Juan 15. 9-17
Jesús se está despidiendo de sus
discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con
que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No
saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos.
¿Qué será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren
un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: "Éste es mi
mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no
quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan,
nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.
De Jesús quedó un recuerdo
imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: "Pasó por
todas partes haciendo el bien". Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre
el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se
podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.
Jesús tiene un estilo de amar
inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de
largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín,
se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único.
A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: "Mujer, no llores". Quien ama como Jesús, vive aliviando el
sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en
diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente.
Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin
pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con
sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas
con compasión.
Es admirable la disponibilidad de
Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada,
dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide
compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: "¿Qué quieres que haga por ti?".
Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más
desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus
dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede
resolver todos los problemas de aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos
de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta
huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios;
acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los
gestos de quien ama como Jesús.
José Antonio Pagola
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