miércoles, 18 de junio de 2014

A veces Señor, a veces.

A veces, Señor, a veces
la historia es tan opaca,
la vida tan ambigua,
y el horizonte tan monótono y triste,
que de nada sirve tu mensaje
porque tu presencia se nos esconde.

Y entonces, Señor, entonces
el corazón sufre y sangra,
las entrañas, cansadas, se agotan,
el espíritu se desorienta
y los sentidos se rebelan
porque no encuentran brotes de esperanza.
A veces, Señor, a veces
se me rompen los esquemas,
me encuentro perdido noche y día,
camino sin saber dónde te hallas,
y espero contra toda esperanza
anhelando el roce de tu brisa.
Y entonces, Señor, entonces,
si no pasas susurrando y moviendo
los cristales de mis ventanas,
mi anhelo se desata, en pasión o ira,
queriendo que seas huracán, fuego, tormenta
que zarandee mi cuerpo y espíritu.
A veces, Señor, a veces
sólo anhelo que Tú me llames,
pronunciando mi nombre como otras veces,
para despertarme y pacificarme,
y poder compartir heridas, deseos y tareas
a la vera del camino de la vida.
Y entonces, Señor, entonces,
aunque haya bandidos y ladrones,
sé que Tú vas cerca y delante
abriendo caminos y horizontes,
silbando alegres canciones
y dándonos a todos vida abundante.
A veces, Señor, a veces
reconozco tu presencia y voz,
y entonces, Señor, entonces
te sigo y salgo al mundo con ilusión.

Florentino Ulibarri

lunes, 9 de junio de 2014

Vivir a Dios por dentro.

Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual”.
El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿ Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia  interior del Misterio de Dios.


José Antonio Pagola