miércoles, 28 de septiembre de 2011

Del desierto al jardín: Y es que el dolor cuando es por el dentro es más fuerte

Taller sobre las emociones. Tema 7

I. Introducción

Estamos hablando de soledad humana. La más básica. La que nos amenaza y que muchas veces no sabemos como enfrentar. Muy a menudo hacemos todo lo posible para evitar la confrontación con la experiencia de nuestra soledad. A veces buscamos instrumentos capaces de hacernos no pensar en nuestra soledad. Nuestra cultura se ha refinado mucho a la hora de hacernos evitar el dolor. Y cuando hablo de dolor no sólo me refiero al físico, sino que estoy pensando más que nada en el dolor emocional o mental. Generalmente en medio de la crisis nuestra tentativa no es sólo esconder la cabeza, sino que pretendemos esconder las penas como si ellas no fueran parte de nuestra realidad.

II. El caso del Sr. Pedro

¿Qué sabemos de Pedro? Pedro era natural de Betsaida, nació en el s.1 d. C u murió en Roma el 29 Junio 67. Era conocido también como Cefas o Simón Pedro; y cuyo nombre de nacimiento era Shimón bar Ioná, fue de acuerdo con el Nuevo Testamento, un pescador, conocido por ser uno de los doce apóstoles, discípulos de Jesús de Nazaret. Para algunas tradiciones era el discípulo más cercano a Jesús. Pero eso no evitó que tras el arresto de Jesús, para evitar ser apresado y torturara, negara sus vínculos con él. Leamos Mateo 26:

69 Mientras Pedro estaba sentado afuera, en el patio, se le acercó una criada y le dijo: También tú estabas con Jesús el galileo. 70 Pero él lo negó delante de todos, y dijo: No sé de qué hablas. 71 Y se fue a la puerta. Pero otra criada lo vio, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. 72 Pero él lo negó otra vez, y hasta juró: No conozco a ese hombre. 73 Un poco después, los que estaban por allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Sin lugar a dudas, tú también eres uno de ellos, porque hasta tu manera de hablar te delata. 74 Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a ese hombre. Y enseguida cantó el gallo. 75 Entonces Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo de allí, lloró amargamente.

III. El peligro de una solución final

Muchos de nosotros somos nos comportamos con alguna frecuencia como el personaje de nuestro relato. Queremos conservar nuestra libertad a cualquier precio. Pero a la vez no sabemos que hacer con ella la mayoría de las veces y acaba por asustarnos. Este miedo es el que nos hace tan intolerantes con nuestra propia soledad y nos impulsa a buscar y aferrarnos ansiosamente y prematuramente a lo que nos parecen soluciones finales.

En nuestro alrededor hay mucho sufrimiento mental. A nuestro alrededor hay personas que lloran amargamente. A veces somos nosotros los que lloramos. Y no sólo somos nosotros, sino que lo hacemos por dentro o donde nadie nos ve. Parte de nuestro llorar amargo se inicia en nuestras falsas expectativas de que no tenemos porque estar solos. Y es entonces cuando corremos a los brazos de alguien que a fin de cuentas está como nosotros, creyendo que compartir la vida le hará más soportable el dolor. Otras personas no recurren a un compañero o compañera, sino que se remiten a otros lugares o momentos en los que ellos albergan la esperanza de que no existe el sufrimiento. Pero generalmente este mundo no existe.

Ningún amigo, amante, esposa, ninguna comunidad, ningún partido, ninguna religión es capaz de darnos la paz que no tenemos si la buscamos como se busca un alimento en un supermercado. Mientras la soledad nos obligue a buscar la compañía como único recurso para no estar solos, nos estaremos martirizando a nosotros mismos a los que sobre los cuales depositamos nuestros anhelos.

Personas que no se sienten queridas o valoradas por sus familiares y amigos se empeñan en encontrar otros amigos u otras familias que sustituyan a las anteriores o entran a una nueva comunidad con expectativas mesiánicas. Y es que aunque su mente conozca la desilusión una y otra vez; su corazón sigue diciendo: Quizás ahora he encontrado lo que buscaba!

Pero una cosa podremos tener clara, la mayoría de los conflictos y las peleas, las veces que busco un chivo expiatorio o a quien responsabilizar con mi estado, las recriminaciones en las que me embarco, los momentos en los que expreso mi rabia de manera oral o física, las oportunidades en que me manifiesto con envidia son el resultado, lo pueda admitir o no, de esas relaciones apresuradas que acabo por construir cuando no quiero aceptar la idea de que estoy solo.

IV. Juntos, pero no tan cercas

La actitud de Pedro puede leerse en la siguiente manera. Pedro estaba junto a Jesús, pero no estaba cerca de él. Aunque Pedro ha estado siguiendo a Jesús por casi tres años, albergaba algunos temores.

Hay una enseñanza sobre la honradez, a veces social, a veces eclesiológica, de sugiere que debemos decirlo todo, comunicarlo todo, expresarlo todo. Esta honradez puede ser plana, superficial y aburrida. Cuando creemos que para no estar solos no debemos poner límite a nuestros temores de intimidad podemos caer en la cercanía estancada. En el acompañamiento por inercia. En las declaraciones de fe que pueden carecer de objetividad.

Nuestro mundo se caracteriza por aparentar tener las puertas abiertas, por conversaciones vacías, por confesiones fáciles, por un hablar sin contenido, por gestos externos sin sentido, por una alabanza pobre y aburridas confidencias. Pero esto no nos asegura que estemos acompañados de verdad.

¿Qué podemos hacer con la soledad que nos llena de angustias y nos hace llorar amargamente? Es una pregunta difícil para responder hoy si tenemos el corazón herido. Yo sugiero ver la problemática desde la compasión. Y es que en medio de nuestra dolorosa soledad podemos encontrar nuestra soledad apacible.

lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Estamos decepcionados de Dios?

Mateo 21,33-43

Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. Nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos. Sin duda, la más dura que ha salido de sus labios.

Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La «viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.

Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba. Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.

La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.

¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África? ¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?

¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?

José Antonio Pagola

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Nadie cruza un puente hasta que tiene la necesidad: del aislamiento a la soledad.

Tema 6
Taller sobre las emociones.

I. Introducción

1 Señor, escucha mi oración,
permite que mi grito llegue a ti
2 No escondas de mí tu rostro
cuando me encuentre angustiado;
dígnate escucharme!,
respóndeme pronto cuando te llame!
3 Pues mi vida se acaba como el humo,
mis huesos arden como brasas
4 mi corazón está decaído
como la hierba marchita;
ni aun deseos tengo de comer
5 La piel se me pega a los huesos
de tanto gemir.
6 Soy como una lechuzc del desierto,
como un búho entre las ruinas.
7 No duermo.
Soy como un pájaro solitario en el tejado
Salmo 102

La fe es como un puente que no sabemos si nos va a sostener sobre el abismo hasta que nos vemos obligado a cruzarlo. A veces para ver nuestra vida tenemos que subir a un lugar alto, a veces tenemos que correr un riesgo y hacer un viaje solos, a veces tenemos que cansarnos tras un largo camino y es entonces cuando nos vemos tal como Dios nos ve.

Vivimos en una sociedad donde se valora mucho el desarrollo y el crecimiento. Así que no nos alarmemos si un día Ud. se pregunta: ¿Dónde estoy como cristiano? Y es que Ud. a fin de cuentas es un ser social como cualquier hijo de vecino. Y es que a pesar de tantos años vividos entre la duda y la fe, he de reconocer que hay días que algunas preguntas, incertidumbres y vacilaciones de hace veinte años siguen agazapadas en algún rincón de mi vida. Nadie, y me incluyo a mi mismo, puede asegurar que cumplir años lo vuelve más espiritual o lo hace vivir sin dudas.

Es en medio de estos períodos de crisis, de crecimiento, de soledad, de compañías donde transcurre nuestra vida. Es precisamente en estas etapas donde podemos aprender y fortalecer nuestras ideas o decir quiero vivir esta fe o no quiero vivir esta fe.

II. Etapas del crecimiento

Para responder a la pregunta: ¿Dónde estoy como cristiano? antes he de enfrentar tres etapas o si lo quieres llamar de otro modo has de iniciar un proceso de búsqueda. La 1º Etapa tiene que ver con las relaciones con uno mismo. Y aquí tendremos que hablar sobre la soledad que vives, la negativa o la positiva. La 2º Etapa abarca las relaciones con los demás. Y aquí trataremos temas como la hostilidad y la hospitalidad. Y por último tenemos la 3º Etapa mi relación con Dios. Y aquí tendremos que hablar de la ilusión y la oración.

III. La soledad asfixiante

A medida que cumplo años estoy descubriendo algunas verdades: la soledad nos duele, pero a la vez deseo acoger la soledad del corazón. A medida que cumplo años me doy cuenta a veces con dolor de que me han herido mucho, pero también he de reconocer que he sido cuidado y limpiado cuando estaba abandonado en la cuneta.

No nos gusta estar solos. Preferimos que la soledad no este cerca de nosotros. Pero esta es una experiencia por la que todos pasamos alguna vez. Cuando alguien se burló de nosotros en la infancia, cuando eras elegido en último lugar para hacer un equipo, cuando tenías que adaptarte a las normas de un colegio donde no querías estar, cuando en la familia solo se hablaban de problemas económicos y nadie se daba cuenta que tu necesitabas apoyo, cuando en tu lugar de trabajo el ambiente te ahogaba, cuando te sentías como un extraño en medio de la iglesia. Son estas sensaciones las que te hacen decir un día: estoy solo. De eso se trata la soledad asfixiante.

En nuestra ciudad la soledad es una fuente de sufrimiento. Y cuando hablo de soledad no me refiero solo a las personas que vivimos solos, sino también a aquellos que conviviendo con otras personas se sienten solos. La mayoría de los clientes de sicólogos o clínicas de tratamiento se quejan de algo en común: la soledad. Niños, adolescentes, adultos y ancianos están cada día más expuestos al contagio de esta enfermedad nombrada como amarga soledad.

Las raíces de nuestra soledad son profundas y no se pueden cortar de la noche a la mañana. Se alimentan con la sospecha de que no hay nadie que nos quiera o se preocupe por nosotros. Se alimentan de los pequeños rechazos. Se alimenta de las oscuridades que a veces azotan nuestra vida.

IV. Preguntas

1. ¿Qué haces para eliminar la soledad?

2. ¿Qué piensas de la afirmación: A veces es mejor estar solo que mal acompañado?


V. Próximo tema:

Cuando nos movemos del desierto al jardín
Miércoles 28/9 6.00 pm

martes, 20 de septiembre de 2011

El peligro de la religión

Mateo 21, 28-32


Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.

Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.

El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña. El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre. Todo queda en palabras. No marcha a la viña.

Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.

Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".

Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.

La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo"

José Antonio Pagola

lunes, 12 de septiembre de 2011

Con la mirada enferma

Mateo 20,1-16

Jesús había hablado a sus discípulos con claridad: "Buscad el reino de Dios y su justicia". Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. Incluso en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios?

La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos.

Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?

Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola.

Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos.

Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable.

A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza seguiríamos a Jesús!

José Antonio Pagola

lunes, 5 de septiembre de 2011

Vivir perdonando

Mateo 18, 21-35

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».

Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido un "Canto de venganza" de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: "Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete". Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.

En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internetpara sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.

José Antonio Pagola

viernes, 2 de septiembre de 2011

Reunidos por Jesús

Mateo 18, 15-20

Al parecer, el crecimiento del cristianismo en medio del imperio romano fue posible gracias al nacimiento incesante de grupos pequeños y casi insignificantes que se reunían en el nombre de Jesús para aprender juntos a vivir animados por su Espíritu y siguiendo sus pasos.

Sin duda, fue importante la intervención de Pablo, Pedro, Bernabé y otros misioneros y profetas. También las cartas y escritos que circulaban por diversas regiones. Sin embargo, el hecho decisivo fue la fe sencilla de creyentes cuyos nombres no conocemos, que se reunían para recordar a Jesús, escuchar su mensaje y celebrar la cena del Señor.

No hemos de pensar en grandes comunidades sino en grupos de vecinos, familiares o amigos, reunidos en casa de alguno de ellos. El evangelista Mateo los tiene presentes cuando recoge estas palabras de Jesús: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

No pocos teólogos piensan que el futuro del cristianismo en occidente dependerá en buena parte del nacimiento y el vigor de pequeños grupos de creyentes que, atraídos por Jesús, se reúnan en torno al Evangelio para experimentar la fuerza real que tiene Cristo para engendrar nuevos seguidores.

La fe cristiana no podrá apoyarse en el ambiente sociocultural. Estructuras territoriales que hoy sostienen la fe de quienes no han abandonado la Iglesia quedarán desbordadas por el estilo de vida de la sociedad moderna, la movilidad de las gentes, la penetración de la cultura virtual y el modo de vivir el fin de semana.

Los sectores más lúcidos del cristianismo se irán concentrando en el Evangelio como el reducto o la fuerza decisiva para engendrar la fe. Ya el concilio Vaticano II hace esta afirmación: "El Evangelio... es para la Iglesia principio de vida para toda la duración de su tiempo". En cualquier época y en cualquier sociedad es el Evangelio el que engendra y funda la Iglesia, no nosotros.

Nadie conoce el futuro. Nadie tiene recetas para garantizar nada. Muchas de las iniciativas que hoy se impulsan pasarán rápidamente, pues no resistirán la fuerza de la sociedad secular, plural e indiferente. Dentro de pocos años sólo nos podremos ocupar de lo esencial.

Tal vez Jesús irrumpirá con una fuerza desconocida en esta sociedad descreída y satisfecha a través de pequeños grupos de cristianos sencillos, atraídos por su mensaje de un Dios Bueno, abiertos al sufrimiento de las gentes y dispuestos a trabajar por una vida más humana. Con Jesús todo es posible. Hemos de estar muy atentos a sus llamadas.

José Antonio Pagola

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cruzando el Ebro: con miedo y con fe

Mateo 14:22-33

Este texto nos invita a reflexionar sobre el miedo y la fe. Una fe sacudida, amenazada, agitada, probada. Una fe comunitaria (barco) y también individual (Pedro).

Por un lado vemos una comunidad amenazada que rema desesperadamente en medio del temporal. Una comunidad que lucha por sobrevivir en medio de resistencia, oposición, desunión. Una comunidad que cree estar sola y teme desaparecer. Que se pregunta por las ventajas de acatar una orden y un envío.

Una comunidad que experimenta más tarde que alguien está allí para evitar que naufrague. Alguien que les acerca palabras de seguridad y confianza. ¿Qué bueno es cuando una comunidad se siente sacudida? ¿No les parece que la tranquilidad exagerada puede ser reflejo de que no pasa nada o que se ha acomodado a este mundo y es cómplice de tanta violencia y maldad?

Sabido es que una comunidad no se compone de personas imbatibles en la fe, de superhombres o super mujeres que a todo le hacen frente; sino de personas temerosas, llenas de dudas, contradicciones, inseguridades. Sin embargo estamos dentro del barco, estamos embarcados y sabemos que la otra orilla aún no fue alcanzada. O sea, el Reino de Dios aún no ha concluido. Por eso es necesario remar a pesar de las adversidades, de los vientos contrarios, de las críticas, resistencias, oposiciones. Incluso comparaciones que no ayudan en nada a mejorar. Cada ser humano es único, irrepetible y cada uno hace o da lo mejor de sí según el tiempo o tarea que le toque realizar.

Lo que nunca debemos olvidar es que la presencia de Cristo calma cualquier tormenta y es por eso que no debemos temer. Además la presencia de Cristo nos ayuda a seguir trabajando para alcanzar la perfección y ser auténticos ciudadanos del Reino. Si Uds. no se vuelven como niños.....Si Uds. no cambian su manera de pensar, de sentir y de actuar....

Por otro lado podemos hablar de una fe individual representada por Pedro, fiel retrato de nuestra propia fe: insegura, desconfiada. Creo que es el mejor ejemplo de nuestra caminada hacia Jesús; una caminada llena de dudas: "Si eres tú, ordena que vaya hacia ti..." Pero al mismo tiempo cuando comienza a hundirse puede con certeza decir : "Señor, sálvame". En nuestra vida de fe muchas veces atravesamos tiempos de pruebas, noches oscuras, vientos contrarios. Pero muchas veces son obstáculos necesarios para verificar la profundidad y la autenticidad de nuestra fe. Pero cuando las dudas y el miedo se apoderan de nosotros, y no vemos salida, corremos el riesgo de hundirnos o ahogarnos. ¡Qué bueno es también cuando en lo personal somos sacudíos!

Un cristiano o discípulo que no es sacudido, es porque seguramente está recluido en su casa. Porque no se está comprometiendo con nada. Es preferible arriesgarse como Pedro, aunque liguemos un reproche de Jesús, que quedarnos fuera solo criticando. Dice René Trossero "Una fe que no entra en crisis, permanece infantil"

Es cierto que Jesús nos envía para el medio del temporal (como ovejas en medio de lobos), pero no nos suelta la mano. En todo caso nos garantiza su presencia salvadora. Entonces las dificultades no deberían hacernos retroceder (ni como comunidad, ni como creyentes). Al contrario, más que nunca debemos arriesgarnos, jugarnos, comprometernos, sin especular: ¿Puedo? ¿Me conviene? ¿Me beneficia? ¿Soy capaz? Tal vez más tarde; cuando tenga tiempo, etc....

Las palabras de Jesús aún resuenan en nuestros oídos: "La cosecha es mucha y los trabajadores son pocos". Es decir, hay mucho por hacer, decir, modificar, revertir. No podemos, por miedo o comodidad, no hacer o no decir nada. Porque nos perdemos la posibilidad de dar testimonio y privamos a otros el poder conocer el Evangelio.

Este texto nos desafía con una orden: Vayan... Pero también nos tranquiliza con una promesa: Voy a estar con Uds. todos los días hasta el final.