martes, 15 de marzo de 2011

David y el sentimiento de culpa

Tema 6 El Antiguo Testamento
y el arte de la resiliencia.

No sólo somos responsables de lo que hacemos,
sino de lo que dejamos de hacer.
Moliére
I. Introducción

El sentimiento de culpa es todo lo contrario al sentimiento de victimismo. Las personas que viven inmersos en un sentimiento de victimas tienden a atribuir a los demás la culpa de sus miserias. Los que han optado por el sentimiento de culpa, por otra parte, se denigran de manera desproporcionada a ellas mismas con la culpa.

Se nos ha enseñado que si confesamos el mal que hemos hecho podemos recibir perdón, que cuando asumimos nuestras culpas las penas se alivian, pero ¿qué hay de cierto en ello? La imputación de culpa, tanto la que nos hacemos a nosotros como las que vienen de afuera suelen hacernos sentir mal. Tremendamente mal.

Y es que el sentimiento de culpa provoca inseguridad, hacen que las personas sean apocadas o recorran al otro extremo: la violencia.

II. David y la culpa.

13 David admitió ante Natán: He pecado contra el Señor.
Natán le respondió: –El Señor no te va a castigar a ti por tu pecado, y no morirás; 14 pero como has ofendido gravemente al Señor, tu hijo recién nacido tendrá que morir.
15 Y cuando Natán volvió a su casa, el Señor hizo que el niño que David había tenido con la mujer de Urías enfermara gravemente. 16 Entonces David rogó a Dios por el niño, y ayunó y se pasó las noches acostado en el suelo. 17 Los ancianos que vivían en su palacio acudían a rogarle que se levantara del suelo, pero él se negaba a hacerlo, y tampoco comía con ellos.
18 Siete días después murió el niño, y los oficiales de David tenían miedo de decírselo, pues pensaban: “Si cuando el niño aún vivía le hablábamos y no nos hacía caso, ¿cómo vamos ahora a decirle que el niño ha muerto? ¡Puede cometer un disparate! 19 Pero al ver David que sus oficiales hacían comentarios entre ellos, comprendió que el niño había muerto; así que les preguntó:
¿Ha muerto el niño? Sí, ya ha muerto –le respondieron. 20 Entonces David se levantó del suelo, se bañó, se perfumó y se cambió de ropa, y entró en el templo para adorar al Señor. Después fue a su casa y pidió de comer, y comió. 21 Sus oficiales le preguntaron: ¿Pero qué está haciendo Su Majestad? Mientras el niño aún vivía, Su Majestad ayunaba y lloraba por él; y ahora que el niño ha muerto, ¡Su Majestad se levanta y se pone a comer! 22 David respondió: –Mientras el niño vivía, yo ayunaba y lloraba pensando que quizá el Señor tendría compasión de mí y le dejaría vivir. 23 Pero ahora que ha muerto, ¿qué objeto tiene que yo ayune, si no puedo hacer que vuelva a la vida? ¡Yo iré a reunirme con él, pero él no vendrá a reunirse conmigo. 2Sa.12

III. Definiendo conceptos.

La culpa te fija en sucesos pasados, te sientes abatido molesto por algo que dijiste o hiciste y gastas tus momentos presentes afligido por remordimientos de comportamientos pasados.
La culpabilidad funciona de la siguiente manera. Alguien emite un mensaje destinado a recordar que has sido una mala persona por algo que dijiste o no dijiste, sentiste o no sentiste, hiciste o no hiciste. Tú respondes sintiéndote mal e incomodo en tu momento presente. O sencillamente rompiste algunas de las reglas que te enseñaron y programaron desde niño(a) y que te dijeron que eran conductas erradas.
La culpabilidad es, la emoción que despilfarra una mayor cantidad de energía emocional. ¿Por qué? Porque por definición, te sientes inmovilizado en el presente por algo que ya paso, y no existe culpabilidad por grande que sea, que pueda cambiar la historia. La culpa aparece cuando se produce un choque entre el modelo ideal de conducta interiorizado y lo que se hace en realidad. Cuando alguien está atrapado en la culpa, no se gusta, se descalifica, se tortura y se siente incapaz de tomar las riendas de su vida.
La culpa está conectada con el instinto de muerte y con la autodestrucción. Mal asumida, arrastra a la persona a la pasividad, dejándola en una situación de indefensión y a merced de que alguien o algo externo le libere de ella. Esa persona, ideología o creencia alcanza tal poder que impedirá ejercer la propia responsabilidad.
El sentimiento de culpa nos influye tanto porque tenemos miedo a ser abandonados y nos dificulta el responsabilizarnos de nuestra propia vida. Se teme al abandono pues la necesidad de ser amados y aceptados es una aspiración innata en todos nosotros, y cuando la culpa se interioriza contra nosotros mismos, dejamos de creer en nuestra valía personal y nos juzgamos no merecedores del amor. Como consecuencia, intentamos ser como creemos que las otras personas quieren que seamos, y así evitar que nos abandonen. Pero sucede que nuestra verdadera forma de ser termina manifestándose, y el miedo al abandono se incrementa. Surge entonces la agresividad hacia uno mismo a través del autorreproche y la crítica constante, con el propósito de redimirse y ser capaz de ser dueño de la propia vida. Pero sólo se consigue interiorizar cada vez más la desvaloración personal, y la redención nunca llega, pues buscamos que alguien nos libere. Y no es posible, ya que es la culpa la que nos impide ser libres, no los otros.
IV. ¿Debemos vivir con sentimientos de culpa?
En la educación y en las relaciones se suele utilizar la culpa para que unos hagan lo que otros pretenden. Si un padre le dice a su hijo: “¿No te da vergüenza lo que acabas de hacer?”, le está “invitando” a sentirse culpable y a que haga lo que él entiende como mejor. A los padres y a las madres también puede invadirles la culpa. Por ejemplo, si los hijos no estudian o tienen comportamientos inadecuados. Ante esas conductas, quizá piensen que podrían haber actuado de otra manera cuando eran pequeños y se sienten culpables por no haberlo hecho.
En la vivencia de culpa a los niños (y a los mayores también), se les presenta el miedo a que las personas cercanas no les quieran, pues no se consideran merecedores de su amor. Como para ellos sentirse queridos es fundamental, tenderán a hacer lo que sus padres, amigos, etc. les digan para, así, contar con su cariño, aunque el pago sea ceder o anular una parte de sí mismos.
Para abandonar el sentimiento de culpa es necesario dejar la mentalidad dual (las cosas están bien o mal, son blancas o negras). Para ello se aceptará que las cosas están como están y que cada persona da la mejor respuesta que puede a cada situación. No estar acertado ante un problema no implica que haya que sentirse culpable por ello, pues ese “error” se convierte en una ayuda para aprender.

Proximamente
Tema 7: Adán y la falta de responsabilidad sobre uno mismo.

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