Prayer is like an intimate conversation under an umbrella
El texto que nos propone Lucas es de los que todos recordamos, de esos que ‘suenan'. Por lo tanto existe el peligro de prestarle poca a tención, de hacerle poco caso.
El Padrenuestro, oración cristiana por excelencia, nos descubre que es oración del Reino, de la comunidad, de cada persona. El Padrenuestro debe ser orado y meditado por el cristiano que quiere aprender a orar o perfeccionarse en su modo de orar. Sobre el Padrenuestro se han hecho y, nosotros podríamos seguir haciendo, análisis de todo tipo: lingüísticos, exegéticos, teológicos. Es oración vocal y mental, meditativa y contemplativa, comunitaria y personal, íntima y social.
Sobre la oración también se han escrito tratados como para dar la vuelta al mundo. En ninguno de los dos casos será nunca suficiente pero creo interesante insistir en la oración en sí porque el Padrenuestro es una oración, tal vez la más importante ya que nos une a todos los cristianos, pero de poco nos servirá si no somos capaces de dar a la oración la importancia que por ella misma tiene.
La oración
A título de ejemplo, para intentar explicar qué es la oración, podríamos tomar las definiciones de Gregorio Niceno: La oración es una conversación o coloquio con Dios; de Juan Crisóstomo: La oración es hablar con Dios; y de Juan Damasceno: La oración es la elevación de la mente a Dios.
No parecen definiciones complicadas a simple vista pero, tal vez por causas como la presión de las condiciones de vida, las exigencias de analizarlo todo, o ese afán por hacer difícil lo sencillo, esa actitud creyente tan sencilla y espontánea se ha vuelto difícil y compleja.
Hoy en día muchos creyentes para mantener viva y operante la conciencia de ser hijos de Dios, necesitan aclaraciones y explicaciones generosas en profundidad y abundantes en cantidad. ¡Qué le vamos a hacer!
Creo que cuando las cosas se complican mucho, hay que pararse y pensar qué imágenes hemos contribuido a formar en la mente de nuestros hermanos, que complicado laberinto hemos ayudado a construir para que algunos anden tan perdidos.
La oración, su percepción y práctica, no debería ser causa de tantos problemas y sí de muchas satisfacciones.
Un puente y un paraguas
He retomado una de mis ‘debilidades', el Cantar de los Cantares. Al leer el texto de Lucas que nos ocupa hoy, no he podido por menos que empezar a relacionarlo con el Cantar y, con toda razón, os preguntaréis ¿qué tienen que ver un puente y un paraguas con el Cantar? No aparecen ninguno de esos dos elementos en el texto bíblico y poético por excelencia. Tenéis razón.
Los puentes son frutos de la ingeniería que unen puntos distantes entre sí salvando realidades geográficas: ríos, abismos, o espacios muy distantes que pueden aproximarse de forma notoria como los extremos de una bahía, por ejemplo. Por lo tanto y sin duda los puentes comunican.
La oración es un puente ya que nos une a Dios (que nunca está distante pero así nos gusta creerlo). Y es una forma de comunicación sumamente versátil en la forma, como los puentes. Aun la más sencilla oración adopta las formas más diversas dependiendo de quien la vive y como la vive en ese momento.
Los discípulos quieren saber cómo salvar la distancia, como acercarse a Dios. Ven que Jesús ‘habla' con el Padre, ‘ven' los frutos de la oración en Jesús y en su vida, ¿no pueden ellos hacer lo mismo? Piden ayuda a Jesús y Jesús les da las palabras. El sentimiento lo pondrán ellos, la necesidad de orar deberán crearla ellos, la búsqueda de la comunicación tendrá que salir de ellos.
El Cantar es una necesidad de comunicación. Es un deseo de decir y de escuchar (1,5-2,7), de buscar y encontrar, de pedir y recibir (cf Lc 11,9-13; Cant 5).
La oración es el tiempo de la intimidad. ¿Os habéis parado a pensar, alguna vez, el espacio de intimidad que se crea compartiendo con alguien el mismo paraguas? Parece algo banal pero no es así.
Ni en el texto de Lucas ni en el Cantar hay paraguas, evidentemente, pero sí hay intimidad. Y mucha.
Jesús no habla de huir a un espacio alejado y solitario pero, ¿quién está dispuesto a exponer esa conversación tan privada donde se comentan las alegrías, las angustias, los proyectos, los miedos, las expectativas, esa conversación donde pedimos y nos confiamos como un niño a su madre?
En el Cantar ningún paraguas cobija el deseo de unión, de intimidad, de desasosiego, de duda, de esperanza que con tanto detalle describe.
En ambos casos la oración es el paraguas que crea la intimidad necesaria, el espacio protegido. ¿Qué el Cantar no es oración? ¿Seguro? Ampliemos la visión y la experiencia de la oración.
Pero ¡cuidado! Nunca la oración podrá ser refugio contra la vida social y comunitaria. Jesús no ayudó ni formó a sus discípulos para que fueran seres aislados e inconexos entre sí. Jesús, que amaba la vida, sabía lo importante que era la relación entre los seres humanos, lo importante que era compartir, sentirse cerca unos de otros, la ayuda que eso proporciona, la fuerza que da. De ahí la importancia de rezar juntos el Padrenuestro, la importancia de la oración compartida, comunitaria, litúrgica, cultual. La que sea, pero juntos.
El Cantar no aboga por vivir el amor ‘a dos', cerrado. La intimidad, sí; el amor, no. De ahí la fiesta y el compartir la alegría y, en algún momento, el temor. Lo mismo que una relación que ha de ser vivida en secreto se ahoga en sí misma, la oración no puede ser solamente vivida en soledad, debe abrirse a la comunidad y vivirla y permitirle dar frutos comunitariamente.
Escribía santa Teresa de Ávíla, mística del siglo XVI que No es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama1. Tenía razón.
Thomas Merton, místico del siglo XX escribió: Toda oración verdadera confiesa la absoluta dependencia humana, del Señor de la vida y de la muerte. Ella es, por consiguiente, un contacto profundo y vital con Aquel a quien conocemos, no sólo como Señor, sino como Padre. Cuando oramos verdaderamente es cuando realmente somos.
Cristina Inogues
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