sábado, 31 de julio de 2010

Prayer is like a bridge.

Prayer is like an intimate conversation under an umbrella

El texto que nos propone Lucas es de los que todos recordamos, de esos que ‘suenan'. Por lo tanto existe el peligro de prestarle poca a tención, de hacerle poco caso.

El Padrenuestro, oración cristiana por excelencia, nos descubre que es oración del Reino, de la comunidad, de cada persona. El Padrenuestro debe ser orado y meditado por el cristiano que quiere aprender a orar o perfeccionarse en su modo de orar. Sobre el Padrenuestro se han hecho y, nosotros podríamos seguir haciendo, análisis de todo tipo: lingüísticos, exegéticos, teológicos. Es oración vocal y mental, meditativa y contemplativa, comunitaria y personal, íntima y social.

Sobre la oración también se han escrito tratados como para dar la vuelta al mundo. En ninguno de los dos casos será nunca suficiente pero creo interesante insistir en la oración en sí porque el Padrenuestro es una oración, tal vez la más importante ya que nos une a todos los cristianos, pero de poco nos servirá si no somos capaces de dar a la oración la importancia que por ella misma tiene.

La oración

A título de ejemplo, para intentar explicar qué es la oración, podríamos tomar las definiciones de Gregorio Niceno: La oración es una conversación o coloquio con Dios; de Juan Crisóstomo: La oración es hablar con Dios; y de Juan Damasceno: La oración es la elevación de la mente a Dios.

No parecen definiciones complicadas a simple vista pero, tal vez por causas como la presión de las condiciones de vida, las exigencias de analizarlo todo, o ese afán por hacer difícil lo sencillo, esa actitud creyente tan sencilla y espontánea se ha vuelto difícil y compleja.

Hoy en día muchos creyentes para mantener viva y operante la conciencia de ser hijos de Dios, necesitan aclaraciones y explicaciones generosas en profundidad y abundantes en cantidad. ¡Qué le vamos a hacer!

Creo que cuando las cosas se complican mucho, hay que pararse y pensar qué imágenes hemos contribuido a formar en la mente de nuestros hermanos, que complicado laberinto hemos ayudado a construir para que algunos anden tan perdidos.

La oración, su percepción y práctica, no debería ser causa de tantos problemas y sí de muchas satisfacciones.

Un puente y un paraguas

He retomado una de mis ‘debilidades', el Cantar de los Cantares. Al leer el texto de Lucas que nos ocupa hoy, no he podido por menos que empezar a relacionarlo con el Cantar y, con toda razón, os preguntaréis ¿qué tienen que ver un puente y un paraguas con el Cantar? No aparecen ninguno de esos dos elementos en el texto bíblico y poético por excelencia. Tenéis razón.

Los puentes son frutos de la ingeniería que unen puntos distantes entre sí salvando realidades geográficas: ríos, abismos, o espacios muy distantes que pueden aproximarse de forma notoria como los extremos de una bahía, por ejemplo. Por lo tanto y sin duda los puentes comunican.

La oración es un puente ya que nos une a Dios (que nunca está distante pero así nos gusta creerlo). Y es una forma de comunicación sumamente versátil en la forma, como los puentes. Aun la más sencilla oración adopta las formas más diversas dependiendo de quien la vive y como la vive en ese momento.

Los discípulos quieren saber cómo salvar la distancia, como acercarse a Dios. Ven que Jesús ‘habla' con el Padre, ‘ven' los frutos de la oración en Jesús y en su vida, ¿no pueden ellos hacer lo mismo? Piden ayuda a Jesús y Jesús les da las palabras. El sentimiento lo pondrán ellos, la necesidad de orar deberán crearla ellos, la búsqueda de la comunicación tendrá que salir de ellos.

El Cantar es una necesidad de comunicación. Es un deseo de decir y de escuchar (1,5-2,7), de buscar y encontrar, de pedir y recibir (cf Lc 11,9-13; Cant 5).

La oración es el tiempo de la intimidad. ¿Os habéis parado a pensar, alguna vez, el espacio de intimidad que se crea compartiendo con alguien el mismo paraguas? Parece algo banal pero no es así.

Ni en el texto de Lucas ni en el Cantar hay paraguas, evidentemente, pero sí hay intimidad. Y mucha.

Jesús no habla de huir a un espacio alejado y solitario pero, ¿quién está dispuesto a exponer esa conversación tan privada donde se comentan las alegrías, las angustias, los proyectos, los miedos, las expectativas, esa conversación donde pedimos y nos confiamos como un niño a su madre?

En el Cantar ningún paraguas cobija el deseo de unión, de intimidad, de desasosiego, de duda, de esperanza que con tanto detalle describe.

En ambos casos la oración es el paraguas que crea la intimidad necesaria, el espacio protegido. ¿Qué el Cantar no es oración? ¿Seguro? Ampliemos la visión y la experiencia de la oración.

Pero ¡cuidado! Nunca la oración podrá ser refugio contra la vida social y comunitaria. Jesús no ayudó ni formó a sus discípulos para que fueran seres aislados e inconexos entre sí. Jesús, que amaba la vida, sabía lo importante que era la relación entre los seres humanos, lo importante que era compartir, sentirse cerca unos de otros, la ayuda que eso proporciona, la fuerza que da. De ahí la importancia de rezar juntos el Padrenuestro, la importancia de la oración compartida, comunitaria, litúrgica, cultual. La que sea, pero juntos.

El Cantar no aboga por vivir el amor ‘a dos', cerrado. La intimidad, sí; el amor, no. De ahí la fiesta y el compartir la alegría y, en algún momento, el temor. Lo mismo que una relación que ha de ser vivida en secreto se ahoga en sí misma, la oración no puede ser solamente vivida en soledad, debe abrirse a la comunidad y vivirla y permitirle dar frutos comunitariamente.

Escribía santa Teresa de Ávíla, mística del siglo XVI que No es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama1. Tenía razón.

Thomas Merton, místico del siglo XX escribió: Toda oración verdadera confiesa la absoluta dependencia humana, del Señor de la vida y de la muerte. Ella es, por consiguiente, un contacto profundo y vital con Aquel a quien conocemos, no sólo como Señor, sino como Padre. Cuando oramos verdaderamente es cuando realmente somos.


Cristina Inogues

martes, 27 de julio de 2010

Oremos sin cesar... Y eso ¿cómo se logra?

"Rogamos al Padre celestial que no tome en cuenta nuestros pecados ni por causa de ellos nos niegue lo que pedimos" (Martín Lutero. Catecismo Menor, 1527)
Nadie, digo bien, nadie que se precie de seguir a Jesús menospreciará la importancia vital de la práctica de la oración. Es más, por activa y por pasiva somos exhortados desde los púlpitos a orar, a interceder, a pasar tiempo – y cuanto más mejor- en relación con Dios. Si embargo muchos cristianos y cristianas viven sometidos a un sentimiento de culpa por no orar lo suficiente o no hacerlo en absoluto.

En mis años de ministerio pastoral, y durante el dilatado tiempo que me dediqué a la formación de pastores y pastoras del pueblo de Dios, he observado que no existe pregunta más incómoda como la que interroga sobre la vida de oración. Y es que la oración se ha convertido en un problema para muchos creyentes. ¿Oramos..? Sólo Dios lo sabe.

Nos cuesta orar. Nos cuesta orar porque, en más ocasiones de las que reconocemos, no sabemos qué decir. Y cuando, por fin, balbuceamos cuatro palabras pensamos que hemos orado “poco”, aunque esos balbuceos hayan sido suficientes para Dios, de tal manera que la “poca” oración, en lugar de ser liberadora, se convierte en una añadido más al sentimiento de culpa que nos persigue en relación con dicha práctica.

Mirad, nuestros hijos e hijas y nuestros seres queridos podrán hablar mucho o poco con nosotros, pero ello no es óbice para que dejemos de quererlos, reconocerles como hijos e hijas y ayudarles en sus vicisitudes. ¡Cuánto más el Dios de Jesús!

Dicho lo anterior - y a través de la columna falible que trato, no sin esfuerzo, de escribir cada semana- quisiera exponeros una sugerencia en relación con la práctica de la oración. Una sugerencia que surge de la meditación en textos y prácticas cristianas que, si bien están alejadas de nuestro tiempo, siguen siendo relevantes para los cristianos y cristianas del siglo XXI.

Quiero fijarme en el Catecismo Menor, escrito por Martín Lutero durante el año 1527. En esa pequeña obra, Lutero recomienda que todo seguidor/a de Jesús debiera orar tres veces al día. A expensas de no ser original, y en este tema no conviene serlo, deseo exponeros el apartado que el reformador dedica a los tiempos de oración, no sin antes afirmar que si uno no sabe qué orar bien hará en recitar los salmos o adquirir la costumbre de decir las oraciones que propone el otrora fraile agustino en su catecismo.

Lutero está, en su texto, interesado en la coherencia de los discípulos y discípulas de Jesús, por ello les escribe que deben iniciar el día con su pensamiento dirigido a Dios. De ahí que recomiende, una vez fuera del lecho, decir “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”, y a continuación, de pie o de rodillas, reciten el Padrenuestro y hagan una breve oración:
Te doy gracias, Padre celestial, por medio de Jesucristo,
tu amado Hijo, porque me has protegido
durante la noche de todo mal y peligro, y te ruego
también que me preserves y me guardes de pecado
y de todo mal en este día, para que en todos
mis pensamientos, palabras y obras te pueda servir
y agradar. En tus manos encomiendo el cuerpo,
el alma y todo lo que es mío. Tu santo ángel
me acompañe para que el maligno no tenga ningún
poder sobre mí. Amén.
A continuación sugerirá que el cristiano se dirija a su lugar de trabajo o de estudio entonando un himno o recitando lo que su corazón le dicte.

Llegada la hora de la comida principal, nos enseñará que debemos agradecer a Dios los alimentos que nos ofrece. También para ello nos sugiere un par de oraciones. Una para el inicio de la comida (en la que incluye el Padrenuestro), y otra para una vez que la hayamos concluido:
Señor Dios, Padre celestial: Bendícenos y bendice
estos tus dones, que de tu gran bondad recibimos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Después de haber comido, con reverencia dirán (todos los componentes de la familia) así:
Alabad al Señor, porque es bueno; porque para
siempre es su misericordia. Él da alimento a todo
ser viviente; a la bestia su mantenimiento, y a los
pequeños cuervos que claman. No se deleita en la
fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad
del hombre. Se complace el Señor en los que le
temen, y en los que esperan en su misericordia.
Entonces recitarán (los miembros de la familia) el Padrenuestro, añadiendo la siguiente oración:
Te damos gracias, Dios, Señor nuestro y Padre
celestial, por Jesucristo nuestro Señor, por todos
tus beneficios: Tú que vives y reinas ahora y por
siempre. Amén.
El día llega a su fin y antes de retirarnos a descansar, Lutero, nos aconsejará, de nuevo, unas oraciones:
Por la noche, cuando te retires a descansar, dirás así:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. Amén.
Te doy gracias, Padre celestial, por medio de Jesucristo,
tu amado Hijo, porque me has protegido
con tu gracia en este día, y te ruego que me perdones
todos los pecados que haya cometido, y que
por tu gran misericordia me guardes de todos los
peligros de esta noche. En tus manos encomiendo
el cuerpo, el alma y todo lo que es mío. Tu santo
ángel me acompañe para que el maligno no tenga
ningún poder sobre mí. Amén.
Luego descansa confiadamente.
Lo importante es el fondo de lo que leemos en los consejos de Martín Lutero. La idea central es que Dios, el Dios de Jesús de Nazaret, esté presente en nuestros pensamientos desde el inicio del día hasta su conclusión. Ahora bien, alguien estará pensando, y la intercesión dónde queda. Mirad a lo largo de un día suelen acudir a nuestra mente muchos pensamientos acerca de personas que queremos, acerca de problemas que experimentamos y un largo etcétera de cuestiones. Pues bien en ese momento cuando tu mente se ve ocupada por esos pensamientos, eleva una oración al Dios que escucha tu corazón.

Una vez adquirida la costumbre, sin duda, descansará nuestro espíritu agotado de tanta “culpa” por la ausencia de una comprensión correcta de la práctica de la oración cristiana.

Oremos sin cesar... ¡Merece la pena!

Ignacio Simal

Los otros cristianos

Más allá de mis hermanos en mi comunidad hay otros que también son cristianos, pero que son diferentes. Confiesan el mismo Cristo, lo aman y le siguen, pero no lo hacen como yo.

En nuestro mundo cristiano hay muchas divisiones y, a lo largo de la historia, ha habido confrontaciones de toda clase. No todos hemos leído la Biblia de la misma forma y no todos hemos frecuentado los mismos caminos. Al rompimiento de la unidad de las iglesias de rito ortodoxo, en el siglo XI, se añadió la separación de las iglesias protestantes en el siglo XVI. Desde entonces, los cristianos estamos divididos y, no solamente vivimos en comunidades diferentes, sino que profesamos y predicamos doctrinas que no siempre concuerdan con lo que predican otros.

¿Cual ha de ser nuestra actitud delante de estos otros cristianos que no son como yo? Nos ha costado mucho aprenderlo y ha significado sangre y lágrimas, pero poco a poco hemos ido entendiendo que nuestras divisiones doctrinales no han de significar una enemistad humana entre nosotros los creyentes. La Conferencia Episcopal Europea Católica y la Federación Luterana Mundial sellaron esta afirmación en Augsburgo cuando firmaron el documento por el cual quedaban sin efecto las respectivas condenas hechas en el siglo XVI. Sin embargo, pesar de que ha habido una aproximación de posiciones doctrinales, todavía quedan puntos de confrontación, pero estas divergencias no son suficientes para descalificarnos los unos a los otros.
Con estos cristianos diferentes también he de convivir en un dialogo dinámico en el que no defendemos posiciones personales, sino que buscamos juntos una mayor fidelidad a Aquel que nos ha amado y se ha dado por nosotros. Nunca soy el hijo bueno que lo tiene todo. Todos nos hemos extraviado y, después de recorrer, como el hijo pródigo de la parábola de Jesús, los tortuosos caminos de la provincia apartada, hemos sido recibidos y abrazados por el Padre. Creo que para ellos y para mi hay un lugar en corazón generoso de Dios en su hogar.

Es bueno que sepamos reconocer nuestros errores y seamos suficientemente valientes para pedir perdón a los que hemos ofendido o perjudicado. Nunca estamos exentos de dar pasos en falso y será bueno para todos una aproximación a los otros cristianos que nos ayude a entender a los que viven la fe de otra forma. El encuentro y la oración común son los elementos principales de una actitud ecuménica que ha de ser la de todos los cristianos.

Esto no ha de significar que nada es importante y que cualquier doctrina es buena. Al contrario, todos los cristianos somos llamados a ser fieles a la propia comprensión del evangelio y ningún deseo de agradar al otro o de unión con el otro nos puede llevar a renunciar a lo que creemos que es correcto. Sin embargo, lo que no podemos hacer es pelearnos y olvidar que el respeto al otro y el amor que nos hemos de tener es requisito primero y principal. Mi actitud hacia los otros cristianos ha de ser la de dar y recibir en un intercambio de experiencias e intuiciones que nos enriquezca espiritualmente a todos.

Enric Capó

jueves, 22 de julio de 2010

¿Qué haces tú en tu vida de fe?

Mateo 6: 1-18

La religión cristiana no ha de ser hipócrita, sino real. Jesús inició el Sermón del Monte hablando sobre el carácter de los cristianos mediante las bienaventuranzas. Después lo continúa hablando sobre la influencia que estos podrían ejercer en el mundo. Al final del capítulo 5 lo vemos desarrollando el tema de la justicia.

Hoy comenzamos el capítulo 6 y Jesús continua hablando sobre la justicia de los cristianos. Pero si antes su énfasis estaba puesto en la bondad, en la pureza y en el amor, ahora trata el tema de la limosna, la oración y el ayuno. Así que dejaremos de hablar de la justicia moral, para hablar de la justicia religiosa.

¿Qué entendemos por justicia religiosa? Quizás es una pregunta que no queremos responder ahora. Quizás porque no tenemos claro si nuestra espiritualidad ha de ser pública o privada. Pero me temo que esta relacionada con ambas.

Los cristianos han de ser diferentes. Y en Mateo 6 Jesús trazará los contrastes. Veamos el v.5 No seas como los hipócritas….refiriéndose a los fariseos; o como en el v.8 No hagáis como ellos….refiriéndose a los paganos. Los cristianos han de ser diferentes a los fariseos y a los paganos, de los religiosos y de los irreligiosos, de la iglesia y del mundo.

Pero volvamos al v.1 Guardós de hacer vuestra justicia…..¿Qué entendemos aquí? ¿Acaso no nos había dicho en el capítulo 5 que dejáramos nuestra luz brillar delante de las gentes? ¿Se contradice Jesús? Me temo que no. La contradicción es verbal no esencial. Y la clave esta en los pecados que se condenan en ambas exhortaciones. Primero condena el miedo ha hacer cosas, por eso nos dice: Que brille vuestra luz…para después alertarnos de la vanidad y el orgullo. Las buenas obras han de ser publicas, las devociones privadas. La idea seria mostrarnos cuando queremos escondernos y escondernos cuando queremos mostrarnos.

¿Por qué debemos esconder nuestra piedad? ¿Por qué no debemos decir las cosas buenas que hacemos? ¿A quién hace mal esto? Podremos responder a estas preguntas más adelante. Pero una cosa hemos de clarificar ahora: nuestro objetivo es glorificar el nombre de Dios, no el nuestro.

¿Quién de vosotros da limosna? ¿Quién ora por los enfermos? ¿Quién práctica el ayuno? Estas prácticas son comunes a la mayoría de las religiones que conocemos: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Este trío de obligaciones nos recuerdan que tenemos obligaciones para con Dios, para con los demás y para con nosotros mismos. Jesús era un judío. O sea, practicaba la oración, las limosnas y el ayuno. Y esperaba que sus seguidores lo hicieran. No encontramos un texto donde recomiende a la iglesia abandonas una de estas practicas. De hecho cuando en los vv. 2, 5, 16 dice: Cuando….refiriéndose a estas prácticas daba por hecho que nosotros las haríamos. No que optáramos por ellas.

¿Qué haces tú?

viernes, 2 de julio de 2010

El tema de la fidelidad: un asunto serio.

Mateo 5: 31-32

Jesús nos ha estado explicando en este último mes sus tesis sobre como ha ser la justicia del cristiano. Y fíjense bien que hablo de la justicia de Jesús y no la que hemos de esperar del Estado español. Si anteriormente les hable sobre el problema del adulterio hoy debemos abordar el tema de la fidelidad. Leamos el texto otra vez. ¿Qué dice? ¿A qué se nos está llamando? A la fidelidad en el matrimonio. A la fidelidad en el amor.

No pretendo hacer una exposición detallada de estos versículos. El divorcio es un tema complejo y controversial. De hecho no soy la persona más indicada para defender la institución del matrimonio. El divorcio toca mis emociones a un nivel muy profundo.

Quizás me puedas visitar una tarde y decirme que eres un infeliz. Pero entonces tendré que decirte que no hay infelicidad más intensa que la infelicidad de un matrimonio desgraciado. No hay mayor tragedia que ver como el amor se ha ido convirtiendo poco a poco, día a día, en una tragedia. Donde antes hubo amor, ahora solo vemos amarguras, discordias y desesperación.

Después de todos estos años sigo creyendo que en la mayoría de los casos el camino que hace Dios no es el del divorcio y por eso quiero ser sensible. Conozco del dolor y no quiero añadir más pena.

Entre los rabinos siempre ha existido careo por el asunto del divorcio. Un sector rígido plantea que el divorcio sólo es viable cuando ha ocurrido una ofensa matrimonial grave, o sea una infidelidad sexual. El otro sector, más relajado, sostuvo que una mínima queja del esposo podía ser la causa del divorcio. Por ejemplo: si quemaba la comida, o dejaba de arreglarse. Los contemporáneos de Jesús le invitaron a que tomara partido y se situara en un sitio del debate. La respuesta de Jesús tuvo tres partes.

a) el matrimonio en si es más importante que las causas del divorcio
b) lo estipulado por Moisés sobre el matrimonio fue una concesión debido a la dureza del corazón de los hombres
c) Jesús llama adultero a todo el que se casa por segunda vez, excluyendo cuando ha habido fornicación.

La tendencia actual, al menos en las llamadas democracias occidentales, es legislar lo concerniente al divorcio sobre la base de que hay rupturas que no se pueden enmendar o cuando el matrimonio “ha muerto” y no sobre la base de las ofensas que se han realizado los esposos y las esposas. Quizás nuestras leyes sean más justas y mejores; pero esto no significa que son compatibles con lo que Jesús enseñó.

Como cristianos no podemos contentarnos con este estado. Las palabras de Jesús, el sentido general de Sermón de la Montaña, el deseo de reconciliación que brota de todas las Escrituras no han de invitar a ver el problema de la fidelidad y el matrimonio como un desafío a nuestro corazón duro. Si hemos de tener una imagen de Dios, si hemos hacernos una idea de Dios, la recomendada sería la del Padre que intenta contra toda esperanza reconquistar el cariño de sus hijos que le han sido infieles.

Ocuparse en primer lugar de las causas del divorcio y no de la relación que establecieron las personas donde se prometieron amor y perdón, es comenzar a mirar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga que tenemos en la nuestra. ¿Yo me pregunto: cómo alguien que se dice manso, humilde, pacificador va y le dice a su esposa o esposo que ya no la quiere mas?

Quizás por ello, entiendan ahora mis esfuerzos en no abordar el tema del divorcio en todos estos años. Ahora sigo una regla: antes de hablar sobre el divorcio con una persona debo hablar con los dos sobre el matrimonio y la reconciliación. Y es que cuando hablamos sobre las cosas que nos unieron, sobre el perdón, y sobre la necesidad de empezar de nuevo, la discusión sobre el divorcio se hace innecesaria.

Cuando tenemos claro lo que Dios nos pide para la persona que amamos. Cuando tenemos clarificado la urgencia de la reconciliación y el volver a decir: Te quiero, es entonces, y sólo entonces que podemos hablar de divorcio.

jueves, 1 de julio de 2010

El discipulado: entre la disponibilidad y la entrega

Lucas 9: 51-62

¿Soy yo un seguidor de Jesús? ¿Soy uno que camina en su nombre?

Jesús camina por Samaria. Va de camino hacia Jerusalén. Todos los sinópticos hablan de un viaje de Jesús a Jerusalén. Pero en Lucas este viaje tiene un significado de aprendizaje para los discípulos: la vida de Jesús fue también un largo caminar hacia una meta. Es durante el viaje, que Jesús instruye a la comunidad de discípulos de cara a su propio caminar. El discípulo contemporáneo encuentra aquí el la guía para la actuación cristiana.

Como telón de fondo de este relato están la enemistad latente entre los samaritanos y judíos: originariamente, de tipo racial; después, de tipo político y religioso. El camino habitual de Galilea a Jerusalén pasa por Samaría: Jesús, dirige al grupo de galileos de los discípulos. ¿Pero por qué están molestos los samaritanos, según la anotación lucana? Lo que molesta a los samaritanos no es que atraviesen sus tierras, sino la propia finalidad del viaje: el ir al templo de Jerusalén. Y lo interpretan como una infravaloración de Garizín, el lugar autóctono de adoración.

A la propuesta de los discípulos, Jesús reacciona regañándolos: el discípulo, el que ha de aprender, no puede dejarse llevar por los sentimientos de venganza, de desquite o de intransigencia. Esta será con los días una crítica de Jesús a las posiciones maximalistas.

¿Qué decimos nosotros hoy sobre el seguimiento cristiano? Muchas cosas. ¿Pero decimos lo mismo que dijo Jesús? Quizás tengamos que guardar unos minutos de silencio. Las respuestas de Jesús en cuanto al seguimiento hay que entenderlas en medio del lenguaje y de una cultura de tipo oral: y es en este entorno que cobra valor no lo que se dice sino lo que se quiere decir. Las propuestas de Jesús son tajantes y significan, que seguirle, condición de todo discípulo, exige disponibilidad total, radicalidad de entrega y coherencia.

Si leemos la segunda parte del texto podremos notar que contiene tres palabras de Jesús en torno a las acciones recomendables del que quiere seguirle como discípulo: a) Debe calcular antes el riesgo que esta decisión implica. b) No hay condiciones para el que es llamado. c) Ha de manifestar un espíritu de renuncia. Y es que el seguimiento de Jesús exige ante todo una dedicación absoluta al Reino, por encima de los sentimientos y proyectos personales.

Si este relato fuera un cuadro que contempláramos en el fondo, donde se une la tierra con el cielo, se perfila ya la sombra inquietante de la cruz.