lunes, 27 de enero de 2014

¿Un vaso de agua, por favor?

Marcos 9, 38-41

¿Alguien me quiere dar un vaso de agua, por favor?
Cuando el equipo de deportes de una escuela de zaragoza va en un partido fuera de casa, se les dice a los jugadores: Vuestro comportamiento refleja la reputación del colegio y de la gente de nuestra ciudad. Ustedes representan hoy a su colegio y a la ciudad. Así que, siga todas las normas de la escuela y sean amables y corteses con todo el mundo.
Cuando los comerciales salen de venta, su comportamiento es visto como un modelo de la empresa que representan. Si los vendedores no son rápidos, son perezosos, no mantienen los compromisos, inmediatamente asumiremos que la empresa que representan es así de lenta, de perezosa, y que no cumple lo que cumple.
Conozco algunos padres que se ponen muy molestos por la forma en que sus hijos se comportan socialmente, porque sienten que el comportamiento de sus hijos es un reflejo de ellos mismos. Y ellos tienen una fuerte necesidad de quedar bien con los demás.
Esta necesidad de aparentar ser buenas personas ante los demás nos hace que en algunas ocasiones decir cosas que Jesús nunca diría y comportarnos como él nunca se comportaría. Pero la presión social a veces es más fuerte que nuestra fe.
El texto del evangelio en esta noche nos invita a mirarnos ante el espejo; pero en el espejo está el Sr. Dios. Y me pregunto aquí y ahora: ¿Estoy  reflejando la bondad de Dios? ¿Estoy haciendo uso del perdón de Dios?. Nosotros podremos engañar un tiempo a los que viven a nuestro alrededor, pero no a Dios. Al Sr. Dios no le podemos venir con apariencias. Las apariencias son cosas nuestras. Humanas.
No sé si conocen la expresión castellana de aguafiestas. Juan esta noche es el aguafiestas del relato. Juan es ese discípulo que se parece mucho a ti y a mí. Pretende vivir en un mundo sin tonos grises. Un mundo de blancos y negros. Donde se puede saber quienes están dentro del salero y quienes fuera, si es que para ti la iglesia es un salero. Y por eso pretende que Jesús mande a detener al hombre que echaba fuera demonios. ¿Qué sabemos de este hombre? Nada. O casi nada. Ese hombre no era parte del grupo de seguidores de
Jesús. Y lo peor es que no estaba haciendo nada para mantener las buenas apariencias del grupo. El iba por libre. Y eso a Juan no le gusta. A nosotros tampoco. Nos dan miedo las personas asi.
En las palabras de Juan se percibe cierto sentimiento de celos. Y por eso quiere poner tropiezos. Quiere causar buena impresión. Este comportamiento de Juan dice algo muy peligrosamente común en nuestro tiempo: las apariencias son más importantes que la experiencia de fe. Lo que las personas desean ver resulta generalmente más importante que el conocimiento que ellas tienen de Jesús.
Por eso vengo aquí con la certeza de que nosotros necesitamos de la ayuda  del Sr. Dios. Ayuda para liberarnos de los demonios de las apariencias. Ayuda para no depositar nuestra confianza en leyes y códigos que nos aseguren la buena opinión de los hombres. Y es que esta lista de reglas y leyes y mandamientos no funcionan. ¿De donde viene mi certeza? De Jesús. Jesús se acerca a nosotros, nos ve tal como somos y entiende que la única manera de salvarnos es muriendo en la cruz. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Por ello la cruz de Cristo es nuestra señal, sea cual sea nuestra tradición cristiana, no tenemos otra señal que seguir que la de la cruz. En ella se manifiesta el perdón de Dios, en ella se manifiesta el poder de Dios. En ella radica la esperanza de Dios. Perdón para nuestro pasado, poder para el presente, esperanza para el futuro.
Si algo descubro año tras año, mes tras mes, día tras día, hora tras hora es que solos no podemos seguir. Me arrepiento de nuestras divisiones. Y entiendo que no vienen de Dios. Necesitamos estar unidos para que Jesús se manifieste en medio de nosotros. Aquí y ahora. Y estar unidos es aceptar las diferencias, los puntos de vista del otro, las peculiaridades de los demás, y verlas como riqueza. Como un don. Si, Uds. son un don de Dios para mi y yo aspiro a serlo un día para Uds.
Pero ahora, ¿alguien quiere darme un vaso de agua?

Augusto G. Milián



domingo, 26 de enero de 2014

Quiero arrepentirme.

Mateo 4: 12-23

Que el polvo de Jesús caiga sobre nosotros.
Después de leer el evangelio de esta mañana, una pregunta me ronda: ¿Es Jesucristo y su mensaje, un punto de cambio en mi vida?
Jesucristo inicia su anuncio desde Capernaúm. Y allí a la manera de Juan el bautista, comienza a invitar y a desafiar a cuanta persona le escucha con las palabras: Arrepiéntase, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Para nosotros hoy es fácil poder comprender que el reino de los cielos se haya acercado. Pero aquella gente no sabía aún que Jesús era el Hijo de Dios, y aún así muchos le creen y se entregan a él. Nosotros hemos olvidado que arrepentirse es cambiar de rumbo, que es convertirse en algo nuevo, que es volverse a Dios; a quien le habíamos dado la espalda. El arrepentimiento viene a ser la preparación para entrar en la presencia de Dios. Por eso, en nuestra liturgia, siempre confesamos el pecado antes de acercarnos a la mesa donde esta el pan y el vino.
¿Qué es la primera cosa que Jesús hace cuando inicia el ministerio, según Mateo? Llama a los discípulos. La elección de discípulos es una estrategia muy reveladora. Nos indica que la venida del Reino no es algo que logra Jesús solo. El Reino es una comunidad, una comunidad radicalmente diferente de la sociedad imperante, y la venida de este Reino consiste entre otras cosas en ser una comunidad alrededor de Jesús. Los discípulos son los que acompañan a Jesús en su camino, los que aprenden de él, los que hacen lo que él hace, los que hablan lo que él habla. Los que perdonan como él perdona.
Jesús inicia el Reino de Dios y para ello se convierte en el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Tal como leemos esta salvación no es principalmente una esperanza de futuro exclusivamente. Es también, una visión de transformación que produce una sociedad alternativa con Dios en el centro, donde se respira la justicia como si fuera aire y el amor es la única Constitución.
 ¿Cabe el Reino de Dios en nuestra ciudad, en nuestra iglesia, en nuestra familia, en nuestro corazón? Si soy sincero tengo que responder que no. El Reino rompe con nuestras tradiciones y nuestras maneras de ver el mundo. Jesús llamó a los discípulos para que crearan una comunidad diferente y nosotros nos parecemos demasiado al mundo. Jesús nos llama por nuestros nombres para que salgamos al camino, pero a nosotros nos gustan mucho nuestras capillas. Jesús nos  volverá a llamar para que cambiemos el mundo y a nosotros los cambios nos dan miedo. Así que con vuestro permiso, antes de despedirme de Uds, quiero arrepentirme. Arrepentirme de haber perdido de vista a Dios por las luces de la ciudad. Arrepentirme de haberme dejado vencer por las aflicciones. Arrepentirme de no ser el buen samaritano. Arrepentirme por creer que estar separados de mis hermanos cristianos era algo bueno.
En la tradición judía existe una bendición que quiero compartir con Uds. aquí y ahora. Esa bendición dice: Que el polvo de tu rabino caiga sobre ti. Nosotros los cristianos creemos que Jesús va delante de nosotros. Que él es nuestro rabino. Y el polvo que levanta en la vida cae sobre nosotros. Y que ese polvo nos ofrece perdón para enfrentar el pasado. Si, en el nombre de Jesús somos perdonados. Creemos que ese polvo nos da fuerza para luchar contra nuestra realidad cotidiana. Si, creemos que en el nombre de Jesús hay poder frente a las enfermedades y la muerte. Creemos que ese polvo nos da esperanza para vivir mañana. Si, Jesús es nuestra esperanza.
Si, querida iglesia, Jesucristo, es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Esa es nuestra fe y nada ni nadie nos impedirá que lo gritemos a los cuatro vientos.
Amén.

Augusto G. Milián








martes, 21 de enero de 2014

Hablando de la santidad entre las nubes grises y el sol.

Mt. 12: 46-50

A veces salgo a caminar por el Canal Imperial con algún amigo. A veces aprovecho que alguien me está escuchando para quejarme, para hablar de mis dolores, para señalar las nubes grises que hay en el horizonte de mí fe. Pero mi amigo insiste en hablar del sol.
Qué duras e incomprensibles resultan esas palabras que Mateo pone en labios de Jesús, también citadas, casi textualmente, en los evangelios de Lucas y de Marcos. La misma idea aparece en otros párrafos de los evangelios sinópticos, donde Jesús  dice haber venido a traer enfrentamientos entre hijo y padre, hija y madre, nuera y suegra, etc. En fin, una especie de apocalipsis para las relaciones familiares tal como las entiende nuestra cultura.
Pero este capítulo junto con el anterior lo que intentan es decirnos la oposición que encuentra Jesús en su ministerio público. La exigencia de romper vínculos de sangre y con la tierra aparece constantemente en el Antiguo Testamento. Desde Abraham, llamado a dejar el país de Ur, a Moisés, criado fuera de su familia hebrea, a los judíos, obligados a vagar durante cuarenta años por el desierto antes de llegar a la tierra prometida, sin olvidar el exilio en Babilonia y las numerosas diásporas. Son muchas las vivencias de destierros y migraciones, con sus luces y sombras, que hoy siguen estando presentes en el mundo que conocemos.
Con este pasaje en la mano, alguien como Agustín de Hipona, podría afirmar que Jesús valoraba mucho más el parentesco del alma que el de la carne y que es más importante para María haber sido fiel discípula de Cristo que haber sido la madre de Cristo. Pero les invito a que hagan una lectura más profunda, una lectura donde de ningún modo se desvalorice a María ni a la familia, sino una lectura para que los discípulos entiendan que no sólo cuentan los lazos de sangre, pues si así fuera estaríamos todos excluidos de la familia de Dios, sino que cuentan también y mucho el ser un discípulo. Ser un santo de nuestros días.
Hoy en día hablar de santidad resulta poco menos que chocante para la sensibilidad contemporánea, tan ocupada en temas más importantes. Lo urgente de nuestros días ha relegado la santidad al campo de lo mítico e incluso de lo anecdótico. De hecho ya nadie recuerda el significado originario de la palabra santidad. Y de los santos que hablamos son los que aparecen como seres de leyenda, cuyas pálidas imágenes adornan los oscuros rincones de muchas capillas y catedrales.
Para muchos bautizados el tema de la santidad se presenta no menos que como un horizonte lejano y ajeno, como un ideal muy digno, pero totalmente inalcanzable. En nuestro cristianismo existe una profunda veneración y respeto hacia aquellos hombres y mujeres que hicieron de su vida cristiana un testimonio heroico. les llamamos héroes de la fe; pero también se les percibe como un grupo de elegidos, una suerte de aristocracia espiritual para quienes están exclusivamente reservados los más altos montes donde habita el sr. Dios. ¿Y nosotros qué? ¿Podemos ser santos?
Mi respuesta es: ¡Sí! Definitivamente si. Por los siglos de los siglos si. Todos estamos llamados a ser santos. Dios mismo nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos en su presencia, en el amor (Ef 1, 4). Ése es el camino de plenitud al cual nos invita el Señor Jesús: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). No basta, pues, con ser buenos, con llevar una vida común como nuestros vecinos, sin hacerle mal a nadie. Jesús nos invita a conquistar una porción de tierra muchísima más grande: el continente de la santidad. Ésa es la grandeza de nuestra vocación: Porque ésta es la voluntad de vuestro Dios: vuestra santificación. (1Tes 4, 3).
¿Qué decimos cuando proclamamos, si es que alguna vez lo hacemos?: creemos en la comunión de los santos Pues estamos diciendo a los cuatro vientos dos cosas: queremos caminar con Dios y queremos estar cerca de nuestros hermanos. Y es que nos hemos creído cuando la Palabra de Dios dice en Hebreos 12: 14: sin santidad nadie verá a Dios.
Pero en un mundo con nubes grises en el cielo y noticias de división y luchas entre hermanos nosotros, esta noche y aquí establecemos una señal: hablamos del sol que saldrá mañana entre los Pinares de Venecia. Hablamos de buenas noticias. Compartimos lo que Jesús está haciendo con nosotros. Oramos juntos, sabiendo que allí donde hay dos o tres reunidos en el nombre de Jesús, él está presente.
Esos que hablan del sol mientras caminan bajo un cielo nublado son los santos de nuestros días. Esos, que a pesar de los espinos y las ortigas hablan de la esperanza son los santos de este tiempo. Necesitamos gente así. Aquí y ahora.

Augusto G. Milián




lunes, 20 de enero de 2014

Un gran convento laico.

La vida ciudadana en Ginebra en la segunda mitad del s. XVI, llegó a ser una bibliocracia, pese a la dificultad de que sus regulaciones,para el control de toda la población, no puediera fundamentarse en los textos evangélicos.
Indicaciones de la vida diaria:
1. Vestir sin lujo.
2. Evitar los bailes.
3. Moderar el lenguaje,
4. expulsar de las bibliotecas los libros frívolos.
5. Prohibido los juegos de azar.
6. Prohibido las bebidas alcoholícas.
7. Todo individuo expuesto a la embriaguez, a la danza o por oposición a la Palabra de Dios debería sujetarse a un severo control.
8. Para evitar todo recuerdo del catolicismo romano, todo niño nacido después del 1550 debería llevar por nombre el de un personaje bíblico.
Indicaciones para las prácticas cristianas:
1. Prohibido los cánticos que no fueran salmos.
2. La asistencia  a los servicios religiosos era obligatorio.
3. Vivir en un estado de oración silenciosa.
4. Mantener el espíritu libre de cualquier lazo carnal.
5. La celebración cristiana consistia en oraciones, lectura de la Biblia, el sermón y canto de salmos.
6. En las capillas no debía haber ornamentos.
7. Prohibido el uso de altares.
8. Prohibido el uso de cruces.
9. Tan sólo un púlpito o una simple mesa.
Así, Ginebra, con trece mil habitantes en esta época, bajo un férreo control, podría llegar a ser un gran convento laico.

Joseph M. Walker.


Algo nuevo y bueno.

El primer escritor que recogió la actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba la buena noticia de Dios. Más tarde, los demás evangelistas emplean el mismo término griego euanggelion y expresan la misma convicción: en el Dios anunciado por Jesús las gentes encontraban algo nuevo y bueno.
¿Hay todavía en ese Evangelio algo que pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en nuestros días?
En el Evangelio de Jesús los creyentes nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor. Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia, ni en manos del destino o el azar. Tengo a alguien a quien puedo agradecer la vida.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para defender nuestra libertad sin terminar esclavos de cualquier ídolo; para no vivir siempre a medias ni ser unos vividores; para ir aprendiendo formas nuevas y más humanas de trabajar y de disfrutar, de sufrir y de amar. Para mí es bueno poder contar con la fuerza de mi pequeña fe en ese Dios.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos de los demás. No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que hemos de contribuir a una vida más digna y más dichosa para todos pensando sobre todo en los más necesitados e indefensos. Para mí es bueno creer en un Dios que me pregunta con frecuencia qué hago por mis hermanos.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. Un día todo lo que aquí no ha podido ser, lo que ha quedado a medias, nuestros anhelos más grandes y nuestros deseos más íntimos alcanzarán en Dios su plenitud. A mi me hace bien vivir y esperar mi muerte con esta confianza.

Ciertamente, cada uno de nosotros tiene que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su propia verdad. Para mí no es lo mismo creer en Dios que no creer. A mí me hace bien poder hacer mi recorrido por este mundo sintiéndome acogido, fortalecido, perdonado y salvado por el Dios revelado en Jesús.

Jose Antonio Pagola.

lunes, 13 de enero de 2014

Poema a los amigos.

No puedo darte soluciones
Para todos los problemas de la vida.
No tengo respuesta
para tus dudas o temores,
Pero puedo escucharte
Y compartirlo contigo.
No puedo cambiar
Tu pasado ni tu futuro,
Pero cuando me necesites
Estaré junto a ti.
No puedo evitar que tropieces
Solamente puedo ofrecerte mi mano
Para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías,
Tus triunfos y tus éxitos no son míos,
Pero disfruto sinceramente
Cuando te veo feliz.
No juzgo tus decisiones
Que tomes en la vida,
Me limito a apoyarte
Y a ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites
Dentro de los cuales debes actuar
Pero si te ofrezco ese espacio necesario
Para crecer.
No puedo evitar tu sufrimiento
Cuando alguna pena
Te parta el corazón,
Pero puedo llorar contigo
Y recoger los pedazos,
Para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres
Ni quien deberías ser
Solamente puedo
Amarte como eres
Y ser tu amigo.
En estos días pensé
En mis amigos y amigas
No estabas arriba,
Ni abajo, ni en el medio.
No encabezabas
Ni concluías la lista.
No eras el número uno
Ni el número final.
Y tampoco tengo
La pretensión de ser el primero
o el segundo en tu lista
Basta que me quieras
Como amigo, gracias por serlo.


Jorge L. Borges.

lunes, 6 de enero de 2014

Una palabra.

Una palabra,
una palabra cualquiera puede
ocasionar una discordia.
Una palabra cruel 
puede destruir,
una palabra brutal 
puede golpear y matar,
Una palabra agradable 
puede suavizar el camino
una palabra a tiempo puede ahorrar un esfuerzo,
una palabra alegre 
puede iluminar el día.
Una palabra 
con amor y cariño
puede curar y bendecir.