viernes, 11 de febrero de 2011

El problema de la Ley

No he venido a abolir la ley o los profetas, sino a darles plenitud.
Mt 5,17-37


Seguimos en el sermón del monte de MT. La lectura de hoy afronta un tema complicado para los primeros cristianos que eran todos judíos. Cómo armonizar la predicación y la vida de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado. Como en el caso de las bienaventuranzas no se trata de examinar casos concretos sino de descubrir el nuevo espíritu que tiene que abrirnos un horizonte nuevo en nuestra religiosidad.

Toda ley es humana. Dios no necesita de las leyes. Nosotros si. Pero la Ley una vez anunciada y nada más promulgada, está anticuada. Y es que el tiempo de Dios es diferente al nuestro. En realidad, el ser humano siempre tiene que estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor las exigencias de nuestro ser. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos de hoy tienen, no se hubieran atrevido a rectificarla.

Cuando hablamos de ley de Dios, no queremos decir que en un momento determinado, Dios haya comunicado directamente a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. Dios no posee nada, simplemente es. Dios sólo puede comunicar su voluntad a través del ser en la creación. En todos los seres está la impronta de Dios. Esa presencia es su “voluntad”

Para nosotros el caso paradigmático de este provecho de la experiencia de otra persona, es Moisés. Utilizando todos los medios que tenía a su alcance, supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de unir, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes¬tado de una manera especial, es que él supo aprove¬char las circunstan¬cias especia¬les para profundi¬zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismo, es decir que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.

¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que estamos acostumbrados a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente sólo externamente, aunque esté convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me golpee con el que viene por otro lado y evitar un accidente.

Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaros de saltarse la Ley de Moisés a la torera. Jesús no fue contra la ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. Esa actitud de Jesús es la que tenemos que adoptar todos en cualquier época. Siempre la voluntad de Dios estará más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.

El empeño de Jesús consistió en hacer pasar a la gente de una religiosidad externa a una religiosidad interna, es decir, pasar de un cumplimiento de leyes a un descubrimiento de las exigencias de mi propio ser. Esa revolución que intentó Jesús, está aún sin hacer. No sólo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas.

Vamos a comentar solo el primer contraste. “habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, y si uno mata, será condenado. Pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino catapultado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña a ir más allá del las acciones externas para poder descubrir su auténtico valor. Una actitud interna negativa, es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.

No es difícil de comprender lo que quiere decir; además lo explica muy bien a continuación: “si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y veta a reconciliarte con tu hermano…” En contra de lo que acabamos de leer, se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, sobre todo la confesión tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra supuesta relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. No queremos enterarnos.

Hay un matiz que solemos pasar por alto y que es la esencia de la propuesta. No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Domos por supuesto que el que falla es siempre el otro. Incluso cuando me enfado con él, es porque me ha hecho algo que me saca de quicio. La culpa la tienen siempre los demás. Es impresionante, si no fuera tan sabido: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo. Solo lo que hagas con relación a los demás lo estás haciendo con relación a Dios.

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