Marcos 10:38
Lo que Juan y Santiago piden a Jesús, sentarse a su derecha y a su izquierda en el Reino de Dios, es infantil i lo es todavía más cuando, según Mateo, es su madre la que formula la petición. Es fácil presentar la escena de forma que nos haga reír. ¡Es tan cómico! Jesús tiene toda la razón cuando les dice que no saben lo que piden.
Pero la oración absurda no acaba allí con estos dos niños grandotes que tienen aspiraciones de poder. Corre a lo largo de la historia y, sin duda, hay oraciones nuestras, de las que Cristo debe escandalizarse. Tampoco estos –debe decir- no saben lo que piden.
Lo hemos visto muy a menudo y quizás lo hemos criticado. Se ora para ganar una guerra, o vencer en una competición, o ganar el oro en unas olimpiadas, o para aprobar una asignatura a la que no hemos dedicado el tiempo necesario. Se ora como una fórmula para obtener cosas, ganar oposiciones, tener una vida más fácil, resolver problemas. Se ora, muy a menudo, como si Dios estuviera a nuestro servicio y fuera una especie de genio salida de una jarra y estuviera a nuestra entera disposición.
Todo esto es absurdo y no lo es del todo. Puede ser algo que haga reír o puede ser tan serio que Dios mismo se mueve para responder a nuestra oración. Todo depende del tiempo y las circunstancias, o de las intenciones profundas del corazón. Y estas intenciones, sólo Jesús las conoce. Lo que ha de quedar bien claro es que Dios no está a nuestro servicio para darnos lo que, por otro lado, no podríamos conseguir.
Y si todo esto no es absurdo del todo es porque Dios quiere que le digamos todas nuestras cosas, que le abramos el corazón. Y dentro del corazón están todas estas cosas: también las de sentarse a la diestra y a la izquierdas del Cristo resucitado. No hay nada que deba quedar fuera, que no tenga cabida en la oración verdadera: tensiones, tentaciones, deseos, anhelos, penas, alegrías… Orar es abrirnos a Cristo, con todos nuestros pensamientos y sentimiento al descubierto: los más elevados y los más bajos, las luces y las sombras. Pero no como un mercantilismo en el que tratamos que Dios nos conceda nuestros deseos, sino como una consulta, una búsqueda de la voluntad de Dios en toda nuestra vida, un dejarnos poseer y orientar por El.
Orar, como se debe hacer, nos dirá el apóstol Pablo, no sabemos, pero el Espíritu “intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro 8,26-27). Orar es ponernos en las manos del Espíritu en el silencio y la contemplación; repasar delante de El toda nuestra vida, explicando nuestras profundas necesidades. No es imponernos a Dios. Es respirar Dios, su Espíritu, su voluntad, su poder, su gloria. Lo más importante no es el resultado efectivo de nuestras peticiones, sino la renovación interior, la paz, la alegría, la fuerza del Espíritu… Ahora sí, podemos decir “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Esta es la oración contestada, a pesar de que Dios, como en Getsemaní, haya dicho no a cada una de las peticiones concretas. No hemos salido derrotados. Hemos sido vencedores. Como El, el gran triunfador, que de la cruz hizo un trono; y de la muerte, el principio de una vida nueva.
Enric Capó
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