miércoles, 23 de mayo de 2012

Recibiendo al prometido.


Juan, 20, 19-23


Poco a poco, vamos aprendiendo a vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de pan. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven Espíritu Santo y libéranos del vacío interior.
Ya sabemos vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven Espíritu Santo y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. ¿Por qué no encontramos sosiego y paz? ¿Por qué nos visita tanto la tristeza? Ven Espíritu Santo y libéranos de la oscuridad interior.
Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven Espíritu Santo y enséñanos a vivir.
Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo le llamamos "amor" y al placer "felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven Espíritu Santo y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven Espíritu Santo y enséñanos a creer.
Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros por caminos que solo él conoce.
                       
José Antonio Pagola

martes, 15 de mayo de 2012

Un nuevo comienzo


Marcos 16, 15-20
           
Los evangelistas describen con diferentes lenguajes la misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo, han de "hacer discípulos" que aprendan a vivir como él les ha enseñado. Según Lucas, han de ser "testigos" de lo que han vivido junto él. Marcos lo resume todo diciendo que han de "proclamar el Evangelio a toda la creación".
Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio. Lo que perciben es el funcionamiento de una religión envejecida, con graves signos de crisis. No pueden identificar con claridad en el interior de esa religión la Buena Noticia proveniente del impacto provocado por Jesús hace veinte siglos.
Por otra parte, muchos cristianos no conocen directamente el Evangelio. Todo lo que saben de Jesús y su mensaje es lo que pueden reconstruir de manera parcial y fragmentaria escuchando a catequistas y predicadores. Viven su religión privados del contacto personal con el Evangelio.
¿Cómo podrán proclamarlo si no lo conocen en sus propias comunidades?  Ha llegado el momento de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde lo primero es acoger el Evangelio de Jesús.
Nada puede regenerar el tejido en crisis de nuestras comunidades  como la fuerza del Evangelio. Solo la experiencia directa e inmediata del Evangelio puede revitalizar a la Iglesia. Dentro de unos años, cuando la crisis nos obligue a centrarnos solo en lo esencial, veremos con claridad que nada es más importante hoy para los cristianos que reunirnos a leer, escuchar y compartir juntos los relatos evangélicos.
Lo primero es creer en la fuerza regeneradora del Evangelio. Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Hacen vivir la vida cristiana, no como deber sino como irradiación y contagio. Es posible introducir ya en las parroquias una dinámica nueva. Reunidos en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio, iremos recuperando nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Hemos de volver al Evangelio como nuevo comienzo. Ya no sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de unos años, escuchar juntos el Evangelio de Jesús no será una actividad más entre otras, sino la matriz desde la que comenzará la regeneración de la fe cristiana en las pequeñas comunidades dispersas en medio de una sociedad secularizada.

José Antonio Pagola

Goliath o el peso de la arrogancia.


I. Introducción.

La arrogancia es un defecto que se refiere al excesivo orgullo de una persona en relación consigo misma y que la lleva a creer y exigir más privilegios de a los que tiene derecho. El adjetivo calificativo relativo a esta pasión es arrogante. Se emplea frecuentemente con connotación negativa. Conceptos similares son el egoísmo, el narcisismo, la vanidad, el  egocentrismo y  la soberbia.

 

La arrogancia no entiende de límites. La practican personas de cualquier estatus o geografía. Está presente en la política, en la cultura, en lo social, en lo racial, en lo religioso, en lo económico. La psicología explica como la arrogancia es la respuesta inconsciente a nuestros temores por nuestras propias emociones, a las perdidas, a la soledad y al compromiso efectivo.

Es probable que muchos de nosotros vivíamos estos estados en diversas etapas de nuestra vida; pero a la vez puede darse el caso de que aquellos que más condenen la arrogancia sean los que al verse reflejados en su espejo vean su rostro.

 

II. Goliat

 

Leer 1Samuel 17: 1-16. Goliat era extraordinariamente alto para la media incluso para los estándares actuales, pues medía seis codos y un palmo (2,9 m). Su cota de malla de cobre pesaba 57 kg, y la hoja de hierro de su lanza era de 6,8 Kg. Era uno de los refaím, y puede que haya sido un soldado mercenario del ejército filisteo.
No mucho tiempo después que Samuel ungió a David, y una vez que el espíritu de Dios había dejado al Rey Saúl, los filisteos se reunieron para guerrear contra Israel en Socoh, y acamparon en Efes-damim. Cuando las líneas de batalla de los filisteos y el ejército de Saúl se encontraron de frente a cada lado del valle, el gigantesco guerrero Goliat salió del campamento filisteo y en voz alta desafió a Israel para que presentara a un hombre que luchase con él en un combate cuerpo a cuerpo, cuyo resultado determinaría qué ejército llegaría a ser siervo del otro. Durante cuarenta días, Goliat desafió al aterrorizado ejército de Israel cada mañana y cada atardecer. No obstante, ningún soldado israelita tuvo suficiente valor como para aceptar semejante reto.
Al desafiar a los ejércitos de Dios, Goliat abre un nuevo capítulo en la historia de Israel. Un pastorcillo llamado David de la tribu de Judá, quien era pródigo en talentos y buen semblante, y sobre quien estaba el espíritu de Dios, hizo frente a su reto.
Goliat, precedido por su escudero, avanzó, invocando por sus dioses el mal contra David. A esto, David respondió: Tú vienes a mí con una espada y con una lanza y con una jabalina, pero yo voy a ti con el nombre de Dios de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel, a quien tú has desafiado con escarnio. Cuando David le lanzó una piedra con su honda, esta se le hundió en la frente y Goliat cayó a tierra. Acto seguido, David se plantó sobre Goliat y con la espada del gigante le cortó la cabeza.

III. Identificando al arrogante.
Si bien generalmente uno puede identificar al arrogante a través de sus palabras, también es posible que el arrogante no se manifieste preeminentemente a través de lo que dice sino más a través de sus actos. Por ejemplo, en una reunión o en cualquier otro ámbito, el arrogante será fácil de detectar porque será aquel que constantemente dirá sus  opiniones y comentarios ante el resto de las personas, por supuesto, situándose el por encima de las mismas con sus propias opiniones y comentarios.
Por esto que mencionábamos es que casi siempre el arrogante resulta ser un individuo bastante impopular y desagradable con lo cual es preferible tener el menor contacto posible. Por otro lado, el estereotipo que constituye el arrogante es muy usual de encontrar en la tradición narrativa; películas, cuentos, novelas y obras de teatro siempre presentan en sus argumentos a algún arrogante que hace de las suyas, porque los mismos, por las características que por lo que ostentan son muy ricos a la hora de tener que desarrollar cualquier tipo de trama argumental. Obviamente no son los buenos tipos, los héroes, sino los antagonistas, los malvados de la historia, quienes presentan esta característica tan común de la arrogancia.
IV. El antónimo.
Lo opuesto a la arrogancia es la humildad. ¿Pero qué es la humildad? Es, entre otras cosas,  contener la necesidad de decir o hacer gala de nuestras virtudes a los demás. Una persona que vive la humildad escucha atentamente lo que otro tiene que decir, el trabajo, el esfuerzo, las capacidades de su prójimo inclusive sus ideas, aunque se contraponga a las suyas propias, respetando, pero no necesariamente consintiendo. Jamás confundiendo el respeto y la tolerancia con la hipocresía, en lo cual se establece un límite bastante sutil que muchas veces se traspasa. Sabemos también que con humildad se pueden conseguir muchas cosas, y podemos llegar a sensibilizar el corazón más duro, abrir la puerta más herméticamente cerrada, allanar el camino más pedregoso, y alcanzar grandes cosas, pero siempre manteniendo la humildad. No creer que somos algo sin serlo, no creernos con capacidades plenas, puesto que todo lo que somos y todo lo que hemos alcanzado en la vida, también se lo debemos en parte a mucha gente que ha estado con nosotros entregándonos lo mejor de si. Es decir no somos autosuficientes en un valor absoluto, siempre requerimos de la ayuda de alguien o de algo, del mismo Dios.
El éxito en el servicio a los demás proviene de la humildad; cuanto más humilde, mayores logros obtendremos. No significa no tener expectativas, ni proyectos; sino por el contrario, tener claro que aunque todo lo hubiésemos hecho, nada hemos hecho hasta ahora. No puede haber beneficio para el mundo sin la humildad. Lo contrario sólo es marketing y publicidad.
Próximo tema: Jeroboam: cuando el fin justifica los medios.

martes, 8 de mayo de 2012

Al estilo de Jesús.


Juan 15. 9-17

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: "Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.
De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: "Pasó por todas partes haciendo el bien". Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.
Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: "Mujer, no llores". Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.
Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: "¿Qué quieres que haga por ti?". Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.

José Antonio Pagola 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Contacto personal.


Juan 15, 1-8

Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él no podrán subsistir.
Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.
Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.
Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida".
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano". Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
Es difícil imaginar una "nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.

José Antonio Pagola