miércoles, 27 de noviembre de 2013

Con los ojos abiertos.

Mateo 24: 37-44

Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?
Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?
Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual.
        

 José Antonio Pagola.

martes, 26 de noviembre de 2013

Los motivos del lobo.

El varón que tiene corazón de lis, 
alma de querube, lengua celestial, 
el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
está con un rudo y torvo animal, 
bestia temerosa, de sangre y de robo, 
las fauces de furia, los ojos de mal: 
el lobo de Gubbia, el terrible lobo, 
rabioso, ha asolado los alrededores; 
cruel ha deshecho todos los rebaños; 
devoró corderos, devoró pastores, 
y son incontables sus muertes y daños. 

Fuertes cazadores armados de hierros 
fueron destrozados. Los duros colmillos 
dieron cuenta de los más bravos perros, 
como de cabritos y de corderillos. 

Francisco salió: 
al lobo buscó 
en su madriguera. 
Cerca de la cueva encontró a la fiera 
enorme, que al verle se lanzó feroz 
contra él. Francisco, con su dulce voz, 
alzando la mano, 
al lobo furioso dijo: ?¡Paz, hermano 
lobo! El animal 
contempló al varón de tosco sayal; 
dejó su aire arisco, 
cerró las abiertas fauces agresivas, 
y dijo: ?¡Está bien, hermano Francisco! 
¡Cómo! ?exclamó el santo?. ¿Es ley que tú vivas 
de horror y de muerte? 
¿La sangre que vierte 
tu hocico diabólico, el duelo y espanto 
que esparces, el llanto 
de los campesinos, el grito, el dolor 
de tanta criatura de Nuestro Señor, 
no han de contener tu encono infernal? 
¿Vienes del infierno? 
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno 
Luzbel o Belial? 
Y el gran lobo, humilde: ?¡Es duro el invierno, 
y es horrible el hambre! En el bosque helado 
no hallé qué comer; y busqué el ganado, 
y en veces comí ganado y pastor. 
¿La sangre? Yo vi más de un cazador 
sobre su caballo, llevando el azor 
al puño; o correr tras el jabalí, 
el oso o el ciervo; y a más de uno vi 
mancharse de sangre, herir, torturar, 
de las roncas trompas al sordo clamor, 
a los animales de Nuestro Señor. 
Y no era por hambre, que iban a cazar. 
Francisco responde: ?En el hombre existe 
mala levadura. 
Cuando nace viene con pecado. Es triste. 
Mas el alma simple de la bestia es pura. 
Tú vas a tener 
desde hoy qué comer. 
Dejarás en paz 
rebaños y gente en este país. 
¡Que Dios melifique tu ser montaraz! 
?Está bien, hermano Francisco de Asís. 
?Ante el Señor, que todo ata y desata, 
en fe de promesa tiéndeme la pata. 
El lobo tendió la pata al hermano 
de Asís, que a su vez le alargó la mano. 
Fueron a la aldea. La gente veía 
y lo que miraba casi no creía. 
Tras el religioso iba el lobo fiero, 
y, baja la testa, quieto le seguía 
como un can de casa, o como un cordero. 

Francisco llamó la gente a la plaza 
y allí predicó. 
Y dijo:  He aquí una amable caza. 
El hermano lobo se viene conmigo; 
me juró no ser ya vuestro enemigo, 
y no repetir su ataque sangriento. 
Vosotros, en cambio, daréis su alimento 
a la pobre bestia de Dios. ?¡Así sea!, 
contestó la gente toda de la aldea. 
Y luego, en señal 
de contentamiento, 
movió testa y cola el buen animal, 
y entró con Francisco de Asís al convento. 

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo 
en el santo asilo. 
Sus bastas orejas los salmos oían 
y los claros ojos se le humedecían. 
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos 
cuando a la cocina iba con los legos. 
Y cuando Francisco su oración hacía, 
el lobo las pobres sandalias lamía. 
Salía a la calle, 
iba por el monte, descendía al valle, 
entraba en las casas y le daban algo 
de comer. Mirábanle como a un manso galgo. 
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo 
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, 
desapareció, tornó a la montaña, 
y recomenzaron su aullido y su saña. 
Otra vez sintióse el temor, la alarma, 
entre los vecinos y entre los pastores; 
colmaba el espanto los alrededores, 
de nada servían el valor y el arma, 
pues la bestia fiera 
no dio treguas a su furor jamás, 
como si tuviera 
fuegos de Moloch y de Satanás. 

Cuando volvió al pueblo el divino santo, 
todos lo buscaron con quejas y llanto, 
y con mil querellas dieron testimonio 
de lo que sufrían y perdían tanto 
por aquel infame lobo del demonio. 

Francisco de Asís se puso severo. 
Se fue a la montaña 
a buscar al falso lobo carnicero. 
Y junto a su cueva halló a la alimaña. 
?En nombre del Padre del sacro universo, 
conjúrote ?dijo?, ¡oh lobo perverso!, 
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? 
Contesta. Te escucho. 
Como en sorda lucha, habló el animal, 
la boca espumosa y el ojo fatal: 
?Hermano Francisco, no te acerques mucho... 
Yo estaba tranquilo allá en el convento; 
al pueblo salía, 
y si algo me daban estaba contento 
y manso comía. 
Mas empecé a ver que en todas las casas 
estaban la Envidia, la Saña, la Ira, 
y en todos los rostros ardían las brasas 
de odio, de lujuria, de infamia y mentira. 
Hermanos a hermanos hacían la guerra, 
perdían los débiles, ganaban los malos, 
hembra y macho eran como perro y perra, 
y un buen día todos me dieron de palos. 
Me vieron humilde, lamía las manos 
y los pies. Seguía tus sagradas leyes, 
todas las criaturas eran mis hermanos: 
los hermanos hombres, los hermanos bueyes, 
hermanas estrellas y hermanos gusanos. 
Y así, me apalearon y me echaron fuera. 
Y su risa fue como un agua hirviente, 
y entre mis entrañas revivió la fiera, 
y me sentí lobo malo de repente; 
mas siempre mejor que esa mala gente. 
y recomencé a luchar aquí, 
a me defender y a me alimentar. 
Como el oso hace, como el jabalí, 
que para vivir tienen que matar. 
Déjame en el monte, déjame en el risco, 
déjame existir en mi libertad, 
vete a tu convento, hermano Francisco, 
sigue tu camino y tu santidad. 

El santo de Asís no le dijo nada. 
Le miró con una profunda mirada, 
y partió con lágrimas y con desconsuelos, 
y habló al Dios eterno con su corazón. 
El viento del bosque llevó su oración, 
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...

Rubén Dario.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Escribirte.

Como cura escribirte
tú lo sabes bien
pero cuesta tanto
encontrar el lapiz de la sinceridad.
El papel nevado asusta
su blanca puerta
deja escapar las palabras.
Aun así,
como cura escribirte.
Seguiré manchando la punta de mis dedos
con la tinta de mis pensamientos.
los que te dicen todos los secretos
que tú ya conoces.
Y yo seguiré escribiéndote
porque escuece el alma,
porque limpia las heridas,
porque cura.

Ibana Blasco.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Tiempo de crisis.

Lucas 21: 5-19
        
En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social  injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista  desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza.  ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.
           
Jose Antonio Pagola

martes, 12 de noviembre de 2013

Otra forma de leer el libro de Job.

Ante la lectura del libro de Job he podido constatar dos reacciones muy diferentes entre los creyentes más conservadores. Por un lado una aceptación total de todo aquello que se dice en el mismo;  por el otro una conmoción y miedo ante lo que el prólogo plantea.
El primer grupo de creyentes no tiene problema en considerar que lo que se dice en este libro es una verdad revelada en todos sus detalles. Parten de una idea de inspiración que se asemeja mucho a la imagen del Todopoderoso proveyendo un libro ya terminado pero en vez de darlo escrito desde los cielos lo haría dándolo a conocer al escritor de Job, a quien por cierto no conocemos, en su mente. Sería algo así como una voz no audible pero que llevaría al autor a plasmar, palabra por palabra, lo que estaría recibiendo de forma sobrenatural. Debido a eso debería interpretarse de forma literal y si alguna vez llegamos a enfrentar las penurias y calamidades que el protagonista de esta historia padece deberemos sacar precisamente las mismas conclusiones que este libro provee.
El segundo grupo aborda la lectura de la misma forma, esto es con la misma idea literalista de interpretación bíblica, pero en ellos se produce la reacción contraria a la anterior. Si el primero lo aceptaba todo sin más en este otro se crea un profundo desasosiego, incluso miedo. Comprenden perfectamente lo que el prólogo en prosa dice y precisamente por ello quedan fuertemente impresionados de las razones que se dan para explicar tanto sufrimiento en este hombre. El decirles que así es como Dios trata a sus hijos para que estos confíen y profundicen más en su relación con Él es como echarles sal en la herida. Por si fuera poco, el protagonista de esta obra maestra literaria no era un creyente despreocupado, alguien relajado moralmente o en abierta rebeldía, todo lo contrario. Es así como lo pone de manifiesto el libro, se trata del hombre más justo del momento. Expresado de otra forma, era el creyente que menos necesitaba de todos el trato divino, ante lo cual las alarmas comienzan a saltar de nuevo. Si esto le sobrevino a él, ¿qué puede esperar el creyente medio del Dios bueno?
Recuerdo especialmente a una madre de dos pequeños que ante el simple hecho de oír el nombre de Job se le cambiaba el semblante, se ponía muy nerviosa. ¿Por qué para con ella Dios no podía dar el visto bueno para que Satanás le arrebatara a sus dos pequeños? Su pregunta y eran preocupación eran legítimas.
Durante mucho tiempo yo fui de los que perteneció al segundo grupo. Intenté, en no pocas ocasiones, encajarlo todo para hacer que el prólogo, que domina y condiciona el resto del libro, no dijera precisamente lo que decía pero no me era posible. Es Dios quién le llama la atención a Satán sobre su siervo Job, es el Todopoderoso quién le describe lo justo y temeroso que era. Ante esta presentación divina de nuestro protagonista Satán cuestiona que esta fidelidad sea en balde. Este ser maligno sostendrá que es por causa de la mano protectora divina por lo que Job es un hombre recto. Dios dará entonces su permiso para que el desastre más terrible caiga sobre su hijo Job. Pero, ¿es así como un buen padre actúa para enseñar algo a uno de sus hijos?
Llegó el momento no sólo de leer este libro. sino de estudiarlo de tal forma que llegó a ser uno de los libros de las Escrituras al que más tiempo le dediqué. Entonces apareció otra posibilidad de abordarlo. Curiosamente fue de la mano de los autores más literalistas de donde surgió la alternativa, ellos sencillamente se limitaban a apuntarla pero personalmente me proveyó la clave. ¿Y si en vez de tratarse de hechos exactos vistos desde los cielos y la tierra se trataba de una reflexión de un creyente a la luz de una serie de hechos desconcertantes? ¿Y si en vez de considerar el libro desde una extrema literalidad se trataba de la consideración del autor, a la luz de la revelación que se tenía entonces, del porqué a los buenos creyentes les pasan cosas terribles? En definitiva, el autor habría abordado la cuestión del dolor, y en concreto del sufrimiento de los  hijos de Dios, no como resultado de una revelación directa divina sino desde una perspectiva más humana, él, su fe y la realidad. No se trataría por ello de que Dios le estuviera hablando directamente, sino de todo lo contrario, él lo estaría haciendo a Dios. No es que el autor tuviera una visión de lo que en los cielos sucedía, sino que como no podía acceder a ellos meditó, pensó y el resultado fue este libro.
En el comentario de Matthew Henry traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva (1999) se dice:
El Diablo tanto mayor enemigo de Job cuanto más eminente era la piedad de este, pidió y obtuvo permiso para atormentarle. Es posible y aún probable, que la dramatización que el autor hace aquí de la conversación entre Dios y Satanás sea parabólica, como la de Miqueas en 1 Reyes 22:19 ss., pero no desdeña en forma alguna la credibilidad del libro de Job (p. 505). 1
José María Martínez apunta que “nada nos impide admitir que el Espíritu Santo inspirador de la Sagrada Escritura, pudiera inducir al autor a usar una parábola para darnos el gran mensaje contenido en Job. Cristo mismo hizo uso de esta forma de ilustración” (1975. p. 20). 2
Así, y siguiendo la idea de una revelación progresiva, esta imagen parabólica de Dios sería superada por la que Cristo presentó en el Nuevo Testamento. Para Jesús su Padre no era alguien quien ante una petición de uno de sus hijos era capaz de darle una serpiente en vez de pan. El contraste es tremendo. ya que ante las peticiones de Job Dios habría hecho esto precisamente, lo habría puesto en las manos de la Serpiente. Pero además, ¿qué padre es el que para enseñarle algo a su hijo es capaz de dar el visto bueno para que sus nietos mueran? ¿Qué padre sería aquel que para hacer que uno de sus hijos confíe más en él dejaría que éste viviera en la más absoluta miseria, sufrimiento y con una terrible enfermedad? ¿Qué perfil de paternidad aparecería si un progenitor dejara, bajo el argumento de amar a su hijo, que los sirvientes de éste fueran asesinados? La respuesta es clara, se trataría de un psicópata. No es este el caso de que no entendamos los caminos de Dios y sus designios, ya que si tomamos este libro desde la literalidad de su prólogo los mismos son claros. La imagen de Dios resultante es terrible, y si un hombre, un padre, actuara así no se trataría de un enfermo mental, sino de un enfermo moral. Sin embargo. si consideramos este prólogo como un relato parabólico todo lo demás se resuelve. Para saber cómo es nuestro Padre celestial la respuesta sería muy sencilla, vayamos a Jesús y escuchemos su voz.
Una de las cuestiones que más llama la atención es que el literalismo bíblico hace esto mismo con otro libro al que es del todo imposible, aunque parezca increíble, tomar lo que dice tal y como aparece. Se trata de uno de los libros más impresionantes de todas las Escrituras, Eclesiastés. En él se dice, por ejemplo, lo siguiente:
-       “No hay para el ser humano más felicidad que comer, beber y disfrutar de su trabajo, pues he descubierto que también esto es un don de Dios.” 2:24
-       “Nadie sabe si el aliento vital de los seres humanos sube arriba y el de los animales cae bajo tierra. Por eso, he descubierto que para el ser humano no hay más felicidad que disfrutar de sus obras, porque esa es su recompensa. Pues nadie lo traerá a ver lo que sucederá después de él.” 3:21,22.
-       “Esta es la felicidad que yo he encontrado: que conviene comer, beber y disfrutar de todos los afanes y fatigas bajo el sol, durante los contados días de vida que Dios da al ser humano, porque esa es su recompensa.” 5:17.
-       “Y he descubierto que la mujer es más amarga que la muerte: es, en efecto, una trampa, su corazón un lazo y sus brazos una cadena.” 7:26.
-       “Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, ni esperan recompensa, pues se olvida su memoria.” 9:5.
Podría seguir con los ejemplos pero estos son más que suficientes. Todos están de acuerdo de que se trata de una serie de reflexiones del autor del libro desde un profundo espíritu de pesimismo. Pero si tomamos todas estas declaraciones tal cual tendríamos la negación frontal de doctrinas esenciales de la fe cristiana. La solución es que se trata del pensamiento de este autor a la luz de sus experiencias vitales pero que no son revelaciones de Dios. Pues esto mismo es lo que planteo para Job ya que de lo contrario se negaría la imagen misma que quiso enseñar el propio Jesús.
Si consideramos a Job como una especie de parábola, cuyo núcleo es la experiencia real de un hombre llamado Job, aquella creyente, madre de dos hijos y tantos otros cristianos, dejarían de temer a este Dios que les pide mucho más de lo que ellos podrían soportar. De esta forma mucho sin sentido, temor y frustración se deshace y los cielos vuelven a brillar ante un Padre celestial, que como dijo el propio Jesús, sólo Él, y únicamente Él, es digno de llamarse Bueno.
¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan,  le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan! (Jesús).

Alfonso Ranchal.

  1. Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry. Traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva. Terrasa (Barcelona): CLIE.
  2. Martínez, J. M. (1989). Job, la fe en conflicto. Tercera edición. Terrassa (Barcelona): CLIE.