Revista Aragonesa. Teología. 40(2014)89-102
Acercarnos
a Thomas Merton (1915-1968), es encontrarse con un experimentado compañero de
viaje, que narra cómo el hombre pierde su “identidad” por el pecado de origen y
cómo continua, por su pecado social[1] sin encontrarla. Para Merton sólo hay una desgracia: no amar a Dios, todo lo demás es
reparable y recuperable.
En
toda la amplia y profunda obra de Merton, encontramos, de una manera expresa o
subyacente, la relación entre el verdadero “yo” y el falso “yo”. El verdadero
“yo” de la santidad y de los santos trasciende el tiempo de la inmanencia, para
vivirla desde la trascendencia, haciendo de la inmanencia lo absoluto por la
encarnación de Dios (paradoja). La inmanencia se encuentra abierta a la trascendencia
y ésta, da plenitud y sentido a la inmanencia. La inmanencia por medio de la
trascendencia se convierte en inmanencia autentica, es la conversión, el cambio
total de la persona, del falso al verdadero “yo”, del hombre viejo al hombre Nuevo.
De esta manera la “santidad” se hace permanente e inculturiza el espacio geográfico
y el tiempo que vivimos. En estas coordenadas, de espacio y tiempo de
salvación, el hombre ejerce su libertad de elección, siendo cada uno lo que es
y queriendo hacer bien lo que hace: sea laico, sacerdote o religioso. En cada
uno de los distintos “estados de vida” de la personas, que cuando son vividos
con Cristo en Dios, hacen de la
inmanencia plenitud de vida.
Merton,
a pesar de vivir sólo 53 años, da para mucho
por su dilatada obra e intensa vida.
Sus estudios y reflexiones aparecen en las obras y artículos principales, que a menudo
reelabora, publicando nuevos libros y artículos. En ocasiones, los artículos acaban
convirtiéndose en libros. Es un autor
que busca la verdad. Su obra refleja los
estados interiores de su espíritu, que se abren al Espíritu de Jesús.
Merton
habla de cosas conocidas, pero que no sabemos expresarlas como lo hace él:
relaciona, con naturalidad, realidades conocidas, del mundo social y cotidiano,
con realidades del Espíritu, que nunca hubiéramos sospechado su posible
relación, recreando a partir del viejo mundo, un mundo nuevo.
El
carácter de Merton, sugerente y profético, no deja indiferente a nadie.
Profetizar, no es tanto predecir, sino captar la realidad en su momento de
suprema expectación y tensión hacia lo nuevo. Esta tensión se descubre, no en
un entusiasmo hipnótico, sino a la luz de la vida diaria[2]. Su obra refleja la personalidad de un hombre, que se
encuentra en permanente actitud de búsqueda; encontrando en él, mucho de lo que
hay nosotros, que también buscamos. El
camino, arquetipo cristiano, es ahora, debido al progreso y a las nuevas
tecnologías, el arquetipo de un viaje espiritual.
Sigue
sorprendiendo, la cantidad de personas que leen y releen la obra de Merton, lo
que pone de manifiesto la actualidad humana de sus escritos, que hoy, gracias a
las traducciones, en más de veinte lenguas diferentes y a las comunicaciones de
internet, está presente en todos los países del mundo.
Hoy Merton, no está, entre
nosotros, pero vive a través de su obra, cuando otra persona acoge el relevo
(testigo) de su compromiso en medio del mundo; y así Cristo, sigue muriendo y
resucitando en medio de la
Historia. Lo que
Merton hubiera hecho de vivir más, poco importa, interesa la obra y el
testimonio de su compromiso por Cristo. La búsqueda de esta verdad conlleva, en
el "ahora y aquí" de la
Historia de Salvación, un discernimiento personal bajo la
acción del Espíritu Santo.
La
escritura de Merton es rápida y él no
tiene necesidad de dormir mucho, por lo que puede escribir más. Los escritos,
son punto de referencia y de aproximación al estado de su espíritu. El tiene necesidad de escribir, pero escribe
también por obediencia, como las breves vidas de santos, que se ofrecen y
también piden, los visitantes al monasterio de Gethsemaní.
La
conversión como fruto de la libertad interior, hace posible la vuelta a la Imagen de Dios
(Jesucristo), y a recuperar nuestra “identidad” cristiana, o lo que es lo
mismo, a recuperar el “proyecto de Dios sobre la humanidad”, para vivir
conforme a él: somos imagen y semejanza de la Trinidad y hemos recibido
el ruah de Dios y el pneuma de Cristo[3]
Entre tanto, seguimos caminando hacia
"Aquel que viene", y nos ha dado su Espíritu (Jesús es el
Cristo).
El
tema de Dios es tan importante, que no puede quedar sólo, en manos de la Iglesia jerárquica,
compete a todos los bautizados; de igual manera, el tema del hombre, no puede
quedar sólo a merced de los políticos, corresponde a todos los ciudadanos. Por
eso Merton afirma, que el laico es “un monje en el mundo” y el monje, en su
monasterio, ha de vivir, sentir y gustar, como un laico “para el mundo” todo
porque ambos son cristianos, y amados por Dios sin límites.
Merton
se encuentra en una experiencia de constante evolución social y espiritual, de
la que habla directamente en numerosas charlas y conferencias, y deja a través
de sus escritos constancia de ello. Lo
que Merton dice al monje, lo dice también al cristiano, nada de lo que podamos
decir a un seglar, es indiferente para que un monje pueda vivir en plenitud la
vocación monástica.
Vivimos
tiempos, en que no siempre tenemos claro, qué es lo esencial: esas realidades
(el Misterio de Cristo y el don de su Espíritu), han de ser inculturizadas, no para perder su
radicalidad, sino para potenciar las culturas en donde se inculturizan, con la
libertad de un testimonio, que quiere ser aceptado, porque antes le es ofrecido
con generosidad.
Lo
malo de nuestro tiempo es que hablamos de las realidades del Espíritu como
"algo" en cierta manera diferente y mejor que las realidades de la
vida cotidiana, pero resulta, que la vida de cada día es la que refleja la
fuerza del Espíritu, y de manera particular el Espíritu de Cristo. Esta realidad histórica, hace que la fuerza
creadora del Espíritu Santo se encuentre autolimitada desde el punto de vista
del hombre
Merton
pone de manifiesto las dificultades sociales y espirituales de esta tarea, al
tiempo que deja en claro las tendencias positivas del Hombre Nuevo y el camino
a seguir, que es un camino de contradicciones a superar pero también, es el
camino de la paradoja, la realidad más profunda del ser humano, en donde el
hombre, la persona ha de descubrir y construir su propia identidad. Merton
habla y escribe sobre este descubrimiento, que cada vez se hace más presente en
su vida y vocación. Su existencia se
inicia como una "acción en la contemplación, como una contemplación que lo
es por su acción, que acabará siendo "Encarnación", porque está es la
realidad. La contemplación es
encarnación o no es nada, sino otra cosa.
Podemos hablar de contemplación, pero esta ha de reflejar siempre su
dinamismo de inculturación y de encarnación.
Lo
extraordinario en la vida de un monje es intentar hacer bien las cosas
ordinarias. Las prisas no existen,
tampoco las pausas de no hacer nada. Se
procura no ser esclavo del tiempo, pero también no perder el tiempo, y a partir
de ahí entrar en una relación íntima con Dios, que permita entrar en una
relación de afecto con las personas; una relación, que parte de un gran respeto
hacia la persona, ya que cada persona es una obra maestra de Dios y por tanto,
se merece mucho más respeto que las obras maestras de los grandes pintores o
escultores. Nos sentimos todos únicos,
pero llamados a crear unidad. Cada uno
se realiza, procurando desde el amor y el respeto, desde la ayuda y el
servicio, que los demás puedan realizarse.
Este es el comportamiento del Dios de Jesús, presente en la acción del
Espíritu Santo, poniendo de manifiesto que podemos encontrarnos con Dios, porque
Dios se ha encontrado antes con nuestra naturaleza humana.
Obra
literaria
Poco
después de concluir el período de formación monástica, Merton, empezó a
escribir animado por su abad. Su obra en prosa, la podemos agrupar en tres etapas:
1ª- Libros de ascética y espiritualidad,
en donde busca la liberación de lo material: 1948-1960. Lo hace sobre temas de
espiritualidad monástica y contemplativa, abarcando hasta un total de 17
libros: La montaña de los siete círculos, Semillas de contemplación, Los hombres
no son islas, Pensamientos en la soledad, El Signo de Jonás, etc. En estos
libros encontramos un lenguaje nuevo y llamativo, llenos de sinceridad y
sentido crítico. Predomina una espiritualidad individual antes que social, en
la necesidad de separarse del mundo para acercarse a Dios, el verdadero “yo” de
Merton.
2ª-
Años, 1960-1965. Se produce un desplazamiento, para destacar con énfasis la
“inmanencia social” de la realidad divina. La importancia de la encarnación de
Dios en la historia y en la sociedad. De esta época son algunos libros
importantes: Niña bomba original, Nuevas semillas de contemplación, El hombre
nuevo, Semillas de destrucción, La revolución negra, Incursiones en lo
indecible, Conjeturas de un espectador culpable, etc.
La transición de una etapa a otra no fue
repentina, algunos factores jugaron un papel importante en ese desplazamiento,
como fueron sus responsabilidades dentro del monasterio: cuando era Maestro de
Escolásticos (Magister spiritus), durante los años 1951 al 55; y durante la
época de Maestro de Novicios, 1955 al 65. Merton no consideró sus escritos de
interés y, sin embargo, constituyen la mejor expresión de su proceso de
maduración interior: cartas, pensamientos, conferencias, charlas y escritos, en
donde narra sus experiencias religiosas
y místicas, con lo que contribuyó a
crear, en los Estados Unidos, un clima de interés por la vida contemplativa.
3ª Años, 1965-1968. Merton abre horizontes a
otras culturas y religiones con el diálogo interreligioso. Para algunos su
actitud, rompe los límites del catolicismo, y otros la consideran, que es un
desarrollo normal de la fe católica, al entrar en contacto con manifestaciones
espirituales no-cristianas, de origen oriental en su mayoría. Así lo expresan
títulos como: Por el camino de Chuang Tzu, El Zen y los pájaros del deseo,
Místicos y Maestros Zen. Sus ensayos sobre Gandhi y la no-violencia o,
lecciones monásticas sobre el sufismo, etc.[4]
Máximo Gálvez Samper
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