"Si eres un disidente, normalmente te ignoran.
Si no pueden ignorarte, y no pueden responderte,
te desacreditan." Noam Chomsky
Tenía razón Chomsky cuando escribía que si eres un disidente y no pueden ignorarte, ni responderte, te desacreditan. El caso de Jesús de Nazaret es paradigmático de lo que el respetado lingüista estadounidense afirma en su “Chomsky: Obra Esencial”.
A Jesús nadie le podía ignorar (Mt. 4:24), y era difícil responderle (Mc.. 12:13-17; 34.).... y el pueblo le seguía (Mc. 12:37). Su disidencia de una teología y praxis religiosa desorientada era meridianamente clara, y sus palabras no dejaban ningún resquicio que pudiera provocar malos entendidos (Mt. 23 es un buen ejemplo de ello). De ahí que los que ostentaban el poder religioso de su tiempo pasaran directamente a desacreditarlo delante del pueblo y de sus seguidores y seguidoras.
Según el Evangelio de Marcos, los escribas procedentes de Jerusalén -centro del poder religioso- le desacreditaron afirmando “que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera demonios” (Mc. 3:22). Anteriormente “los suyos” pensaban de él que “estaba fuera de sí” ((Mc. 3:21), que es lo mismo que decir que estaba loco.
En otra ocasión, según el Evangelio de Juan, le vuelven a desacreditar con insidias a las que se daba mucha importancia en aquellos tiempos. Y así, algunos afirman que él es un hijo nacido de fornicación (Jn. 8:41). Le acusan públicamente de blasfemo (Mt. 26:65), de ser un rebelde frente al poder del Imperio (Jn. 19:12-16), y finalmente le muestran en público en un estado lamentable, resultado de las torturas a las que había sido sometido. Y el pueblo, que antes le había seguido, clama a una voz contra el Nazareno: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos! (Mt 27:22-25). Todo acabó con una crucifixión pública, donde las chanzas y el descrédito continuaron (Lc.23). El objetivo había sido alcanzado: Jesús, por fin, había sido desacreditado y asesinado, y el pueblo manipulado por el vértice de las estructuras, religiosas en este caso, de poder (Mt. 27:20)
Y eso es lo que sucede con los que disienten, los sospechosos y sospechosas de no ser incondicionales con las estructuras de poder con las que muchas de nuestras instituciones sociales y religiosas se dotan. Ellos, ellas, disienten -por ejemplo- de la lógica de los “Caifas” de este mundo (sean éstos de izquierdas o derechas en lo político; sean progresistas o conservadores en lo teológico) que sin pudor afirman: “nos conviene que una persona muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn. 11:50). La lógica de Caifas enmascara de preocupación por el pueblo su interés por conservar los privilegios de clase que le concede la estructura de poder en la que se mueve. Privilegios que veía poner en peligro por la praxis y mensaje de Jesús de Nazaret. Y, ante esto, los discípulos y discípulas del Mesías sólo pueden ser incondicionales del reino de Dios y su justicia. Nada más, ni nada menos.
Tengo la impresión de que nuestras sociedades y nuestras iglesias están tienen carencia de disidentes. Mujeres y hombres que, a la manera de Jesús de Nazaret, se pongan al servicio del reino de Dios y, por ende, al servicio del Dios que se nos manifestó en Jesús. Como también escribirá Chomsky, “se puede ganar mucho con el activismo -yo diría con el seguimiento de Jesús- ... pero también se pueden perder muchas cosas. Y algunas de ellas no carecen de importancia, como por ejemplo la seguridad. Eso no es algo secundario. Y la gente sencillamente tiene que tomar su decisión sobre el particular cuando decide qué va a hacer” (Chomsky: Obra esencial, Edit. Crítica, p. 257).
Al hilo de lo que escribe Chomsky, me viene a la memoria ese dicho de Jesús que afirma, de manera rotunda, “No penséis que tras de mí sólo habrá paz en la tierra; no sólo habrá paz, sino también espada. Porque el hijo discutirá con su padre, la hija con su madre, y a la nuera con su suegra. De modo que los enemigos de uno serán sus propios familiares El que, ante esta disyuntiva, prefiere la comodidad de la familia, no ha entendido mi misión; quien prefiere ponerse de parte de su padre o de su hijo antes que del Reino de Dios, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que haga componendas para salvar su vida, corre el riesgo de perderla; en cambio, el que comprometa su vida por causa mía, la salvará” (Mat. 10 34-39).
Poner en riesgo nuestra forma de vida -renunciar a la seguridad- por causa del reino de Dios... Ahí está la cuestión. No existe otra opción para los seguidores y seguidoras de Jesús: Tomar la cruz que ponen sobre nuestros hombros los centros de poder y caminar con ella haciendo frente a los poderes brutales de este mundo, sean éstos políticos, económicos o religiosos. No hay otra salida. No existe otro camino para el/la activista del reino de Dios. Es extremadamente difícil, ciertamente. Pero es vital para que la luz del Reino no se extinga…
Juan Ramón Junquera
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