definido más allá de la definición de Juan: “Dios es amor”. El lenguaje adecuado en el contexto de Dios no es el de las definiciones, ni el que tiene necesidad de usar la tercera persona. Dios jamás debería ser “él”. Es siempre un tú que nos confronta y del que no deberíamos tanto hablar como hablarle. El lenguaje apropiado para Dios es, finalmente, el de la oración, que es el lenguaje de la comunión, de la amistad, de la armonía. El hombre que bucea en el interior de su vida, no encuentra allí un vacío, sino que allí encuentra a Dios, aunque no le conozca ni lo reconozca. Dios, como el sentido de su vida, está escrito en cada una de las fibras de nuestro ser. Sólo hay que dejarlo aflorar, salir fuera e iluminar la vida.

Día a día, en el mundo del evangelio, allí donde encontramos a Cristo, crecemos en el conocimiento de Dios. Día a día somos llamados a hacer nuestra su vida, en todo aquello que tiene de solidaridad con los más pequeños de nuestro mundo y en todo aquello que nos habla de esperanza y de eternidad. Dios es la presencia de un amor eterno e invisible que en Cristo se nos hace accesible y visible. En su compañía, caminando sus caminos, lo encontramos como el “parakletos” (Jn 14,16), el Consolador, el que siempre nos acompaña y nos salva del nihilismo de un mundo sin alma para mostrarnos que “la vida es más que el alimento y el cuerpo que el vestido.” Que más allá de nacer y morir, comer y beber, llorar y reír, crecer y envejecer, hay un sentido profundo de la vida que Cristo nos ha revelado y que llamamos Dios. En Él y sólo en Él, mi vida y mi mundo reencuentran su sentido.

Enric Capó

sábado, 16 de enero de 2010

El carácter del cristiano: las bienaventuranzas (I)

Mt. 5:3-12
Domingo 17.01.10

Quien esté familiarizado con la figura de Jesús seguramente reconoce las bienaventuranzas con que se inicia el Sermón de la Montaña. Antes de iniciar cualquier estudio particular sobre las bienaventuranzas me temo que debemos responder a tres preguntas generales sobre ellas. Y que tienen que ver con las personas a las cuales describen, las cualidades que se elogian y las bendiciones que se prometen.

Las personas que se describen. Las bienaventuranzas describen a una cantidad de gente muy variada, multicolor y diversa. Describe a los integrantes de una comunidad cristiana. Y es que no hay iglesias iguales ni perfectas. Todas están formadas por una gran variedad de caracteres y personalidades. Por tanto las bienaventuranzas nos dice quien forma la comunidad cristiana: gentes mansas, misericordiosa, pobres, de corazón limpio, llorones, hambrientos, pacifista y perseguidos. Este es el modelo de comunidad cristiana. Así somos nosotros.

Pero nuestra iglesia no es una iglesia elitista. Tampoco nos consideramos los mejores cristianos de la ciudad. Por eso las bienaventuranzas hablan sobre el concepto que tenia Cristo de cómo debería ser cada un o de nosotros. Estas características han de ser características de todos. No sólo del Pastor o de la tesorera, o de la maestra de Escuela Dominical. Los aspectos de los que hablan las bienaventuranzas son los frutos del Espíritu. Son los ideales de un ciudadano del Reino.

Las cualidades que se elogian. Los que han podido contrastar los evangelios sinópticos se habrán dado cuenta que hay una diferencia conceptual entre Lc. y Mt. En el pasaje paralelo Lc. dice: bienaventurados los pobres mientras que Mt escribe: bienaventurados los pobres de espíritu. Quizás podamos hablar un día del carácter social y espiritual de estos autores, pero no hoy.

Una cosa me queda clara, o Jesús se contradice o hemos de admitir que los evangelistas fueron un poco torpes a la hora de describir las palabras de Jesús. No veo la intención de Jesús de establecer un reino material, de hacer cosas para que la gente dijera cosas buenas de él. Me temo que las intenciones de Jesús van hacia otro camino.

Pero a la vez hemos de entender que Jesús no permaneció indiferente ante las necesidades de los que se acercaban a él. Más bien todo lo contrario, siempre se mostró compasivo y alimentó a los hambrientos. Pero no, definitivamente, la bendición más importante de su reino no fue de carácter económico.

Parece ser que en algunas circunstancias Dios puede usar la pobreza económica como medio de bendición espiritual. De la misma manera que la riqueza puede convertirse en un obstáculo para ver a Dios. Por tanto ser pobre no es sinónimo de ser alguien bendecido por Dios. Por ser pobre no se nos abrirán las puertas del cielo. Quizás Jesús nos llame a ser moderados con lo que usamos y gastamos, pero no veo el llamado justamente en la primera bienaventuranza.

La pobreza y el hambre a que hace Jesús referencia en esta primera bienaventuranza son estados espirituales. Son los pobres en espíritu los que se declaran dichosos. De ahí que podamos sospechar que las demás bienaventuranzas corran la misma intención.

Las bendiciones que se prometen. Si hacemos una lectura de cada bienaventuranza veremos que el esquema que se sigue es el mismo: se elogia una cualidad y a tales personas se les declara dichosos. La palabra griega utilizada aquí es makarios y aquí puede significar feliz. Y feliz, como lo entendemos en castellano, poca relación tiene que ver con la ética, sino más bien con las emociones. Por tanto, las bienaventuranzas más que demandas éticas son demandas emocionales. Recursos que nos aproximan a nuestra condición de seres humanos. Quizás sea el tiempo en que la Iglesia Reformada de Aragón descubra la relación que puede establecerse entre la santidad y la felicidad.

Pero también podemos hacer otra lectura. Las bienaventuranzas no sólo pueden describir un estado emocional, sino que van más allá de eso y nos dice como Dios nos considera a nosotros.

¿Qué es una bendición? Una bendición es la expresión de un deseo benigno dirigido hacia una persona o grupo de ellas que, en virtud del poder mágico del lenguaje, logra que ese deseo se cumpla. Gramaticalmente, se trata de oraciones con modalidad desiderativa (lo mismo que su contrario, las maldiciones). Así, son bendiciones típicas Que Dios te guarde o Que te vaya bonito. Pero en nuestro contexto una bendición es ser parte del Reino de los cielos y heredar la tierra. Ser bendecido es ser consolado, es ser saciado, es recibir misericordia, es ver a Dios, es ser llamado hijo de Dios.

¿Estas bendiciones son para el presente o para el futuro? No sé Ud. yo creo que para los dos tiempos. Algunos teólogos aseguran que se refieren al futuro y por eso forman parte de la escatología. Ellos hacen su aseveración en el tiempo verbal de las bienaventuranzas. Pero si vemos las enseñanzas de Jesús en su integridad estas se refieren a una realidad presente. Puesto que el propio Jesús es la imagen real del Dios invisible.

Continuará…

viernes, 15 de enero de 2010

Haïti est un paradis


Haití no es paraiso






Haití ha subrido el peor terremoto en los últimos doscientos años.
Se contabilizan decenas de miles de muertos y millares de dannificados.

Oremos y ayudemos al pueblo

lunes, 11 de enero de 2010

Los abrazos ayudan a sanar

I. Introducción.

¿Qué es lo que más ayuda a aquel que sufre? ¿Qué es lo que le da mayor consuelo? Si me obligaran a decir algo al respecto. A responder con una sugerencia a estas palabras pues diría: que hay que hacerle saber a la persona que sufre que nosotros sabemos cuan mal lo está pasando.

Muchas veces las personas que están sufriendo lo único que quieren es decir su estado. Narrar su condición. Hablar. No pretende recibir consejos ni que le contemos nuestros recuerdos más tristes. El quiere sacar fuera sus emociones. Exteriorizar sus ideas.

Cuando estamos junto a una persona así, no hay que mostrar alarma si pasa un ángel entre nosotros y nos quedamos por un rato en silencio. Más bien el cuidado urgente será el de estar disponible. Cercano.

II. Los abrazos ayudan a sanar.

Son los amigos y los familiares quienes más nos ayudan a superar las pérdidas mediante la terapia reconfortante de los abrazos.

A veces dar un simple abrazo o el hecho de poner la mano con cuidado y cariño sobre un hombro puede significar mucho más hablar y hablar sin tino o tener respuestas de antemano para situaciones sin lógica ni naturalidad.

Cuando damos un abrazo no tenemos porque hablar. Nadie nos obliga a ello. Solo podemos ser sensibles y estar disponible. Eso es el significado de un abrazo.

III. ¿Cómo orar con el que sufre?

Son muchas las personas que suelen decir al que ha perdido a un ser querido o está en medio de una crisis Estoy orando por ti. Unas personas encuentran mucho consuelo en esta oración. Para otros les resulta una frase hecha. Sin compromiso.

Cuando alguien me dice que está orando por mí inmediatamente le pido que ore por tres cosas específicas. Primero, para que Dios me de discernimiento a la hora de hacer. Segundo, para que la realidad que vivo no me haga un tipo insensible a la humildad. Y tercero, que Dios me de valor para hacer y decir o que me corresponde.

Creo sinceramente que Dios no solo nos da el amor que necesitamos en cada etapa de nuestra vida, sino también que nos ofrece las herramientas para hacer lo adecuado.

IV. ¿Qué puedo decir?

Muchas personas no saben como consolar a un familiar o a un amigo que sufre. Y a veces se refugian en la distancia y en el tiempo por vergüenza. Pero la verdad es que ser sensible a las emociones y a las necesidades del que sufre es más importante que cualquier palabra.

Las mejores maneras de reconfortar a alguien son sencillas.

a) Escribir una carta
b) Mandar unas flores
c) Hacer un postre
d) Invitar a la persona a dar un paseo.

Y es que nunca es tarde para enviar condolencias.

Augusto G. Milián

Ecumenismo y espiritualidad.

1. Alégrate por lo que has alcanzado.
Somos como la persona sedienta que bebe de una fuente: de la abundancia que brota, es mucha más el agua que se derrama que la que toma. Así la Palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de las personas que la estudian. El Señor escondió en su palabra infinidad de tesoros, para que cada persona pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que abocara su reflexión.
Como la persona sedienta se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente, de modo que cuando vuelve a tener sed puede de nuevo beber de ella, así aquella persona que llega a alcanzar alguna parte del tesoro de la Palabra de Dios no debe creer que la comprende en su totalidad, sino que ha de pensar que, de las muchas enseñanzas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar.
Cada uno de nosotros ha de dar gracias por lo que ha recibido, alegrarse por lo que ha alcanzado y no entristecerse por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia.

2. Componentes básicos de una espiritualidad ecuménica.
a. El primer componente básico es el dialogo fraterno, que es sentarse y compartir entre iguales, escuchando con empatía a la otra parte. Para que el diálogo sea fructífero, en el caso nuestro como cristianos, necesariamente habrá que pasar por Jesús, y escuchar como él escuchó y nos escucha a nosotros ahora. El punto principal del diálogo es la revelación de Dios, siendo la Escritura y su estudio serio y contextual la herramienta o punto referencial.
b. El segundo componente básico es la oración. La oración es el recurso más importante que Dios ha puesto en la mano de los seres humanos. Jesús enseñó a orar a sus discípulos, y cuando le preguntaron cómo debían orar, les dio la oración por excelencia: el “Padre Nuestro”. Cuando decimos el “Padre Nuestro”, no oramos solos sino que nos unimos a la totalidad del pueblo de Dios.
Las iglesias cristianas realizan todos los años la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”. Este punto de encuentro es el mejor inicio para llevar a lo largo del año litúrgico este espíritu a cada iglesia y a cada comunidad.
c. El tercer aspecto de la espiritualidad ecuménica es el trabajo a través de proyectos de servicio comunitario. Estos deben estar caracterizados y modelados por un profundo sentimiento de agradecimiento a Dios y por la exigencia de compartir integralmente lo que de Dios hemos recibido. Este servicio tiene como objetivo de partida el ayudar y asistir a las distintas comunidades, Iglesias y personas en su precariedad, para que puedan salir de ella.

3. Espiritualidad ecuménica y pacto bautismal.
Reflexión bíblica de Gálatas 3: 26-29.
"Por la fe en Cristo Jesús todos somos hijos de Dios. En efecto, todos los bautizados en Cristo nos hemos revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre , ni hombre ni mujer; porque unidos a Cristo, todos somos uno solo en Cristo Jesús".
La primera declaración del texto dice que, por la fe en Jesús, todos nosotros (católicos, evangélicos y ortodoxos) somos hijos de Dios.
Y porque todos nosotros (católicos, evangélicos y ortodoxos) estamos bautizados en Cristo, nos hemos revestido de Cristo, por lo que estamos identificados y comprometidos con el proyecto salvífico de Jesús, que es anunciar, encarnar y vivir la Buena Noticia de Jesús.
Y porque ya no hay judíos ni griegos, no hay barreras de raza o de religión o de cultura. Y porque ya no hay ni esclavos ni libres, no hay barreras sociales. Y porque ya no hay ni hombre ni mujer, tampoco existen barreras de género. Las barreras han sido y son causadas por el pecado personal.
La buena noticia de Jesús dice que todos los seres humanos son iguales ante Dios. Y si todos los seres humanos somos iguales ante Dios, cuánto más lo seremos nosotros (católicos, evangélicos y ortodoxos), que estamos bautizados en Cristo y por ello, como dice Pablo, somos uno solo en Cristo Jesús.

4. ¿Qué es la espiritualidad ecuménica?
En este grupo de diálogo y trabajo que hemos venido conformando, pretendemos vivir la espiritualidad y el ecumenismo partiendo del principio de que toda experiencia genuina, surgida de la espiritualidad de cada una de nuestras Iglesias, es “parte del tesoro de la Palabra de Dios” y por tanto ecuménica.
La espiritualidad ecuménica es inclusiva y lleva a las diferentes personas, grupos e Iglesias a tener una visión, meditación y acción ecuménicas. Es decir, cada una, manteniendo sus valores y su identidad propia, vela y trabaja por el cuidado de la Casa Común (oikoumene). Esta es su marca distintiva. No es la mal entendida mezcla de religiones. Es unidad en la diversidad.
Mantener una espiritualidad ecuménica fortalece la fe, porque es una experiencia surgida de la aceptación de las diferentes formas de encuentro con Dios, de las relaciones humanas fraternas, y nos coloca en una posición de lucha, para que todas las personas que vivimos en esta Casa Común, podamos vivir con dignidad y equidad. Es una invitación permanente a unirnos en un esfuerzo común, animando a todos al compromiso de responsabilizarnos por esta Casa Común que se nos ha dado.
La espiritualidad ecuménica es profética, porque anuncia la unidad en la diversidad, denuncia la exclusión de quien es diferente por ser distinto y proclama que tenemos una Casa Común, en la que anunciamos, encarnamos y vivimos, cada uno según le es dado, la buena noticia de Jesús.

5. En el ecumenismo no se pierde la identidad.
El ecumenismo no es una confusión de las Iglesias, sino el aprendizaje, a través de la convivencia, el dialogo y la oración de las diferentes Iglesias, de lo que Dios representa para cada persona. No se necesita estar de acuerdo en todas las cosas. Hay aspectos en los que no podemos coincidir, pero porque discrepemos, no quiere decir que uno esté en lo cierto y el otro no. El lema del ecumenismo es vivir la unidad en la diversidad. Por ello cada persona tiene lo que ha alcanzado según su contexto y esa experiencia es única e irrepetible, ahí está lo valioso de la misma. La faceta de verdad que cada uno ha alcanzado y vivido es de una parte del todo, por eso todos decimos la verdad, pero desde diferentes puntos de vista. De eso trata el ecumenismo. Yo no voy a perder mi identidad cristiana por compartir con un evangélico o con un católico romano, al contrario, al hablar, dialogar y compartir con ellos, cada persona se va a enriquecer y crecer en su espiritualidad, porque va a aprender de las experiencias y vivencias de otras personas aquello que por su condición y contexto de vida nunca ha podido vivir. Y ésa es una de las facetas esenciales del ecumenismo.

Maksym Khomenko Pope Ortodoxo Ruso

viernes, 8 de enero de 2010

¿Cómo convertirnos en amados?

En ese día que yo me enamoré de vos,
el cielo se abrió
y junto a él mi corazón.
Sabrina

Leyendo Lucas 3: 15-16, 21-22. No es la primera vez que leo la expresión cielos abiertos. Me resulta familiar. En la isla donde nací es sinónimo de esperanza en medio de la tormenta, de oportunidad redentora entre la crecida de los ríos, de salvación cuando las cosas van mal. Pero también es una terminología que explica los mecanismos para que las naves civiles puedan sobrevolar los cielos con total libertad. Y si hacemos un viaje literario, a vuelo de pájaro simplemente, descubriremos que es un recurso del cual se hecha mano con mucha frecuencia para expresar aperturismo, estreno, inauguración, comienzo, principio.

Así que no nos puede conmover el hecho de que Lucas recurra a esta expresión para narrarnos lo que está ocurriendo en la biografía de Jesús. Sencillamente está cambiando el tono de la cantata. Si hasta ahora el relato había sido familiar, circunstancial, local; es a partir de esta epifanía que Jesús comienza a estar en la vox populi. Es el comienzo de su ministerio público.

Pero antes de iniciarnos en la carrera de fondo que nos llevará hasta Jerusalén podemos hacer una pausa en el camino, tomar aliento y mirarnos, aprovechando el reflejo de las aguas. Porque solo cuando estamos quietos es que podemos preguntarnos si somos los amados por Dios. Solo entonces.

Ser cristiano tiene significancia a la luz de este pasaje del bautismo. Tu eres mi hijo amado es una frase que he leído en varias ocasiones en los últimos años. Es una oración gramatical que me gusta recordar a la gente con las que converso cuando pretendo que nuestra relación se haga más íntima y no este basada sólo en la tradición.

Yo sé que no es fácil escuchar esa voz interior que nos dice: Tú eres mi hijo amado en una cultura donde los gritos predominantes son: no eres atractivo, no eres eficaz, no eres famoso. Pero con las estaciones aprendemos que lo peor que nos puede pasar no es caer en el hueco del éxito, o en el hoyo del poder; sino deslizarnos cuidadosamente hacia el cómodo colchón del autodesprecio. Y es que cuando no nos valoramos con justicia es que recurrimos al éxito o al poder para forjar nuestra identidad.

Jesús escucha las palabras tú eres mi hijo amado justo antes de iniciar la andadura que lo llevaría al Gólgota No antes ni después, sino en el momento oportuno. Dios ve a Jesús mojado, pero también le ve en la intimidad más desnuda y lo confirma diciéndole que es amado. Entonces, y no antes, Jesús puede calzarse y comenzar el viaje.

Tengo la certeza de que antes que nuestros padres nos amaran, de que nuestros hermanos nos estimaran, de que nuestros amigos nos respaldaran, ya habíamos sido amados por Dios. Y es esta verdad la que debemos buscar como si de un filón de oro se tratase.

Pero para buscar hay que hacerse preguntas antes.
Augusto G. Miián

jueves, 7 de enero de 2010

Elementos distintivos de las iglesias reformadas

1. Están subordinadas a la autoridad de la Biblia como Palabra de Dios escrita, la cual es norma del quehacer teológico.
2. Su teología es trinitaria y cristocéntrica.
3. Afirma los principios básicos de la Reforma protestante del s. XVI: la sola gracia, la sola Escritura, la sola fe.
4. La teología ha de ser práctica y su finalidad es glorificar a Dios, salvar al ser humano y transformar la sociedad.
5. Diferenciamos al Creador de la criatura.
6. Se enfatiza la acción de Dios y su gracia. Considerando que el principio calvinista fundamental no es la predestinación como tal, sino la actividad de Dios.
7. La creación y la redención no son antónimos, pero la redención tiene una prioridad práctica.
8. Se niega a diferenciar la Ley del Evangelio. No separa la justificación de la santidad. La salvación que opera Dios invluye la justificación y la santificación.
9. Afirma que toda la sociedad humana está bajo la soberanía de Dios y se busca crear la comunidad cristiana en la tierra.
10. La Iglesia Reformada se considera parte de la Iglesia Universal y apostólica. Es una Iglesia ecuménica.
11. Las iglesias reformadas han asumido la forma de gobierno presbiteriano.

Donna Laubach y Edgar Moros
Revista Presencia Ecuménica

lunes, 4 de enero de 2010

Semana de Oración 2010


18-25 Enero

Lunes 18 7.30 pm Culto inaugural
Iglesia Reformada

Miércoles 20 8.00 pm Conferencia "Edimburgo; historia y horizontes"
Salón de Actos
Casa de la Iglesia

Jueves 21 11.00 am Conferencia "Edimburgo: Ecumenismo"
CRETA

Viernes 22 8.30 pm
Celebraciín Ecumenica
Iglesia San Miguel

Sábado 23 6.30 pm Reunión de Jóvenes
Iglesia Reformada de Aragón

Domingo 24 8.00 pm Adoración Taizé
Iglesia Reformada de Aragón

Lunes 25 7.30 pm Clasusura Semana de Oración
Iglesia Reformada de Aragón

Nota: Durante toda la semana la capilla de la Iglesia Reformada permanecerá abierta
para la oración ininterrumpida.

El problema de la libertad

Estudio bíblico
La libertad cristiana es privilegio y responsabilidad.
"Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros". Gálatas 5:13
Introducción
En un tiempo el apóstol Pablo fue un esclavo de la ley. Fue librado de la ley cuando conoció a Cristo. Sin embargo, reconocía que no debía abusar de la libertad que tenia en Cristo. La libertad cristiana conlleva una gran responsabilidad y debe siempre ser motivada por el interés por los demás. Pablo se negaría a sí mismo la libertad legítima cuando causara problemas a los demás que carecían del entendimiento espiritual que él poseía. El prefería la conciencia de ellos a sus derechos propios. La gran misión de Pablo fue ganar almas perdidas para Cristo. Mientras que lo primordial para Pablo era obedecer a Dios, lo segundo era no estorbar a los demás con algunas acciones propias. Dejaría a un lado su propia libertad para ganar a alguien para el evangelio.
I. La libertad y la responsabilidad (1 Corintios 10:23 a 11:1)
A. Los límites de la libertad
"Todo" (versículo 23) incluye la enseñanza de Pablo tocante a lo que uno puede comer y beber. Pablo repite la palabra, poniendo énfasis en que ningún alimento en sí es pecaminoso. Parece que en realidad citaba a algunos de los miembros de la iglesia que insistían en que les era permitido comer o beber lo que quisieran. Bajo la gracia no estaban atados por las leyes dietéticas de Moisés, así que Pablo estuvo de acuerdo en que de veras podían comer y beber lo que quisieran.
Pregunta. ¿Por qué se deben reconocer los limites la libertad?
Sin embargo, Pablo respaldó su respuesta con dos declaraciones. La primera es: "No todo conviene", ni aprovecha. La segunda declaración es: "No todo edifica", o sea, no eleva a los demás ni promueve su bienestar. Debemos interesamos no sólo por nuestros propios intereses, sino por el "bien" de los demás (versículo 24).
B. El interés por los demás
La carne que se vendía en el mercado ya no tenía ningún significado religioso aunque hubiera sido ofrecida a un ídolo antes de venderse. Cuando el cristiano compraba la carne, Pablo dijo que no debía hacerse preguntas sobre dónde había estado antes de traerla al mercado. Después de todo, el Señor puso a los animales sobre la tierra y le pertenecen junto con todo lo demás (versículos 25 y 26). El ofrecer la carne a los ídolos sin vida no podía cambiar el hecho de que Dios es el dueño del mundo y todo lo que en él hay.
En el versículo 27 Pablo aplicó el mismo principio al cristiano a quien se invita a una comida en la casa de un incrédulo. Si no se menciona nada acerca de la carne sobre la mesa, el cristiano debe comerla, pero luego viene otro principio: El incrédulo podría decir: "Esto fue sacrificado a los ídolos" (versículo 28). En ese caso, el cristiano debería abstenerse, no porque le afectara la conciencia, sino por la posible influencia en el incrédulo. Si el creyente comiera la carne después que se le hubiera dicho que había sido ofrecida a los ídolos, eso sería como aprobar la idolatría.
En los versículos 29 y 30 Pablo se anticipó a la pregunta: "¿Por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro?" El versículo 31 la contesta enfáticamente: "Porque debes glorificar a Dios en todo lo que hagas, incluso el comer y beber." No le traería ninguna gloria a Dios si los cristianos hicieran algo que estorbara a los demás.
Pregunta: ¿Hasta qué punto pueden las acciones de una persona hacer que otros tropiecen?
El versículo 33 no implica que Pablo comprometería los principios cristianos para complacer a todos. Quiso decir que al ejercer su libertad cristiana no pensaría sólo en sus propios intereses. Hiciera lo que hiciera, incluso el comer y beber, haría todo lo posible para no poner obstáculos que estorbaran la salvación de los demás.
"No procurando mi propio beneficio, sino el de muchos" es el principio que guiaba a Pablo. Eso explicaba los límites que se había fijado en el ejercicio de la libertad que le pertenecía con justicia.
Los cristianos a menudo se enfrentan a costumbres que no se mencionan en la enseñanza bíblica. En este pasaje, Pablo establece dos pruebas para hacer la debida elección. En primer lugar, hay que considerar si cierto acto haría tropezar a alguien, o sea, si crearía un estorbo al incrédulo o al cristiano débil. Luego se debe decidir si esa actividad le daría gloria a Dios. ¿Podríamos contar con su bendición si la realizamos? Junto con la oración, esas dos guías dan una manera razonable de decidir el comportamiento cristiano.
II. El abuso de la libertad (1 Corintios 11:17-22)
A. Las divisiones siguen
Este pasaje contiene algunos de los reproches más duros de Pablo. Al comienzo del capítulo 11 dijo: "Os alabo, hermanos" (versículo 2), y mencionó su agradecimiento por su atención a sus enseñanzas. Sin embargo, tenía que tratar otra situación en la que no los podía encomiar. Introdujo esta sección de critica con un breve elogio para ablandar la dureza de su reproche, "no os alabo" (versículo 17).
Pregunta: ¿Cómo puede la asistencia a la iglesia convertirse en una función vacía?
Pablo dijo que sus reuniones en la iglesia hacían más mal que bien: "Porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor". El problema tenía sus raíces en las divisiones que seguían destrozando a la congregación. Pablo trataba de ser amable diciéndoles que "en parte" creía lo que había oído acerca de las razones por la falta de unidad. Esperaba que no fuera todo cierto pero estaba seguro que era más que un rumor.
Las disensiones de las que habla en el versículo 19 pueden ser el resultado de la difusión de la falsa doctrina, pero este no era el caso de ellos. La iglesia se había fragmentado por otras razones. Pablo dijo que si algo bueno podría resultar de tales divisiones, sería la revelación de los que seguían al Señor de veras. La conducta de los verdaderos discípulos pondría a luz los malos motivos de los que no seguían al Señor.
B. La conducta vergonzosa
Los corintios se burlaban de la cena del Señor. En la iglesia primitiva, a la participación en la Cena del Señor a menudo precedía un banquete de amor llamado el ágape.
Lo podríamos llamar una comida de confraternidad. Cada familia traía comida y todos comían juntos antes de participar en la comunión. Esa comida debía haberlos preparado para un precioso tiempo de adoración en la mesa del Señor.
Pregunta: ¿En qué sentido despreciaban algunos corintios a la Iglesia?
Sin embargo, lo que tenía la intención de ser un sagrado recordatorio del sacrifico de Jesús se degeneró hasta el punto en que no merecía el nombre de la Cena del Señor (versículo 20). No todos los miembros de la iglesia estaban en el mismo nivel económico. El versículo 21 describe el problema. Los ricos traían mucha comida y se daban a la glotonería, pero otros eran tan pobres que no podían traer nada o traían muy poco. Los ricos deberían compartir su comida con los pobres, pero no lo hacían. Lo peor de todo es que se preocupaban tanto por su propio placer que se emborrachaban. La reunión se había convertido en fiesta y no de adoración.
En el versículo 22, Pablo les informa que si quieren celebrar así, sea en sus hogares, no en la iglesia. Tal comportamiento demostraba desprecio a la iglesia. Pablo volvió a repetir su introducción al tema, primero preguntando: "¿Os alabaré?" Terminó diciendo enfáticamente: "En esto no os alabo." En el resto del capítulo Pablo les recordó cómo se había originado la Cena del Señor. Siguió advirtiéndoles sobre las serias consecuencias espirituales que les esperaban si no se arrepentían y cambiaban su comportamiento.
Todos los creyentes están en el mismo nivel ante Dios, no importa cuál sea su nivel social ni su posición económica. Los que tienen abundancia deben compartirla con los necesitados. Las diferencias en los niveles de bendición material no deben ser causa de división.
III. El debido uso de la libertad (1 Corintios 9:19-23)
A. El sacrificio de los derechos personales
Muy a menudo los enemigos de Pablo lo atacaban respecto a su autoridad apostólica. Pablo sentía mucho tener que rendirles cuentas a sus críticos, pero creía que era necesario. En el capítulo 9 expone los distintos "derechos" que tenía por ser apóstol. Al que le dedicó más espacio fue a su derecho de recibir sustento financiero de las personas a quienes servía.
Pregunta: ¿Qué motivaba a Pablo para no exigir que se le sostuviera con dinero?
Pablo había sacrificado ese derecho y se sostenía mientras predicaba el evangelio para que no se le acusara de interesarse sólo en el dinero de los hermanos.
En los versículos 19-23 Pablo amplió su explicación de la manera en que limitaba el ejercicio de sus derechos por el bien de los demás. Nadie proclamó la gloria de la libertad en Cristo con más ahínco que Pablo.
B. Siervo de todos
En el versículo 19 Pablo dijo que era libre pero que se había hecho siervo de todos con el propósito de ganarlos para Cristo. Al llamarse "siervo [esclavo] de todos," da el ejemplo de Jesucristo que dijo: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir" (Mateo 20:28).
Aunque Pablo era apóstol de los gentiles, también ministraba a los judíos. Trabajaba entre los creyentes que eran fuertes y maduros y también entre los débiles. Dondequiera que iba. Pablo respetaba la cultura y las convicciones de la gente cuando lo podía hacer sin comprometer las normas de Dios. No ostentaba su libertad ni hacía lo que ofendiera a los que le rodeaban por tener el "derecho".
Pablo estaba consciente de que el pueblo obedecía la ley. A veces él la obedecía por el bien de los judíos a quienes predicaba. Cuando llevó consigo a Timoteo a Derbe y a Listra, Pablo lo circuncidó porque los judíos allí sabían que el padre de Timoteo era gentil (Hechos 16:1-3). En Hechos 18:18 Pablo se rapó la cabeza después de haber hecho un voto, costumbre común entre los judíos. Hechos 21:20-26 registra otra ocasión cuando participó en ceremonias importantes para los judíos para no ofenderlos. Pablo no transigía en la predicación del mensaje de la salvación en Cristo solo. Hizo cosas que no estaba obligado a hacer para poder evitar las ofensas que hubieran estorbado sus esfuerzos de ganar a la gente para Cristo.
Pregunta: ¿Cambió Pablo el mensaje del evangelio haciéndose como judío a los judíos?
Pablo dijo claramente que nunca se había comportado desordenadamente. Sin embargo, cuando ministraba a los gentiles que nunca habían observado la ley de Moisés, respetaba su cultura mientras no entrara conflicto con su lealtad a Cristo (versículo 21). Su referencia al débil (versículo 22), sin duda alguna, era a los creyentes espiritualmente inmaduros de los que escribió en el capítulo 8. Para su beneficio, Pablo no haría uso de su libertad de comer carne ofrecida a los ídolos. "Por causa del evangelio" subraya toda la perspectiva de Pablo en lo tocante a la libertad cristiana. El refrenaría sus propios deseos y libertad si fuera necesario para asegurarse de no estorbar la influencia del evangelio (versículo 23).
Pablo no sugirió que se puede hacer algo sobre lo que se tiene dudas para poder "alcanzar" a los perdidos. Se refería a lo que puede acomodar los sentimientos de ellos sin violar las Escrituras. Si somos sensibles al Espíritu Santo nos dará la sabiduría para conocer nuestras limitaciones. La motivación debe ser ganar al pecador, no aprobar su pecado.
Aplicación
Aunque estamos libres de los ritos de la ley de Moisés, todo lo que hacemos debe glorificar a Dios. Esto debe ser siempre lo primordial. En muchas ocasiones la libertad también incluye a otras personas. ¿Acaso algo que hagamos con conciencia limpia impedirá que alguien encuentre a Cristo o le causará problemas a un cristiano cuya estabilidad espiritual no sea firme?
La libertad es una bendición aun cuando reconozcamos sus limitaciones. Muchos "exigen sus derechos" y se apresuran a quejarse si las leyes estorban esos derechos. Algunas veces estos clamores provienen del espíritu rebelde y la determinación de estar libre de toda restricción. Tal actitud es completamente contraria al Espíritu de Cristo. "Hacer lo suyo" no concuerda con el estilo de vida de sus seguidores.