miércoles, 29 de febrero de 2012

¿La Biblia a dieta?

La Biblia está un poco gorda para algunos. No es capaz de seguir el ritmo con que su hermanastra, la Ciencia, puede mudar sus mudas y sus trajes imponiendo su tirana moda. La Ciencia no tiene reparos en hacerse una cirugía estética integral, acostándose newtoniana por la noche para reaparecer relativista al día siguiente, y esa misma tarde travestirse de cuántica. La Biblia tiene envidia de esta agilidad. Tiene miedo de quedar fea y anticuada viendo las piruetas bailarinas de su hermanastra. Y se está poniendo a dieta. Teme que no le saquen a bailar. Intenta adaptar su masa a los finos vestidos que le presta doña Ciencia. Pero no sabe de cuáles curvas desprenderse. Tendrá que reasimilarse masticándose a sí misma. Tendrá que reinterpretarse si quiere buscar nuevos lectores que la pretendan.

El caso es no quedarse atrás en la evolución del pensamiento. Si es preciso se someterá a un profundo proceso informático. Si no hay más remedio se hará una terapia génica. O se arrancará sus lorzas inerrantes. Todo antes que ser humillada por su hermanastra la tía Ciencia. Pero dentro de medio año Ciencia se metamorfoseará. Hará el Fénix por vez enésima. Volverá a cualquiera de sus versiones anteriores. O se inventará otra nueva figura. Ciencia habrá progresado, sus vestidos estarán a la última y su nueva piel de escamas deslumbrará de nuevo a mil pretendientes. ¿Y Biblia? ¿Seguirá ese mismo plan? Quedará desnuda y desfasada. Añorando sus carnes de antaño, vomitará su anorexia perversa. Pretendientes rebuscarán en sus fotos antiguas las cenizas de la Verdad. ¡Que no comience esta dieta! Son falsos muchos malditos estetas. Que la otra no es la Ciencia. Es una locuaz enroscada sin estirpe ni conciencia.

Carlos Grasa.

lunes, 27 de febrero de 2012

Liberar la fuerza del evangelio.

Marcos 9, 2-10

El relato de la "Transfiguración de Jesús" fue desde el comienzo muy popular entre sus seguidores. No es un episodio más. La escena, recreada con diversos recursos de carácter simbólico, es grandiosa. Los evangelistas presentan a Jesús con el rostro resplandeciente mientras conversa con Moisés y Elías.

Los tres discípulos que lo han acompañado hasta la cumbre de la montaña quedan sobrecogidos. No saben qué pensar de todo aquello. El misterio que envuelve a Jesús es demasiado grande. Marcos dice que estaban asustados. La escena culmina de forma extraña: «Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Este es mi Hijo amado. Escuchadlo». El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

Este mensaje de Jesús, encuentra hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída.

Tampoco quienes se acercan a las comunidades cristianas pueden apreciar fácilmente la Palabra de Jesús. Su mensaje se pierde entre otras prácticas, costumbres y doctrinas. Es difícil captar su importancia decisiva. La fuerza liberadora de su Evangelio queda a veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu.

Sin embargo, también hoy, lo único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna. No podemos seguir reteniendo la fuerza humanizadora de su Evangelio.

Hemos de hacer que corra limpia, viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan escuchar quienes viven sin esperanza.

Hemos de aprender a leer juntos el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús. En esto hemos de gastar las energías. De aquí empezará la renovación que necesita hoy la Iglesia.

Cuando la institución eclesiástica va perdiendo el poder de atracción que ha tenido durante siglos, hemos de descubrir la atracción que tiene Jesús, el Hijo amado de Dios, para quienes buscan verdad y vida. Dentro de pocos años, nos daremos cuenta de que todo nos está empujando a poner con más fidelidad su Buena Noticia en el centro del cristianismo.

José Antonio Pagola

jueves, 23 de febrero de 2012

¿Miércoles de ceniza?

Ayer celebramos la tradicional fecha litúrgica conocida como el “Miércoles de Cenizas”, ocasión que determina el comienzo de la estación de Cuaresma, probablemente la de mayor impacto espiritual en todo el año cristiano.
¿Se ha preguntado usted el significado de las cenizas que en forma de cruz han colocado sobre su frente sacerdotes católicos y clérigos de otras vertientes del cristianismo? Hoy vamos a tener el placer de explicarlo.
La ceniza, del latín “cinis” (incineración incendio, etc.) es el producto final que nos deja cualquier proceso de combustión, en especial el fuego. Por extensión representa la nada, es símbolo de la muerte, del destino inevitable del ser humano y en un sentido religioso, se asocia a la humildad y a la penitencia. Las palabras que se usan para la imposición de las cenizas son: “Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida”; recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”, y “arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
La ceniza es polvo, y se relaciona con el origen del ser humano. Recordemos que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra”, y tengamos en cuenta que el designio divino se destaca en estas palabras: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho”. Abraham, conspicua figura de la historia bíblica reconoce que “aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor. Todos expiramos y al polvo retornamos”. Los orígenes de las palabras nos abren el entendimiento. La raíz del vocablo “humildad” es “humos”, la misma que se usa para formar la palabra “humano”. En la celebración de la Cuaresma suelen llevarse a cabo prácticas rituales que nos hacen ver que ante Dios tenemos que humillarnos. Jesús dijo que “el que se humillare será ensalzado”, y por el sendero de la humildad acortamos la distancia que nos separa de Dios.
En tiempos antiguos –y todavía en diversas prácticas orientales la misma perdura-, la ceniza era una forma de expresar luto y penitencia pública. Había personas que se derramaban cenizas sobre sus cabezas y otras que se sentaban sobre las mismas. La noción de culpabilidad ha ido palideciendo en estos turbios días en los que nos ha tocado vivir; pero en Las Escrituras Sagradas se enfatiza la realidad de que el ser humano es victima del pecado y cuando hacemos esta confesión sentimos la necesidad de arrepentirnos y ser perdonados. Precisamente esa es la esencia de la Cuaresma, que se hace palpable el ritual de las cenizas.
Hay varias connotaciones bíblicas sobre la ceniza que resulta interesante explorar. En el libro de Job, donde se narra la experiencia de un hombre justo azotado por indecibles sufrimientos y por la incomprensión de los que debieron haber sido sus consoladores, el atribulado patriarca profiere esta queja: “he sido arrojado con fuerza en el fango y me han reducido a polvo y ceniza”. En situaciones semejantes solemos nosotros quejarnos de los problemas que nos afectan. La doctora Elisabeth Kubler-Ross, especialista en el tema de la muerte, afirmó que “el sentimiento de la culpa aumenta el dolor de morir”, y reconoció, de acuerdo con sus estudios, que el ser humano empieza su derrotero hacia la muerte con una natural expresión de protesta o negación. Job nos enseña, desde su propia experiencia, esa realidad y usó el símbolo de la ceniza con la inescapable realidad del sufrimiento y el forzoso encuentro con la muerte.
En el poético libro de Los Salmos se nos revela el hecho de que la aflicción toca indiscriminadamente a todos los seres humanos. Una forma de expresarlo se evidencia en estas palabras: “las cenizas son todo mi alimento ….”. Cuando sobre nuestra frente se imprime la señal de la cruz por medio de las cenizas se nos está indicando que somos criaturas frágiles sujetas al castigo del sufrimiento; pero al mismo tiempo se nos proclama un sentimiento de victoriosa esperanza: “miró el Señor desde el altísimo santuario, contempló la tierra desde el cielo, para oír los lamentos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte”. Debemos entender que la Cuaresma es una caminata espiritual que desemboca en el milagro de la tumba abierta.
En la Biblia hay historias de tono profundamente trágico que a menudo tratamos de ignorar por aquello de no disminuir nuestro respeto por el texto sagrado; pero ciertamente La Biblia es un libro que expone de la vida, tanto los valores a imitar como las acciones que son censurables. En el segundo libro de Samuel aparece la historia de la princesa Tamar, que fue violada por su hermano Amnon. Ante desgracia tal, la joven “se echó cenizas en la cabeza” para proclamar ante Dios el dolor que experimentaba por la vejación infame de que fue objeto. En este caso las cenizas no son para extender posibilidad de justificación al desvergonzado, sino para declarar misericordia sobre su víctima. Las cenizas se convierten en un símbolo de búsqueda de alivio por los dolores y decepciones que sufrimos como consecuencia de actos impíos cometidos por otros.
La ceniza del miércoles que da inicio a la cuaresma significa que debemos humillarnos ante Dios en reconocimiento de que le fallamos de manera continuada y variada. Abraham, con toda su grandeza, confesó ante Dios: “reconozco que he sido muy atrevido al dirigirme a mi Señor, yo, que apenas soy polvo y ceniza”. El hecho de permitir que nuestras frentes se vistan con cenizas no es un espectáculo ocasional o una decisión trivial, es un acto de humillación por medio del cual nos avergonzamos de nuestra pecaminosidad, reconociendo la inconstancia de nuestra devoción, la debilidad de nuestras promesas y convicciones y lo endeble de nuestra fe. La cuaresma, sin embargo, es exactamente un sendero de recuperación, un período de tiempo igual al que pasó Jesús en el desierto antes de iniciar su ministerio terrenal.
Un tema asociado al miércoles de ceniza es el del arrepentimiento .Hoy, primer domingo de cuaresma, en las iglesias que siguen un leccionario común se inicia una serie de predicación y de lecturas litúrgicas relacionadas\s con esta fundamental experiencia cristiana. El idioma original en que se escribió el Nuevo Testamento es el griego popular de finales del primer siglo, y el vocablo que se usa para arrepentimiento es “metanoeo”, que significa textualmente “cambio de mente”. La Nueva Concordancia Griega nos explica que “es un cambio de mente y corazón que se aleja del egocentrismo y el pecado y nos acerca a Dios y a la santidad”..
El problema contemporáneo es que carecemos de sentido de culpa y por lo tanto no tenemos de qué arrepentirnos. Una sociedad sin Dios es una sociedad sin noción del pecado, lo que la lleva al relativismo de la moral, la negación de los valores y la ausencia de la fe. Exactamente la Cuaresma es una época propicia para erradicar esas anomalías que cambio tan negativo de nuestra identidad han provocado. El profeta Daniel, obligado por decreto real a desechar sus creencias religiosas, no se adaptó al secularismo que quisieron imponerle, sino que reforzó su vida espiritual. Este es su testimonio: “… me puse a orar y a dirigir mis súplicas al Señor mi Dios. Además de orar, ayuné y me vestí de luto y me senté sobre cenizas”. Este fue su método para vencer la represión secular y la tentación de someterse a los rigores del agnosticismo y la idolatría.
Las cenizas que nos pusieron en la frente el pasado miércoles para que nos internáramos en el recorrido de la Cuaresma son un simbolismo múltiple. Nos advierten que debemos separarnos de las profanidades de un mundo corrompido, nos afirman que podemos encontrar en Dios el sostén y el apoyo seguro en las horas de las pruebas, Y nos confiere la esperanza de que en las situaciones opresivas del pecado hallaremos liberación, además de indicarnos el deber de la humillación ante Dios y su santa voluntad,
Es aleccionador el hecho de que las cenizas que se impusieron el pasado miércoles se obtuvieron quemando las palmas usadas el domingo de ramos del año pasado. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada. La imposición de las cenizas nos advierte que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos hace saber que todo lo material que tengamos se acaba. En cambio, todo el bien que hayamos hecho se nos revierte en alabanzas en la eternidad, junto a Dios.
Martín Añorga

lunes, 20 de febrero de 2012

Entre los conflictos y las tentaciones.

Marcos 1, 12-15

Antes de comenzar a narrar la actividad profética de Jesús, Marcos escribe estos breves versículos: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían». Estas breves líneas son un resumen de las experiencias básicas vividas por Jesús hasta su ejecución en la cruz.

Jesús no ha conocido una vida fácil y tranquila. Ha vivido impulsado por el Espíritu, pero ha sentido en su propia carne las fuerzas del mal. Su entrega apasionada al proyecto de Dios lo ha llevado a vivir una existencia desgarrada por conflictos y tensiones. De él hemos de aprender sus seguidores a vivir en tiempos de prueba.

«El Espíritu empuja a Jesús al desierto». No lo conduce a una vida cómoda. Lo lleva por caminos de pruebas, riesgos y tentaciones. Buscar el reino de Dios y su justicia, anunciar a Dios sin falsearlo, trabajar por un mundo más humano es siempre arriesgado. Lo fue para Jesús y lo será para sus seguidores.

«Se quedó en el desierto cuarenta días». El desierto será el escenario por el que transcurrirá la vida de Jesús. Este lugar inhóspito y nada acogedor es símbolo de prueba y purificación. El mejor lugar para aprender a vivir de lo esencial, pero también el más peligroso para quien queda abandonado a sus propias fuerzas.

«Tentado por Satanás». Satanás significa "el adversario", la fuerza hostil a Dios y a quienes trabajan por su reinado. En la tentación se descubre qué hay en nosotros de verdad o de mentira, de luz o de tinieblas, de fidelidad a Dios o de complicidad con la injusticia.

A lo largo de su vida, Jesús se mantendrá vigilante para descubrir a "Satanás" en las circunstancias más inesperadas. Un día rechazará a Pedro con estas palabras: "Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamiento no son los de Dios". Los tiempos de prueba hemos de vivirlos, como él, atentos a lo que nos puede desviar de Dios.

«Vivía entre alimañas, y los ángeles le servían». Las fieras, los seres más violentos de la tierra, evocan los peligros que amenazarán a Jesús. Los ángeles, los seres más buenos de la creación, sugieren la cercanía de Dios que lo bendice, cuida y sostiene. Así vivirá Jesús: defendiéndose de Antipas al que llama "zorra" y buscando en la oración de la noche la fuerza del Padre.

Hemos de vivir estos tiempos difíciles con los ojos fijos en Jesús. Es el Espíritu de Dios el que nos está empujando al desierto. De esta crisis saldrá un día una Iglesia más humilde y más fiel a su Señor.

José Antonio Pagola

lunes, 13 de febrero de 2012

Curador de vida.

Marcos 2, 1-12

Jesús fue considerado por sus contemporáneos como un curador singular. Nadie lo confunde con los magos o curanderos de la época. Tiene su propio estilo de curar. No recurre a fuerzas extrañas ni pronuncia conjuros o fórmulas secretas. No emplea amuletos ni hechizos. Pero cuando se comunica con los enfermos contagia salud.

Los relatos evangélicos van dibujando de muchas maneras su poder curador. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo, su fuerza para regenerar lo mejor de cada persona, su capacidad de contagiar su fe en Dios creaban las condiciones que hacían posible la curación.

Jesús no ofrece remedios para resolver un problema orgánico. Se acerca a los enfermos buscando curarlos desde su raíz. No busca solo una mejoría física. La curación del organismo queda englobada en una sanación más integral y profunda. Jesús no cura solo enfermedades. Sana la vida enferma.

Los diferentes relatos lo van subrayando de diversas maneras. Libera a los enfermos de la soledad y la desconfianza contagiándoles su fe absoluta en Dios: "Tú, ¿ya crees?". Al mismo tiempo, los rescata de la resignación y la pasividad, despertando en ellos el deseo de iniciar una vida nueva: "Tú, ¿quieres curarte?".No se queda ahí. Jesús los libera de lo que bloquea su vida y la deshumaniza: la locura, la culpabilidad o la desesperanza. Les ofrece gratuitamente el perdón, la paz y la bendición de Dios.

Los enfermos encuentran en él algo que no les ofrecen los curanderos populares: una relación nueva con Dios que los ayudará a vivir con más dignidad y confianza.Marcos narra la curación de un paralítico en el interior de la casa donde vive Jesús en Cafarnaún. Es el ejemplo más significativo para destacar la profundidad de su fuerza curadora. Venciendo toda clase de obstáculos, cuatro vecinos logran traer hasta los pies de Jesús a un amigo paralítico.Jesús interrumpe su predicación y fija su mirada en él. ¿Dónde está el origen de esa parálisis? ¿Qué miedos, heridas, fracasos y oscuras culpabilidades están bloqueando su vida? El enfermo no dice nada, no se mueve.

Allí está, ante Jesús, atado a su camilla.¿Qué necesita este ser humano para ponerse en pie y seguir caminando? Jesús le habla con ternura de madre: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Deja de atormentarte. Confía en Dios. Acoge su perdón y su paz. Atrévete a levantarte de tus errores y tu pecado. Cuántas personas necesitan ser curadas por dentro. ¿Quién les ayudará a ponerse en contacto con un Jesús curador?

José Antonio Pagola

domingo, 5 de febrero de 2012

Amigos de los excluidos.

Marcos 1, 40-45

Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.

Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.

Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: "No juzguéis y no seréis juzgados". Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.

Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.

Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto. En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.

Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.

De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio».

Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.

José Antonio Pagola