viernes, 2 de julio de 2010

El tema de la fidelidad: un asunto serio.

Mateo 5: 31-32

Jesús nos ha estado explicando en este último mes sus tesis sobre como ha ser la justicia del cristiano. Y fíjense bien que hablo de la justicia de Jesús y no la que hemos de esperar del Estado español. Si anteriormente les hable sobre el problema del adulterio hoy debemos abordar el tema de la fidelidad. Leamos el texto otra vez. ¿Qué dice? ¿A qué se nos está llamando? A la fidelidad en el matrimonio. A la fidelidad en el amor.

No pretendo hacer una exposición detallada de estos versículos. El divorcio es un tema complejo y controversial. De hecho no soy la persona más indicada para defender la institución del matrimonio. El divorcio toca mis emociones a un nivel muy profundo.

Quizás me puedas visitar una tarde y decirme que eres un infeliz. Pero entonces tendré que decirte que no hay infelicidad más intensa que la infelicidad de un matrimonio desgraciado. No hay mayor tragedia que ver como el amor se ha ido convirtiendo poco a poco, día a día, en una tragedia. Donde antes hubo amor, ahora solo vemos amarguras, discordias y desesperación.

Después de todos estos años sigo creyendo que en la mayoría de los casos el camino que hace Dios no es el del divorcio y por eso quiero ser sensible. Conozco del dolor y no quiero añadir más pena.

Entre los rabinos siempre ha existido careo por el asunto del divorcio. Un sector rígido plantea que el divorcio sólo es viable cuando ha ocurrido una ofensa matrimonial grave, o sea una infidelidad sexual. El otro sector, más relajado, sostuvo que una mínima queja del esposo podía ser la causa del divorcio. Por ejemplo: si quemaba la comida, o dejaba de arreglarse. Los contemporáneos de Jesús le invitaron a que tomara partido y se situara en un sitio del debate. La respuesta de Jesús tuvo tres partes.

a) el matrimonio en si es más importante que las causas del divorcio
b) lo estipulado por Moisés sobre el matrimonio fue una concesión debido a la dureza del corazón de los hombres
c) Jesús llama adultero a todo el que se casa por segunda vez, excluyendo cuando ha habido fornicación.

La tendencia actual, al menos en las llamadas democracias occidentales, es legislar lo concerniente al divorcio sobre la base de que hay rupturas que no se pueden enmendar o cuando el matrimonio “ha muerto” y no sobre la base de las ofensas que se han realizado los esposos y las esposas. Quizás nuestras leyes sean más justas y mejores; pero esto no significa que son compatibles con lo que Jesús enseñó.

Como cristianos no podemos contentarnos con este estado. Las palabras de Jesús, el sentido general de Sermón de la Montaña, el deseo de reconciliación que brota de todas las Escrituras no han de invitar a ver el problema de la fidelidad y el matrimonio como un desafío a nuestro corazón duro. Si hemos de tener una imagen de Dios, si hemos hacernos una idea de Dios, la recomendada sería la del Padre que intenta contra toda esperanza reconquistar el cariño de sus hijos que le han sido infieles.

Ocuparse en primer lugar de las causas del divorcio y no de la relación que establecieron las personas donde se prometieron amor y perdón, es comenzar a mirar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga que tenemos en la nuestra. ¿Yo me pregunto: cómo alguien que se dice manso, humilde, pacificador va y le dice a su esposa o esposo que ya no la quiere mas?

Quizás por ello, entiendan ahora mis esfuerzos en no abordar el tema del divorcio en todos estos años. Ahora sigo una regla: antes de hablar sobre el divorcio con una persona debo hablar con los dos sobre el matrimonio y la reconciliación. Y es que cuando hablamos sobre las cosas que nos unieron, sobre el perdón, y sobre la necesidad de empezar de nuevo, la discusión sobre el divorcio se hace innecesaria.

Cuando tenemos claro lo que Dios nos pide para la persona que amamos. Cuando tenemos clarificado la urgencia de la reconciliación y el volver a decir: Te quiero, es entonces, y sólo entonces que podemos hablar de divorcio.

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