miércoles, 2 de febrero de 2011

Criterios Ecuménicos: mundo evangélico

En el contexto de sus relaciones inter-eclesiales, las iglesias evangélicas (protestantes) de hoy, se rigen más por su “doctrina”, (sus opiniones), que por el amor fraterno. Son estas opiniones las que muchas veces impiden que se acerquen al «otro».

En primer lugar, habría que tratar de las relaciones con las iglesias que consideramos hermanas y, que según nuestra opinión, siguen nuestra misma doctrina. Aquí entrarían las iglesias de nuestra «denominación». Algunas “familias de iglesias” se atribuyen una sinodalidad (caminar juntas), y otras subrayan su libertad (iglesias libres) para ejercer su misión. Aunque en esta fase de relación todo parecería más sencillo, muchas veces no es así, y las relaciones entre estos “hermanos” son más bien tensas.

En segundo lugar están las relaciones «inter-denominacionales», que desde el final del franquismo, han ido perdiendo la fuerza que las mantenía juntas: el “enemigo común”. En este nivel de relación la tensión es tan evidente que existen más propuestas de aislamiento que de unidad. Hay situaciones escandalosas en las que se le niega el derecho de la palabra al “otro” porque su doctrina no es la ortodoxa, (no es la sana doctrina)!

En tercer lugar están las relaciones con las otras iglesias cristianas, que son las relaciones ecuménicas propiamente dichas. A este nivel, las relaciones “institucionales” no pasan por un buen momento, pero a nivel de las “iglesias de base” las relaciones siguen siendo posibles y enriquecedoras.

En cuarto lugar estarían las relaciones inter-religiosas, con las otras confesiones religiosas y en quinto lugar, las relaciones inter-culturales con aquellos movimientos de solidaridad humana.

Como conviene a un cristiano, (y a un protestante), recurro a la Palabra para aproximarme a lo que nos dice el Maestro. He escogido un texto del evangelio de Marcos.

Y cuando estuvo en casa, Jesús les preguntó: --¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Pero ellos callaron, porque lo que habían disputado los unos con los otros en el camino era sobre quién era el más importante. Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: --Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos y el siervo de todos. Y tomó a un niño y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: --El que en mi nombre recibe a alguien como este niño, a mí me recibe; y el que a mí me recibe no me recibe a mí, sino al que me envió. Juan le dijo: --Maestro, vimos a alguien que echaba fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: --No se lo prohibáis, porque nadie que haga milagros en mi nombre podrá después hablar mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que jamás perderá su recompensa. Y a cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le atase una gran piedra de molino al cuello y que fuese echado al mar. Mc 9,33-42

Hoy en día, el mundo evangélico está muy preocupado por el “discipulado”. Y en este texto encontramos una lección para los verdaderos discípulos. Los discípulos prohíben, no por lo que hacen los otros (echar fuera demonios en nombre de Jesús) sino porque no les siguen a ellos. Estaban preocupados por el “seguimiento” como hoy estamos preocupados por el “discipulado”. Jesús está en contra de esta prohibición. La actitud de los discípulos en este pasaje está relacionada con la disputa interna de quién es el primero, el más importante, es un tema de autoridad.

Creo que aquí tenemos un buen criterio para nuestras relaciones fraternales, sean estas inter-denominacionales, ecuménicas o de cualquier otro signo. No se trata de “doctrina”, ni de “seguimiento”, sino de «dar un vaso de agua en nombre de Cristo». Reconocer al hermano en lo que hace en nombre de Cristo, este es el mejor criterio que nos evitará hacer tropezar a los más pequeños que creen en El

Samuel Fabra

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