viernes, 26 de julio de 2013

Tres llamadas de Jesús.



Lucas 11: 1-13
           
Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá. Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes. Pedir es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. Buscar no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. Llamar es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: el que pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre. Jesús no dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran lo que andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas buenas”.
Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de todos los tiempos. ¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino cosas buenas. Jesús saca rápidamente la conclusión: Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu Santo a los que se lo pidan. Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento que sostiene y salva nuestra vida.

José Antonio Pagola.


lunes, 22 de julio de 2013

Poema del amigo.

Se necesita un amigo.
No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.
Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.
Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.
Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.
Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.
Debe guardar el secreto sin sacrificio.
Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.
No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.
No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.
Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.
No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.
Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.
Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.
Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.
Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.
Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.
Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.
Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.
Se necesita un amigo para dejar de llorar.
Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.
Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos.
Vinicius de Moraes
 
 

viernes, 19 de julio de 2013

Nada es más necesario.



Lucas 10:38- 42
           
El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
 Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la matriz desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.

José Antonio Pagola.

viernes, 12 de julio de 2013

No pasar de largo.



Lucas 10: 25-37
           
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, ve al herido, se conmueve y se acerca. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber mirar de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, conmovernos y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. Vete y haz tú lo mismo.

José Antonio Pagola

viernes, 5 de julio de 2013

A comenzado el tiempo de abandonar las catedrales.

Son muchos los que afirman que los cristianos estamos en una situación de caos religioso, de manera que la solución sería retornar de manera fundamentalista a posturas (¿imposturas?) antiguas, en las que todo se resuelve desde arriba. Se trata de un fenómeno explicable:
Cuando han caído las antiguas referencias sociales y eclesiásticas, y no se han cumplido las promesas de paz y concordia que la Ilustración y el mismo cristianismo oficial habían ofrecido, muchos sienten la necesidad de refugiarse en modelos fuertes de seguridad, simbolizados en la imagen de una catedral, donde todo está en orden, con un religión jerarquizada y acciones reguladas desde arriba.
Pues bien, pienso que ha llegado el tiempo de abandonar esa catedral llena de seguridades, para iniciar el camino de Jesús desde el bazar de la vida.
Las catedrales son hermosas para desarrollar una religiosidad jerárquica, una liturgia sagrada, donde la obediencia es el pilar fundamental; pero este modelo corre el riesgo de impedir la creatividad espiritual.
Sin negar el valor artístico e histórico de las catedrales, quiero decir que la comunidad de Jesús debería parecerse más al bazar de los mil intercambios de la vida, como en los antiguos atrios de las iglesias, donde mujeres y hombres hablaban y se comunicaban experiencias y aprecios.
La universalidad cristiana sólo es posible donde todos se miran y encuentran de modo directo, pues los temas de la vida no están hechos y resueltos de antemano (ni pueden resolverlos otros), sino que se van resolviendo a medida que los creyentes se dan y reciben la vida (Mateo 25, 31-46).
Este zoco o mercado de la iglesia es un lugar donde nadie triunfa ni se impone, pues no existe nadie o nada que domine por encima de los individuos, ni siquiera Dios, pues no es dominio sino servicio y Vida infinita, que actúan en cada uno, haciéndolos capaces de comunicarse de un modo personal.
Jesús no vino a imponer sobre los creyentes el imperio de una ley sagrada mejor que las anteriores, ni a proclamar un talión universal (como principio de juicio), sino a ofrecer su vida creadora y recreadora, para que en ella vivamos y creamos (y creemos, del verbo crear…).
En una iglesia-catedral no se puede crear, porque todo está ya construido con piedras pesadas, todas en su sitio e inamovibles. Hasta su reforma es complicada, pues mover una de sus bases significaría el riesgo de que todo se caiga por su propio peso. Hay que recuperar la imagen de la iglesia-bazar, o iglesia-atrio, en la que la comunicación entre los creyentes, y entre éstos y el Espíritu de la Creatividad de Dios, convierte a la comunidad en un organismo vivo, lejos del anquilosamiento y el fijismo de la catedral, que crea y recrea situaciones dinámicas, y aporta soluciones a los problemas que surgen. Es decir: una iglesia-comunidad en la que todos son igualmente libres, y todos igualmente responsables.
Juan Ramón Junquera.

jueves, 4 de julio de 2013

La locura de Dios.

Éste es un homenaje a los locos; a los inadaptados; a los rebeldes; a los alborotadores; a las fichas redondas en los espacios cuadrados; a los que ven las cosas de una forma diferente. A todos ellos no les gustan las reglas porque sí, y no sienten ningún respeto por el statu quo. Puedes citarlos, discrepar con ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Casi lo único que no puedes hacer es ignorarlos. Porque ellos cambian las cosas. Son los que hacen avanzar a la especie humana. Unos los ven como locos; otros vemos su genio. Porque las personas que están lo suficientemente locas como para pensar que pueden cambiar el mundo... son quienes lo cambian.
Ese texto compendiaba la campaña de publicidad que defendió Steve Jobs en su regreso a Apple. Esta filosofía de vida salvó de una inminente quiebra a la hoy más popular empresa de informática. Se tituló “Piensa diferente”. Jobs mismo fue considerado un loco por muchos. La vida demostró que tenía razón.
El cristianismo, en su inicio, fue considerado una locura. Es de locos pensar que Dios se encarnó en un hombre (hoy quizá lo hubiera hecho, por qué no, en una mujer). Es de locos aceptar que, a pesar de su autoridad sobre el universo, prefirió morir por los rebeldes a controlar la rebelión a base de opresión y de miedo. Es de locos creer que, una vez decidida la encarnación, escogió hacerlo en un hombre que sería ridiculizado, maltratado y ajusticiado por los poderes civiles y religiosos, en vez de hacerlo en un caudillo que conquistase por la fuerza el territorio arrebatado por el mal. Es de locos admitir que la verdadera fuerza de Dios, que es el amor, se manifiesta de forma incondicional, sin tener en cuenta la reacción humana, por mucho que ésta lo excluya de sus prioridades. Es de locos predicar a un Dios que se debilita voluntariamente a sí mismo, y que renuncia a su poder en aras de la libertad humana. Es de locos identificar a Dios con los pobres, excluidos, maltratados y escarnecidos de la tierra. Es de locos relacionarse con un Dios que ruega en vez de exigir; que ofrece en vez de arrebatar; que propone en vez de imponer; que sirve en vez de presidir.

Éste es el Dios de Jesús: una auténtica locura para la razón humana, que desafía nuestros paradigmas de poder y dominación, y los somete a una profunda revisión. Es una locura porque la conversión a este Dios sitúa al creyente en una incomodidad extraordinaria, pues es animado a seguir su ejemplo. Los evangelios llaman a esta conversión “negarse a sí mismo, y cargar la cruz de cada uno”. Y a fe que es negación y cruz. Pero de una forma misteriosa, Dios es capaz de generar alegría y paz en ellas, felicidad y satisfacción existencial. Servir a los demás como Dios nos ha servido: la demencia del evangelio de los cristianos. Y si el cristianismo que predicamos no se considera hoy una locura, es que estamos haciendo muy mal las cosas; es que nos hemos anquilosado, asimilado, prostituido.
A gente contagiada por la locura de Dios se la puede vilipendiar, oprimir y hasta crucificar; pero no se la puede ignorar. Y pueden cambiar el mundo. Son la sal en una sociedad hastiada de su propia sosedad; la levadura que hace comestible una masa indigerible; la luz que desafía a la oscuridad, por densa que ésta sea. Son, como todos los discípulos de Jesús terminaron sabiendo, los locos de un Dios locamente enamorado de sus criaturas (Juan 3, 16). Responder y expandir este amor es la tarea de los cristianos. A esto son llamados. Todo un reto. Ni más, ni menos.


Juán Ramón Junquera Vitas

Cuando la familia come pan.

Nuestra comunidad cree que es posible una Cena del Señor abierta. Inclusiva. Pero no nos quedamos sólo en la parte confesional del asunto. Pues no. No sólo creemos, sino que la prácticamos el primer domingo de cada mes.
Cuando los adultos y los niños nos reunimos alrededor de la mesa y uno de nosotros rompe el pan y lo ofrece a los demás creemos que somos restaurados. Que algo cambia dentro de nosotros. Que se abren nuevas ventanas para que entre el viento. Que algunos tabiques son echados abajos y se pintan de colores vivos algunas habitaciones. Y es que somos reformados como individuos y como comunidad. Es como si el Sr. Dios intentara matar a dos pájaros de un tiro con una simple comida. Con un simple pan redondo de un kilo de peso. Con ese pan nuestro de cada día que siempre estamos pidiendo.
Pero en realidad nuestra comunidad está formada por individuos muy heterogéneos. Unos son de aqui, de toda la vida, otros son de allá; también de toda la vida. Algunos somos altos, otros pequeños. Algunos son blanco como el papel, otros negros como el carbón y los otros, bueno los otros somos ese color que se mueve entre el tostado y el marrón descolorido. Pero nuestras historias personales tambien son diversas. Como lo son nuestras tradiciones familiares. Nuestros dolores. Nuestras risas.
Y a pesar de todo esto, llega un momento en nuestra celebración dominical que nos olvidamos de los colores, de las ideas, de las edades y de la cantidad de cosas que atesoramos en casa y nos transformamos en una entidad que se quiere y se cuida, que se emociona, que reflexiona, que se aprieta las manos y se mira con compasión. Y todo eso, cuando la familia come pan.
Como vereís el pan puede ser un alimento peligroso. No se trata de magia. No. El pan sigue siendo pan. El de toda la vida. Ese que contiene trigo molido, agua, sal y levadura. Pero hay algo, poderoso e invisible, que se hace presente y nos calienta el corazón cuando nos reunimos alrededor de la mesa. Nosotros creemos que se trata de Dios Junior.

Augusto G. Milián.

miércoles, 3 de julio de 2013

Los dos principes.

El palacio está de luto
Y en el trono llora el rey,
Y la reina está llorando
Donde no la puedan ver:
En pañuelos de holán fino
Lloran la reina y el rey:
Los señores del palacio
Están llorando también.
Los caballos llevan negro
El penacho y el arnés:
Los caballos no han comido,
Porque no quieren comer:
El laurel del patio grande
Quedó sin hoja esta vez:
Todo el mundo fue al entierro
Con coronas de laurel:
—¡El hijo del rey se ha muerto!
¡Se ha muerto el hijo del rey!

En los álamos del monte
Tiene su casa el pastor:
La pastora está diciendo
“¿Por qué tiene luz el sol?”
Las ovejas, cabizbajas,
Viene todas al portón:
¡Una caja larga y honda
está forrando el pastor!
Entra y sale un perro triste:
Canta allá adentro una voz—
“¡Pajarito, yo estoy loca,
Llévame donde él voló!”:
El pastor coge llorando
La pala y el azadón:
Abre en la tierra una fosa:
Echa en la fosa una flor:
—¡Se quedó el pastor sin hijo!
¡Murió el hijo del pastor!

José Marti.