La frase que encabeza estas líneas, según una información aparecida en El País[1], es del portavoz de la FEREDE, Jorge Fernández, hablando de la presencia de capillas confesionales en los centros educativos estatales. Por lo que se desprende del artículo publicado (“La batalla laica se libra ahora en el campus”), la opinión del Sr. Fernández es que los centros escolares han de ser laicos, pero, añade, que “si están los otros nosotros también queremos”.
No es mi intención corregir a la FEREDE ni criticar la gestión de su portavoz. Al menos, no lo es en este artículo. Lo único que quiero destacar es una actitud peligrosa que se está dando en los medios evangélicos de nuestro país, muy parecida a la peligrosa pendiente por la cual se deslizó la Iglesia Católica, que le llevó a acumular privilegios que eran negados a otros estamentos de la sociedad. En nuestros gloriosos –y al mismo tiempo sufridos- tiempos de oposición, teníamos las cosas muy claras. No había ninguna duda en denunciar la diferencia de trato que se daba a la Iglesia Católica con referencia a todos los demás. Nos oponíamos rotundamente a una financiación de la Iglesia por parte del Estado. Apostábamos por un estado laico en el que Dios y el Cesar tuvieran campos muy bien delimitados. No queríamos subvenciones estatales, ni privilegios de ninguna clase. Pedíamos justicia, igualdad entre todos, creyentes y no creyentes debían ser gobernados por las mismas leyes. Pedíamos espacios neutros en los que las confesiones religiosas tuvieran libertad para vivir su fe y anunciar su particular visión del evangelio. Teníamos unos principios generales claros que manteníamos ante cualquier actitud acomodaticia.
Pero la llegada de la libertad, y unas subvenciones míseras que nos ofrece “Pluralismo y Convivencia”, nos han hecho cambiar de letra y de música. Nos hemos vuelto mansos y sumisos. Nos gusta el reconocimiento oficial y los primeros sitios en las recepciones. Ser, estar, tener. Quien no sale en la foto no existe. Nuestra oposición a los funerales de Estado, no ha sido tanto porque creíamos que debían ser laicos, sino porque no nos invitaban a estar presentes. El poder –aunque sea a una escala tan mínima- nos seduce. Me decía un intelectual formalmente católico hace unos días hablando del CEC: “Sabía que en mi iglesia había suciedad, pero mira que entre vosotros…”
Nos justificamos diciéndonos que lo importante es que se nos deje anunciar el evangelio y si esto nos lo facilitan, miel sobre hojuelas. Los furibundos artículos de nuestro hermano Monroy contra las finanzas de la Iglesia Católica y el escándalo de las subvenciones, han quedado en desuso. Lo importante hoy parece ser, no mantener los principios a los que nos llevaba nuestra fe, sino aprovecharnos de la situación. Pálidamente, todavía están ahí los principios, pero ante los privilegios… “si los otros los tienen, nosotros también”. Nos estamos subiendo a un carro que no es el nuestro y, si la Iglesia Católica está pagando amargamente los errores cometidos en este campo, con un rechazo cada vez mayor por parte de la sociedad, ésta no nos perdonará nuestra abandono de los principios y nuestro amoldamiento a los fuertes y poderosos.
Sé que las intenciones del portavoz de la FEREDE no van mucho más allá de un asunto menor. Mi artículo no va contra suya, sino contra la frase “nosotros también” que se está aplicando a otras muy diversas situaciones. Pues, no. Nosotros, no. Hagan lo que hagan los demás, el evangelio nos llama a ser fieles a nuestros principios, aunque esto nos separe de los centros de poder y nos margine. Jesús nunca figuró entre los grandes de este mundo. Vivió casi anónimamente en un pequeño país. Jamás estuvo en las recepciones de Herodes o Pilato. De ellos, nunca recibió dinero ni honores, sino desprecio y azotes. Pero su evangelio ha llenado el mundo.
Enric Capó
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