martes, 22 de marzo de 2011

El orador y el orante.

Lc.18: 10-14

Cosas para recordar:

1º. Necesidad de la humildad. La soberbia lo pervierte todo.
2º. La hipocresía de los fariseos. Manifestaciones de la soberbia.
3º. Aprender del publicano de la parábola. Pedir la humildad.

Personajes 1: Los fariseos se consideraban a sí mismos como puros y perfectos cumplidores de la ley; los publicanos se encargaban de recaudar las contribuciones, y eran tenidos por hombres más amantes de sus negocios que de cumplir con la ley. Antes de narrar la parábola, el autor se preocupa de señalar que Jesús se dirigía a ciertos hombres que presumían de ser justos y despreciaban a los demás.

En seguida se pone de manifiesto en la parábola que el fariseo ha entrado al Templo sin humildad y sin amor. Él es el centro de sus propios pensamientos y el objeto de su aprecio:

La oración del fariseo:

Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo.

En vez de alabar a Dios, ha comenzado, quizá de modo sutil, a alabarse a sí mismo. Todo lo que hacía eran cosas buenas: ayunar, pagar el diezmo...; la bondad de estas obras quedó destruida, sin embargo, por la soberbia: se atribuye a sí mismo el mérito, y desprecia a los demás. Faltan la humildad y la caridad, y sin ellas no hay ninguna virtud ni obra buena.

El fariseo está de pie. Ora, da gracias por lo que hace. Y se confiesa pecador. Pero hay mucha autocomplacencia, está «satisfecho». Se compara con los demás y se considera superior, más justo, mejor cumplidor de la ley. La soberbia es el mayor obstáculo que el hombre pone a la gracia divina. Y es el vicio capital más peligroso: se insinúa y tiende a infiltrarse hasta en las buenas obras, haciéndoles perder su condición y su mérito sobrenatural. Algunos fariseos se convirtieron, y fueron amigos y fieles discípulos del Señor, pero muchos otros no supieron reconocer al Mesías, que pasaba por sus calles y plazas. La soberbia hizo que perdieran el norte de su existencia y que su vida religiosa, de la que tanto alardeaban, quedara hueca y vacía. Sus prácticas de piedad se consumían en formalismos y meras apariencias, realizadas de cara a la galería.
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El Señor recomendará a sus discípulos: No hagáis como los fariseos. Y les explica por qué no deben seguir su ejemplo. La vanagloria «fue la que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para sus luchas y los perdió. Porque, como se procura agradar a los espectadores que cada uno tiene, según son los espectadores, tales son los combates que se realizan. Para ser humildes no podemos olvidar jamás que quien presencia nuestra vida y nuestras obras es el Señor, a quien hemos de procurar agradar en todo momento. Los fariseos, por la soberbia, se volvieron duros, inflexibles y exigentes con sus semejantes, y débiles y comprensivos consigo mismos: Atan pesadas cargas a los demás.


Personaje 2: Nosotros hemos de alejarnos del ejemplo y de la oración del fariseo y aprender del publicano:

Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador.

Es una jaculatoria para repetirla mucha veces, que fomenta en el alma el amor a la humildad, también a la hora de orar. El publicano «se quedó lejos, y por eso Dios se acercó más fácilmente. Que esté lejos o que no lo esté, depende de ti. Ama y se acercará; ama y morará en ti.

También podemos aprender de este publicano cómo ha de ser nuestra oración: humilde, atenta, confiada. Procurando que no sea un monólogo en el que nos damos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos poseer. En el fondo de toda la parábola late una idea que el Señor quiere inculcarnos: la necesidad de la humildad como fundamento de toda nuestra relación con Dios y con los demás. Es la primera piedra de este edificio en construcción que es nuestra vida interior.

Cuando una persona se siente postergada, herida en detalles pequeñísimos, debe pensar que todavía no es humilde de verdad: es la ocasión de aceptar la propia pequeñez y ser menos soberbios: no eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo.

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