Juan 4: 27-40
Con su corazón transformado la mujer samaritana sale a misionar. Anuncia a
su gente que ha encontrado al mesías. Muchos creyeron en Jesús «movidos por
el testimonio de la samaritana» (Juan 4, 39). La fuerza de su testimonio surge
de la transformación de su vida que ha tenido lugar a causa del encuentro
con Jesús. Gracias a su actitud de apertura, reconoció en ese extranjero «un
manantial capaz de dar vida eterna» (Juan 4, 14).
La misión es un elemento clave de la fe cristiana. Todo cristiano está llamado
a anunciar el nombre del Señor. El papa Francisco dijo a los misioneros:
«adondequiera que vayáis, os hará bien pensar que el Espíritu de Dios
siempre llega antes que nosotros». Misionar no es hacer proselitismo. Los
que verdaderamente anuncian a Jesús se acercan a los demás en un diálogo
amoroso, abierto a aprender de los demás, respetuoso de las diferencias.
Nuestra misión exige que aprendamos a beber el agua viva sin tomar posesión
del pozo. El pozo no nos pertenece. Lo que hacemos es sacar vida del pozo,
de ese pozo de agua viva que nos ha dado Jesús.
Nuestra misión debe ser una labor al mismo tiempo de palabra y de testimonio.
Intentamos vivir lo que proclamamos. El arzobispo brasileño Helder
Cámara una vez dijo que muchos se habían vuelto ateos al sentirse decepcionados
por personas de fe que no viven lo que predican. El testimonio de la samaritana
movió a su comunidad a creer en Jesús porque sus hermanos y hermanas
podían percibir la coherencia entre sus palabras y su transformación.
Si nuestras palabras y nuestro testimonio son auténticos, el mundo prestará
atención y creerá. «¿Cómo van a creer en él si no han oído su mensaje?»
(Romanos 10, 14).
Preguntas
1.¿Cuál es la relación entre misión y unidad?
2. ¿Conoces a alguna persona en tu comunidad cuya vida es un testimonio viviente
de la unidad?
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