jueves, 17 de marzo de 2011

Cuando la vida aparece.

Mi vida ha sido para mi un descubrimiento. No la he pedido ni he hecho nada para obtenerla. La he recibido, sin posibilidad de rechazarla. Yo soy, existo, por voluntad de otros. En mi poder tengo un documento de identidad. Es mi DNI. En él hay un nombre, una fecha, un número, un país. Todo esto me pertenece, pero lo tengo porque me ha sido dado, no porque lo haya escogido. Ni el año de mi nacimiento, ni la familia, ni el nombre, ni el país. Me ha tocado lo que me ha tocado, en un reparto irregular e injusto que hace la vida.

Yo he tenido la suerte de nacer en el seno de una familia cristiana de clase media, en un país occidental, lleno de problemas, pero también de oportunidades. Otros han nacido en el seno de familias desestructuradas, en países del tercer mundo, en la más absoluta miseria, con una muy pequeña esperanza de vida. La vida es la misma, pero las circunstancias y las condiciones son totalmente diferentes. Unos lo tienen todo y lo acaparan todo. Otros no tienen nada. Así es la vida, me dijeron.

La reflexión sobre este hecho me lleva –ahora que soy mayor- a pensar sobre el por qué de esta injusticia. ¿Por qué las cosas son así? He de confesar que no lo sé. Tengo muchas preguntas sobre la vida, pero muy pocas respuestas. Quizás algún día lo veré todo más claro. Ahora no. Pero también pienso que tener las respuestas no querría decir que las cosas iban a cambiar. Sería más sabio, pero las circunstancias serían las mismas.

Con el tiempo me he acostumbrado a admitir la verdad abrumadora de que “la vida es así”, pero munca he acabado de digerir que esto es un hecho inamovible que es necesario aceptar y nada más. La vida es así, pero puede ser diferente. Es cierto que no puedo cambiar los hechos inalterables de mi nacimiento, pero no estoy bajo la maldición de un determinismo que me impide cambiar. A partir de lo que era y de lo que tenía, he tenido y tengo la posibilidad de cambiar mi vida, luchar contra los elementos negativos y avanzar hacia una vida más humana, más digna, más plena. Esta oportunidad la tengo yo, pero no la tienen todos, o la tienen muy disminuida. Los elementos negativos de la vida de millones de personas son tantos y tan graves que no les permiten liberarse.

Aquí entra mi sentido de humanidad y de responsabilidad. ¿Soy responsable de la vida de mi hermano? Todo depende de nuestra respuesta. Si es negativa habremos sucumbido a la maldición de la frase “la vida es así”. Seremos conformistas y todo seguirá igual: los pobres y los más maltratados por la vida serán siempre los mismo, y los otros –quizás nosotros- continuaremos gozando de nuestros privilegios y de los que la rueda de la vida nos haya concedido.

Pero, hay otro camino –y este nos lo enfatizó Jesucristo- que es el de la solidaridad. ¿Hemos de vivir la ley de la selva y que cada uno de nosotros se les apañe como pueda o, por el contrario, formamos un todo, una humanidad, en la que todos nos debemos a todos? Es cierto que la vida es una rueda y me toca lo que me toca, pero lo es también que da muchas vueltas y nadie es autosuficiente. Todos dependemos de todos. Y no soy yo, o mi vecino quien ha de acceder a una vida más digna, sino que hemos de acceder todos y esto nos ha de llevar a ser solidarios los unos de los otros.

Yo puedo luchar y cambiar mi vida para hacerla más plena; pero también lo puedo hacer –y soy llamado a hacerlo- para que los otros tengan mis mismas oportunidades. La vida es injusta, pero el evangelio nos llama a cambiarla para el bien de todos. Quizás deberíamos actualizar el lema oficial de la República Francesa: liberté, egalité, fraternité, a pesar de las connotaciones negativas históricas que comporta.

Enric Capó

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