martes, 31 de diciembre de 2013

Recuperar la frescura.

Juan 1: 1-18

En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: La Palabra de Dios se ha hecho carne. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Por eso se busca una iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres  no directamente ligadas al núcleo del Evangelio. Si no lo hacemos así, no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas.
Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia.
Cuando pensamos en la iglesia estamos pensando, en realidad, en una iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, se nos invita a recuperar la frescura original del Evangelio como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario, sin encerrar a Jesús en nuestros esquemas aburridos.No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que se nos llama. 

José Antonio Pagola.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Experiencia interior.

Mateo 1:18-24
           
El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía o santa cena. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre.
El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.          


José Antonio Pagola.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Decálogo para las discrepancias.

1. Señala los hechos, en vez de descalificar a las personas.
2. Escucha, en vez de interumpir.
3. Pide aquello que te gustaría que sucediera, en vez de exigirlo.
4. Respeta la opinión del otro, en vez de ironizar sobre ella.
5. Pregunta lo que la otra persona siente y le motiva, en vez de interpretarlo a tu manera.
6. Acepta la idea que tu también puedes estar errado, en vez de centrar tu discurso en los errores ajenos.
7. Reconoce las cosas buenas del otro, no solo veas las malas.
8. Si quieres discutir que sea sobre algo actual, los trapos viejos ya no tienen valor.
9. Cuando vayas a herir, mejor calláte, las palabras duras son como un arma.
10. Hablar es más sano que gritar.

jueves, 12 de diciembre de 2013

La buena noticia.

La buena noticia que se anuncia a los pobres 
y que algunos hemos olvidado
es la noticia de que Dios es Padre para todos. 
La buena noticia de que la salvación viene de Dios 
y ya se la ha concedido a todos. 
La buena noticia de que Dios 
no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, 
sino que no ha liberado ya de todos ellos. 
La buena noticia de que no son los sabios y entendidos 
los que descubrirán ese Dios 
sino los sencillos. 
La buena noticia de que no son los que detentan el poder, 
sea civil o religioso, 
los que están más cerca de Dios, 
sino los que lo sufren y padecen. 
La buena noticia de que no son lo buenos 
los que encontrarán a Dios de cara a cara, 
sino las prostitutas y los pecadores.

José Antonio Pagola.