jueves, 30 de junio de 2011

¿De que se predica en mi iglesia?

Mt 11,25-30

En el evangelio de hoy hay tres párrafos bien definidas. El primero se refiere a Dios. El segundo, a una interdependencia total entre Jesús y Dios. El tercero, hace referencia a la relación entre nosotros y Jesús. Los tres manifiestan aspectos esenciales del mensaje de Jesús que vamos a repasar brevemente. Los dos primeras se encuentran también en Lc, pero en el contexto des éxito de los 72 y haciendo intervenir al Espíritu que llenó de alegría a Jesús. Aunque no sean palabras del mismo Jesús, se trata de una tradición muy antigua que refleja un conocimiento muy profundo de su persona.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviar. La imagen de yugo se aplicaba a la Ley, que, tal como la imponían los fariseos, era ciertamente insoportable. El hombre desaparecía bajo el peso de más de 600 preceptos y 5.000 prescripciones. Para los fariseos, la Ley era lo único absoluto. Jesús dice lo contrario: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. La principal tarea de Jesús es liberar al hombre de todas las ataduras. Y las religiosas son las más fuertes.

Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Jesús libera de los yugos y las cargas que oprimen al hombre y le impiden ser Él. No propone una vida sin esfuerzo; eso sería engañar al ser humano que tiene experiencia de lo difícil que es la existencia. Sin esfuerzo no hay verdadera vida humana. Si desaparecieran todas las dificultades, no podríamos avanzar hacia ninguna meta. No es el trabajo exigente lo que malogra una vida, sino los esfuerzos que no llevan a ninguna plenitud. Todo lo que hagamos a favor del hombre, por mucho que cueste, se convertirá en felicidad porque traerá plenitud.

Jesús propone un “yugo” pero no de opresión que vaya contra el hombre, sino para desplegar todas sus posibilidades de ser más humano. Jesús quiere ayudar al ser humano a desplegar su ser sin opresiones. El yugo y la carga serían, como el peso de las alas para el ave. Claro que las alas tienen su peso, pero si se lo quitas, ¿con qué volará? El motor de un avión es una tremenda carga, pero gracias a ese peso el avión vuela. Nuestras limitaciones son las que nos permiten avanzar en el camino hacia una meta que está más allá de lo que somos como animales conscientes.

Lo que acabamos de leer es, sin duda, evangelio (buena noticia). No hemos hecho mucho caso a este mensaje. En cuanto pasaron los primeros siglos de cristianismo, se olvidó totalmente este evangelio, y se recuperó “el sentido común”. Nunca más se ha reconocido que Dios se pueda revelar a la gente sencilla. Es tan sorprendente lo que nos acaba de decir Jesús, que no nos lo hemos creído nunca. ¡Qué sabe Cristo lo que significa ser cristiano! Sin embargo, Dios no comparte con el hombre los secretos del conocimiento, sino su misma Vida. La “revelación” no consiste en más conocimiento, sino en una manera nueva de vivir. Para Jesús la vida es más importante que el conocimiento.

Si Dios se revela a la gente sencilla, ¿Qué cauces encontramos en nuestra institución para que esa revelación sea escuchada? ¿No estamos haciendo el ridículo cuando seguimos siendo guiados por los “sabios y entendidos” que se escuchan más a sí mismos que al verdadero Dios? A todos los niveles estamos en manos de expertos. En religión la dependencia es absoluta, hasta tal punto, que se nos ha prohibido pensar por nuestra cuenta. “Eso no me lo preguntes a mí que soy ignorante; doctores tiene la Iglesia...” decía el catecismo que yo aprendí de memoria a los siete años.

Jesús no propone una religión menos exigente. Esto sería tergiversar el mensaje. Jesús no quiere saber nada de religiones. Propone una manera de vivir la cercanía de Dios, tal como él la vivió. Esa Vida profunda, es la que puede dar sentido a la existencia, tanto del listo como del tonto, tanto del sabio como del ignorante, tanto del rico como del pobre. Todo lo que nos lleve a plenitud, será ligero. Este camino no es fácil.

Hoy podíamos decir que, “sencillo” es todo aquel que descubre la necesidad de pasar de lo que cree ser, a lo que realmente es. Por eso está dispuesto a aprender y a cambiar. Los cansados y agobiados eran los que intentaban cumplir la Ley, pero fracasaban en el intento por la dificultad de abarcar todas las prescripciones. De esas conciencias atormentadas abusaban los eruditos para someterlos y oprimirlos. Nada ha cambiado desde entonces. Los entendidos de todos los tiempos siguen abusando de los que no lo son y tratando de convencerles de que tienen que hacerles caso en nombre de Dios.

Ahora sólo nos queda revisar nuestra religión y ver en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, y así sucesivamente. Los predicadores seguimos imponiendo pesadas fardos sobre las espaldas de los fieles. Nuestro anuncio no es liberador. Seguimos confiando más en los conocimientos teológicos, en el cumplimiento de unas normas morales y en la práctica de unos ritos, que en la sencillez de sabernos en Dios. Seguimos proponiendo como meta, la “Ley” de Dios, no la Vida de Dios

La crisis de la Iglesia es una crisis doctrinal. Es una crisis de vivencia. Por eso nunca se podrá superar por medio de más documentos que tratan de zanjar cuestiones discutidas. Lo que hay que enseñar a los hombres es a vivir una experiencia del Dios de Jesús. Sólo ahí encontraremos la liberación de toda opresión. Sólo teniendo la misma vivencia de Jesús, descubriremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos.

José A. Pagola

martes, 28 de junio de 2011

Recomendaciones sobre la práctica del testimonio

Testimonio cristiano en un mundo de pluralismo religioso


Preámbulo
La misión forma parte del propio ser de la iglesia. Proclamar la palabra de Dios y dar testimonio al mundo es esencial para todos los cristianos. Al mismo tiempo, es necesario seguir los principios evangélicos, en el pleno respeto y amor por todos los seres humanos.

Conscientes de las tensiones entre personas y comunidades de diferentes convicciones religiosas, y de la diversidad de interpretaciones del testimonio cristiano, el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (PCDI), el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y, a invitación del CMI, la Alianza Evangélica Mundial (AEM), se reunieron varias veces durante un período de cinco años para reflexionar y elaborar el presente documento en el que se formulan recomendaciones sobre la forma de llevar a la práctica el testimonio cristiano en el mundo. Este documento no pretende ser una declaración teológica sobre misión sino plantear los problemas prácticos asociados al testimonio cristiano en un mundo plurirreligioso.

El objetivo del presente documento es estimular a las iglesias, los consejos de iglesias y los organismos misioneros a reflexionar sobre sus prácticas actuales, y a hacer uso de las recomendaciones que figuran en este documento para formular, si fuera preciso, las directrices que consideren idóneas para su testimonio y misión entre los creyentes de diferentes religiones y entre quienes no profesan ninguna religión. Esperamos que los cristianos en todo el mundo estudien este documento a la luz de sus prácticas a la hora de dar testimonio de su fe en Cristo, de palabra y obra.



Una base para el testimonio cristiano
1. Para los cristianos es un privilegio y una alegría dar razón de la esperanza que está en ellos y hacerlo con “mansedumbre y reverencia” (véase 1 Pedro 3:15).

2 Jesucristo es el testigo supremo (véase Juan 18:37). Dar testimonio cristiano es siempre compartir su testimonio, que adopta la forma de proclamación del Reino, de servicio al prójimo y el don total de sí aunque el acto de darse conduzca a la cruz. De mismo modo que el Padre envió a su Hijo en el poder del Espíritu Santo, los creyentes son enviados en misión para dar testimonio en palabra y obra del amor del Dios trino y uno.

3 El ejemplo y la enseñanza de Jesucristo y de la Iglesia primitiva tienen que guiar la misión cristiana. Durante dos milenios los cristianos han tratado de actuar conforme a Cristo, dando buenas nuevas del Reino de Dios (véase Lucas 4:16-20).

4 El testimonio cristiano en un mundo plural incluye el compromiso de entablar el diálogo con creyentes de religiones y culturas diferentes (véase Hechos 17:22-28).

5 En algunos contextos, vivir y proclamar el evangelio es difícil, tropieza con muchos obstáculos, y hasta puede estar prohibido. Sin embargo, los cristianos han recibido el mandamiento de Cristo de continuar fielmente su testimonio de él en solidaridad unos con otros (véase Mateo 28:19-20; Marcos 16:14-18; Lucas 24:44-48; Juan 20:21; hechos 1:8).

6 Si los cristianos utilizan métodos inadecuados para ejercer su misión, recurriendo a la coacción o a engaños, están traicionando el Evangelio y pueden causar sufrimiento a otros. Por esas desviaciones estamos llamados al arrepentimiento y nos recuerdan la necesidad de la gracia sin fin de Dios (véase Romanos 3:23).

7 Los cristianos afirman su responsabilidad de dar testimonio de Cristo, pero saben que la conversión es, en última instancia, obra del Espíritu Santo (véase Juan 16:7-9; Hechos 10:44-47). Reconocen que el Espíritu sopla donde quiere en formas que ningún ser humano puede controlar (véase Juan 3:8).



Principios
Los cristianos están llamados a respetar los siguientes principios a la hora de cumplir con el mandamiento de Cristo en forma adecuada, particularmente en los contextos interreligiosos.

1. Actuar en el amor de Dios. Los cristianos creen que Dios es la fuente de todo amor, y, en consecuencia, están llamados en su testimonio a vivir vidas de amor y a amar a sus prójimos como a sí mismos (véase Mateo 22:34-40; Juan 14:15).

2. Imitar a Jesucristo. En todos los aspectos de la vida, y, especialmente en su testimonio, los cristianos están llamados a seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo, a compartir su amor, a glorificar y honrar a Dios el Padre en el poder del Espíritu Santo (véase Juan 20:21-23).

3. Virtudes cristianas. Los cristianos están llamados a actuar con integridad, caridad, compasión y humildad, y a vencer toda arrogancia, condescendencia y actitud de menosprecio (véase Gálatas 5:22).

4. Acciones de servicio y justicia. Los cristianos están llamados a actuar con justicia y a amar misericordia (véase Miqueas 6:8). Además, están llamados a servir a otros y, al hacerlo, a reconocer a Cristo en el más pequeño de sus hermanos y hermanas (véase Mateo 25:45). Las acciones de servicio, como velar por la educación, la atención de salud, los servicios de socorro y las acciones de justicia y defensa de los derechos de otras personas, son parte integrante del testimonio del Evangelio. La explotación de la pobreza y la necesidad no tiene cabida en la acción cristiana. Los cristianos tienen que denunciar toda forma de seducción y abstenerse de caer en ella en sus acciones de servicio, en particular, los incentivos y las recompensas financieras.

5. Discernimiento respecto de los ministerios de curación. Como parte integrante de su testimonio del Evangelio, los cristianos ejercen ministerios de curación. Están llamados a ser capaces de discernimiento al poner en práctica esos ministerios, respetando plenamente la dignidad humana, y velando por que no se exploten la vulnerabilidad de las personas y sus necesidades de curación.

6. Rechazo de la violencia. Los cristianos están llamados a rechazar toda forma de violencia, sea psicológica sea social, en particular el abuso de poder, en su testimonio. También deben rechazar la violencia, la discriminación o la represión por cualesquiera autoridades religiosas o seculares, en particular, la violación o la destrucción de los lugares de culto, los símbolos y los textos sagrados.

7. Libertad de religión y de creencia. La libertad religiosa, incluido el derecho a profesar, practicar, propagar una religión o creencia y a cambiar de religión de forma pública se deriva de la propia dignidad de la persona humana que se arraiga en la creación de todos los seres humanos a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26). Así pues, todos los seres humanos tienen los mismos derechos y responsabilidades. Cuando una religión se instrumentaliza con fines políticos, o cuando existe persecución por razones religiosas, los cristianos están llamados a dar un testimonio profético denunciando esas acciones.

8. Respeto y solidaridad mutuos. Los cristianos están llamados a comprometerse a colaborar con todas las personas en el respeto mutuo, promoviendo juntos la justicia, la paz y el bien común. La cooperación interreligiosa es una dimensión esencial de ese compromiso.

9. Respeto a toda persona. Los cristianos reconocen que el Evangelio interpela y enriquece las culturas. Aunque el Evangelio ponga en tela de juicio algunos aspectos de las culturas, los cristianos están llamados a respetar a todas las personas. Los cristianos también están llamados a discernir los elementos que, en la propia cultura, son impugnados por el Evangelio.

10. Renunciar al falso testimonio. Los cristianos tienen que hablar con sinceridad y respeto; tienen que escuchar para aprender y comprender las creencias y las prácticas de los otros, y se los estimula a reconocer y apreciar la verdad y bondad que contengan. Todo comentario o enfoque crítico deberá hacerse en un espíritu de respeto mutuo, velando por no dar falso testimonio acerca de otras religiones.

11. Velar por el discernimiento personal. Los cristianos tienen que reconocer que cambiar de religión es un paso decisivo que debe estar acompañado de tiempo suficiente para la debida reflexión y preparación, mediante un proceso que garantice la plena libertad personal.

12. Construir relaciones interreligiosas. Los cristianos deben continuar edificando relaciones de respeto y de confianza con creyentes de otras religiones con objeto de facilitar el entendimiento, la reconciliación y la cooperación recíprocos más profundos por el bien común.

Recomendaciones
La Tercera Consulta organizada por el CMI y el PCDI de la Santa Sede en colaboración con la AEM y con la participación de las familias cristianas más numerosas (católica, ortodoxa, protestante, evangélica y pentecostal), elaboró el presente documento en un espíritu de cooperación ecuménica para estudio por las iglesias, los órganos confesionales nacionales y regionales y las organizaciones misioneras, y, en especial, aquellas personas que trabajan en contextos interreligiosos, y recomienda que todos ellos:

1. estudien las cuestiones planteadas en el presente documento y, llegado el caso, formulen directrices destinadas a la práctica del testimonio cristiano que sean aplicables en el respectivo contexto. Siempre que sea posible, esto debería hacerse de forma ecuménica, y en consulta con los representantes de otras religiones.

2. construyan relaciones de respeto y confianza con creyentes de todas las religiones, en particular a nivel institucional entre las iglesias y otras comunidades religiosas, entablando un diálogo interreligioso permanente como parte de su compromiso cristiano. En algunos contextos, en los que años de tensión y de conflicto han creado graves recelos y quebrantamiento de las relaciones de confianza entre las comunidades, el diálogo interreligioso puede aportar nuevas oportunidades para resolver los conflictos, restaurar la justicia, curar las memorias, promover la reconciliación y consolidar la paz. .

3. estimulen a los cristianos a reforzar la propia identidad y fe religiosas, al mismo tiempo que a profundizar en su conocimiento y entendimiento de las otras religiones, y, al hacerlo, a tener en cuenta los puntos de vista de los adeptos de esas religiones. Los cristianos deben evitar la tergiversación de las creencias y prácticas de los creyentes de otras religiones.

4. cooperen con otras comunidades religiosas, participando en acciones interreligiosas de defensa y promoción de la justicia y el bien común y, siempre que sea posible, expresen conjuntamente con esas comunidades su solidaridad para con las personas que se encuentran en situaciones de conflicto.

5. insten a los respectivos gobiernos a velar por el debido amplio respeto de la libertad de religión, reconociendo que en muchos países se impide a las instituciones religiosas y las personas el ejercicio de su misión.

6. oren por sus prójimos y por su bienestar, reconociendo que la oración es una parte esencial de lo que somos y hacemos, así como de la misión cristiana. .

Apéndice: Antecedentes del presente documento
1. En el mundo actual, existe una colaboración cada vez mayor entre cristianos y entre cristianos y creyentes de diferentes religiones. El Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (PCDI) de la Santa Sede y el Programa de Diálogo y Cooperación Interreligiosos del Consejo Mundial de Iglesias (DCI-CMI) tienen una larga historia de colaboración a ese respecto. Ejemplos de los temas en los que han colaborado en el pasado son: el casamiento interreligioso (1994-1997), la oración interreligiosa (1997-1998), y la religiosidad africana (2000-2004). El presente documento es el resultado de su trabajo en colaboración.

2. Existen cada vez más tensiones interreligiosas en el mundo actual, en particular, violencias y pérdidas de vidas humanas. La política, la economía y otros factores desempeñan una función en esas tensiones. A veces los cristianos también están involucrados, voluntaria o involuntariamente, en esos conflictos, sea como quienes son perseguidos sea como quienes participan en las acciones de violencia. Como respuesta a esta situación, el PCDI y el DCI-CMI decidieron hacer frente a los problemas planteados mediante un proceso conjunto que permitiera formular recomendaciones comunes para la práctica del testimonio cristiano. El CMI-DCI invitó a participar en este proceso a la Alianza Evangélica Mundial (AEM), que aceptó complacida.

3. Inicialmente, se celebraron dos consultas: la primera, en Lariano (Italia), en mayo de 2006, bajo el tema “Evaluación de la realidad”, en la que representantes de diferentes religiones compartieron sus puntos de vista y experiencias sobre la cuestión de la conversión. En la declaración de la consulta se dice: “Afirmamos que, aunque todos y cada uno tenemos el derecho de invitar a otros a ahondar en el entendimiento de la respectiva religión, ese derecho no debe ejercerse violando los derechos y las sensibilidades de los otros. La libertad de religión nos obliga a todos a asumir la responsabilidad no negociable de respetar las religiones de los otros como la nuestra, y nunca denigrarlas, vilipendiarlas o menospreciarlas con el objetivo de afirmar la superioridad de nuestra religión”.

4. La segunda consulta, únicamente entre cristianos, se celebró en Toulouse (Francia), en agosto de 2007, para reflexionar sobre las mismas cuestiones. Se examinaron en profundidad los siguientes temas: “la familia y la comunidad, el respeto de los otros, la economía, el mercado y la competencia, y la violencia y la política. Las cuestiones pastorales y los aspectos misioneros de esos temas sirvieron de base para la reflexión teológica y los principios formulados en el presente documento. Cada tema es importante por propio derecho y merece mayor atención de la que se le da en estas recomendaciones.

5. Los participantes en la Tercera Consulta (entre cristianos) se reunieron en Bangkok (Tailandia), del 25 al 28 de enero de 2011, y se encargaron de finalizar el documento.

¿Cómo cruzar una pasarela?

Curso Entre la duda y la fe
Tema 6

I. Introducción

Las montañas siempre han sido lugares de Dios. Una montaña es el lugar donde la tierra está más cerca del cielo. Una montaña es un lugar de visión. Nos gusta subir montañas. Somos buscadores de montañas. Y es que las alturas sugieren trascendencia, poder y visión.

Uno de los nombres más importantes de Dios y que en la Biblia se usa cerca de cincuenta veces es Altísimo. Y significa entre otras cosas que está sobre todo. Pero, a veces, para ver a Dios precisamos subir una montaña.

II. Donde nace la fe

Tener un momento cumbre equivale muchas veces cuando somos capaces de ver algo que durante un tiempo no vimos. O cuando alguien nos dice una palabra inspiradora. O ver como nace nuestro primer hijo. O cuando Dios responde a nuestra oración. A veces es la belleza la que perfora nuestro corazón endurecido por la vida. A veces es una melodía la que nos rompe el alma. A veces es un libro el que nos pone delante del mundo. A veces es una pequeña cosa, e insignificante, la que nos hace ver a Dios. Entonces nace la fe.

Pero con mucha frecuencia nuestros momentos cumbres están vinculados con nuestros valles más sombríos. Después de una experiencia dolorosa o triste, sin previo aviso, llegamos a la conclusión de que Dios ya no está donde debería. Otras veces llegamos a esta conclusión sin un motivo, pero con la misma certeza de que no existe Papá Noël. Hay personas que están arrastrando una vida de fe llena de dudas. Una vida con esperanzas de que de alguna manera Dios esté ahí, aunque ellos no lo puedan ver. Por eso necesitamos subir alguna montaña. Toda historia ha comenzado con fe. Después vienen las dudas.

III. Bajar de la montaña

No podemos vivir siempre en la cima de una montaña. En algún momento tendremos que bajar al valle de la ambigüedad. Y cuando no tenemos certezas entonces llegan las dudas. ¿Me caso con esta persona o no? ¿Debo invertir en este negocio o no? ¿Hay espacio en esta iglesia para mi o no? Es delante de estos abismos que tenemos la opción o no de dar un alto de fe. Y traducido a nuestro idioma cotidiano es hacer algo donde no tenemos certezas de las evidencias, donde se abandona la razón y nos abrazamos a la fe o a la fantasía. Casarse o no. Criar un hijo. Seguir a Dios. No tenemos garantía de que estas acciones nos lleven a un buen final. Pero se nos pide que nos entreguemos por completo. Cuando damos pasos sin tener certeza de lo que ocurrirá después entonces podemos decir que tenemos confianza. Pero si permanecemos en áreas de seguridad (comodidad), si no confío, si no realizo ningún salto, si no pregunto, nunca me elevaré. Nunca sabré. Me limitaré a vivir y moriré junto al abismo, pero sin saber que me esperaba del otro lado.

En Ez. 28 leemos que el jardín del Edén de la montaña estaba en una montaña. La caída del hombre significó entre otras cosas dejar el Edén, o sea, bajar de la montaña. Pero Dios continúo encontrándose con los hombres en la cima, p. e, Abraham, Moisés, etc. En el NT descubrimos que Jesús subía con mucha frecuencia al monte a orar. En el monte de la Transfiguración, Marcos, el evangelista se hace eco de lo que había pasado con Moisés en el Sinaí. Muchas veces delante de Dios no sabemos que decir.

Sabemos que nueve veces en el NT Jesús les dice a diferentes personas Tu fe te ha sanado. En otras veces se refiere a la fe de personas no normales o extranjeras. O sea, personas que no deberían tener fe la tienen o los que deberían tenerla no muestran vestigios de ella. ¿Por qué será que muchas veces la fe parece prosperar donde menos nos lo imaginamos? ¿Por qué será que a menudo las persecuciones o los sufrimientos lejos de destruir la fe a menudo la fortalecen? No tengo respuestas para esta pregunta. No tengo respuestas fáciles. A veces la fe es como un clavo. Mientras más duro le golpeas, más hondo se clava.

Lo único que sé, y lo leo y releo en los evangelios, es que Jesús siempre acaba diciendo lo mismo: Es tiempo de dejar la montaña. Es tiempo de descender.

IV. Discusión






La homosexualidad y la Biblia

Walter Wink

Hoy, como nunca antes, el debate en torno a los temas sexuales divide a nuestras iglesias. Al igual que lo hizo el tema de la esclavitud hace ciento cincuenta años, la cuestión de la homosexualidad amenaza con fracturar a todas las denominaciones. Naturalmente, nos volvemos a la Biblia en busca de una guía, y nos hallamos hundidos en las arenas movedizas de la interpretación. ¿Puede la Biblia decirnos algo en nuestra confusión sobre esta materia?

Algunos pasajes que han sido sugeridos como pertinentes al tema de la homosexualidad, en realidad, son irrelevantes. Uno es el intento de violación de los hombres de Sodoma (Génesis 19:1-29) (*), ya que ese era un caso de varones ostensiblemente heterosexuales en un intento de humillar a los extranjeros, tratándolos “como mujeres”, despojándolos de su masculinidad. (Éste es, también, el caso en la narración similar de Jueces 19-21). Su brutal conducta no tiene nada que ver con el problema de si es legítimo o no, un genuino amor expresado entre adultos del mismo sexo, que consienten tal relación. De modo análogo, el texto de Deuteronomio 23:17-18 debe sacarse de la lista, ya que muy probablemente se refiere a prostitución de heterosexuales involucrados en ritos cananeos de fertilidad, que se habían infiltrado en el culto judío; la versión Reina Valera (1960), inexactamente, lo califica de “sodomita”.

Varios otros textos son ambiguos. No es claro si 1ª Corintios 6:9 y 1ª Timoteo 1:10 se refieren a los miembros “pasivos” y “activos” de las relaciones homosexuales, o a los varones prostituidos homosexuales y heterosexuales. En resumen, no es claro si el tema es la homosexualidad en sí, o la promiscuidad y “comercio sexual”.

Condenaciones inequívocas

Eliminados estos tres textos, nos quedan tres referencias, todas las cuales, inequívocamente, condenan la conducta homosexual. El libro de Levítico 18:22 declara el principio: (Tú, varón, “no te acostarás con un varón como si fuera una mujer: es una abominación”. El segundo texto (Levítico 20:13) añade el castigo: “Si un hombre se acuesta con otro hombre como si fuera una mujer, los dos cometen una cosa abominable; por eso serán castigados con la muerte y su sangre caerá sobre ellos"”

Un acto tal se consideraba como una “abominación” por varias razones. La comprensión pre-científica hebrea era que el semen masculino contenía la totalidad de la vida naciente. Sin el conocimiento de los óvulos y de la ovulación, se suponía que la mujer suministraba solamente el lugar de incubación. De ahí que derramar semen por cualquier propósito no-procreativo -en coitus interruptus (Génesis 38:1-11) en actos homosexuales masculinos, o de masturbación masculina- se consideraba equivalente al aborto o al asesinato. Consecuentemente, los actos homosexuales femeninos no se consideraban tan seriamente y no se los menciona en absoluto en todo el Antiguo Testamento (pero véase Romanos 1:26). Se puede apreciar en qué medida valoraría la procreación una tribu que luchaba por poblar un país, cuyos habitantes los sobrepasaban numéricamente; pero tales valores se vuelven cuestionables en un mundo que afronta una superpoblación que escapa a todo control.

Además, cuando un hombre actuaba sexualmente como si hubiera sido una mujer, la dignidad masculina estaba comprometida. Era una degradación, no solamente con respecto de sí mismo, sino con relación a todos los demás varones. El sistema patriarcal de la cultura hebrea se revela en la misma formulación del mandato, ya que no se formuló una censura similar para prohibir actos homosexuales entre mujeres. Y la aversión sentida hacia la homosexualidad no era porque se la juzgara precisamente antinatural, sino también porque se la consideraba anti-judía, representando una invasión más, todavía, de la civilización pagana en la vida judía. Un efecto de eso es la muy universal aversión que los heterosexuales tienden a sentir por actos y orientaciones extraños a ellos (ser zurdo ha provocado algo de la misma respuesta en muchas culturas).

Sin embargo, cualquiera sea la razón de ser de su formulación, los textos no dejan lugar a que se los manipule. Se ejecutará a aquellas personas que cometan actos homosexuales. Éste es el claro mandato de la Escritura. El significado no da lugar a equívocos: cualquiera, sea varón o mujer, que desee basar sus creencias sobre el testimonio del Antiguo Testamento, debe ser completamente coherente y pedir la pena de muerte para todo aquel que ejerza actos homosexuales. (Eso puede parecer extremo, pero, en realidad, hay algunos cristianos, hoy en día, propugnando precisamente esto). Aunque no sea posible que un tribunal ejecute nuevamente a los homosexuales, un sorprendente número de gays son asesinados por heterosexuales cada año, en este país.

Los textos del Antiguo Testamento tienen que sopesarse con los del Nuevo. En consecuencia, la inequívoca condena de la conducta homosexual en Romanos 1:26-27, debe ser el centro de toda discusión.

Por esta razón, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. Sus mujeres cambiaron las relaciones sexuales naturales por otras contrarias a la naturaleza y, del mismo modo, también los hombres, dejando las relaciones sexuales naturales con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros. Los hombres cometieron actos vergonzosos con hombres y recibieron, en sus propias personas, el castigo merecido por su extravío.

Sin duda, Pablo era ajeno a la distinción entre orientación sexual, a través de la cual evidentemente se tiene muy poca elección, y conducta sexual, a través de la cual sí se la tiene. Parece dar por sentado que aquellos a quienes condena, son heterosexuales y están actuando contrariamente a la naturaleza, “dejando”, “abandonando” o “cambiando” su orientación sexual verdadera por aquella que se fija en los primeros años de vida, o tal vez hasta genéticamente, en algunos casos. Para tales personas, tener relaciones heterosexuales sería actuar en forma contraria a la naturaleza, “dejando”, “abandonando” o “cambiando” su orientación sexual natural.

De igual modo, las relaciones que Pablo describe están cargadas de lujuria; no son relaciones de genuino amor entre personas del mismo sexo. No son relaciones entre adultos del mismo sexo, que las consienten y que recíprocamente se comprometen, con fidelidad y con tanta integridad como cualquier pareja heterosexual. Por otra parte, algunas personas suponen que las enfermedades venéreas y el SIDA, son castigos de Dios por la conducta homosexual; sabemos que es un riesgo involucrado en la promiscuidad de toda índole, homosexual y heterosexual. En realidad, la gran mayoría de las personas con SIDA alrededor del mundo, son heterosexuales. Difícilmente podemos poner al SIDA bajo el rótulo de “castigo divino”, ya que las lesbianas no-promiscuas casi no corren ningún riesgo.

Y Pablo cree que la homosexualidad es contraria a la naturaleza; sin embargo, hemos aprendido que se manifiesta en una extensa variedad de especies, especialmente (pero no en forma exclusiva) bajo la presión de la sobrepoblación. Entonces, esto parecería ser un mecanismo completamente natural para preservar las especies. Por supuesto, no podemos decidir la conducta ética humana exclusivamente sobre la base de la conducta animal o de las ciencias humanas, pero aquí Pablo está argumentando desde la naturaleza, como él mismo lo dice, y el nuevo conocimiento de lo que es “natural” es, por consiguiente, pertinente al caso.

Costumbres sexuales hebreas

.

Sin embargo, con toda claridad, la Biblia adopta una opinión negativa sobre la actividad homosexual en aquellas pocas instancias en que se la menciona. Pero esta conclusión no resuelve el problema de cómo debemos interpretar la Escritura hoy. Puesto que hay otras actitudes, prácticas y restricciones sexuales que son normativas en la Escritura, pero a las cuales ya no las aceptamos como normativas.

1. La ley del Antiguo Testamento prohibe estrictamente las relaciones sexuales durante los siete días del período menstrual (Levítico 18:19; 15:19-24); y cualquiera que la violase debía ser “extirpado· o “cortado de su pueblo” (kareth, Levítico 18:29 un término que se refiere a ejecución ya sea apedreando, quemando, estrangulando, azotando o por expulsión; Levítico 15:24, omite este castigo). Hoy en día, muchas personas, de vez en cuando, tienen relaciones sexuales durante la menstruación y no piensan nada sobre ello. ¿Debieran “ser excluidos”? La Biblia dice que sí.

2. El castigo a causa del adulterio era la muerte, apedreando tanto al hombre como a la mujer (Deuteronomio 22:22), pero aquí el adulterio se determina por el estado marital de la mujer. En el Antiguo Testamento, un hombre casado que tiene relaciones sexuales con una mujer soltera, no es adúltero -un caso claro de una doble regla-. Un hombre podía no cometer adulterio contra su propia mujer; solamente podía cometer adulterio contra otro hombre, por el uso sexual de la mujer del otro. Y una joven esposa que se comprobaba que no era virgen debe ser apedreada hasta la muerte (Deuteronomio 22:13-21), pero nunca se menciona, siquiera, la virginidad del varón en el casamiento. Es una de las curiosidades del debate actual sobre sexualidad, que el adulterio, el cual crea muchos más estragos sociales, se considera menos “pecaminoso” que la actividad homosexual. Tal vez sea así porque hay muchos más adúlteros en nuestras iglesias. Todavía, ninguno -por lo que yo sé- pide para ellos que sean apedreados, a pesar del claro mandato de la Escritura. Y ordenamos a adúlteros

3. La desnudez, característica del paraíso, se consideraba en el judaísmo como reprobable (2º Samuel 6:20; 10:4; Isaías 20:2-4; 47:3). Cuando uno de los hijos de Noé miró a su padre desnudo, fue maldecido (Génesis 9:20-27). En gran parte, este tabú de la desnudez posiblemente hasta inhíba la intimidad sexual de marido y mujer (esto todavía es cierto en una sorprendente cantidad de personas criadas en la tradición judeo-cristiana). Podemos no estar preparados para las playas nudistas, pero ¿estamos preparados para considerar como un pecado maldito la desnudez en el vestuario o en el viejo remanso adonde nadábamos de niños, o en la privacidad del propio hogar? La Biblia lo hace.

4. La poligamia y el concubinato eran comúnmente practicados en el Antiguo Testamento. Ninguno de ambos se condena en el Nuevo Testamento (con las cuestionables excepciones de 1ª Timoteo 3:2; 12 y Tito 1:6). La enseñanza de Jesús sobre la unión marital en Marcos 10:6-8, no es una excepción, ya que cita Génesis 2:24 como su autoridad, y este texto nunca fue entendido en Israel como excluyendo la poligamia. Un hombre podía llegar a ser “una carne” con más de una mujer, a través del acto de relaciones sexuales. De fuentes judías, sabemos que la poligamia continuaba practicándose dentro del judaísmo, durante los siglos siguientes al período neotestamentario. Entonces, si la Biblia permite la poligamia y el concubinato, ¿por qué no hemos de hacerlo nosotros?

5. Una forma de la poligamia era el casamiento por levirato. En Israel, cuando un hombre casado moría sin haber tenido hijos, su viuda debía tener relaciones sexuales sucesivamente con cada uno de los hermanos de su marido, hasta que le diera un heredero varón. Jesús menciona esta práctica, sin emitir ningún juicio crítico (Marcos 12:18-27) No estoy enterado de que haya algún cristiano que todavía obedezca este ambiguo mandato de la Escritura. ¿Por qué se hace caso omiso de esta ley y, en cambio, se mantiene la que está contra la homosexualidad?

6. En ninguna parte el Antiguo Testamento prohibe explícitamente las relaciones sexuales entre adultos heterosexuales solteros que consienten tal relación, siempre y cuando el valor económico de la mujer (dote) no se comprometiera, es decir, siempre y cuando ella no sea virgen. Hay poemas en el Cantar de los Cantares que ensalzan una aventura amorosa entre dos personas solteras, aunque los comentaristas, frecuentemente, urdieron disimular el hecho con tediosos niveles de interpretación alegórica. En diversas partes del mundo cristiano, han predominado distintas actitudes sobre las relaciones sexuales pre-matrimoniales. En algunas comunidades cristianas, era requisito para el casamiento la prueba de la fertilidad (esto es el embarazo). Éste era especialmente el caso en las áreas rurales, donde la incapacidad de dar a luz hijos que serían los trabajadores del campo, podría significar penurias económicas. Hoy, muchos adultos solteros, las viudas y los divorciados están volviendo a prácticas “bíblicas”, mientras que otros creen que la relación sexual pertenece únicamente al casamiento. Ambas perspectivas son bíblicas. ¿Cuál es la correcta?

7. Virtualmente, le faltan a la Biblia términos que designen los órganos sexuales, y se contenta con eufemismos tales como “pie” o “muslo” para los genitales, y el uso de otros para describir el coito, como “conocerse”. Hoy, la mayoría de nosotros considera “puritano” dicho vocabulario y opuesto a una correcta referencia a la bondad de la creación. En resumen, no seguimos los usos bíblicos.

8. El semen y el flujo menstrual hacían impuro a todo aquel que lo tocara (Levítico 15: 16-20). Las relaciones sexuales hacían impuro hasta la puesta del sol; la menstruación hacía impura a la mujer por siete días. Hoy, la mayoría de las personas considera al semen y al flujo menstrual como completamente naturales y sólo algunas veces como “molesto”, pero no impuro.

9. En el Antiguo Testamento, las reglas sociales con respecto del adulterio, incesto, violación y prostitución están, en gran parte, determinadas en consideración a los derechos de propiedad de los varones sobre las mujeres. La prostitución se consideraba completamente natural y necesaria como salvaguarda de la virginidad de la soltera y los derechos de propiedad de los maridos (Génesis 38: 12-19, Josué 2: 1-7). No se culpaba de pecado a un hombre por visitar a una prostituta, a pesar de que ella misma era considerada como pecadora. Pablo recurre al razonamiento cuando ataca a la prostitución (1ª Corintios 6:12-20); no puede englobarla en la categoría de adulterio (vers. 9). Hoy nos estamos desplazando, con una gran turbulencia social y a un alto -pero inevitable- costo, hacia un conjunto de arreglos sociales más equitativos, no-patriarcales, en los cuales las mujeres ya no son consideradas como la esclava del hombre. También estamos tratando de ir más allá del doble criterio. Amor, fidelidad y respeto mutuo reemplazan a los derechos de propiedad. Hemos hecho, hasta ahora, muy pocos progresos para cambiar el doble criterio con respecto de la prostitución. Al dejar atrás las relaciones de género patriarcal, ¿qué vamos a hacer con el sistema patriarcal de la Biblia?

10. Se presumía que los judíos practicaban la endogamia -es decir, el casamiento dentro de las doce

tribus de Israel. Hasta hace poco, una regla similar predominó en Sudamérica, en leyes contra las

uniones interraciales (mestizaje). Durante la vida de muchos de nosotros, hemos sido testigos de la

lucha pacífica para invalidar leyes estatales contra los matrimonios entre miembros de razas distintas

y el cambio gradual en las actitudes hacia las relaciones interraciales. Las costumbres sexuales

pueden transformarse muy radicalmente aun durante el propio ciclo de vida.

11. La ley de Moisés permitía el divorcio (Deuteronomio 24: 1-4); Jesús lo prohibe categóricamente (Marcos 10: 1-12; Mateo 19:9 atenúa su severidad). Sin embargo, muchos cristianos, en clara violación de un mandato de Jesús, se han divorciado. ¿Por qué, entonces, algunos de estas muchas personas se consideran aptos para el bautismo, la membresia de la iglesia, la comunión y la ordenación, pero no los homosexuales? ¿Qué hace que los unos tengan un pecado en tanto mayor, especialmente al considerar el hecho de que Jesús nunca haya mencionado siquiera la homosexualidad, pero que, explícitamente, condenara el divorcio? Con todo, ordenamos a divorciados. ¿Por qué no a los homosexuales?

12. El Antiguo Testamento considera anormal el celibato, y 1ª Timoteo 4: 1-3, denomina de herejía al celibato obligatorio. No obstante, la Iglesia Católico Romana lo ha hecho obligatorio para los sacerdotes y las monjas. Algunos moralistas cristianos exigen el celibato a los homosexuales, ya tengan vocación para él o no. Un argumento es que, desde que Dios hizo al hombre y a la mujer el uno para el otro a fin de ser fructíferos y multiplicarse, los homosexuales rechazaron el propósito de Dios en la creación. Por lo tanto, aquellos que afirmen esto, deben explicar por qué el apóstol Pablo nunca se casó - o, en cuanto a eso, por qué Jesús, que encarnó a Dios en su propia persona, era soltero. Por cierto, el matrimonio heterosexual es normal; de otro modo, la raza se extinguiría. Pero no es normativo. Por otra parte, las parejas sin hijos, las personas solteras y los sacerdotes y monjas estarían infringiendo el propósito de Dios en su creación, -¡como lo habrían hecho Jesús y Pablo!-. En una época de superpoblación, ¡tal vez una orientación gay suene especialmente ecológica!

13. En muchas otras maneras, hemos desarrollado distintas normas de aquellas explícitamente establecidas por la Biblia: “Si unos hombres se pelean, y la mujer de uno de ellos, para librar a su marido de los golpes del otro, extiende la mano y lo toma por las partes genitales, deberás cortarla la mano, sin tenerle compasión” (Deuteronomio 25: 11 y sigs.). Por el contrario, nosotros podríamos, muy bien, aplaudirla.

14. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, consideran como normal la esclavitud y no la condenan en ningún lugar. Parte de esa herencia era el uso de esclavas, concubinas y cautivas como juguetes sexuales o máquinas reproductoras de sus propietarios, a lo que autorizan Levítico 19: 20 y sigs., 2º Samuel 5:13 y Números 31:18 - y como muchos propietarios de esclavos norteamericanos lo hicieron hace unos 130 años atrás, citando estos y numerosos otros pasajes de las Escrituras como su justificación.

El problema de la autoridad.

Estos casos son pertinentes con respecto de nuestra actitud hacia la autoridad de las Escrituras. Con toda claridad, consideramos que ciertas cosas del Antiguo Testamento ya no son valederas. Otras cosas, aún las consideramos como valederas, incluyendo la legislación en el Antiguo Testamento que no se menciona en absoluto en el Nuevo. ¿Cuál es nuestro principio de selección aquí?

Por ejemplo, los lectores modernos están de acuerdo con la Biblia al rechazar:

el incesto

la violación

el adulterio

las relaciones sexuales con animales

Pero disentimos con la Biblia en muchas otras prácticas sexuales. La Biblia condena las siguientes conductas, que nosotros, por lo general, permitimos:

las relaciones sexuales durante la menstruación

el celibato

la endogamia

dar nombre a los órganos sexuales

la desnudez (bajo ciertas circunstancias)

la masturbación (exceptuado el Catolicismo)

el control de la natalidad (exceptuado el Catolicismo)

Y la Biblia considera el semen y el flujo menstrual como impuros, lo que nosotros no.

Asimismo, la Biblia permite conductas que hoy condenamos:

la prostitución

la poligamia

el casamiento por levirato

el sexo con esclavos

el concubinato

el trato de la mujer como propiedad

el casamiento prematuro (para la niña de 11 a 13 años)

Y, mientras que el Antiguo Testamento aceptó el divorcio, Jesús lo prohibió.

¿Por qué, entonces, apelamos a someter a prueba los textos de las Escrituras solamente en el caso de la homosexualidad, cuando nos sentimos perfectamente libres para discrepar con las Escrituras en la mayoría de otros temas sexuales?

Obviamente, muchas de nuestras preferencias en estos asuntos son arbitrarias. La poligamia mormona estaba prohibida en este país, a pesar de la protección constitucional a la libertad de cultos, porque violaba los sentimientos de la cultura cristiana dominante. Sin embargo, no existe una prohibición bíblica explícita contra la poligamia.

El problema de la autoridad no se mitiga con la doctrina de que los requisitos cúlticos del Antiguo Testamento fueron abrogados por el Nuevo, y que solamente los mandatos morales del Antiguo Testamento permanecen vigentes. Pues la mayoría de estas prácticas caen entre los mandatos morales. Si insistimos en ubicarnos bajo la antigua ley, entonces, tal como Pablo nos lo recuerda, “estamos obligados a observar íntegramente la Ley” (Gálatas 5:3). Pero, si Cristo es “el término de la Ley” (Romanos 10:4), si hemos sido eximidos de la Ley para servir, no bajo el viejo código escrito, sino en el nuevo código de vida del Espíritu (Romanos 7:6), entonces, todas estas prácticas sexuales quedan bajo la autoridad del Espíritu. Por lo tanto, no podemos tomar, ni siquiera lo que Pablo dice, como una nueva ley. Los mismos fundamentalistas se reservan el derecho de elegir y tomar qué leyes mantendrán, a pesar de que rara vez reconozcan hacer justamente eso.

Juzguen por ustedes mismos

Me parece que el quid de la cuestión es, simplemente, que la Biblia no tiene ética sexual. No hay ética sexual bíblica. En cambio, presenta un surtido de costumbres sexuales, algunas de las cuales cambiaron a través del milenio de historia bíblica. Las costumbres son prácticas irreflexivas aceptadas por una comunidad dada. Muchas de las prácticas que la Biblia prohíbe, nosotros las permitimos, y a la inversa, muchas de las prácticas que la Biblia permite, nosotros las prohibimos. La Biblia conoce solamente una ética del amor, la cual constantemente se aplica sobre cualquier costumbre social que domine en cualquier país, o cultura, o período dados.

La mera noción de “ética sexual” refleja el materialismo y el resquebrajamiento de la vida moderna, en la cual de manera creciente definimos nuestra identidad sexual. La sexualidad no puede separarse del resto de la vida. Ningún acto sexual es ético en sí y por sí mismo, sin referencia al resto de la vida de una persona, a sus pautas culturales, a las circunstancias especiales afrontadas y a la voluntad de Dios. Lo que tenemos son, simplemente, costumbres sexuales, las cuales cambian, algunas veces con sorprendente velocidad, creando dilemas que nos dejan perplejos. Tan solo en el curso de nuestras vidas, hemos sido testigos del cambio de preservar la propia virginidad hasta el matrimonio, a parejas que conviven por varios años antes de casarse. La respuesta de muchos cristianos es meramente añorar la hipocresía de una época pasada.

Más bien, nuestra tarea moral es aplicar la ética del amor de Jesús a todas las costumbres sexuales que estén generalizadas en una cultura dada. Podríamos dirigirnos a jóvenes adolescentes no con leyes y mandatos cuya violación es un pecado, sino mejor con las tristes experiencias de tantos de nuestros propios hijos, que encuentran agobiantes las relaciones sexuales demasiado tempranamente iniciadas, y que reaccionan con un celibato voluntario y aun con la negativa a un noviazgo. Podemos dar razones sólidas y órdenes incumplibles. Podemos desafiar tanto a los gays como a los heterosexuales a cuestionar sus conductas, a la luz del amor y de los requisitos de fidelidad, honestidad, responsabilidad y genuina preocupación por los mejores intereses del otros y de la sociedad como un todo. La moralidad cristiana, después de todo, no es un cinturón de castidad para reprimir instintos, sino un modo de expresar la integridad de nuestra relación con Dios. Es un intento de descubrir una forma de vida que sea consistente con la imagen de quien Dios nos creó para que fuéramos. Para aquellos de orientación homosexual, ser instrumentos morales que rechacen las costumbres sexuales que violen su propia integridad y la de otros, y tratar de descubrir qué significaría vivir según la ética del amor de Jesús.

Morton Kelsey va tan lejos como para sostener que la orientación homosexual no tiene nada que ver, como tal, con la moralidad, de igual manera que el ser zurdo. Es, simplemente, el modo como se configura la sexualidad de algunas personas. La moralidad entra en el punto de cómo se ejecuta esa predisposición. Si la viéramos como un don de Dios para aquellos para quienes es normal, podríamos llegar más allá de la acritud y brutalidad que tan frecuentemente ha caracterizado la conducta poco cristiana de los cristianos, hacia los gays.

Por aproximación desde el punto de vista del amor más bien que por el de la ley, la cuestión se transforma inmediatamente. Ahora, la pregunta no es “¿Qué está permitido?”, sino más bien “¿Qué significa amar a mi prójimo homosexual?”. Abordando el tema desde el punto de vista de la fe, antes que de las obras, la pregunta deja de ser “¿Qué constituye una violación de la ley divina en el reino sexual?” y, en su lugar, se torna en “¿Qué constituye integridad ante el Dios revelado en el amante cósmico, Jesucristo?”. Aproximados desde el punto de vista del Espíritu antes que el de la letra, la pregunta deja de ser “¿Qué mandan las Escrituras?” y se torna en “¿Cuál es la palabra que el Espíritu habla ahora a las iglesias, a la luz de las Escrituras, la tradición, la teología, la psicología, la genética, la antropología y la biología?”

En una declaración poco recordada de Jesús, dijo: “¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lucas 12:57). Tan soberana libertad sobrecoge de terror los corazones de muchos cristianos; ellos hubieran preferido estar bajo la ley y que se les dijera aquello que está bien. Con todo, Pablo mismo se hace eco del modo de pensar de Jesús, inmediatamente anterior a una de sus posibles referencias a la homosexualidad: “¿Ignoran que vamos a juzgar a los mismos ángeles? Con mayor razón entonces, los asuntos de esta vida” (1ª Corintios 6:3). La última cosa que Pablo hubiera querido es que las personas respondieran a este consejo ético como una nueva ley grabada en tablas de piedra. Él está tratando de “juzgar por sí mismo lo que está bien”. Si ahora tenemos nuevas evidencias en relación al fenómeno de la homosexualidad, ¿no estamos obligados a volver a evaluar todo el problema a la luz de todos los datos asequibles, y decidir, ante Dios, por nosotros mismos? ¿No es esta la libertad fundamental de obediencia en la cual el evangelio nos pone?

Por supuesto, se puede objetar que este análisis nos ha atraído tan encima de los textos, que se nos ha perdido la visión general de la Biblia. Con toda claridad, la Biblia considera la conducta homosexual como un pecado, y si lo declara así una o mil veces, esto está fuera de propósito. Al igual que algunos de nosotros que crecimos “sabiendo” que los actos homosexuales eran el pecado inconfesable, aunque nadie siquiera hablara sobre él, así toda la Biblia “sabe” que está mal.

Admito sin reservas todo eso. La cuestión es precisamente si el juicio bíblico es correcto. La Biblia aprobó la esclavitud como buena y, en ningún lugar, la atacó como injusta. ¿Estamos dispuestos a argüir que la esclavitud está bíblicamente justificada hoy? Hace ciento cincuenta años, cuando la discusión sobre la esclavitud era feroz, la Biblia parecía estar claramente del lado de los propietarios de esclavos. Los abolicionistas eran fuertemente presionados para que justificasen su oposición a la esclavitud sobre bases bíblicas. Y, todavía hoy, si debieran preguntar a los cristianos del sur de los Estados Unidos si la Biblia aprueba la esclavitud, virtualmente cada uno estaría de acuerdo en que no. ¿Cómo explicamos tan monumental viraje?

Lo que sucedió es que las iglesias fueron finalmente llevadas a penetrar más allá del carácter legal de la Escritura, a un contenido más profundo, expresado por Israel a partir de la experiencia del Éxodo y los profetas, y llevada a sublime encarnación en la identificación de Jesús con prostitutas, recaudadores de impuestos, los enfermos y tullidos y los marginados y pobres. Es que Dios está al lado de los que no tienen poder. Dios libera a los oprimidos. Dios sufre con los que sufren y gime por la reconciliación de todos las cosas. A la luz de esa suprema misericordia, cualquiera sea nuestra posición sobre los gays, el imperativo del evangelio a amar, cuidar e identificarse con sus sufrimientos es inequívocamente claro.

Del mismo modo, las mujeres nos están insistiendo en que admitamos el sexismo y el sistema patriarcal que permean la Escritura y que ha alejado a tantas mujeres de la iglesia. Sin embargo, la salida no es negar el sexismo en la Escritura, sino desarrollar una teoría interpretativa que juzgue aun a la Escritura misma, a la luz de la revelación de Jesús. Lo que Jesús nos da, es una crítica a la dominación en todas sus formas, una crítica que puede volverse sobre la misma Biblia. Por lo tanto, la Biblia contiene los principios de su propia corrección. Somos liberados de la bibliolatría, la adoración por la Biblia. Ella está restituida a su justo lugar como testimonio de la Palabra de Dios. Y esa palabra es una Persona, no un libro.

Con el tamiz interpretativo suministrado por una crítica de dominación, podemos separar el sexismo, el sistema patriarcal, la violencia y la homofobia, que constituyen una buena parte de la Biblia, liberándola así para que nos revele por nuevos caminos la orden de Dios para forzar la liberación de la dominación, en nuestro tiempo.

Un pedido de tolerancia

Lo que más me apena en todo este áspero debate en las iglesias, es qué poco cristiano ha sido las más de las veces. Es característico de nuestro tiempo que los problemas más difíciles de valorar y que han generado el mayor grado de animosidad, son temas sobre los cuales la Biblia puede interpretarse como sosteniendo ambos lados. Me refiero al aborto y a la homosexualidad.

Necesitamos retroceder unos pocos pasos y ser honestos con nosotros mismos. Estoy profundamente convencido de la exactitud de lo que he estado compartiendo con ustedes. Pero debo reconocer que no es un caso cerrado. Pueden encontrar debilidad en él, tal como yo puedo encontrarla en el de otros. La verdad es que no nos es dada una guía inequívoca en una u otra área: aborto u homosexualidad. Mejor que acogotándonos unos y otros, debiéramos admitir humildemente nuestras limitaciones. ¿Cómo sé

que estoy interpretando correctamente la palabra de Dios para nosotros hoy? ¿Cómo lo saben ustedes? ¿No sería más sabio que los cristianos bajáramos los decibeles un 95% y serenamente presentáramos nuestros casos, sabiendo completamente bien que podríamos estar equivocados?

Sé de una pareja, ambos bien conocidos autores cristianos, por propio derecho, que han hablado -ambos- sobre la cuestión de la homosexualidad. Ella sostiene a los gays apasionadamente; él se opone a su conducta con tenacidad. Hasta donde puedo decirlo, esta pareja todavía disfruta de su mutua compañía, come a una misma mesa y -por cuanto sé- duermen en la misma cama.

Nosotros, en la iglesia, debemos alcanzar nuestras prioridades en orden. No hemos alcanzado un consenso sobre quién tiene razón en el problema de la homosexualidad. Pero lo que es claro, expresamente claro, es que se nos ordena amarnos mutuamente. Amar no precisamente a nuestras hermanas y hermanos gay, que frecuentemente están sentados a nuestro lado en la iglesia, no reconocidos, sino a todos los involucrados en este debate. No tenemos que desgarrar en jirones a todas las denominaciones, a fin de ventilar nuestras diferencias en este punto. Si aquella pareja que mencioné puede continuar abrazándose a través de esta separación, seguramente todos nosotros podemos hacer otro tanto.

sábado, 25 de junio de 2011

La eucaristía: la visión católica.

Jn 6:51-59

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que formar parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Para que veáis que no exagero, voy a contar dos anécdotas que me han sucedido en mi relación con dos representantes de la jerarquía. El primero me dice: “te exigimos que no metas ninguna morcilla en la celebración de la eucaristía”. Todos sabéis lo que es un “morcilla”, además de un embutido, claro. El diccionario dice: “añadido que hace por su cuenta el actor de teatro cuando representa un papel”. Da por supuesto que estoy haciendo teatro y lo que se me pide es que represente bien mi papel. No le contesté.

El otro me dice: “tienes que ser como el farmacéutico, que reparte pastillas al cliente sin contarle el proceso del laboratorio”. Aquí si hubo comentario, porque le dije: “la aspirina produce su efecto automáticamente, aunque el paciente no sepa nada del ácido acetilsalicílico; pero la comunión está a años luz de ese pretendido automatismo. Si el comulgante no se entera de lo que está haciendo, no le servirá de nada”. Lo grave no es que dos vicarios piensen eso de la eucaristía. Lo gravísimo es que todos hemos pensado –y algunos siguen pensando- así de los sacramentos.

Debemos superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material como es el pan y el vino. Cuando se piensa y se dice, que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia. Trento afirma: “La Iglesia designa con el término muy adecuado de transubstanciación esta conversión eucarística”. Pero debemos advertir que “substancia” y “Accidente” son conceptos metafísicos; no hacen referencia a ninguna realidad física. Además, esos conceptos no se emplean ya nunca con sentido metafísico.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es sólo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, sino buscando una religiosidad intimista, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos en la cena y Jn en el discurso del pan de vida que hemos leído. Jn dice hace referencia al alimento, pero fíjate bien, alimentarse lo identifica con, el que cree en mí, el que viene a mí.3º.- En las palabras de la consagración, “cuerpo” no significa cuerpo; “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. Me explico. En la antropología judía, el ser humano no está compuesto por alma y cuerpo (concepción griega). El hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo, para los judíos del tiempo de Jesús, es el ser humano en cuanto sujeto de relaciones con los demás. El concepto más cercano hoy, sería lo que nosotros llamamos persona. Cuando Jesús dice: “esto es mi cuerpo”, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona, estoy aquí para dejarme comer. En el caso de la sangre: Para los judíos la sangre era la vida. ¡Ojo! No se trata de que fuese símbolo de la vida. No, era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo que su vida, no su muerte, está entregada a los demás. Todo lo que él es, está al servicio de todos.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Sólo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

5º.- La comunión nos es un premio para los buenos “que están en gracia”, sino un remedio para los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesitamos el signo del amor de Dios es cuando nos sentimos separados de Él. Hemos llegado al absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesitábamos.

6º.- Lo significado en el pan y el vino no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don de sí mismo que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el verdadero significado que yo tengo que hacer mío. Queda claro que la eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades a cambio de nada. Podemos oír misa sin que eso nos obligue a nada, pero no se puede celebrar la eucaristía impunemente. No se puede salir de misa lo mismo que se entró, es decir, como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que la he reducido a simple rito folclórico.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que repitamos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer... Haced también vosotros esto. Entregad la propia persona y la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos de la eucaristía no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Tenéis que vivir la misma vida que yo vivo. Nuestra vida sólo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás. En la Eucaristía estamos confesando que ser cristiano es ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena. Celebrar la eucaristía es comprometerse a ser fermento de unidad, de armonía, de amor, de paz.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. El concilio de Trento dice: “Es común a la santísima Eucaristía con los demás Sacramentos, ser símbolo o significación de una cosa sagrada”. Se produce un sacramento cuando el signo (una realidad que entra por los sentidos) está conectado con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar de verdad. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Pero las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

La eucaristía concentra todo el mensaje de Jesús. El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego" que es precisamente lo contrarío. Sólo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente del resto de la creación. Imaginad una habitación llena de globos; si los pinchamos todos descubriremos que lo único que marcaba la diferencia, la fina película de caucho coloreado, no era prácticamen­te nada. Todos eran sustancialmente lo mismo, aire, el mismo aire.

Jose A. Pagola


jueves, 23 de junio de 2011

¿Por qué no crecen nuestras comunidades? Parte I.

Reflexionando desde el Norte.

I. Sobre preguntas y supuestos.

Quisiera comenzar afirmando que la respuesta a la pregunta del título no es de rápida solución. Es más debemos huir de las respuestas rápidas. La reflexión que invitamos a hacer ahora no está tanto en lo que no estamos haciendo, sino más bien en qué estamos haciendo y cómo lo hacemos. Quizás nuestra problemática, la de las iglesias del Norte, es preguntarnos ahora qué estamos haciendo y cómo lo hacemos.

Hemos de partir de un supuesto: Si nuestros pastores y presbíteros están trabajando diligentemente, si las comunidades están practicando una vida espiritual benigna, entonces: ¿Por qué no crecemos. Quizás es el momento de considerar otros factores de índole administrativo u organizativo de nuestro presbiterio.

II. Hechos 6:

Recordemos lo que ocurre en Hechos 6. Cuando se requirió de un grupo de personas que velaran por las necesidades físicas de la congregación. El problema no era que los líderes no estuvieran trabajando; ni que la espiritualidad de la congregación fuera deficiente. El punto problemático tenía más que ver con la administración. La solución en la que tomaron parte todos, fue la creación de este grupo de diáconos, que antes no existía como tal en la iglesia, que se encargarían del área administrativa en la comunidad, mientras los apóstoles se dedicarían a la enseñanza y la oración.

Hasta aquí lo que cuenta el relato lucano. ¿Y esto qué tiene que ver con nosotros? Si nos miramos bien podremos descubrir que en nuestras comunidades tenemos situaciones no solo cíclicas, sino parecidas a las que enfrentaron en la iglesia primitiva. La solución a la falta de crecimiento no siempre tiene que ver con una deficiente labor de los pastores o los presbíteros, o por el estado espiritual en ruinas de la congregación. A veces, la falta de crecimiento se debe a factores administrativos y a la ausencia de flexibilidad en nuestras estructuras.

En los últimos años hemos podido constatar que en nuestro presbiterio subsisten comunidades centradas en el pastor, faltan objetivos claros e identidad, vivimos una realidad desenfocada, nuestras comunidades han optado por el “sálvese quien pueda”, una eclesiología enfocada hacia el interior de las comunidades y una galopante falta de evaluación. Quizá nuestras comunidades no están creciendo por algún factor determinado que está incidiendo en ellas o por la combinación de los mismos.

III. Comunidades centradas en el pastor.

Perfilada la responsabilidad que tiene el pastor de velar por las comunidades, y sabiendo que recibe un salario por sus servicios, se hace muy fácil y natural construir todo el aparato eclesial alrededor de este rol. Los pastores del Norte perciben que es su responsabilidad hacerlo todo, y las comunidades del Norte tiene la expectativa de que así ocurra. La enseñanza, la visitación, la evangelización, la capacitación, la dirección de los cultos, la consejería, y las demás actividades que se realizan en nuestras iglesias están centradas en el tiempo, la capacidad y la disposición del pastor. A veces, los pastores y la iglesia llegamos a estos acuerdos de una manera silenciosa, sin que previamente se hayan hablado las expectativas, pero la realidad es que este tipo de pacto no escritural hace que todos estén cómodos con el arreglo. Pero es una trampa. Una especie de bomba de relojería que explotará más temprano que tarde.

Es con esta concepción, tan ampliamente extendida y practicada, que comienzan los problemas, y es que la iglesia local se desarrollará solamente hasta donde lleguen la capacidad, el tiempo y la disposición pastoral. Una comunidad cuya vida está regida por el ritmo pastoral retardará su crecimiento. ¿Por qué? Muy fácil de responder. Una sola persona no puede hacerlo todo. Una persona no puede supervisarlo todo. Una persona no puede decidirlo todo. Una persona no puede enseñarlo todo.

Todos, y cuando digo todos somos todos, presuponemos que los pastores han de tener la preparación teológica, y haber sido llamado por Dios a tal ministerio, para guiar a la iglesia, pero se nos olvida, quizás por las urgencias y la mala economía, que no tiene todos los dones para realizar todo en la iglesia. Así que es una utopía centrar el crecimiento de la iglesia local en la labor del pastor. A la vez que se convierte en un arma de doble filo si el pastor pretenda hacerlo en solitario.

Nuestra experiencia en los últimos cinco años nos dice, al menos en Zaragoza y en Donosti, que lo mejor que podemos hacer es reclutar, es capacitar y poner a funcionar a las personas a quienes Dios ha dotado con sensibilidad y dones para realizar los diferentes ministerios de la iglesia.

IV. Faltan objetivos y desconocemos nuestra identidad.

Las iglesias desde Santander a Jaca convocan a actividades durante la semana. En todas ellas hay personas que se ofrecen a trabajar y dan lo mejor de sí mismas en el servicio a las iglesias. Pero esto no lo es todo. Nuestro problema muchas veces se resume en que trabajamos sin un rumbo claro y definido. Y trabajamos sin realmente saber quienes somos y hasta donde podemos llegar. No hay una dirección establecida en nuestros proyectos. Y es que muchas veces carecemos de un proyecto. No hay una descripción del sueño que perseguimos. Quizá nuestra Confesión de fe nos dijo una vez cual era nuestra visión y cual era nuestra misión, pero en la práctica las hemos olvidado.

En esta situación sin referencias de trabajo es normal que cada una de nuestras iglesias del Norte hayan establecido sus propias metas y sus estrategias para permanecer. Pero la realidad es que subsistimos y no crecemos. Decimos con mucho orgullo histórico que somos una comunidad de iglesias que glorifican a Dios guiando a las personas a una relación creciente con Cristo. Y hacemos énfasis en la palabra comunidades; pero perdimos en algún tramo del viaje que hacemos, los conceptos de relación con Dios, relación entre nosotros y relación con los de fuera.

Un solo ejemplo. Y uno tan sencillo como: ¿Qué tipo de celebraciones hacemos? La claridad de nuestros propósitos definirá si las actividades que organizamos o los ambientes que recreamos en nuestros cultos están pensados para los no creyentes que se acercan a nosotros o sólo son para nuestro disfrute porque los de afuera no entienden nada.

V. Una realidad desenfocada.

Es normal ver a los pastores y presbíteros reunirse y proponer acciones para la vida de nuestras comunidades. Si miramos en nuestras agendas veremos que rara veces hay una semana libre o hay un espacio intencionalmente destinado para nosotros mismos. Y es que muchos de nosotros estamos gastando nuestro tiempo para la iglesia. Y a pesar de ello, no vemos resultados paralelos a nuestros esfuerzos en el sentido de que las comunidades del Norte crezcan.

Quizás estamos siguiendo patrones de reuniones y calendarios que ya no son útiles a nuestras necesidades. Quizás estamos proponiendo un modelo eclesial que no se corresponde con nuestra realidad. Quizás el problema no está en cuánto tiempo estamos invirtiendo, sino en la falta de enfoque que hacemos al leer nuestra realidad como creyentes. Estamos invirtiendo horas y recursos en diversas cosas a la vez, por ejemplo, campañas solidarias con personas que han padecido desastres naturales, trabajo social desde nuestros lugares de culto o mantenemos reuniones que tradicionalmente se han hecho y no nos centramos en una o dos que sean importantes y congruentes con nuestros dones y recursos. Esta historia se repite una y otra vez, año tras año, en todas nuestras comunidades. Y nadie se cree con autoridad para detenerse y preguntarse: ¿Pero tiene sentido seguir así?

Desde hace diez años venimos diciendo desde el Norte, en un Sínodo presbiteral tras otro: no hay gente que haga las cosas que hacemos nosotros, y por eso, tenemos que hacer muchas cosas diferentes a la vez. Pero esto no es del todo verdad. Dios nunca ha abandona su iglesia y Él ha repartido los dones entre nosotros. Ahora podríamos promover el mirar nuestro trabajo tal como es, sin más adornos ni escollos. La realidad suele ser una buena instructora.

En nuestras comunidades medimos el compromiso con Cristo de acuerdo con el número de eventos en los que participaban las personas o por la cantidad de compromisos económicos que asumimos, de hecho en nuestro Modelo de Información para las Iglesias del presbiterio del Norte, así aparece. Pero por rutina, se nos olvida que trabajamos con personas que adoran, que colaboran fielmente con algo más que dinero cada semana, que aprenden en nuestros estudios bíblicos o celebraciones, que participan en los diferentes ministerios eclesiásticos y que finalmente influyen al relacionarse con otras personas de su entorno.


VI. Nuestras comunidades han optado por el “sálvese quien pueda”

Estamos muy acostumbrados a iniciarnos en proyectos de acuerdo con la última moda de lo que funciona en Madrid o en Barcelona. Pero estas son ciudades que están muy lejos de donde vivimos. Somos un Presbiterio donde hay que tener en cuenta la geografía por la sencilla razón de que Bilbao está tan lejos de Zaragoza como Jaca de Santander. Y no es que sea malo experimentar lo que hacen nuestras iglesias hermanas; el problema viene cuando nos travestimos con estructuras y proyectos que no están pensados para nuestra realidad y al final al no poderlos cumplir el sentimiento de fracaso y aislamiento es mayor que las buenas intenciones. Al final de cuentas, no solo los presbiterios, sino que las propias comunidades entran en una especia de competencia por recursos económicos y humanos. Este efecto es conocido generalmente por “sálvese quien pueda” y no siempre se manifiesta entre diferentes comunidades. A veces dentro de la propia iglesia hace su aparición en escena.

En Zaragoza, por ejemplo, la escuela dominical infantil compite con el deseo de las maestras de disfrutar de las celebraciones dominicales. El grupo de jóvenes compite con los integrantes del coro de cantar todos unidos. El grupo de oración compite con el de los estudios bíblicos. A fin de cuentas, ponemos acciones sobre acciones creyendo que esto es síntoma de buena salud eclesial. Y no nos queremos dar cuenta cómo en realidad es lo nuevo y lo antiguo los que están compitiendo entre sí. El resultado es una iglesia con mucha acciones, pero sin crecer. Y dónde al final cada comunidad miembro del Presbiterio optará por un camino donde se encuentre con la autonomía y la flexibilidad que necesita.

Si en nuestras comunidades se está haciendo algún trabajo sistemático y no se ven los resultados, entonces es el tiempo para cuestionar dónde y quién ha entrado en competencia y descubrir el “sálvese quien pueda”. Pero esta estrategia no solo nos hace más lejanos los unos a los otros sino que nos condena a no ser referenciales, a vivir en una continua supervivencia.

VI. Una eclesiología enfocada hacia dentro de las comunidades.

Nuestras comunidades están enfocando su acción sólo hacia adentro. Esto tiene una cierta ventaja: nos acomoda endógamicamente. Pero tiene una desventaja certificada: no nos permite alcanzar a nuevas personas. Si sólo nos ocupamos en mantener a los que ya están adentro, la iglesia entra en una especie de letargo, yo diría que hasta de estado vegetativo, que más temprano que tarde nos ha impedido crecer. Si revisamos los proyectos de trabajo de nuestras iglesias vemos, no sólo que el plato fuerte es el culto dominical, sino que todo lo demás, si existe, girará en torno a él. ¿Qué tenemos en común las comunidades de Santander, Bilbao, Donosti, Jaca y Zaragoza? Trabajan para si mismas, pero la praxis de alcanzar a otros para Cristo está pendiente, suspendida para cuando seamos más o hayan más recursos.

¿Hay entre nosotros alguna iglesia joven? ¿Alguna comunidad ilusionada? No sé Uds. pero yo nombraría en esa situación a Donosti. Sólo a Donosti. Las personas que allí se congregan no se limitan a inyectar nueva vitalidad a su iglesia mediante cánticos o himnos poco tradicionales, sino que se han creído lo de hablar de Cristo a otros. El entusiasmo de esta comunidad debe despertar nuestro entusiasmo. Debe invitarnos a salir de la apatía en que vivimos cada domingo. Una iglesia así es necesaria.

VI. Falta de evaluación.

Un pastor, un presbítero, una iglesia que no se evalúan constantemente están destinados a perpetuar sus propios errores. Unos presbíteros que no admiten su evaluación están condenados a vivir en un círculo de desaciertos. Cuando la evaluación es adecuada se mantiene el enfoque de la misión en las comunidades, el entusiasmo no muere, la innovación es aceptada por todos y la creatividad estimula. Si no evalúas, nunca sabrás si estás cumpliendo la misión.

Nuestras iglesias del Norte han estado realizando actividad tras actividad, programa tras programa, compromiso tras compromiso. Pero no se han detenido un año, ni un mes, ni un día para reflexionar en lo que hacemos, no hemos separado un tiempo para celebrar los logros, no nos hemos detenido para corregir los errores, no nos hemos parado para ajustar las estrategias, no hemos programado tiempo para prever los posibles problemas que nos han llegado y es que para hablar del futuro no hay tiempo. La evaluación es fundamental para mejorar nuestra vida de iglesia. Pero no lo hemos descubierto aún.

¿Qué es evaluar? ¿Responder a una encuesta? ¿Decir lo que pensamos de cómo el pastor hace su trabajo? No, decididamente evaluar no es eso. Evaluar es otra cosa. Evaluar es entre otras cosas valorar, estimar. Pero para evaluar se requiere tiempo, se precisa esfuerzo y se necesita constancia. ¿Tenemos tiempo? ¿Tenemos esfuerzos? ¿Tenemos constancia? Evaluar suele ser peligroso si lo vemos como una manera de rendir cuentas por nuestros trabajos o aprovechar para decir lo que no nos gusta de alguien. Pero tiene un efecto positivo en el crecimiento de tu iglesia. Sería bueno que las iglesias del Presbiterio del Norte comiencen a planificar tiempos y procedimientos para evaluar en todos los niveles la comunidad.

VII. ¿Conclusiones?

Podemos afirmar que una iglesia con un pastor y unos presbíteros aptos, una vida espiritual equilibrada y una administración eclesial adecuada está abocada a crecer sean las circunstancias externas mejores o peores.

Si nuestras comunidades no están creciendo habrá que hacerse preguntas desafiantes. Quizás en otro momento tendremos que valorar lo que significa un pastor adecuado y unos presbíteros aptos o qué entendemos los reformados por una vida espiritual equilibrada. Pero aquí y ahora, nos hemos dedicado a repensar sólo en el aspecto administrativo de nuestras comunidades.

Una cosa es cierta, el crecimiento viene cuando se da una combinación positiva de los tres, cuando hay un balance entre ellos.


Augusto G. Milián
Presbiterio Norte.
Enero 2011


miércoles, 22 de junio de 2011

Reavivar la memoria.

Juan 6,51-58

La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.

El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida.

Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una Iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos ni a plantear.

Mientras tanto no podemos permanecer pasivos. Para que un día se produzca una renovación litúrgica de la Cena del Señor es necesario crear un nuevo clima en las comunidades cristianas. Hemos de sentir de manera mucho más viva la necesidad de recordar a Jesús y hacer de su memoria el principio de una transformación profunda de nuestra experiencia religiosa.

La última Cena es el gesto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo.

Por eso es tan importante una celebración viva de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino.

Hemos de escuchar con mas hondura el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mía". En medio de dificultades, obstáculos y resistencias, hemos de luchar contra el olvido. Necesitamos hacer memoria de Jesús con más verdad y autenticidad.
Necesitamos reavivar y renovar la celebración de la eucaristía. José Antonio Pagola.

Una tarea inacabada

La tarea inacabada es la de nuestra vida. Eso no es una novedad. Todos los sabemos. Llegará el día en el que nuestros ojos se cierren para siempre y nuestro cuerpo vuelva al polvo del que fue tomado. Entonces, todo se habrá acabado. Nuestra vida aquí en la tierra habrá quedado fijada para siempre, un recuerdo a olvidar. Antes de que pase una generación sólo seremos un nombre en un registro que nadie lee. Pero –y esta es nuestra esperanza- estaremos en la memoria y en la realidad de Dios.

Ahora bien, este momento final de la vida todavía no ha llegado y no tenemos ninguna prisa en que llegue. Estamos aquí y la tarea inacabada no es esperar el fin de la vida, sino perfeccionarla, sacarle todo el jugo posible, gozarla, hacerla plena y gozosa. Es vida de Dios y mientras El nos la dé, hemos de vivirla en el gozo y la libertad de los hijos de Dios.Esto no es siempre posible. La vida, la gozamos y la padecemos al mismo tiempo. Tiene luces y sombras, sonrisas y lágrimas. Cada uno de nosotros sube al tren de la vida en lugares diferentes y la vivimos de manera diferente. Unos tienen todas las comodidades de los pasajeros de primera y otros viajan agarrados a los estribos, a punto de caer. Aquí no valen leyes ni derechos. Las cosas con como son y no encontramos ninguna explicación a todo ello.

Pero, lo que Pablo nos dice en su carta a los Romanos capítulo5 es que, para el creyente, hay un ahora que está marcado por el amor de Cristo. Es un ahora en la debilidad y en el dolor, pero que está lleno de oportunidades. La vida es una tarea que nunca se acaba, un esfuerzo que nunca se ha de dar por inútil. Es la tarea de dar contenido y sentido a la vida. Pablo empieza con su realidad: la aflicción y la tribulación. Pero no las ve como cosas negativas, sino como oportunidades de crecimiento. E, incluso, puede encontrar en ello motivos de gloria. La tribulación lo fortalece en la paciencia, sabiendo que, pase lo que pase, la victoria final será suya. Y esta seguridad le da fuerzas, calidad de vida, para vivir la esperanza en plenitud. Es toda una tarea de formación de una persona en la que todo es aprovechable. Una tarea que incluye tratar de ayudar a los que comparten su vida a su alrededor. Todo un programa de acción.

La tarea inacabada es la de mi vida. Mientras estoy aquí, tanto si las cosas son fáciles como si son difíciles, tanto si mi esperanza de vida es corta o larga, he de continuar la tarea, he de perfeccionar la vida, he de luchar para hacerla llena y que sirva de ayuda y de bendición a los que viven junto a mi, aprovechando todos sus recursos. Y estoy seguro que, en el momento en que El me la pida y la tenga inacabada, El mismo la perfeccionará y le dará un final en plenitud.

Enric Capó

martes, 21 de junio de 2011

Nuestra casa es nuestro castillo.

Curso Entre la duda y la fe
Tema 5
Miércoles 22 Junio

I. Introducción

El béisbol es diferente a los demás deportes de grupo en muchas cosas. Algo que lo hace particularmente diferente es que los jugadores deben regresar al punto de partida donde comenzó su recorrido. A ese punto se le llama casa. Nada es tan seguro como estar en casa. Nuestra historia comienza en una casa. Muchas personas se sienten libres cuando están en casa, pues pueden andar en ropa interior, pueden dejar que el perro se suba a los muebles, y comer con cuchara sin que nadie nos mire con mala cara. Cuando estamos en nuestra casa nos podemos sentir protegidos. Por eso cerramos la puerta y utilizamos las cerraduras, para sentirnos seguros.

II. A veces deseamos estar en casa

Cuando estamos lejos de nuestra casa comienza a desarrollarse una enfermedad dentro de nosotros que los médicos han llamado añoranza. Y es una rara enfermedad, los síntomas son: anhelos, deseos, ansiedad y depresión. Ud. puede estar alojado en la mejor suite del Hotel Boston y a la vez tener añoranza de su casa. Aunque su casa no tenga las comodidades y el confort de la suite.

Las personas con fe tienen la esperanza de poder llegar a su hogar un día. Las personas sin fe pertenecen a una raza sin hogar. Cuando Ud. es miembro de una casa, Ud. siente que pertenece a algo. Siente que tiene valor. Cuando Ud. tiene una casa Ud. quiere que ese lugar sea bendecido. Las personas sin casa se les llaman sin casa, indigentes. Pero el mayor problema de no tener una casa no es que no poseamos un techo del cual protegernos del frío o la lluvia; el mayor problema es para nuestra alma. Cuando no tenemos una casa estamos diciendo que no pertenecemos a un sitio, que nuestra identidad está perdida, que no tenemos claros quienes somos.

No hay mucho merito en llenar una casa sin amueblar en una casa amueblada y con estilo. El truco real es crear algo de la nada.

III. ¿Qué pasa cuando no estoy en casa?

Después de muchos años de vivir allá y acá, de intentar acumular muebles y objetos, de llenar nuestra vida con objetos que con el tiempo ya no nos dicen nada llegamos a la idea de que la añoranza del hogar es un indicio de nuestra condición personal y emocional. Y es que hay días que muchos de nosotros no nos sentimos en casa.

Hay gente que ha huido de su casa porque le han tratado mal. Por eso hizo las maletas y se fue lejos. Las dudas nos hacen irnos lejos. ¿Recuerdan la historia que cuenta Jesús de un hijo que se va de casa? Primero el hermano menor albergaba dudas de querer estar en casa. Después tiene dudas de que le personen si regresa. El muchacho de nuestra historia desconoce el verdadero significado de hogar. El hogar es el lugar donde siempre somos bien recibidos. Muchos hombres y mujeres somos como este hijo menor. Creemos que tenemos que hacer algo o ser algo para que nos reciban en casa.

¿Cuándo Dios habla de casa a qué se está refiriendo? ¿A la idea griega del Olimpo? ¿A la idea nórdica del Valhala? Jesús tenía una idea diferente:

23 Jesús le contestó: El que me ama hace caso a mi palabra; y mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él. Jn. 14

Para Jesús la idea de casa es la idea de comunión. Hay personas que tienen su casa allí donde está la persona que ellos aman.

Casi toso nosotros tenemos una lista de cosas que deberíamos hacer en nuestra casa: pequeñas reformas, pequeños bricolages. Pero siempre las dejamos para un día. Pero a medida que pasa el tiempo las olvidamos y es que nos acostumbramos a ellas: un cuadro inclinado, una puerta que chirrea, una llave que gotea, un mueble con un arañazo, etc. De la misma manera pasa con nuestro corazón. Hay cosas que nos gustaría cambiar de nuestra vida y un día quisimos hacerlo; pero con el tiempo nos hemos acostumbrado a este corazón lleno de imperfecciones y ruidos. Ya no lo notamos. Pero Dios si lo nota.

IV. Cuando estamos llegando a casa

Cuando los escritores de la Biblia quieren explicar nuestro lugar en el universo utilizan imágenes de la vida hogareña. Una de esas imágenes explica la relación de nosotros los creyentes con Jesús. Se dice que la iglesia es la esposa de Jesús.

Cuando sentimos añoranza por estar en casa es porque sabemos que aun no estamos en casa. Por eso la advertencia a los cristianos de que no se involucren demasiado en las cosas del mundo. En el libro de los Hebreos se nos dice que los héroes de la fe sabían esto y por eso nunca fijaron su casa en ningún sitio en particular. Se consideraban peregrinos. Pero no eran indigentes, simplemente sabían que su casa estaba en otro sitio. Donde se les quería, donde se les había perdonado, donde se les esperaba con una fiesta.

Tenemos fe cuando nos detenemos a pensar por un instante cómo será nuestra casa.



Próximo tema
Cruzando el puente.