miércoles, 16 de febrero de 2011

Jesús sana al paralítico de Betzatá.

Estudio bíblico.
Jn 5: 1-18 Viernes 18 Febrero 6.00 pm

Había tres fiestas de guardar: La fiesta de La Pascua, La fiesta de Pentecostés y La fiesta de los Tabernáculos. Todos los varones judíos adultos que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén tenían obligación de asistir. Si consideramos que el capítulo 6 debe estar antes que el 5, deduciremos que la fiesta era Pentecostés, porque lo que se relata en el capítulo 6 sucedió cerca de la Pascua: Ya estaba cerca la fiesta de la Pascua judía. . La Pascua era en el primer plenilunio después del equinoccio de primavera, cuando es ahora la Semana Santa, y Pentecostés siete semanas después. Juan nos presenta a Jesús asistiendo a las fiestas judías, porque tenía el debido respeto a las obligaciones de la religión de Israel; y sus fiestas no Le parecían una molesta obligación sino una deliciosa oportunidad para participar en el culto de su pueblo.

Cuando Jesús llegó a Jerusalén estaba, al parecer, solo. Por lo menos no se menciona a Sus discípulos. Se dirigió a la famosa piscina, que se llamaba Bethesdá, o Betzaida que quiere decir Casa de Misericordia, o más probablemente Bethzathá, que quiere decir Casa del Olivo, o Almazara. Los mejores manuscritos tienen el segundo nombre, y sabemos por Josefo que había un barrio de Jerusalén que se llamaba así. La palabra para piscina es kolymbéthra, del verbo kolymban, tirarse de cabeza. Era lo bastante honda para que se pudiera nadar. El trozo que hemos puesto entre paréntesis y en “Bold” no está en ninguno de los mejores manuscritos, y es posible que fuera una interpolación posterior para explicar la presencia de tantos enfermos.

Por debajo de la piscina había una corriente subterránea que a veces borbollaba y se agitaba. Se creía que aquello lo producía un ángel, y que el primero que se metiera en el agua después del borbolleo se curaba de cualquier enfermedad que le aquejara. Esto parece mera superstición; pero era la clase de creencia que se había extendido por todo el mundo antiguo y que todavía existe en algunos lugares. Se creía en toda clase de espíritus y demonios. El aire estaba lleno de ellos. Tenían su morada en ciertos lugares: árboles, ríos, colinas y estanques tenían sus residentes espirituales. Además, a los pueblos antiguos les impresionaba especialmente la santidad de las aguas, y especialmente la de los ríos y las fuentes. El agua era tan valiosa, y los ríos, por otra parte, podían ser tan poderosos, que no nos sorprende que impresionaran tanto.

Los que estaban esperando la movida del agua en la piscina de Jerusalén eran hijos de su tiempo y tendrían las ideas de su tiempo. Puede que, mientras Jesús iba pasando por allí, Le indicaran del enfermo de la historia, como caso especialmente lastimoso porque su condición hacía muy difícil, y aun imposible, el que llegara al agua el primero después del borbolleo. No tenía a nadie que le ayudara, y Jesús fue siempre el amigo y el ayudador de los desamparados. No se molestó en echarle un sermón sobre la inutilidad de aquella superstición y de esperar la movida del agua. Su único deseo era ayudar, así es que sanó al que llevaba tanto tiempo enfermo. En este historia vemos claramente las condiciones en que operaba el poder de Jesús: daba la orden a la gente y, en la medida en que Le obedecían, el poder actuaba en ellos.

(i) Jesús empezó por preguntarle al hombre si quería ponerse bien. No era una pregunta tan absurda como parece. Aquel hombre había estado esperando treinta y ocho años, y bien podía ser que hubiera perdido toda esperanza y se encontrara sumido en una desesperación lúgubre y pasiva. En lo íntimo de su corazón, el hombre podía haberse resignado a seguir inválido; porque, si se curaba, tendría que arrostrar todas los azares y responsabilidades de la vida laboral. Hay enfermos para quienes la invalidez no es desagradable, porque viven a expensas de otros que trabajan y se preocupan. Pero la respuesta de este hombre fue inmediata: quería estar bueno, aunque no sabía cómo, porque no tenía a nadie que le pudiera ayudar.
La primera condición para recibir el poder de Jesús es desearlo intensa y sinceramente. Jesús dice: «¿Estás seguro de que quieres cambiar?» Si en lo más íntimo estamos contentos de seguir como somos, no se producirá el cambio.

(ii) Jesús se dirigió al hombre para decirle que se levantara. Fue como si le dijera: «¡Hombre: Aplícale tu voluntad, y tú y Yo lo conseguiremos entre los dos!» El poder de Dios nunca exime al hombre del esfuerzo. Es cierto que debemos darnos cuenta de nuestra indefensión; pero en un sentido muy real también es cierto que los milagros suceden cuando nuestra voluntad coopera con el poder de Dios para hacerlos posibles.

(iii) En realidad lo que Jesús le estaba diciendo a aquel hombre era que intentara lo imposible. «¡Levántate!» -le dijo. Su camastro no sería probablemente más que una esterilla (la palabra griega es krábbatos, un término coloquial para camilla), y Jesús le dijo que la recogiera o enrollara y se la llevara. El hombre podría haberle dicho a Jesús, con resentimiento ofendido, que hacía treinta y ocho años que era el camastro el que cargaba con él, y que no tenía mucho sentido decirle ahora que fuera él el que cargara con el camastro. Pero hizo el esfuerzo con Jesús, ¡y lo imposible sucedió! Se cuenta hoy día de un alcohólico que durante todos y cada uno de los últimos treinta y ocho años de su vida había vivido arrastrando su vida detrás de una botella de licor. Cuando conoció el poder de Cristo abandonó el licor y entraba a la iglesia arrastrando una botella de licor amarrada de un cordón y decía: Antes la botella me arrastraba detrás de ella, ahora con el poder de Cristo soy yo quien arrastro la botella.

(iv) Este es el camino del éxito. ¡Hay tantas cosas en el mundo que nos derrotan! Cuando deseamos algo intensamente y aplicamos la voluntad al esfuerzo, aunque parezca desesperado, el poder de Cristo acepta la oportunidad, y con Él podemos dominar lo que nos ha tenido dominados mucho tiempo.

Algunos comentaristas toman este pasaje por una alegoría. El hombre representa al pueblo de Israel. Los cinco pórticos son los cinco libros de la Ley. La gente yace enferma en esos pórticos. La Ley puede diagnosticar el pecado, pero no curarlo; puede revelarle al hombre su debilidad, pero no remediarla. La Ley, como los pórticos, acoge a las almas enfermas, pero no puede darles la salud. Los treinta y ocho años representan los treinta y ocho años que los israelitas peregrinaron por el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida; o el número de siglos que la humanidad había pasado esperando al Mesías. El movimiento del agua representa el bautismo. De hecho, en el arte cristiano primitivo se representa a veces a un hombre saliendo de las aguas del bautismo con una camilla a las espaldas. Puede que nos sea posible ahora también leer todos esos sentidos entre líneas en esta historia; pero es muy poco probable que Juan la escribiera como una alegoría. Tiene el sello gráfico del hecho real. Pero haremos bien en recordar que cualquier historia bíblica nos enseña mucho más que un hecho histórico. Hay siempre verdades más profundas bajo la superficie, y hasta los relatos más sencillos nos colocan cara a cara con verdades eternas.

Pero como era sábado, los judíos dijeron al que había sido sanado: Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla. Aquel hombre les contestó: El que me devolvió la salud, me dijo: Alza tu camilla y anda. Ellos le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Alza tu camilla y anda? Pero el hombre no sabía quién lo había sanado, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que había allí. Después Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor. El hombre se fue y comunicó a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, pues hacía estas cosas en sábado. Pero Jesús les dijo: Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo. Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Un pobre hombre había sido sanado de una enfermedad que, humanamente hablando, era incurable. Podríamos suponer que aquello habría causado una alegría y gratitud general; pero algunos lo miraron como algo malo e impío. El que había sido sanado iba por las calles cargando con su camastro; los guardianes de la ortodoxia judía le pararon y le recordaron que el llevar una carga el día de reposo era quebrantar la Ley. Ya hemos visto lo que hacían los judíos con la Ley de Dios. Era la Ley una serie de grandes principios generales que se dejaba a cada persona el aplicar y cumplir; pero a través de los años los judíos la habían convertido en miles de reglas y prohibiciones. La Ley decía simplemente que había que considerar el sábado como un día especial, y que en él no tenían que hacer ningún trabajo las personas libres, ni sus esclavos, ni sus animales.

Los judíos entonces establecieron que había treinta y nueve clases de trabajos, a los que llamaban «trabajos padres», uno de los cuales era llevar cargas. Se basaban especialmente en dos pasajes. Jeremías había dicho: «Así ha dicho el Señor: Guardaos por vuestra vida de llevar cargas en sábado, o de meterlas por las puertas de Jerusalén. No saquéis cargas de vuestras casas en sábado ni hagáis ningún trabajo; sino santificad el sábado como mandé a vuestros antepasados»: Esto es lo que me dijo el Señor: «Ve y párate en la puerta de los hijos del pueblo, por la que entran y salen los reyes de Judá, y luego también en las otras puertas de Jerusalén. Diles esto: “Escuchen el mensaje del Señor, reyes, pueblo de Judá y habitantes de Jerusalén. Escuchen todos ustedes los que entran por estas puertas. Esto dice el Señor: ‘Protejan su vida y no lleven cargas el día descanso ni las metan por las puertas de Jerusalén. No saquen cargas de su casa el día de descanso ni hagan ningún trabajo ese día. Hagan del día de descanso un día sagrado, tal como se lo ordené a sus antepasados, aunque ellos no me escucharon ni me prestaron atención. Fueron tercos, me ignoraron y rechazaron mis intentos de corregirlos.

Para ellos todas estas minucias eran cuestiones de vida o muerte, así que no les cabía la menor duda de que el hombre de este pasaje estaba quebrantando la ley rabínica al llevar la cama a cuestas en sábado.
Se defendió diciendo que el Que le había sanado le había dicho que lo hiciera, y él ni siquiera sabía que había sido Jesús. Algo más adelante Jesús se le encontró en el templo; y el hombre se dio toda la prisa que pudo para decirles a las autoridades que la Persona en cuestión había sido Jesús. No quería buscarle líos a Jesús; pero la ley rabínica decía literalmente: «Si uno transporta cualquier cosa de un lugar público a una casa privada intencionadamente en sábado, será muerto a pedradas.» Aquel hombre estaba tratando de explicar que no era culpa suya lo que estaba haciendo. Así es que las autoridades dirigieron sus acusaciones contra Jesús. Los verbos del versículo 18 están en el tiempo imperfecto, que describe acciones repetidas en el pasado, como en castellano. Está claro que esta historia nos presenta un ejemplo de algo que Jesús hacía habitualmente. La defensa de Jesús era alucinante.

Dios no dejaba de obrar porque fuera sábado, y Él, Jesús, tampoco. Cualquier judío instruido tendría que reconocer la fuerza del argumento. Filón había dicho: «Dios nunca deja de obrar; porque, como le es propio al fuego producir calor y a la nieve frío, así Le es propio a Dios el obrar.» Y otro autor había dicho: «El Sol brilla; los ríos fluyen; los procesos de nacimiento y muerte suceden los sábados lo mismo que los otros días: así es la obra de Dios.»
Es verdad que según el relato de la Creación Dios descansó el séptimo día; pero descansó de la Creación; Sus obras de juicio y misericordia y compasión y amor prosiguen. Jesús dijo: «Aunque sea sábado, el amor y la misericordia y la compasión de Dios actúan; y Yo también.» Fue esta última afirmación la que escandalizó a los judíos, porque no podía querer decir nada más que la obra de Dios y la de Jesús eran la misma cosa. Parecía que Jesús se estaba colocando en igualdad con Dios. Lo que Jesús estaba diciendo en realidad lo vamos a ver en la sección siguiente; pero por el momento debemos tomar nota de que Jesús enseñaba que siempre hay que ayudar a los necesitados; que no hay tarea más importante que aliviar el dolor o la angustia de alguien, y que la compasión cristiana debe ser como la de Dios: incesante. Otras obras se pueden aplazar, pero no la de la compasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario