jueves, 26 de abril de 2012

Ver en medio de la niebla.


Juan 10:11-18

Los cristianos están llamados a ver el puente que une las dos orillas antes que se construya.

En la cultura oriental y hasta en la occidental, desde la antigüedad, el pastor ha sido considerado una figura de humildad y sencillez, pero también de protección y guía. De ahí que por un lado se llame pastoril al género de poesías de temas sencillos y populares como la naturaleza y el amor, y por otro, que en el cristianismo se le llame pastores a sus líderes.
El relato que hemos leído en este día contiene una alegoría sobre pastor ideal, constituyendo una síntesis sobre lo que ha de ser la salvación. Pero no es una alegoría cualquiera, sino que se nos hace una pintura  descriptiva de Jesús como pastor. Para el autor de este evangelio la identidad de Jesús es importante. Juan considera que conocer nuestra identidad hace posible nuestra acción. Y si Jesús es el pastor entonces sus seguidores han de ser como ovejas. Este tema de la identidad abre una serie de relaciones entre Jesús y los suyos haciendo ver que el conocimiento mutuo no es un conocimiento de tipo psicológico, ni un conocimiento entre maestro y discípulo, sino que es un conocimiento que tiene su génesis en el amor, y que encuentra su paralelismo en las relaciones del Padre, Dios, con Jesús. Juan podría estar compartiendo la idea de que toda relación entre los que son creyentes debe tener como base primaria el amor real. No fingido.
En esta parte del valle del Ebro, donde vivimos, traducimos hoy la palabra  amor como respeto, comprensión, justicia, igualdad, cariño y hasta, si no somos escuetos, como compasión. Quizás, en el grupo de los que están siguiendo a Jesús en su ministerio público por pueblos y caminos la autoridad que muestra Jesús tiene como origen este tipo de amor. Jesús es el pastor porque tiene claro que su mayor interés es el de servir como sea. A cualquier precio. Contra todo pronóstico. Bajo toda circunstancia.
Jesús hace un acto radical de generosidad o compasión con el hombre y la mujer al que considera hermanos de verdad. El que es el dueño de la vida está dejando indicaciones, aunque algunos no las ven, de que está dispuesto a ofrecer su vida en favor de los que quiere. No se trata de una actuación solidaria políticamente correcta. No hay aquí ningún rasgo de altiva beneficencia. Sino la sencillez del que ofrece lo que más quiere por el amor que tiene a otros. Esto sigue siendo perturbador y contracultural. Así de primordial es este pastor. Así de tremenda es su muerte. Así de salvadora es su dimensión.
Detrás de la imagen de este atípico pastor está el tema profético de lo universal del rebaño y de la unidad del rebaño. Juan pretende traer al presente a Isaías que había intuido que el mensaje de la Palabra de Dios y el propio el don de Dios no podría quedar reducido a las estrecheces étnica de un pueblo. Jesús muestra con claridad, a veces sí y a veces no, que su ofrecimiento al hombre y a la mujer es para todos. ¿También para los que están fuera del rebaño? También.
Jesús es una especie de pastor que enseña a las ovejas a ver en la niebla. A ver lo que aún no existe. A ver lo que está por venir. Un pastor sui generis comienza a propagar la idea de que es posible un nuevo rebaño, un nuevo pueblo, una nueva humanidad. Y cuando las ideas son contagiosas nadie sabe hasta donde llegaran. Puede que hayan llegado hasta nosotros y por eso nos esforzamos en vivirla. Somos seguidores de Jesús cuando somos atípicos. Contraculturales. Los cristianos son los que  creen que la iglesia ha de ser cada mañana lo menos parecido a un coto cerrado. Un espacio de igualdad para todos y donde todos son iguales. Pero esto es un ideal aquí y ahora. Un ideal que hay que construir.
Si, los cristianos son los que ven el puente que une las dos orillas antes que se construya. Son los que ven en medio de la niebla.

Augusto G. Milián



martes, 24 de abril de 2012

Hay alguien que no nos abandona nunca.


Juan 10, 11-18

El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas.
El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del Salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida".
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuide de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados.
Una iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la iglesia si no es su Pastor?

José Antonio Pagola

jueves, 19 de abril de 2012

De la Santa Cena


ARTÍCULO XXIII Creemos y testificamos que en el Sacramento de la Santa Cena, celebrado conforme al mandamiento del Señor, con ambas especies de pan y vino y pronunciando las palabras de la institución, los creyentes que de él participan gozan de la comunión con la persona de Cristo y su obra redentora. Esta comunión es de carácter espiritual, como espiritual es también la presencia de Cristo resucitado entre los comulgantes, y en virtud de dicha comunión, por obra del Espíritu Santo, se realiza en la Santa Cena también la comunión con el Padre y la comunión entre todos los participantes.
En ningún momento de la celebración del Sacramento sufren los elementos pan y vino ninguna alteración ni transformación, sino que siguen siendo pan y vino y, no obstante esto, el creyente se nutre espiritualmente de Cristo y de los beneficios de su muerte. En la Santa Cena, Cristo no es ofrecido ni se ofrece al Padre, lo cual ya sucedió una vez para siempre, ni tampoco se hace en ella Sacrificio alguno para remisión de pecados, sea de vivos o de muertos.
No puede celebrarse el Sacramento de la Santa Cena si no es en memoria del sacrificio único y sin repetición de Cristo en la cruz, mas al mismo tiempo dicha celebración es también testimonio de gozosa esperanza en el Señor resucitado, el cual está por venir de nuevo.
La Iglesia tiene autoridad para excluir de la Santa Cena a quienes se resistan a arrepentirse o se manifiesten abiertamente indignos, evitando así caiga sobre ellos el juicio divino.
A diferencia del Bautismo, que se administra al creyente una sola vez en su vida, el Sacramento de la Santa Cena puede celebrarse ora en cada Culto, ora una vez al mes, ora en días determinados, pero siempre en el seno y presencia de la congregación.


Confesión de fe. 
Iglesia Evangélica Española

martes, 10 de abril de 2012

Compartiéndonos

Vamos a compartir
los abrazos y besos que surgen en este instante,
los gozos tenidos en el camino,
los latidos de nuestro corazón herido
y esta cena tan singular y entrañable.

Vamos a compartir
lo poco que estos años hemos comprendido,
la exigua luz que nos alcanza y no retenemos,
los intentos fallidos por salir del laberinto
y los miedos acumulados de todos los tiempos.

Vamos a compartir
los borradores de nuestros proyectos no hechos,
el clamor de tantos gritos y silencios,
los balbuceos y suspiros más íntimos
y los sudores del cuerpo y del espíritu.

Vamos a compartir
la palabra que nos nace de las entrañas,
la que nos viene de arriba, como escarcha,
la que nos brota de manantiales inciertos
y la que nos alcanza y puja por salir fuera.

Vamos a compartir
el tiempo de los poemas y las canciones,
del silencio, la danza y la palabra sagrada,
de las tertulias tenidas en la tardiada
y de las noches pasadas bajo la luna.

Vamos a compartir
La pobreza de nuestra historia,
la sabiduría acumulada de los años,
las arrugas y huellas de nuestro rostro
y las yemas que nos quedan de la infancia.

Vamos a compartir
las enseñanzas de nuestros encuentros fraternos,
el calor de nuestros hogares fecundos,
las redes de nuestro trabajo en equipo
y las madejas de todos nuestros sueños.

Vamos a compartir
tus enseñanzas de aquella noche cargada,
el pan y vino que nos dejaste gratis,
tu ejemplo cuando nos lavaste
y los surcos del Espíritu por seguirte.

Vamos a compartir
lo que parecen locas intuiciones,
nuestras pocas e inseguras verdades,
las sendas y caídas yendo al Padre
y las cabañas que nos protegen.

Vamos a compartir
la penumbra de la ciencia y la fe,
de la caridad y de la esperanza,
de la pobreza y de la gracia
del gozo y la risa humana.

¡ Nunca la última palabra,
nunca atisbos de superior sabiduría,
nunca sentar cátedra,
nunca verdades absolutas!

Y así, Señor, somos y nos vamos haciendo,
hijos y hermanos, discípulos y amigos,
en este tiempo de pasión y gloria,
compartiéndonos.

Florentino Ulibarri

Recorrido hacia la fe.

Juan 20, 19-31

Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar, se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro.
Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Solo creerá en su propia experiencia.
Este discípulo que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.
A los ocho días, se presenta de nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.
Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son "signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".
Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha confesado así a Jesús.
No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.
La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. "Dichosos los que crean sin haber visto".

José Antonio Pagola

lunes, 9 de abril de 2012

¿A quién debemos confesarnos?

Usted recordará que cuando los discípulos le pidieron a Jesucristo que les enseñara a orar, El principió así su explicación: Ved, pues, cómo habéis de orar: Padre nuestro que estás en los cielos(Mateo 6:9-14, TA). Jesús les enseñó, y por medio de ellos nos enseñó que debemos dirigir nuestras oraciones a Dios el Padre. Más adelante en esta oración a nuestro Padre, Jesús dijo: Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6:12, TA). En esta oración, la más famosa de todas, el Señor Jesucristo mismo nos enseñó a orar a Dios el Padre y a pedirle perdón. Lucas lo dice de esta forma: Y perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Lucas 11:4, TA). Nosotros confesamos nuestros pecados directamente a Dios el Padre, no porque como evangélicos deseemos ser diferentes, sino porque es la forma en que Jesucristo enseñó a sus discípulos a orar.
Esta era la forma común en que los cristianos confesaban sus pecados en los primeros siglos de la iglesia. La confesión al sacerdote llegó a ser doctrina católica oficial en 1225 d.C. Los sacerdotes habían comenzado a oír confesiones desde algún tiempo antes, pero oraban a Dios por la persona, en lugar de declarar que ellos podían remitir los pecados, como lo afirman ahora.
Para defender la práctica de la confesión hecha a los sacerdotes, algunos de ellos mencionan el pasaje de Juan que dice: "Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados" (Juan 20:21-23). Lo primero que debemos notar es que estas palabras no fueron dichas sólo a los apóstoles ni a ninguna clase especial de personas, sino a todos los seguidores de Cristo que estaban reunidos en ese momento. Por tanto, remitir los pecados no es privilegio del clero, sino que se extiende a todos los creyentes.
Además, debemos preguntar, ¿cómo interpretaron las palabras de Jesucristo aquellos que estaban presentes y las escucharon? ¿Qué hicieron para obedecerlas? Evidentemente ellos comprendieron que los pecados son perdonados cuando la persona confía en Jesucristo como Salvador, porque salieron y predicaron las buenas nuevas de que por la fe en Cristo Jesús tenemos perdón de pecados (Hechos 2:37-38; 10:43). Ellos no salieron para escuchar confesiones, ni dijeron a nadie que estaban remitiendo pecados. El libro de los Hechos es la historia de lo que hicieron los primeros cristianos, y de cómo Dios obró por medio de ellos para esparcir el evangelio en aquel tiempo. Si usted todavía tiene dudas, un cuidadoso estudio de este libro lo convencerá.
El episodio en Juan 20, del cual examinamos los versículos 21-23, también se encuentra en Lucas 24:36-48, con la adición de un detalle muy importante: Les dijo: "Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonadas de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto" (Juan 20:46-48). Cristo estaba hablando de predicar el arrepentimiento y el perdón de pecados, no de confesar nuestros pecados a un hombre. Al preguntar, "¿qué hicieron los que lo escucharon?", y al estudiar la respuesta en la Biblia, fácilmente vemos qué quiso decir nuestro Señor: Cristo quería que testificaran de El y proclamaran su salvación; ellos lo comprendieron y obedecieron. Los confesionarios aparecieron cientos de años más tarde.
Tal vez usted pregunte: "¿Necesitamos confesar nuestros pecados o no?" ¡Sí! Cada cristiano debe confesar sus pecados, pero no debemos hacer nuestra confesión al hombre, porque sólo Dios tiene el poder para perdonar. El apóstol Juan escribió: Si confesamos nuestros pecados, El, por ser fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados, y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1:9). Esta exhortación bíblica para que confesemos nuestros pecados a Dios es muy clara. Asimismo, si lee los versículos anteriores, verá que las palabras "El, por ser fiel y justo", se refieren claramente a Dios.
Debemos confesar nuestros pecados a Dios, confiando que El nos perdonará por la sangre que Jesucristo derramó por nuestros pecados. Al confiar en Dios veremos que, como dice su palabra: El, por ser fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados, y nos limpiará de toda maldad.
Si hemos pecado contra alguien, la Biblia nos enseña que también debemos pedir perdón a esa persona. Por tanto, si pecara contra un sacerdote, tendría que confesarle ese pecado a él y también a Dios. También hay ocasiones cuando necesitamos hablar con alguien respecto a lo que hicimos. Sin embargo, la idea de confesar a un sacerdote en lugar de confesar a Dios, no se encuentra en las Escrituras.
Ore directamente a su Padre que está en los cielos, confiésele todos los pecados que recuerda haber cometido, y confíe que Cristo pagó por cada uno de ellos. Y, en el futuro, si cayera en algún pecado, también deberá confesar de inmediato ese pecado a Dios.

Thomas F. Hainze

viernes, 6 de abril de 2012

¿Existe el purgatorio?

La Biblia nunca habla de un lugar adonde uno puede ir para ser purificado de su pecado. Más bien habla de una Persona a quien podemos acudir para ser purificados: Jesucristo. Dios nos dice que quienes rehúsan confiar en Cristo para ser limpiados de sus pecados, son condenados: El que cree en él no se pierde; pero el que no cree ya se ha condenado, por no creerle al Hijo Único de Dios(Juan 3:18). Hay sólo dos posibilidades de elección: El que cree al Hijo vive de vida eterna; pero el que se niega a creer no conocerá la vida, siendo merecedor de la cólera de Dios (Juan 3:36; vea también Apocalipsis 20:15; Lucas 16:19-31, especialmente el versículo 26). Cualquiera que acepte a Cristo es salvado completamente: Ahora, pues, se acabó esta condenación para aquellos que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Al decir que no hay condenación, ciertamente elimina las llamas del purgatorio.
Otro pasaje que claramente excluye la idea del purgatorio es: No me acordaré más de sus errores ni de sus pecados (Hebreos 10:17). Si, como dice la Biblia, Dios no se acuerda de los pecados de quienes están en Cristo, entonces El no los castiga por esos pecados. De lo contrario, significaría que Cristo no pagó completamente por ellos, y que Dios el Padre todavía los recuerda (vea también Romanos 5:8-11; Hebreos 10:14-18; Salmos 103:12).
El que no cree que Cristo le ha salvado por completo, no ha confiado totalmente en Cristo para que lo salve. Es decir, no cree que el sacrificio de Cristo haya pagado por todos sus pecados, y piensa que él mismo debe pagar por algunos de ellos. Sin embargo, somos salvos cuando dejamos de confiar en lo que podemos hacer, y confiamos en Cristo para que nos salve.
La idea de que el sacrificio de Cristo no es suficiente para limpiarnos de todos nuestros pecados condenaría a un gran pecador -como el ladrón que fue crucificado al lado de Cristo- a sufrir por largo tiempo en el purgatorio, ¡o quizá por toda la eternidad en el infierno! Pero, no hay nada que no haya sido cubierto por la muerte de Cristo en la cruz. Cuando el ladrón puso su confianza en Cristo, éste le dijo: En verdad, te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso(Lucas 23:43).
Si existiera el purgatorio y la misa ayudara a la gente a salir de él, los ricos tendrían gran ventaja al poder pagar misas para acortar su sufrimiento. Los pobres, en cambio, dependerían de la misericordia de algún sacerdote que dijera ocasionalmente una misa gratis por ellos. Un ex-sacerdote escribió: "Si realmente creyéramos que la misa salvaría a la gente de las llamas del purgatorio, ¿haríamos que pagaran por ello? Yo salvaría aun a un perro si viera uno en un incendio, y ¡ni siquiera se me ocurriría pedir que me pagaran!"
Evidentemente el purgatorio fue una idea pagana. Virgilio, poeta latino pagano que vivió de 70-19 a.C., en sus escritos separó las almas de los muertos en tres diferentes lugares: Uno para los buenos, otro para los condenados, y un tercero donde los que no eran tan malos podían pagar por sus pecados. Puesto que la idea del purgatorio existió fuera de la iglesia antes de que se introdujera en la iglesia, es probable que fuera incluida por medio del contacto con paganos como Virgilio. En la iglesia hubo una gran intromisión de ideas no bíblicas alrededor del año 300 d.C., cuando el emperador romano Constantino aceptó muchos paganos como miembros de la iglesia.
En todo caso, la Biblia no menciona el purgatorio. Sin embargo, algunos tratan de hacer que la idea suene bíblica refiriéndose a 2 Macabeos 12:41-45, uno de los libros apócrifos escritos entre los períodos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Estos libros nunca fueron aceptados como parte del Antiguo Testamento hebreo, ni son citados en el Nuevo Testamento, pero están incluidos en la Biblia católica, aunque generalmente con una explicación de que pertenecen a una categoría de menor inspiración. Aparte de este pasaje en 2 Macabeos, la Iglesia Católica usa muy poco los apócrifos para apoyar una posición doctrinal.
Es importante notar que este pasaje en ningún momento habla del purgatorio, sino que en realidad condena la idolatría, particularmente la práctica de usar pequeñas imágenes en una cadena o collar. Después de una batalla se descubrió que algunos soldados hebreos llevaban estos objetos; cuando sus compañeros los vieron, se dieron cuenta de que habían muerto en el pecado de la idolatría. Ellos entonces aconsejaron que se orara por sus almas. La posición católica romana es que la oración por ellos habría sido innecesaria si hubieran estado en el cielo, e inútil si hubieran estado en el infierno; por tanto, debe haber otro lugar. La lógica parece buena, pero el resultado contradice la clara enseñanza de la Escritura inspirada. Ciertamente, es un argumento muy débil contradecir la Escritura inspirada con una respuesta filosófica, basada en una inferencia aparente de los libros apócrifos. La misma palabra "apócrifos", que proviene de la palabra griega que significa oculto, ha llegado a tener el significado de "falso" o "de dudosa paternidad literaria".

Thomas F. Heinze

miércoles, 4 de abril de 2012

Los protestantes y el papado.

El apóstol Pedro mismo explicó en la Biblia sobre quién se fundó la iglesia. Dijo que Jesús era la piedra fundamental: Jesús es la piedra que ustedes los constructores despreciaron y que se convirtió en piedra fundamental, y para los hombres de toda la tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados (Hechos 4:11-12).
Con el fin de tener base bíblica para el papado, la Iglesia Católica Romana deja de lado numerosos pasajes como el mencionado arriba -que enseña claramente que Cristo es la cabeza y fundamento de la iglesia- y cita una parte pequeña de un pasaje del Evangelio de Mateo. No quieren darse cuenta de que, aunque la iglesia se hubiera fundado en Pedro, nada en este pasaje infiere que su posición fuera transmitida a los papas. Cito aquí ese pasaje, juntamente con algunos versículos que lo preceden y que nos ayudarán a entenderlo mejor.
Ellos dijeron: "Unos dicen que eres Juan Bautista; otros dicen que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas."
Jesús les preguntó: "¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?" Simón contestó: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo." Jesús le respondió: "Feliz eres, Simón Bar-jona, porque no te lo enseñó la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro, o sea Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer" (Mateo 16:14-18). En griego, el lenguaje original del Nuevo Testamento, Cristo llama "Piedra" (género masculino) a Pedro. Después dice, "sobre esta piedra" (género femenino) edificaré mi iglesia. ¿Cuál es la roca sobre la cual la iglesia es edificada? La interpretación católica común es que esa roca es Pedro, pero la diferencia de género hace que tal respuesta sea cuestionable. Luego, cinco versículos más adelante, Jesús reprocha a Pedro con tal severidad que lo llama Satanás. En el contexto mismo, entonces, es igualmente posible que la "piedra" sobre la cual está fundada la iglesia se encuentre en la declaración que hizo Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.
Si permitimos que otros pasajes de la Biblia, que se refieren al mismo tema, nos ayuden a decidir sobre quién está fundada la iglesia, encontramos que es Cristo. Pues la base nadie la puede cambiar; ya está puesta y es Cristo Jesús (1 Corintios 3:11).
Sin duda Pedro debió haber comprendido si la iglesia estaba fundada en él o en Cristo, y escribió que era en Cristo: El dice en la Escritura: "Coloco en Sión una piedra de base, escogida y preciosa: quien cree en él no quedará defraudado." Así ustedes recibirán honor por haber creído. En cambio, para los incrédulos está escrito: "La piedra que rechazaron los constructores ha pasado a ser piedra de base"; y también: "Contra esta piedra tropezarán y contra esta roca caerán." Tropiezan en ella: esto se refiere a que no creen en la palabra; y en esto se cumple un designio de Dios (1 Pedro 2:6-8). Pedro comprendió que Cristo es la piedra angular, el fundamento de la iglesia, y en este pasaje obviamente se refiere a El.
Cristo mismo dijo: ¿No han leído el pasaje de la escritura que dice: La piedra que los constructores desecharon llegó a ser la piedra principal del edificio? (Marcos 12:10). Los judíos entendieron que al decir esto, Jesús estaba declarando que era el Mesías de ellos, y puesto que no deseaban que El fuera su líder, inmediatamente trataron de matarlo y tropezaron en la piedra, tal como habían predicho las Escrituras. Más tarde lograron su objetivo, pero El resucitó de los muertos y llegó a ser la piedra sobre la cual fue fundada la iglesia. ¿Aceptará usted a Cristo como el fundamento y guía de su vida?
Retornando a Mateo 16:14-18, con este trasfondo bíblico parece claro que la piedra a la que Jesús se refirió no fue Pedro, sino su confesión: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.
Aunque esto no fuera verdad, y Pedro fuera la piedra sobre la cual se fundó la iglesia, todavía no hay razón bíblica para pensar que la autoridad de Pedro fue transmitida a otros, y que los papas son sus sucesores. Tampoco hay razón para creer que esta idea fue aceptada por la iglesia de los primeros siglos. En realidad, la idea de un "papa" se desarrolló gradualmente, y fue recién en 1870 cuando la infalibilidad del papa llegó a ser dogma. Aun entonces, dentro de la Iglesia Católica hubo una fuerte oposición a esa idea. Simplemente no hay fundamento sólido para la idea de que un hombre, aparte de Jesucristo, tenga sobre nosotros la autoridad que el papa dice tener, aunque haya buenas razones por las que él desee que lo creamos.
Asimismo resulta confuso que el papa relacione su supuesto derecho de autoridad, de infalibilidad y de hacer que otros se postren ante él, con el hecho de ser sucesor de Pedro. Este nunca declaró tales derechos. ¡Todo lo contrario! Cuando una persona intentó postrarse ante él, le dijo: Levántate, que también yo soy hombre (Hechos 10:26).
Además, Pablo consideró necesario reprender severamente a Pedro, no porque éste fuera infalible, sino porque había actuado mal. Pablo escribió: Cuando más tarde vino Cefas (Pedro) a Antioquía le hice frente en circunstancias en que su conducta fue reprensible(Gálatas 2:11). Y este no fue el primer error grave que cometió Pedro. Todos recordamos cómo negó tres veces a Cristo en el momento preciso del juicio y condenación de nuestro Señor. No quiero quitar nada de lo bueno de este gran apóstol, pero no es lógico afirmar que la infalibilidad del papa le fue transferida de un hombre que cometió errores, y que su autoridad sobre la iglesia provino de un hombre que rehusó que la gente se postrara ante él.
Puesto que la verdadera iglesia está fundada en Jesucristo, debemos encontrar una iglesia que no predique otra salvación, basada en obras y sacramentos, sino que tenga como fundamento la Santa Biblia y a Jesucristo, porque para los hombres de toda la tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados (Hechos 4:12). Puesto que casi todo lo que se puede saber de Cristo se encuentra en la Biblia, no vaya a una iglesia que tiene otra clase de autoridad, sea el papa, el Libro de Mormón, el Atalaya, o aun las supuestas comunicaciones del pastor de esa iglesia con Dios. Si puede sentirse cómodo en una iglesia a la que no necesita llevar la Biblia, probablemente hay algo malo.

Thomas F. Heinze

martes, 3 de abril de 2012

¿Creen los protestantes en María?


¡Sí! Creemos todo lo que la Palabra de Dios nos dice de María. Las creencias que rechazamos son las que algunas personas formularon posteriormente sin ninguna base bíblica. Creemos que María fue una mujer virtuosa, escogida por Dios para ser la madre de Jesucristo. Además, creemos que era virgen en el momento del nacimiento de Jesús. Por otro lado, no oramos a María ni hacemos imagenes de ella, porque la Biblia enseña: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás (Lucas 4:8). La Biblia consistentemente enseña que la oración debe dirigirse a Dios el Padre. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús: "Enséñanos a orar", lo primero que El dijo fue: "Cuando recen, digan: Padre...", y enseñó el Padrenuestro. En cierta ocasión, Jesús preguntó a otro grupo de personas: "¿Por qué me llaman Señor, Señor, y no hacen lo que yo digo?" Puesto que Jesús nos pide que oremos al Padre, ¡hagámoslo!
A veces los que quieren que oremos a María dicen que, como ella era la madre de Jesús, El siempre le concedía lo que le pedía. Después que lea el siguiente pasaje de la Biblia, puede juzgar por usted mismo si esto es cierto o no: Entonces llegaron su madre y sus hermanos; se quedaron afuera y lo mandaron a llamar. Como era mucha la gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: "Oye, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y preguntan por ti." El les contestó: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?" Y mirando a los que estaban sentados en torno a él, dijo: "Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Marcos 3:31-35).
En la Biblia no hay un solo ejemplo de alguien que tratara de ir a Jesús o a Dios el Padre por medio de María. Por el contrario, leemos: Unico es Dios, único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, verdadero hombre. El entregó su vida para rescatar a todos (1 Timoteo 2:5-6). Jesús dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí(Juan 14:6). Cristo es el único mediador. El nos pone directamente en conexión con Dios al quitar los pecados que nos separaban, de manera que podemos acudir a El en forma directa.
La historia nos informa que las oraciones a María comenzaron a fines del siglo IV d.C. Por cierto, si ella aún hubiera estado viva, ¡no habría permitido esa práctica! Puesto que era una mujer piadosa, nunca habría aceptado las oraciones porque deben dirigirse sólo a Dios.
En Italia, el centro mismo del catolicismo romano, la gente tiende a rezar a las diferentes imágenes de María. Es más, generalmente creen que cada imagen tiene capacidades particulares. Creen que algunas poseen el poder de sanar en una manera excepcional. Otras protegen de la lava del Vesubio. Piensan que otras protegen a grupos particulares de personas, como los pescadores. Los templos que tienen estatuas que son reverenciadas en forma especial fomentan esta creencia. Como resultado, muchas personas viajan grandes distancias, aunque pasen cerca de cientos de imágenes de María, porque su deseo es llegar a la que consideran que les ayudará más. Obviamente esto es idolatría y no es lo que quiero discutir aquí, porque no tiene relación alguna con María, que es una sola. Sus poderes no cambian de estatua a estatua.
Más bien, veamos a María, la madre de Jesús, una mujer real como muchas de las que están leyendo este libro. Creemos que ella era una mujer admirable, porque Dios la escogió para una tarea muy especial que la pondría en un lugar prominente y por la cual la considerarían un ejemplo. Sin embargo, no hay razón para creer que ella fue concebida sin pecado, porque después del nacimiento de Cristo la encontramos en el templo, ofreciendo sacrificio para su purificación (Lucas 2:22-24). Este es el mismo acto que todas las mujeres hebreas realizaban después del nacimiento de un hijo (Levítico 12). Además, en su oración de agradecimiento por haber sido escogida para ser la madre de Cristo, María llama a Dios el Dios que me salva (Lucas 1:46). Si ella hubiera nacido sin pecado, no habría necesitado una ofrenda de purificación ni un salvador.
La iglesia de Roma enseña que María debe ser llamada la madre de Dios, una expresión que nunca se usa en la Biblia. El razonamiento es que ella es la Madre de Jesucristo, y El es Dios. Aunque a primera vista el razonamiento parece aceptable, si ella fuera la madre de Dios, tendríamos que inferir que la criatura era la madre del Creador: es decir, que María, quien nació en un momento particular de la historia, era la madre de todo lo relacionado con Dios, quien ha existido desde la eternidad (Génesis 1:1; Juan 1:1-3, 14). La Biblia no enseña esto. Más bien enseña que Dios, quien siempre ha existido, tomó una naturaleza humana por medio del nacimiento virginal. Por tanto, María fue la madre de la naturaleza humana de Cristo, pero no de su naturaleza divina, la cual ha existido desde la eternidad (Juan 8:57-58). Para no crear confusión en este punto, preferimos no usar el término madre de Dios.
Aunque la Biblia enseña que María era virgen en el momento del nacimiento de Cristo, no nos da razón para creer que ella permaneció virgen toda su vida. De hecho, María fue obediente a Dios quien, al hablar de las personas casadas, dijo que el hombre debe dejar a su padre y a su madre y unirse con su esposa, y que los dos deben ser un solo ser (Efesios 5:31; Mateo 19:6). Al hablar específicamente de María y José, la Biblia explica: Y sin que tuvieran relaciones dio a luz un hijo al que José puso el nombre de Jesús (Mateo 1:25). Este pasaje obviamente establece el hecho de que José no tuvo relaciones con María antes del nacimiento de Jesús, y otros pasajes declaran que ella era virgen en el nacimiento de Jesús. Sin embargo, al decir que sin que tuvieran relaciones dio a luz un hijo, expresamente excluye del período en que no tuvieron relaciones, el tiempo después que ella tuvo un hijo. Además, ninguno de los otros pasajes que hablan de la virginidad de María infieren que ella debía mantenerse virgen después del nacimiento de Cristo. Más bien, se da a entender que después que nació Cristo, María y José tuvieron relaciones normales como esposo y esposa. Afirmar que María permaneció virgen toda su vida infiere que ella no obedeció la voluntad de Dios para las mujeres casadas, y esta idea realmente no la honra.
¿Quiénes Fueron los Hermanos de Jesús?
Además de inferir que María no permaneció virgen para siempre, la Biblia también habla varias veces de los hermanos de Jesús. En el evangelio de Mateo leemos: ¿No se llama María su madre? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas viviendo entre nosotros? (Mateo 13:55-56). Después del nacimiento de Jesús, casi todas las veces que la Biblia habla de María, ella está con los hermanos de Jesús. Hasta donde sabemos, todos vivían juntos como una familia normal (vea Mateo 12:46; 13:55-56; Marcos 3:31; 6:3; Lucas 8:19; Juan 2:12). Algunos católicos sostienen que los hermanos de Jesús eran en realidad primos. Muchas traducciones antiguas de la Biblia católica traducían "hermanos" como "primos" sin ninguna base textual, y sólo en el caso de los hermanos de Jesucristo. Los hermanos de todos los demás eran traducidos como hermanos. La falta de honestidad en esta clase de traducción era tan evidente que casi todas las traducciones católicas recientes usan la palabra "hermanos".
Algunos católicos dicen: "Sí, eran hermanos, pero sólo en el sentido espiritual, no en el físico". Esta interpretación también es errónea, porque hasta después de la resurrección, los hermanos de Cristo no creían en El. Juan 7:5 lo dice claramente: Sus hermanos hablaban así porque no creían en él. Si sus hermanos no creían en El, no eran "hermanos" en el sentido espiritual. Los traductores de la New American Bible (Nueva Biblia Americana, versión en inglés) evidentemente reconocieron el problema que esto presenta para la enseñanza romana de que María permaneció virgen aun después del nacimiento de Cristo. Ellos han quitado algo de fuerza a la declaración traduciéndola de esta manera: En realidad, ni siquiera Sus hermanos tenían mucha confianza en El (Juan 7:5). Varios pasajes de la Biblia realmente distinguen entre los hermanos espirituales y los hermanos físicos de Jesús. Vemos un ejemplo en Juan 2:12: Después de esto, Jesús bajó a Cafarnaún y con él su madre, sus hermanos y sus discípulos (Vea también Mateo 12:46-50; Marcos 3:31-35; 6:1-3; Lucas 8:19-22). Pasajes como éste señalan con claridad que la Biblia distingue entre los hermanos de Jesús y Sus discípulos.
En base al fundamento erróneo de la virginidad perpetua de María, a través de los siglos los filósofos han levantado una torre de fábulas; ideas que no tienen raíz en la Biblia ni en ninguna literatura del período en que vivió María. Jesucristo no fomentó la excesiva glorificación de María que es tan común ahora. En la Biblia leemos:Mientras Jesús estaba hablando, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: "¡Feliz la que te dio a luz y te amamantó!" Pero él declaró: "¡Felices, pues, los que escuchan la palabra de Dios y la observan!" (Lucas 11:27-28; vea también Mateo 12:46-50; Marcos 3:31-35).
Dar a María la gloria que debemos dar a Dios no es la forma correcta de honrarla. Si yo tratara de honrarlo a usted llamándolo "su majestad, la reina de Inglaterra", o diciéndole que considero admirable el valor con que usted enfrentó los peligros del océano para descubrir América, ¿se sentiría honrado? Probablemente pensaría que soy terriblemente ignorante, o que me burlo de usted. Usted preferiría que dijera algo agradable acerca de lo que realmente es o ha hecho.
Otra manera en que podemos honrar a María es haciendo lo que le hubiera agradado. La Biblia registra sólo un mandato que dio María. Fue dado en las bodas de Caná, en Galilea: Hagan todo lo que él les mande (Juan 2:5). Ella le estaba diciendo a los sirvientes en la fiesta de bodas que obedecieran todo lo que les dijera Cristo. Puesto que su mandato fue dado en una situación particular a un grupo de personas específico, no tenemos que cumplirlo si no queremos. No obstante, en nuestro corazón sabemos que a María le agradaría más que obedeciéramos a Cristo, en vez de desobedecerlo y luego decir que la estamos honrando a ella. Por tanto, honremos a María en una forma que no contradiga la enseñanza bíblica, una forma que ella y Dios aprobarían. Sigamos su mandato de hacer lo que dice Cristo.

Thomas F. Heinze.