El año pasado la escritora Anne Rice anunció que dejaba el cristianismo pero no a Cristo. En Facebook escribió: “Se me hace imposible ‘pertenecer’ a este grupo belicoso, hostil, quisquilloso y merecidamente infame. Lo he tratado por diez años. He fallado. Estoy fuera. Mi conciencia no me permite otra cosa”. La famosa escritora se declaraba libre de la religión organizada pero no libre de Jesús.
Rice no es un caso aislado. Muchos cristianos entre 20 y 30 años están dejando los sistemas burocráticos para unirse a una comunidad cristiana más familiar y alternativa. No es que no les guste la idea de una iglesia, sino que no les gusta lo que la iglesia ha llegado a ser.
No sólo los no-cristianos creen que la iglesia está llena de reglas, bancas y gente criticona. Los cristianos jóvenes también están en busca de algo más. Ansían un cristianismo más auténtico que no esté entorpecido por asociaciones indignas con la cultura corporativa y la mentalidad consumista.
Con la campaña de Barak Obama, todos podían unirse a la idea de que vamos a traer justicia, esperanza y vamos a terminar con la pobreza”, dice. “Desean unirse alrededor de cosas como estas y producir cambios”.Pero cuando se terminó la campaña política, la iglesia debería haber dicho: “Eso es lo que nosotros hacemos todo el tiempo”, dice.
A fin de vivir lo que dicen, están construyendo una iglesia a través del servicio. A veces pagan la cuenta de los que asisten a un café local o ayudan con las compras de supermercado. “Queremos que se nos conozca por lo que hacemos, no por lo que decimos”, dice. “Queremos que la gente diga: ‘Miren, eso es mostrar un espíritu de servicio”
El servicio de adoración también es práctico. Después de cantar, orar, escuchar y aprender, se invita a los miembros a que adoren en diferentes lugares en forma creativa. En un lugar los miembros trabajan en un proyecto comunitario como preparar botiquines de primeros auxilios. En otro lugar escriben cartas a los que están en la cárcel. La gente por debajo los 30 años está interesada en disciplinas espirituales, están comprometidos con la justicia social y desean participar en pequeñas comunidades de fe, donde puedan conocer y ser conocidos.
Mucho de lo que todavía se ofrece sobre el tema del ministerio con adultos jóvenes sigue los patrones antiguos. Pero la iglesia no se ha puesto al día sobre los adultos emergentes. La iglesia debería apoyar a los jóvenes adultos en iniciativas de ministerio que ellos mismos puedan desarrollar, lo cual incluye iglesias satélites y grupos monásticos.
En lugar de tratar de que los jóvenes adultos se unan a lo que hemos estado haciendo o que hagan lo que creemos deberían hacer, debemos poner atención y apoyar lo que el Espíritu Santo está haciendo en la vida de ellos. Pero esto rompe con nuestro pensamiento convencional, porque la gente de la iglesia teme que la tradición e identidad de la denominación se debilitaría o sería reemplazada por otra cosa, si se permite que los jóvenes adultos construyan sus propias experiencias alternativas de fe.
Piensan que o debemos hacerlo a su modo con el órgano de tubos y los vitrales, o tenemos que deshacernos de todo lo que amamos y valoramos, a fin de dejarlos hacer lo que está de moda. Pero no es que sigan una moda, quieren ser fieles al evangelio. Hay una diferencia radical entre tratar de que la gente venga a nuestra iglesia y tratar de empollarlos para que sean la iglesia en el mundo.
La iglesia hizo muy bien en crear el logo de “corazones abiertos, mentes abiertas, puertas abiertas, pero cuando las iglesias locales no viven ese lema, es desastroso para los jóvenes adultos. Los jóvenes cristianos están interesados en ser la iglesia, no en ir a la iglesia. Lo que ocurre es que a los jóvenes adultos simplemente no les interesa ayudar a que una organización sobreviva.
Mallory McCall
jueves, 24 de febrero de 2011
Buscad el Reino de Dios, lo demás se os dará por añadidura.
Mt 6,24-34
Estamos casi al final del sermón del monte de Mt. Al proponer la lectura del evangelio de hoy, la liturgia se ha saltado tres temas importantísimos del relato: limosna, oración y ayuno. Son temas más propios de cuaresma que estamos a punto de empezar y que se tratarán allí ampliamente. Hoy se nos propone una seria reflexión sobre lo que es importante y lo que es secundario a la hora de determinar los objetivos de nuestra vida. Lo realmente importante lo tendremos siempre porque no depende de nosotros, sino de Dios mismo. La confianza total tiene que estar fundamentada en esta realidad. Aunque lo secundario nos falle, mi confianza en lo esencial debe permanecer inalterable.
No es un tema fácil el que nos propone el evangelio de hoy. Lo que nos pide Jesús es un equilibrio entre lo material y lo espiritual, muy difícil de conseguir. Se puede pecar por los dos extremos. Estar volcado sobre lo material buscando todas las seguridades para satisfacer mis necesidades materiales y de esta manera olvidarse de que el ser humano debe aspirar a algo más que las exigencias de los instintos y sentidos. O por otra parte, despreocuparse completamente de procurar el sustento el vestido y todo lo que es imprescindible para conservar la vida, olvidando que tengo obligación de mantenerla. Ya Pablo vio este peligro y decía en una ocasión: El que no trabaja que no coma..."
No se nos pide que nos despreocupemos de las cosas materiales sino que no nos agobiemos por satisfacer esas necesidades. Tenemos obligación de procurar lo necesario para la vida, pero sin poner el objetivo de la existencia en ello. Comer para vivir y no vivir para comer. Es decir, preocuparme por satisfacer las necesidades de mi cuerpo, pero no quedarme simplemente en eso, sino buscar, además, mi plenitud como persona.
No se trata de una nueva escala de valores que Jesús se haya sábado de la manga. Se trata de tomar conciencia, como él, de que las exigencias de mi verdadero ser tienen un valor superior a todas las exigencias biológicas y sicológicas. Mientras no descubra mi verdadero ser y sus exigencias, será inútil que me dedica a hacer programaciones o a renunciar a lo que sigo pensando que es lo más importante para mí.
El problema que tiene el ser humano, es que puede desligar en cada instinto el objetivo final que cada uno tiene asignado y el placer que producen el satisfacer esos instintos. La evolución ha desarrollado gratificaciones automáticas agradables cada vez que sacio el apetito. Es precisamente una manera de garantizar que se cumpla el objetivo final que es alimentarme. El hombre, sin embargo, puede comer sólo para disfrutar del placer, sin buscar el aspecto de alimentación, e incluso yendo en contra de la salud del cuerpo. Sólo cuando ponemos nuestra inteligencia superior al servicio de la parte inferior, estamos tergiversando el instinto y lo convertimos en algo malo.
El espectacular desarrollo del cerebro permite al ser humano conseguir, con mayor facilidad que los animales, lo necesario para mantener la salud; de este modo, puede emplear tiempo y energías para desarrollar su capacidad mental, que le permite crecer en humanidad. Este crecimiento espiritual es, en este estadio de la evolución su verdadero objetivo. Si olvidando esta posibilidad se encierra en su animalidad, por mucho placer que pueda proporcionarle, se quedará sin alcanzar su última ay verdadera meta.
El problema está en que una vez que me he acostumbrado a buscar el placer sensorial, cada vez que prive a un sentido o instinto de ese placer sensible, el organismo biológico responderá causando dolor. Superar ese dolor es imprescindible si de verdad quiero llegar a una plenitud humano. La única manera de superarlo es tener claro cual es mi verdadero objetivo y descubrir las ventajas de ese esfuerzo que me traerá otra clase de satisfacciones mucho más profundas y humanas.
Ya en la primera alternativa que propone el texto, deja bien clara la postura del todo el párrafo. No podéis servir a Dios y al dinero. Debemos recordar que “mammona” era el dios dinero, y por lo tanto se trata de un servicio de adoración y sumisión. Esto es muy importante porque demuestra que nos está haciendo la comparación de una cosa y Dios, sino la contraposición de dos dioses. La traducción que reflejaría lo que dice el texto griego podría ser: no podéis servir al dios Mammon y al verdadero Dios. No quiere decir que usar el dinero sea idolatría. Lo que nos destroza es convertirnos en esclavos del dinero, porque esa actitud está manifestando nuestro apego a todo aquello que podemos adquirir con él.
Servir a Dios no significa machacarse en aras de un ser superior que me exige pleitesía y vasallaje. Así lo entendieron los seres humanos durante mucho tiempo. Se trata de llegar al máximo posible de mi plenitud, respondiendo así a lo que el creador “espera” de mí. Dios no puede querer de mí nada para Él. Lo único que espera de mí es que sea yo. No se trata de sacrificarse, sino de descubrir que es lo mejor para mí, teniendo en cuenta mis posibilidades como ser humano, sin caer en la trampa de conformarme con una vida puramente animal, por muy placentera que pueda ser.
Mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo. Hay que tener mucho cuidado con los ejemplos de los lirios y los pájaros. La comparación está hecha desde la idea de un Dios intervencionista, que influye directa y puntualmente en todos los acontecimientos de la historia, sean cósmicos o minúsculos. No somos lirios, y por lo tanto, tenemos la obligación de “ocuparnos” de las necesidades que nuestra biología exige. Tampoco somos pájaros, pero fijaros que los pájaros ya se ocupan de buscar el alimento cada día. No siembran, pero si recogen, aunque no almacenan. Muchos otros animales han aprendido a recoger y almacenar cuando hay abundancia de comida, para disponer de alimentos cuando falten. Lo que no hacen los animales es sufrir, no por hambre, sino por la pura especulación de que en un momento futuro les puedan faltar los alimentos.
Lo que nos quiere decir el texto es que la tierra produce alimento para todos. Si la comida no llega a todos, o es porque no se busca con ahínco o es porque alguno la acapara. En el caso del hombre tiene además la inteligencia necesaria para producirla, aunque también tiene el egoísmo de acapararla y no dejara que llegue a los demás; o de no hacer lo necesario para que llegue a todos. Incluso se ha llegado al disparate de preferir destruirla a facilitar la llegada al que la necesita.
Con frecuencia se ha predicado una engañosa confianza en Dios, esperando de Él todo lo que necesitamos aún en los aspectos más peregrinos. De muchos santos se alabado esta total confianza en Dios e incluso se ha sugerido que esa era la auténtica confianza, y que todo el que no llegara a ella, era imperfecto. El dejar en manos de Dios el satisfacer mis necesidades biológicas es una falta total de responsabilidad, y si en alguna ocasión se ha interpretado que Dios accedía a esas necesidades, no es más que una mala interpretación de los acontecimientos. Dios no es un tapagujeros, y menos va a sacarnos las castañas del fuego cuando lo podemos hacer nosotros tan ricamente.
No estéis agobiados pensando qué vais a comer o qué vais a vestir. Por dos veces se repite esta frase en la lectura de hoy. La importancia de este mensaje estriba en que entre todas las necesidades biológicas, las más perentorias para un ser humano son la comida y el vestido. Si ni siquiera las necesidades más urgentes nos tienen que preocupar en exceso, mucho menos todas las restantes que no llegan a tener esa urgencia.
Buscar primero el Reino de Dios. El Reino no se identifica con nada externo que tenga que venirnos de fuera, ni con nada que pueda cambiar mi aspecto biológico. El Reino es Dios mismo como fundamento inquebrantable de todo lo que soy. Todo lo demás no afecta a lo que realmente soy. Lo consiga o no lo consiga, mi verdadero yo no quedará afectado para nada. Aunque me falte la comida hasta morir de hambre, puedo seguir en mi plenitud de humanidad. Nuestra primera preocupación debe estar en desarrollar nuestro verdadero ser, todo lo demás, aunque sea imprescindible, es secundario.
Para mí, el resumen del mensaje está en la última frase: no os preocupéis por el mañana, a cada día le basta su propio afán. Aquí puede estar la verdadera enseñanza de los lirios y los pájaros. Nos invita a vivir el presente como la única manera de escapar a las tenazas de los razonamientos que pretenden engrandecer el ego y hacernos ver que si no lo potenciamos y le aseguramos su permanencia quedaremos sin consistencia. Todos los agobios proceden del falso yo individualista y egocéntrico, que pretende acaparar la atención y no deja espacio para descubrir lo que somos realmente. El único camino para escapar a ese agobio será descubrir que no soy ese “yo” preocupado por permanecer, sino otra realita que es más allá de todas las apariencias.
José A. Pagola.
Estamos casi al final del sermón del monte de Mt. Al proponer la lectura del evangelio de hoy, la liturgia se ha saltado tres temas importantísimos del relato: limosna, oración y ayuno. Son temas más propios de cuaresma que estamos a punto de empezar y que se tratarán allí ampliamente. Hoy se nos propone una seria reflexión sobre lo que es importante y lo que es secundario a la hora de determinar los objetivos de nuestra vida. Lo realmente importante lo tendremos siempre porque no depende de nosotros, sino de Dios mismo. La confianza total tiene que estar fundamentada en esta realidad. Aunque lo secundario nos falle, mi confianza en lo esencial debe permanecer inalterable.
No es un tema fácil el que nos propone el evangelio de hoy. Lo que nos pide Jesús es un equilibrio entre lo material y lo espiritual, muy difícil de conseguir. Se puede pecar por los dos extremos. Estar volcado sobre lo material buscando todas las seguridades para satisfacer mis necesidades materiales y de esta manera olvidarse de que el ser humano debe aspirar a algo más que las exigencias de los instintos y sentidos. O por otra parte, despreocuparse completamente de procurar el sustento el vestido y todo lo que es imprescindible para conservar la vida, olvidando que tengo obligación de mantenerla. Ya Pablo vio este peligro y decía en una ocasión: El que no trabaja que no coma..."
No se nos pide que nos despreocupemos de las cosas materiales sino que no nos agobiemos por satisfacer esas necesidades. Tenemos obligación de procurar lo necesario para la vida, pero sin poner el objetivo de la existencia en ello. Comer para vivir y no vivir para comer. Es decir, preocuparme por satisfacer las necesidades de mi cuerpo, pero no quedarme simplemente en eso, sino buscar, además, mi plenitud como persona.
No se trata de una nueva escala de valores que Jesús se haya sábado de la manga. Se trata de tomar conciencia, como él, de que las exigencias de mi verdadero ser tienen un valor superior a todas las exigencias biológicas y sicológicas. Mientras no descubra mi verdadero ser y sus exigencias, será inútil que me dedica a hacer programaciones o a renunciar a lo que sigo pensando que es lo más importante para mí.
El problema que tiene el ser humano, es que puede desligar en cada instinto el objetivo final que cada uno tiene asignado y el placer que producen el satisfacer esos instintos. La evolución ha desarrollado gratificaciones automáticas agradables cada vez que sacio el apetito. Es precisamente una manera de garantizar que se cumpla el objetivo final que es alimentarme. El hombre, sin embargo, puede comer sólo para disfrutar del placer, sin buscar el aspecto de alimentación, e incluso yendo en contra de la salud del cuerpo. Sólo cuando ponemos nuestra inteligencia superior al servicio de la parte inferior, estamos tergiversando el instinto y lo convertimos en algo malo.
El espectacular desarrollo del cerebro permite al ser humano conseguir, con mayor facilidad que los animales, lo necesario para mantener la salud; de este modo, puede emplear tiempo y energías para desarrollar su capacidad mental, que le permite crecer en humanidad. Este crecimiento espiritual es, en este estadio de la evolución su verdadero objetivo. Si olvidando esta posibilidad se encierra en su animalidad, por mucho placer que pueda proporcionarle, se quedará sin alcanzar su última ay verdadera meta.
El problema está en que una vez que me he acostumbrado a buscar el placer sensorial, cada vez que prive a un sentido o instinto de ese placer sensible, el organismo biológico responderá causando dolor. Superar ese dolor es imprescindible si de verdad quiero llegar a una plenitud humano. La única manera de superarlo es tener claro cual es mi verdadero objetivo y descubrir las ventajas de ese esfuerzo que me traerá otra clase de satisfacciones mucho más profundas y humanas.
Ya en la primera alternativa que propone el texto, deja bien clara la postura del todo el párrafo. No podéis servir a Dios y al dinero. Debemos recordar que “mammona” era el dios dinero, y por lo tanto se trata de un servicio de adoración y sumisión. Esto es muy importante porque demuestra que nos está haciendo la comparación de una cosa y Dios, sino la contraposición de dos dioses. La traducción que reflejaría lo que dice el texto griego podría ser: no podéis servir al dios Mammon y al verdadero Dios. No quiere decir que usar el dinero sea idolatría. Lo que nos destroza es convertirnos en esclavos del dinero, porque esa actitud está manifestando nuestro apego a todo aquello que podemos adquirir con él.
Servir a Dios no significa machacarse en aras de un ser superior que me exige pleitesía y vasallaje. Así lo entendieron los seres humanos durante mucho tiempo. Se trata de llegar al máximo posible de mi plenitud, respondiendo así a lo que el creador “espera” de mí. Dios no puede querer de mí nada para Él. Lo único que espera de mí es que sea yo. No se trata de sacrificarse, sino de descubrir que es lo mejor para mí, teniendo en cuenta mis posibilidades como ser humano, sin caer en la trampa de conformarme con una vida puramente animal, por muy placentera que pueda ser.
Mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo. Hay que tener mucho cuidado con los ejemplos de los lirios y los pájaros. La comparación está hecha desde la idea de un Dios intervencionista, que influye directa y puntualmente en todos los acontecimientos de la historia, sean cósmicos o minúsculos. No somos lirios, y por lo tanto, tenemos la obligación de “ocuparnos” de las necesidades que nuestra biología exige. Tampoco somos pájaros, pero fijaros que los pájaros ya se ocupan de buscar el alimento cada día. No siembran, pero si recogen, aunque no almacenan. Muchos otros animales han aprendido a recoger y almacenar cuando hay abundancia de comida, para disponer de alimentos cuando falten. Lo que no hacen los animales es sufrir, no por hambre, sino por la pura especulación de que en un momento futuro les puedan faltar los alimentos.
Lo que nos quiere decir el texto es que la tierra produce alimento para todos. Si la comida no llega a todos, o es porque no se busca con ahínco o es porque alguno la acapara. En el caso del hombre tiene además la inteligencia necesaria para producirla, aunque también tiene el egoísmo de acapararla y no dejara que llegue a los demás; o de no hacer lo necesario para que llegue a todos. Incluso se ha llegado al disparate de preferir destruirla a facilitar la llegada al que la necesita.
Con frecuencia se ha predicado una engañosa confianza en Dios, esperando de Él todo lo que necesitamos aún en los aspectos más peregrinos. De muchos santos se alabado esta total confianza en Dios e incluso se ha sugerido que esa era la auténtica confianza, y que todo el que no llegara a ella, era imperfecto. El dejar en manos de Dios el satisfacer mis necesidades biológicas es una falta total de responsabilidad, y si en alguna ocasión se ha interpretado que Dios accedía a esas necesidades, no es más que una mala interpretación de los acontecimientos. Dios no es un tapagujeros, y menos va a sacarnos las castañas del fuego cuando lo podemos hacer nosotros tan ricamente.
No estéis agobiados pensando qué vais a comer o qué vais a vestir. Por dos veces se repite esta frase en la lectura de hoy. La importancia de este mensaje estriba en que entre todas las necesidades biológicas, las más perentorias para un ser humano son la comida y el vestido. Si ni siquiera las necesidades más urgentes nos tienen que preocupar en exceso, mucho menos todas las restantes que no llegan a tener esa urgencia.
Buscar primero el Reino de Dios. El Reino no se identifica con nada externo que tenga que venirnos de fuera, ni con nada que pueda cambiar mi aspecto biológico. El Reino es Dios mismo como fundamento inquebrantable de todo lo que soy. Todo lo demás no afecta a lo que realmente soy. Lo consiga o no lo consiga, mi verdadero yo no quedará afectado para nada. Aunque me falte la comida hasta morir de hambre, puedo seguir en mi plenitud de humanidad. Nuestra primera preocupación debe estar en desarrollar nuestro verdadero ser, todo lo demás, aunque sea imprescindible, es secundario.
Para mí, el resumen del mensaje está en la última frase: no os preocupéis por el mañana, a cada día le basta su propio afán. Aquí puede estar la verdadera enseñanza de los lirios y los pájaros. Nos invita a vivir el presente como la única manera de escapar a las tenazas de los razonamientos que pretenden engrandecer el ego y hacernos ver que si no lo potenciamos y le aseguramos su permanencia quedaremos sin consistencia. Todos los agobios proceden del falso yo individualista y egocéntrico, que pretende acaparar la atención y no deja espacio para descubrir lo que somos realmente. El único camino para escapar a ese agobio será descubrir que no soy ese “yo” preocupado por permanecer, sino otra realita que es más allá de todas las apariencias.
José A. Pagola.
martes, 22 de febrero de 2011
El día empieza de noche
Jn.14:21
¿Cómo puedo vivir mi vida diaria como un cristiano si vivo en un mundo no cristiano? Esta es una pregunta que muchas personas se han hecho. Otros se las están haciendo hoy en día. Y otros se la harán antes de morir.
Quizás se nos ha olvidado pasar un día con Dios últimamente. Y pasar un día con Dios no hacer cosas diferentes a las que hacemos habitualmente. Quizás no se trata de hacer cosas nuevas, sino estar con Dios. Y estar con Dios incluye el irse a dormir y el despertarse.
La primera actividad del día es irse a dormir. Al menos eso era lo que pensaban los antiguos. Pero para nosotros el día comienza cuando suena el despertador, cuando sale el sol o cuando abre el Corte Inglés. Para los judíos el orden del día era otro. Dice en Gn. 1, y vino la noche y llegó la mañana, ese fue el primer día. Quizás esto de tener que dormir y recuperar fuerzas nos ha de recordar que no todo depende de nosotros, sino de Dios que sigue trabando cuando tú y yo dormimos. Pero hay otra realidad, a veces dormimos pocos o dormimos mal o no dormimos. Y esto tiene un precio, un precio relacional: la falta de suelo hace que las personas discutan en el matrimonio, con la familia, con los amigos y hasta con el que nos vende las frutas. Es difícil vivir con Dios si siempre estamos cansados, si tenemos sueño, si hemos dormido entre ranas.
¿Recuerdan la queja de Jesús en Getseman hacía los discípulos que se quedaban dormidos mientras oraban? ¿Por qué Jesús se queja si dormir es bueno? ¿Recuerdan el reproche de los discípulos a Jesús porque dormía en medio de la tempestad mientras ellos se morían de miedo? Parece que los discípulos tenemos un problema con el sueño, dormimos cuando tenemos que orar y no dormimos cuando tenemos que confiar. A esta situación los médicos le llaman trastorno del sueño.
¿Tú cómo duermes? ¿Eres disciplinado? Hacer arreglos para dormir lo suficiente es un acto de discipulado. Sabemos que dormimos lo suficiente cuando podemos orar cinco o más minutos sin cabecear. Pero hay personas que a penas comienzan con Padrenuestro… y ya están dando cabezadas.
Esto es indicador de varias cosas. Pero sobre todo de que estás llevando tus problemas o conflictos al dormitorio. Si es así, entonces has de recordar lo que dice Pablo: Si te enojas, no peques. Ef. 4: 26. Y es que la manera que nos vamos a dormir refleja la manera en que vas a vivir el siguiente día con Dios.
Ahora quisiera comentar algo sobre el despertar. ¿Cómo me puedo despertar yo con Dios? Quizás esto es una cosa difícil si aún no has tomado café. Hay dos tipos de personas: los que les gusta despertarse temprano y los que odian levantarse temprano. Personalmente sé que si no hago cosas temprano difícilmente las haré el resto del día. Personalmente sé que si no oro en la mañana o leo la Biblia temprano difícilmente lo haré antes de irme a la cama cuando estoy cansado. La manera en que leas la Biblia y ores así es la visión que tendrás de Dios.
Así que me he propuesto hacer tres cosas a penas me levanto.
1º Reconocer mi dependencia de Dios: Señor yo sólo no puedo. Haz de ayudarme.
2º Dile a Dios tus preocupaciones:
3º Invito a Dios a que pase el día conmigo.
Para los cristianos el principio del día no debería estar cargado ni lleno de preocupaciones, pero a veces la realidad es otra. Son tantas nuestras cargas que no podemos ver a Dios en la mañana, ni en la tarde y en realidad, en la noche menos que menos.
Quizás un buen consejo sea comenzar el día escuchando el silencio. Dejar que nuestras propias palabras y pensamientos hagan silencio. Quizás el secreto del estar con Dios sea dedicarle a El el primer pensamiento del día o las primeras palabras. Quizás.
¿Cómo puedo vivir mi vida diaria como un cristiano si vivo en un mundo no cristiano? Esta es una pregunta que muchas personas se han hecho. Otros se las están haciendo hoy en día. Y otros se la harán antes de morir.
Quizás se nos ha olvidado pasar un día con Dios últimamente. Y pasar un día con Dios no hacer cosas diferentes a las que hacemos habitualmente. Quizás no se trata de hacer cosas nuevas, sino estar con Dios. Y estar con Dios incluye el irse a dormir y el despertarse.
La primera actividad del día es irse a dormir. Al menos eso era lo que pensaban los antiguos. Pero para nosotros el día comienza cuando suena el despertador, cuando sale el sol o cuando abre el Corte Inglés. Para los judíos el orden del día era otro. Dice en Gn. 1, y vino la noche y llegó la mañana, ese fue el primer día. Quizás esto de tener que dormir y recuperar fuerzas nos ha de recordar que no todo depende de nosotros, sino de Dios que sigue trabando cuando tú y yo dormimos. Pero hay otra realidad, a veces dormimos pocos o dormimos mal o no dormimos. Y esto tiene un precio, un precio relacional: la falta de suelo hace que las personas discutan en el matrimonio, con la familia, con los amigos y hasta con el que nos vende las frutas. Es difícil vivir con Dios si siempre estamos cansados, si tenemos sueño, si hemos dormido entre ranas.
¿Recuerdan la queja de Jesús en Getseman hacía los discípulos que se quedaban dormidos mientras oraban? ¿Por qué Jesús se queja si dormir es bueno? ¿Recuerdan el reproche de los discípulos a Jesús porque dormía en medio de la tempestad mientras ellos se morían de miedo? Parece que los discípulos tenemos un problema con el sueño, dormimos cuando tenemos que orar y no dormimos cuando tenemos que confiar. A esta situación los médicos le llaman trastorno del sueño.
¿Tú cómo duermes? ¿Eres disciplinado? Hacer arreglos para dormir lo suficiente es un acto de discipulado. Sabemos que dormimos lo suficiente cuando podemos orar cinco o más minutos sin cabecear. Pero hay personas que a penas comienzan con Padrenuestro… y ya están dando cabezadas.
Esto es indicador de varias cosas. Pero sobre todo de que estás llevando tus problemas o conflictos al dormitorio. Si es así, entonces has de recordar lo que dice Pablo: Si te enojas, no peques. Ef. 4: 26. Y es que la manera que nos vamos a dormir refleja la manera en que vas a vivir el siguiente día con Dios.
Ahora quisiera comentar algo sobre el despertar. ¿Cómo me puedo despertar yo con Dios? Quizás esto es una cosa difícil si aún no has tomado café. Hay dos tipos de personas: los que les gusta despertarse temprano y los que odian levantarse temprano. Personalmente sé que si no hago cosas temprano difícilmente las haré el resto del día. Personalmente sé que si no oro en la mañana o leo la Biblia temprano difícilmente lo haré antes de irme a la cama cuando estoy cansado. La manera en que leas la Biblia y ores así es la visión que tendrás de Dios.
Así que me he propuesto hacer tres cosas a penas me levanto.
1º Reconocer mi dependencia de Dios: Señor yo sólo no puedo. Haz de ayudarme.
2º Dile a Dios tus preocupaciones:
3º Invito a Dios a que pase el día conmigo.
Para los cristianos el principio del día no debería estar cargado ni lleno de preocupaciones, pero a veces la realidad es otra. Son tantas nuestras cargas que no podemos ver a Dios en la mañana, ni en la tarde y en realidad, en la noche menos que menos.
Quizás un buen consejo sea comenzar el día escuchando el silencio. Dejar que nuestras propias palabras y pensamientos hagan silencio. Quizás el secreto del estar con Dios sea dedicarle a El el primer pensamiento del día o las primeras palabras. Quizás.
Jetro y el pensamiento creativo.
Tema 5
El Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia.
Miércoles 23 5.30 pm
I. Introducción.
Generalmente asociamos la creatividad con procesos artísticos; peor hay otra dimensión de el que está relacionado con los procesos mentales que activan procesos imaginativos e ideas insólitas. Cuando llegan las crisis a nuestra vida hay que tener creatividad para enfrentarlas. Y es que cuando aparecen obstáculos hay que encontrar nuevos caminos y cambiar nuestra manera de actuar. Las personas resilientes son las que piensan de manera creativa, original y flexible.
Una persona es inteligente cuando puede entender el mundo en que vive y está dispuesto a cambiar aquellas cosas que son necesarias para vivir mejor. Por eso opiniones como “esto es así” o “tenemos que cambiar” cobran mucha importancia en nuestros días. Una persona es creativa cuando elabora nuevas ideas. Una persona es innovadora cuando realiza con éxito las nuevas ideas. Frente a esta opción está la otra, la de repetir los esquemas y actitudes que vimos en nuestros padres o en la sociedad. A esta actitud se le denomina pensamiento reproductivo.
II. Jetro.
Es un personaje del Antiguo Testamento. Lo que se sabe sobre él se encuentra en el libro del Éxodo. Fue sacerdote de Madían, una tierra que se extendía desde el este del Mar Muerto hasta el Sinaí. La Biblia cuenta que su hija Séfora se casó con Moisés cuando éste había huido de Egipto por haber matado un hombre que maltrataba a un esclavo hebreo. Moisés trabajó como pastor durante cuarenta años antes de volver a Egipto para llevar a los hebreos a Canaán, la tierra prometida.
Después de la salida de Egipto Moisés actuó como juez delante del pueblo, pero al ver las largas jornadas y lo poco efectiva que eran estas secciones Jetro se acerca a donde está Moisés y le da el siguiente consejo:
Elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de cincuenta y jefes de diez.
Ellos juzgarán al pueblo en todo momento; te presentarán a ti los asuntos más graves, pero en los asuntos de menor importancia, juzgarán ellos. Así se aliviará tu carga, pues ellos te ayudarán a llevarla. Éx. 18: 21-22
III. ¿Cómo no buscar soluciones a nuestros problemas?
Sabemos que nuestra manera de buscar soluciones a nuestros problemas es errada cuando una y otra vez se producen los mismos resultados y no los que nosotros esperamos. Cuando somos consientes que nuestra manera de resolver el asunto no es el adecuado estamos en condiciones de asumir que tenemos que realizar cambios en nuestra estrategias. Y a veces esos cambios han de comenzar por nosotros mismos. Las personas que están dispuestas a modificar su manera de actuar para obtener resultados personales o sociales no suelen acumular estados de crisis. Los que por el contrario no suelen aceptar su responsabilidad personal en las circunstancias en que viven o pretenden resolver sus problemas de la misma manera que cuando tenía 10 años suelen presentar cuatros sistemáticos de crisis y su situación suele ser desesperación y desesperanza. Es sorprendente la cantidad de personas que se dicen cristianas; pero que optan por un estado de inmovilismo total a la hora de buscar soluciones.
1º ¿Ante un problema busco soluciones o me quedo hipnotizado?
2º ¿Ante una situación de crisis me limito a lamentarte o prefiero superar este estado?
IV. Convicciones y rituales.
Todas las personas tienen convicciones y practican rituales. Por ejemplo cada uno de nosotros tiene una manera de colocar la mesa, de decorar su casa, de decir lo que piensa sobre la muerte digna, sobre el aborto, etc. Pero cuando estas convicciones o practicas están anquilosadas, o sea, no nos dejan ver otras opciones, entonces no podemos tener acceso a buscar nuevas soluciones a problemas de nuestra vida.
Frases típicas que nos impiden salir de nuestro “destino”.
a) La cabra siempre tira al monte: No siempre es así, podemos cambiar nuestra conducta. Ej. Los hijos no han de pagar los errores de los padres.
b) Con nosotros eso no funciona: No hay salida. No hay futuro. Es un asunto grave. Nosotros no podemos. Ej. Cinco panes y siete peces.
c) Es muy fácil decirlo: Esto se dice en forma de reproche casi siempre. Pero lo que dice en verdad es que hay un bloqueo para que las cosas cambien. Ej. Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto.
d) Eso no es más que una gota en medio del océano: No hay soluciones válidas. No hay soluciones pequeñas. No hay que tomar medidas temporales. No creemos en los remedios parciales.
e) Siempre lo hemos hecho así: Con esta frase lapidamos toda creatividad o cambio. O lo haces así o no hagas nada. Ej. No se podía curar los sábados
Las personas que suelen usar este tipo de frases cuando las conocemos bien descubrimos que no sólo son poco flexibles sino que son indecisas, lamentan las posibilidades que han tenido en la vida después que ya han pasado y confían que muchas de sus situaciones se las han de resolver los demás sin que ellos muevan un dedo.
La otra cara de la manera sería las personas que por roles familiares o sociales están tentados a buscar soluciones constantemente a los problemas de los demás. Y las buscan de manera rápida y para siempre. Esta tensión les hace vivir en una constante zozobra. Se sienten agobiados. Nunca pueden tener una nueva idea de las cosas.
¿Y tú? ¿Cómo resuelves tus problemas?
El Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia.
Miércoles 23 5.30 pm
I. Introducción.
Generalmente asociamos la creatividad con procesos artísticos; peor hay otra dimensión de el que está relacionado con los procesos mentales que activan procesos imaginativos e ideas insólitas. Cuando llegan las crisis a nuestra vida hay que tener creatividad para enfrentarlas. Y es que cuando aparecen obstáculos hay que encontrar nuevos caminos y cambiar nuestra manera de actuar. Las personas resilientes son las que piensan de manera creativa, original y flexible.
Una persona es inteligente cuando puede entender el mundo en que vive y está dispuesto a cambiar aquellas cosas que son necesarias para vivir mejor. Por eso opiniones como “esto es así” o “tenemos que cambiar” cobran mucha importancia en nuestros días. Una persona es creativa cuando elabora nuevas ideas. Una persona es innovadora cuando realiza con éxito las nuevas ideas. Frente a esta opción está la otra, la de repetir los esquemas y actitudes que vimos en nuestros padres o en la sociedad. A esta actitud se le denomina pensamiento reproductivo.
II. Jetro.
Es un personaje del Antiguo Testamento. Lo que se sabe sobre él se encuentra en el libro del Éxodo. Fue sacerdote de Madían, una tierra que se extendía desde el este del Mar Muerto hasta el Sinaí. La Biblia cuenta que su hija Séfora se casó con Moisés cuando éste había huido de Egipto por haber matado un hombre que maltrataba a un esclavo hebreo. Moisés trabajó como pastor durante cuarenta años antes de volver a Egipto para llevar a los hebreos a Canaán, la tierra prometida.
Después de la salida de Egipto Moisés actuó como juez delante del pueblo, pero al ver las largas jornadas y lo poco efectiva que eran estas secciones Jetro se acerca a donde está Moisés y le da el siguiente consejo:
Elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de cincuenta y jefes de diez.
Ellos juzgarán al pueblo en todo momento; te presentarán a ti los asuntos más graves, pero en los asuntos de menor importancia, juzgarán ellos. Así se aliviará tu carga, pues ellos te ayudarán a llevarla. Éx. 18: 21-22
III. ¿Cómo no buscar soluciones a nuestros problemas?
Sabemos que nuestra manera de buscar soluciones a nuestros problemas es errada cuando una y otra vez se producen los mismos resultados y no los que nosotros esperamos. Cuando somos consientes que nuestra manera de resolver el asunto no es el adecuado estamos en condiciones de asumir que tenemos que realizar cambios en nuestra estrategias. Y a veces esos cambios han de comenzar por nosotros mismos. Las personas que están dispuestas a modificar su manera de actuar para obtener resultados personales o sociales no suelen acumular estados de crisis. Los que por el contrario no suelen aceptar su responsabilidad personal en las circunstancias en que viven o pretenden resolver sus problemas de la misma manera que cuando tenía 10 años suelen presentar cuatros sistemáticos de crisis y su situación suele ser desesperación y desesperanza. Es sorprendente la cantidad de personas que se dicen cristianas; pero que optan por un estado de inmovilismo total a la hora de buscar soluciones.
1º ¿Ante un problema busco soluciones o me quedo hipnotizado?
2º ¿Ante una situación de crisis me limito a lamentarte o prefiero superar este estado?
IV. Convicciones y rituales.
Todas las personas tienen convicciones y practican rituales. Por ejemplo cada uno de nosotros tiene una manera de colocar la mesa, de decorar su casa, de decir lo que piensa sobre la muerte digna, sobre el aborto, etc. Pero cuando estas convicciones o practicas están anquilosadas, o sea, no nos dejan ver otras opciones, entonces no podemos tener acceso a buscar nuevas soluciones a problemas de nuestra vida.
Frases típicas que nos impiden salir de nuestro “destino”.
a) La cabra siempre tira al monte: No siempre es así, podemos cambiar nuestra conducta. Ej. Los hijos no han de pagar los errores de los padres.
b) Con nosotros eso no funciona: No hay salida. No hay futuro. Es un asunto grave. Nosotros no podemos. Ej. Cinco panes y siete peces.
c) Es muy fácil decirlo: Esto se dice en forma de reproche casi siempre. Pero lo que dice en verdad es que hay un bloqueo para que las cosas cambien. Ej. Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto.
d) Eso no es más que una gota en medio del océano: No hay soluciones válidas. No hay soluciones pequeñas. No hay que tomar medidas temporales. No creemos en los remedios parciales.
e) Siempre lo hemos hecho así: Con esta frase lapidamos toda creatividad o cambio. O lo haces así o no hagas nada. Ej. No se podía curar los sábados
Las personas que suelen usar este tipo de frases cuando las conocemos bien descubrimos que no sólo son poco flexibles sino que son indecisas, lamentan las posibilidades que han tenido en la vida después que ya han pasado y confían que muchas de sus situaciones se las han de resolver los demás sin que ellos muevan un dedo.
La otra cara de la manera sería las personas que por roles familiares o sociales están tentados a buscar soluciones constantemente a los problemas de los demás. Y las buscan de manera rápida y para siempre. Esta tensión les hace vivir en una constante zozobra. Se sienten agobiados. Nunca pueden tener una nueva idea de las cosas.
¿Y tú? ¿Cómo resuelves tus problemas?
lunes, 21 de febrero de 2011
Lo primero.
Mateo 6, 24-34
«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
No es una pregunta más. Es decisivo saber si estamos siendo fieles al objetivo prioritario marcado por Jesús, o estamos desarrollando una religiosidad que nos está desviando de la pasión que llevaba él en su corazón. ¿No hemos de corregir la dirección y centrar nuestro cristianismo con más fidelidad en el proyecto del reino de Dios?
La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. Al mismo tiempo que vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos, no duda en criticar una religión que observa el sábado y cuida el culto mientras olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios.
El cristianismo no es una religión más, que ofrece unos servicios para responder a la necesidad de Dios que tiene el ser humano. Es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús?
Tal vez, la manera más práctica de reorientar nuestras comunidades hacia el reino de Dios y su justicia es comenzar por cuidar más la acogida. No se trata de descuidar la celebración cultual, sino de desarrollar mucho más la acogida, la escucha y el acompañamiento a la gente en sus penas, trabajos y esperanzas. Compartir el sufrimiento de las personas nos puede ayudar a comprender mejor nuestro objetivo: contribuir desde el Evangelio a un mundo más humano.
Lo primero no es la Iglesia, sino el reino de Dios. Si queremos una Iglesia más evangélica es porque buscamos contribuir desde ella a buscar un mundo más humano.
José Antonio Pagola
«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
No es una pregunta más. Es decisivo saber si estamos siendo fieles al objetivo prioritario marcado por Jesús, o estamos desarrollando una religiosidad que nos está desviando de la pasión que llevaba él en su corazón. ¿No hemos de corregir la dirección y centrar nuestro cristianismo con más fidelidad en el proyecto del reino de Dios?
La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. Al mismo tiempo que vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos, no duda en criticar una religión que observa el sábado y cuida el culto mientras olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios.
El cristianismo no es una religión más, que ofrece unos servicios para responder a la necesidad de Dios que tiene el ser humano. Es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús?
Tal vez, la manera más práctica de reorientar nuestras comunidades hacia el reino de Dios y su justicia es comenzar por cuidar más la acogida. No se trata de descuidar la celebración cultual, sino de desarrollar mucho más la acogida, la escucha y el acompañamiento a la gente en sus penas, trabajos y esperanzas. Compartir el sufrimiento de las personas nos puede ayudar a comprender mejor nuestro objetivo: contribuir desde el Evangelio a un mundo más humano.
Lo primero no es la Iglesia, sino el reino de Dios. Si queremos una Iglesia más evangélica es porque buscamos contribuir desde ella a buscar un mundo más humano.
José Antonio Pagola
El fariseo y el publicano 3.0
El creyente es un ser humano siempre en peligro. Las certezas y las seguridades, tan presentes en el fenómeno religioso, lo colocan en situaciones que lo invitan a juzgar a los demás. Y esto, como digo, es muy peligroso. No sólo para los demás, ésos que acaban siendo diana de sus juicios, sino para sí mismo. Nada es más pernicioso para alguien, y sobre todo para un creyente, que sentirse superior, más y mejor dotado para imponer su opinión.
Por eso, quiero compartir con vosotros una “neoparábola” para “neoconversos”, y también para “arcaicoconversos”. Disculpadme el poquito de mala uva que destila. No es mi intención molestar a nadie, sino mostrar en qué podemos convertirnos los creyentes, siempre en peligro. Ahí va:
El publicano bajaba de la colina del Templo de Jerusalén “justificado”, esto es, consciente de que había llegado a ser amigo de Dios. Bajaba alegre, mirando al cielo y saludando cordialmente hasta a los desconocidos, con los que se cruzaba. Era el prototipo del hombre que acaba de recibir la buena noticia del evangelio, y que se la ha creído. Aquella noche no pudo dormir de la alegría.
El fariseo bajaba de la colina del Templo desconcertado. No entendía la lógica de Dios. Él siempre había querido superar el puro ritualismo. Estaba absolutamente convencido de que las ofrendas que presentaba en el Templo no serían gratas a Dios si a la vez no cumplía sus mandamientos, o si ofendía a un hermano. Por eso había subido al Templo para presentar a Dios, junto con el sacrificio litúrgico del cordero ritual del holocausto perpetuo, el sacrificio vital de su buen comportamiento personal, familiar y profesional. No le había pedido a Dios ningún favor egoísta. Tampoco había hecho ostentación de sus buenas obras, como si creyera que con ellas se hacía merecedor de la recompensa divina, sino que, teniéndolo todo por don de Dios, había empezado su oración diciéndole: “Oh Dios, te doy gracias porque…”. Aquella noche no pudo dormir de la tristeza.
Amaneció un nuevo día. El segundo día es a veces más delicado que el primero. El fariseo y el publicano subieron de nuevo al Templo a orar.
El fariseo continuaba desconcertado. La noche de insomnio no le había aclarado las ideas. Estaba desconsolado por la sentencia condenatoria que le había caído encima el día anterior. No paraba de dar vueltas al problema de dónde podía radicar el fallo de su sistema religioso. Aquel día no empezó su oración diciendo “Oh Dios, te doy gracias”, sino “Oh Dios, no te entiendo”.
El publicano había subido al Templo con la euforia típica de los neoconversos. Como ya era amigo de Dios, entró en el Templo como Pedro por su casa. Ya no tenía por qué quedarse al fondo de todo, y menos aún golpearse el pecho lleno de compunción. A empujones y codazos se abrió paso hasta la primera fila y, mirando al cielo y levantando sus brazos en actitud de oración, rezó así:
“Oh Dios, te doy gracias porque no soy como este fariseo, que desconoce tu misericordia y presume de sus buenas obras. Le estuvo muy bien lo que ayer le dijiste. Ahora ya no hace falta que yo siga implorando tu misericordia, porque sería como dudar de tu perdón. Cierto que había acumulado muchas riquezas con los impuestos que había recaudado indebidamente, pero daré la mitad a los pobres y restituiré el cuádruplo. Ya verás qué impacto causa en Jerusalén mi conversión”.
Entonces Dios le dijo: “Yo te aseguro que la forma más refinada de fariseísmo es pretender hacerse pasar por publicano, y todo aquél que se sienta demasiado satisfecho de haberse arrepentido tendrá que arrepentirse de haberse sentido demasiado satisfecho”.
Aquella noche ni el publicano ni el fariseo pudieron dormir, de tan preocupados como estaban.
Amaneció un tercer día. El tercer día es a veces el decisivo. El fariseo y el publicano ya se habían hecho amigos y subieron juntos al Templo. Se quedaron los dos en un lugar discreto, ni en primera fila ni al fondo y, sin levantar demasiado la vista dijeron a coro: “Oh Dios, cuéntanos de una vez qué es o que hace y qué es lo que impide que quede uno justificado”.
Entonces el Señor les respondió: “Lo que impide quedar justificado es empecinarse en clasificar a los demás dividiéndolos en fariseos y publicanos. Y lo que justifica es que, habiendo reconocido uno que lleva dentro un fariseo y a la vez un publicano, estrangules al fariseo para dejar que yo pueda convertir y salvar al publicano”.
Después de todo lo sucedido y de lo que Dios había dicho, el fariseo pensaba que ya casi había desentrañado la cuestión, pero todavía se atrevió a formular una última pregunta: “Así, pues, para estar yo seguro…”. Pero el Señor lo atajó diciéndole: “Esto es precisamente, hijo mío, lo que no te conviene y has de tratar de evitar: estar seguro”.
Aquella noche tanto el fariseo como el publicano tenían mucho sueño y durmieron de un tirón, como un niño en brazos de su madre.
Juan Ramón Junqueras
Por eso, quiero compartir con vosotros una “neoparábola” para “neoconversos”, y también para “arcaicoconversos”. Disculpadme el poquito de mala uva que destila. No es mi intención molestar a nadie, sino mostrar en qué podemos convertirnos los creyentes, siempre en peligro. Ahí va:
El publicano bajaba de la colina del Templo de Jerusalén “justificado”, esto es, consciente de que había llegado a ser amigo de Dios. Bajaba alegre, mirando al cielo y saludando cordialmente hasta a los desconocidos, con los que se cruzaba. Era el prototipo del hombre que acaba de recibir la buena noticia del evangelio, y que se la ha creído. Aquella noche no pudo dormir de la alegría.
El fariseo bajaba de la colina del Templo desconcertado. No entendía la lógica de Dios. Él siempre había querido superar el puro ritualismo. Estaba absolutamente convencido de que las ofrendas que presentaba en el Templo no serían gratas a Dios si a la vez no cumplía sus mandamientos, o si ofendía a un hermano. Por eso había subido al Templo para presentar a Dios, junto con el sacrificio litúrgico del cordero ritual del holocausto perpetuo, el sacrificio vital de su buen comportamiento personal, familiar y profesional. No le había pedido a Dios ningún favor egoísta. Tampoco había hecho ostentación de sus buenas obras, como si creyera que con ellas se hacía merecedor de la recompensa divina, sino que, teniéndolo todo por don de Dios, había empezado su oración diciéndole: “Oh Dios, te doy gracias porque…”. Aquella noche no pudo dormir de la tristeza.
Amaneció un nuevo día. El segundo día es a veces más delicado que el primero. El fariseo y el publicano subieron de nuevo al Templo a orar.
El fariseo continuaba desconcertado. La noche de insomnio no le había aclarado las ideas. Estaba desconsolado por la sentencia condenatoria que le había caído encima el día anterior. No paraba de dar vueltas al problema de dónde podía radicar el fallo de su sistema religioso. Aquel día no empezó su oración diciendo “Oh Dios, te doy gracias”, sino “Oh Dios, no te entiendo”.
El publicano había subido al Templo con la euforia típica de los neoconversos. Como ya era amigo de Dios, entró en el Templo como Pedro por su casa. Ya no tenía por qué quedarse al fondo de todo, y menos aún golpearse el pecho lleno de compunción. A empujones y codazos se abrió paso hasta la primera fila y, mirando al cielo y levantando sus brazos en actitud de oración, rezó así:
“Oh Dios, te doy gracias porque no soy como este fariseo, que desconoce tu misericordia y presume de sus buenas obras. Le estuvo muy bien lo que ayer le dijiste. Ahora ya no hace falta que yo siga implorando tu misericordia, porque sería como dudar de tu perdón. Cierto que había acumulado muchas riquezas con los impuestos que había recaudado indebidamente, pero daré la mitad a los pobres y restituiré el cuádruplo. Ya verás qué impacto causa en Jerusalén mi conversión”.
Entonces Dios le dijo: “Yo te aseguro que la forma más refinada de fariseísmo es pretender hacerse pasar por publicano, y todo aquél que se sienta demasiado satisfecho de haberse arrepentido tendrá que arrepentirse de haberse sentido demasiado satisfecho”.
Aquella noche ni el publicano ni el fariseo pudieron dormir, de tan preocupados como estaban.
Amaneció un tercer día. El tercer día es a veces el decisivo. El fariseo y el publicano ya se habían hecho amigos y subieron juntos al Templo. Se quedaron los dos en un lugar discreto, ni en primera fila ni al fondo y, sin levantar demasiado la vista dijeron a coro: “Oh Dios, cuéntanos de una vez qué es o que hace y qué es lo que impide que quede uno justificado”.
Entonces el Señor les respondió: “Lo que impide quedar justificado es empecinarse en clasificar a los demás dividiéndolos en fariseos y publicanos. Y lo que justifica es que, habiendo reconocido uno que lleva dentro un fariseo y a la vez un publicano, estrangules al fariseo para dejar que yo pueda convertir y salvar al publicano”.
Después de todo lo sucedido y de lo que Dios había dicho, el fariseo pensaba que ya casi había desentrañado la cuestión, pero todavía se atrevió a formular una última pregunta: “Así, pues, para estar yo seguro…”. Pero el Señor lo atajó diciéndole: “Esto es precisamente, hijo mío, lo que no te conviene y has de tratar de evitar: estar seguro”.
Aquella noche tanto el fariseo como el publicano tenían mucho sueño y durmieron de un tirón, como un niño en brazos de su madre.
Juan Ramón Junqueras
viernes, 18 de febrero de 2011
El momento más grande de tu vida.
Éx.8:1-6 Domingo 20.02.2011
Si alguien te preguntará cual ha sido el momento más grande de tu vida ¿qué responderías?
A Uds. sólo les conozco un poco, pero sé que han pasado por momentos extraordinarios y por eso han llegado esta mañana hasta aquí. Quizás el momento más grande sea el de ahora. Y digo esto porque quizás ahora tú puedas encontrarte con Dios. Si los reformados tuviéramos otro sacramento, este sacramento sería el del encuentro con Dios en este momento. En este instante. Y es que ahora nuestro aire está lleno de Dios, Nuestro espacio lo compartimos con El. El ha cumplido su promesa y está en medio de nosotros. Si Dios va a hablarte hoy lo hará en este momento cuando estás rodeado de las personas que comparten tu fe. Si Dios va a bendecirte lo hará ahora, en este día.
Si este es el momento más grande de tu vida, entonces quiero compartir contigo la palabra más peligrosa del castellano. Se haya en el relato que hemos escuchado del libro de Éxodo. Por siglos los hebreos han estado de esclavos en Egipto y ahora quieren libertad. Es el conflicto entre los sindicatos y la empresa. El Faraón es un empresario duro. Moisés es el jefe de los obreros, pero le falta fuerza y los obreros están desanimados. Así que Dios le da a Moisés algunas buenas fichas para que haga bien su trabajo de reclamar. Le da diez plagas. La segunda de las plagas es a mí entender la más memorable. Dios envía un ejército de ranas a que se meta en el palacio del Faraón, en su comida, en su cama.
Los estudiosos del Antiguo Testamento creen que de lo que se trata aquí es de ridiculizar al Faraón. No se puede comer si hay ranas por todos los sitios, no se puede dormir ranas si para donde quiera que te das la vuelta hay ranas. Y es que hay ranas por todos los sitios.
Así que el Faraón le pide a Moisés que haga una oración para eliminar las ranas. Moisés que es muy cortés le dice que decida el Faraón donde quiere que haga la oración. La respuesta del Faraón es de una sola palabra: mañana. Esta es la palabra más peligrosa del castellano: mañana. Esperemos a mañana. El faraón prefiere pasar otra noche molesta rodeado de ranas a perder sus esclavos. Esta actitud no solo es incomprensible sino que se vuelve irracional.
Los seres humanos somos muchas veces como el Faraón. Preferimos tolerar y convivir con cosas desagradables en nuestras vidas que deshacernos de ellas. Tres ejemplos: 1º. Una mujer que guarda rencor contra su esposo no solo la priva de amor, sino que está destruyendo su propia vida. 2º. Un hombre adicto al sexo vuelve una y otra vez a Internet aunque sabe que se está destruyendo y después se siente culpable. 3º. Un hombre ahogado en deudas ve algo que le gusta y saca su tarjeta de crédito y lo compra.
Mañana es la palabra más peligrosa que podremos pronunciar en Aragón. Puede hacernos manejar mal el dinero, puede significar problemas en el trabajo o en la familia, puede erosionar nuestra estima y emociones. Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Aquí y ahora.
Lo que más importa es que Dios está presente en este instante y que se ofrece su colaboración para que puedas vivir tu vida. ¿Le responderás mañana? Es el autor de la carta a los hebreos el que nos recuerda: Si hoy escucháis lo que Dios dice, no endurezcáis vuestro corazón…
La mayoría de nosotros hemos fijado condiciones a nuestra mente y creemos que cuando se cumplan esos criterios ese será el comienzo del momento más grande de nuestras vidas. De hecho creemos que en algún lugar del futuro está nuestro encuentro con Dios. Que para colaborar con El hay que esperar a mañana. Decimos, por ejemplo, cuando nuestros hijos sean mayores podremos hacer más cosas por la iglesia, cuando no tenga tanto trabajo podré ir y estar con mis hermanos, cuando sea más disciplinado podré leer la Biblia, cuando aprenda a orar podré hablar con Dios, cuando sea más consagrado me comportaré como un cristiano y así hacemos nuestras listas. Pero son listas donde lo importante se deja siempre para mañana.
Algunos que se dicen cristianos pasan toda su vida en este marco mental. Cuando la palabra nos dice que Dios está más cerca de lo que tú piensas, quiere decir que El está disponible para ti en este mismo momento, aquí y ahora. Siempre ahora. Solo ahora.
Una diferencia entre el cristianismo y otros modelos de fe podríamos verla en la manera en que otros sistemas de creencias buscan espacios sagrados, nosotros los cristianos hacemos sagrado el lugar donde estamos; pero más que un lugar buscamos un tiempo, por eso Israel guardó el día de reposo y lo hizo sagrado, para encontrarse con Dios. Y es que para el hombre la vida está formada por tiempo, no por lugares.
Si alguien te preguntará cual ha sido el momento más grande de tu vida ¿qué responderías?
A Uds. sólo les conozco un poco, pero sé que han pasado por momentos extraordinarios y por eso han llegado esta mañana hasta aquí. Quizás el momento más grande sea el de ahora. Y digo esto porque quizás ahora tú puedas encontrarte con Dios. Si los reformados tuviéramos otro sacramento, este sacramento sería el del encuentro con Dios en este momento. En este instante. Y es que ahora nuestro aire está lleno de Dios, Nuestro espacio lo compartimos con El. El ha cumplido su promesa y está en medio de nosotros. Si Dios va a hablarte hoy lo hará en este momento cuando estás rodeado de las personas que comparten tu fe. Si Dios va a bendecirte lo hará ahora, en este día.
Si este es el momento más grande de tu vida, entonces quiero compartir contigo la palabra más peligrosa del castellano. Se haya en el relato que hemos escuchado del libro de Éxodo. Por siglos los hebreos han estado de esclavos en Egipto y ahora quieren libertad. Es el conflicto entre los sindicatos y la empresa. El Faraón es un empresario duro. Moisés es el jefe de los obreros, pero le falta fuerza y los obreros están desanimados. Así que Dios le da a Moisés algunas buenas fichas para que haga bien su trabajo de reclamar. Le da diez plagas. La segunda de las plagas es a mí entender la más memorable. Dios envía un ejército de ranas a que se meta en el palacio del Faraón, en su comida, en su cama.
Los estudiosos del Antiguo Testamento creen que de lo que se trata aquí es de ridiculizar al Faraón. No se puede comer si hay ranas por todos los sitios, no se puede dormir ranas si para donde quiera que te das la vuelta hay ranas. Y es que hay ranas por todos los sitios.
Así que el Faraón le pide a Moisés que haga una oración para eliminar las ranas. Moisés que es muy cortés le dice que decida el Faraón donde quiere que haga la oración. La respuesta del Faraón es de una sola palabra: mañana. Esta es la palabra más peligrosa del castellano: mañana. Esperemos a mañana. El faraón prefiere pasar otra noche molesta rodeado de ranas a perder sus esclavos. Esta actitud no solo es incomprensible sino que se vuelve irracional.
Los seres humanos somos muchas veces como el Faraón. Preferimos tolerar y convivir con cosas desagradables en nuestras vidas que deshacernos de ellas. Tres ejemplos: 1º. Una mujer que guarda rencor contra su esposo no solo la priva de amor, sino que está destruyendo su propia vida. 2º. Un hombre adicto al sexo vuelve una y otra vez a Internet aunque sabe que se está destruyendo y después se siente culpable. 3º. Un hombre ahogado en deudas ve algo que le gusta y saca su tarjeta de crédito y lo compra.
Mañana es la palabra más peligrosa que podremos pronunciar en Aragón. Puede hacernos manejar mal el dinero, puede significar problemas en el trabajo o en la familia, puede erosionar nuestra estima y emociones. Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Aquí y ahora.
Lo que más importa es que Dios está presente en este instante y que se ofrece su colaboración para que puedas vivir tu vida. ¿Le responderás mañana? Es el autor de la carta a los hebreos el que nos recuerda: Si hoy escucháis lo que Dios dice, no endurezcáis vuestro corazón…
La mayoría de nosotros hemos fijado condiciones a nuestra mente y creemos que cuando se cumplan esos criterios ese será el comienzo del momento más grande de nuestras vidas. De hecho creemos que en algún lugar del futuro está nuestro encuentro con Dios. Que para colaborar con El hay que esperar a mañana. Decimos, por ejemplo, cuando nuestros hijos sean mayores podremos hacer más cosas por la iglesia, cuando no tenga tanto trabajo podré ir y estar con mis hermanos, cuando sea más disciplinado podré leer la Biblia, cuando aprenda a orar podré hablar con Dios, cuando sea más consagrado me comportaré como un cristiano y así hacemos nuestras listas. Pero son listas donde lo importante se deja siempre para mañana.
Algunos que se dicen cristianos pasan toda su vida en este marco mental. Cuando la palabra nos dice que Dios está más cerca de lo que tú piensas, quiere decir que El está disponible para ti en este mismo momento, aquí y ahora. Siempre ahora. Solo ahora.
Una diferencia entre el cristianismo y otros modelos de fe podríamos verla en la manera en que otros sistemas de creencias buscan espacios sagrados, nosotros los cristianos hacemos sagrado el lugar donde estamos; pero más que un lugar buscamos un tiempo, por eso Israel guardó el día de reposo y lo hizo sagrado, para encontrarse con Dios. Y es que para el hombre la vida está formada por tiempo, no por lugares.
miércoles, 16 de febrero de 2011
La edificación de la iglesia.
Nunca diremos que nuestra iglesia es la única verdadera. Hay demasiadas que lo dicen. Hay demasiada gente que pretende ser poseedora de la verdad absoluta para que nosotros también lo hagamos. Esta es una característica de las sectas o de las actitudes sectarias, de la que hay tantas en nuestra sociedad. Nuestras cosas, por ser nuestras, nunca son totalmente verdaderas. Sólo podemos aspirar a ser aproximaciones a la verdad, sin ir más allá. Por tanto, cuando hablamos de nuestra iglesia, hablamos de aquellos que hemos sido llamados, en esta comunidad, a ser seguidores de Aquel que sí es la verdad y, todavía más, el Camino y la Vida.
La verdad nunca la poseemos. Podríamos decir que ella nos posee, en el sentido de que nos cautiva y nos invita a buscarla con todo el corazón. En nuestra comunidad, como en aquellas tan conocidas del Apocalípsis, El, Jesús, es el Testigo fiel y verdadero. Seguirlo a El es nuestra tarea y nuestra voluntad, aunque en este camino no todo son rosas ni victorias y, a veces, las tentaciones y las tribulaciones del mundo presente nos hacen tambalear.
La Iglesia es, pues, la comunidad de aquellos que han sido llamados por Jesucristo. Algunas denominaciones tratan de evitar la palabra iglesia, que es una transliteración de la palabra griega ekklesia que es la que usa el Nuevo Testamento. Hablan de la Asamblea, que es la traducción de la palabra mencionada, y esto parece correcto porque el rasgo a enfatizar es que hemos sido convocados. Cristo nos ha convocado, uno a uno, paso a paso, con aquella forma personal que tenía de hacerlo cuando estaba entre nosotros: Sígueme. Y lo hemos hecho. Hemos decidido hacerlo. El nos ha dado los medios y las fuerzas para decir sí y amen a su mensaje salvador.
Ahora somos discípulos. Los cristianos viejos y antiguos y los nuevos que entran en la comunión de la Iglesia. Todos nosotros. Unos tendrán más experiencias que otros, ocuparán lugares de mayor responsabilidad, tendrán ministerios a desarrollar o habrán descubierto dones del Señor en su vida que ponen a su servicio. Pero, fundamentalmente, todos somos iguales: seguidores de Jesús. No somos sus mejores seguidores, pero queremos serlo. Nuestra tarea es simplemente esforzarnos en el seguimiento de Jesús y pedirle día tras día la fuerza para hacerlo. Ninguno de nosotros es verdaderamente importante en la comunidad, aunque, por otro lado, todos lo somos. Nuestro centro es Cristo, el que nos precede y nos enseña a vivir.
Ahora bien, ser iglesia –recordémoslo- es ser comunidad. No somos cristianos aislados que van por su cuenta y se reúnen el domingo o entre semana para el culto. Hemos sido convocados por Cristo –ya lo hemos dicho- para que creemos un espacio de amor y de libertad. Y esto es importante recordarlo. La Iglesia es, aquí y ahora, el proyecto de Dios para este mundo. No es su proyecto final. Cuando llegue el fin, se acabe la historia y haya pasado este mundo, veremos el Reino de Dios: la nueva sociedad presidida por la justicia y la solidaridad. Es, y será, su Reino. El libro del Apocalipsis lo llama la Nueva Jerusalén, que baja del cielo. Pero ahora, en este tiempo presente de lucha, tiempo provisional de la paciencia de Dios que nos invita al arrepentimiento y a la fe, su proyecto es la iglesia. No tanto una gran iglesia estructurada universalmente presidida por jerarquías y con un gran aparato burocrático. El proyecto de Dios es la comunidad cristiana, la iglesia local, donde primero han de aparecer los signos distintivos de toda iglesia que tenga a Cristo como centro y cabeza. Una iglesia católica en el sentido de universal que tiene esta palabra, es decir, abierta a todo el mundo. Una iglesia apostólica, en el sentido de que en su seno se conserva con fidelidad la doctrina que ellos, los apóstoles, nos transmitieron y tenemos en la Biblia. Una iglesia santa. No en el sentido de perfección humana, sino en el hecho de hacer punto y aparte del camino del mundo para inaugurar uno de nuevo. Empezar a caminar el camino de Cristo y hacer del seguimiento un espacio, un camino, una realidad en la que se ponga de manifiesto la obra transformadora de Cristo en el corazón de los hombres.
Por tanto, la iglesia y los que la formamos, hemos de tener muy claro que nos es preciso encarnar el evangelio en la realidad de cada día y que una comunidad cristiana sólo tiene sentido si en su vida diaria refleja de alguna forma la realidad hoy intangible, pero segura y cierta, del Reino de Dios.
Enric Capó
La verdad nunca la poseemos. Podríamos decir que ella nos posee, en el sentido de que nos cautiva y nos invita a buscarla con todo el corazón. En nuestra comunidad, como en aquellas tan conocidas del Apocalípsis, El, Jesús, es el Testigo fiel y verdadero. Seguirlo a El es nuestra tarea y nuestra voluntad, aunque en este camino no todo son rosas ni victorias y, a veces, las tentaciones y las tribulaciones del mundo presente nos hacen tambalear.
La Iglesia es, pues, la comunidad de aquellos que han sido llamados por Jesucristo. Algunas denominaciones tratan de evitar la palabra iglesia, que es una transliteración de la palabra griega ekklesia que es la que usa el Nuevo Testamento. Hablan de la Asamblea, que es la traducción de la palabra mencionada, y esto parece correcto porque el rasgo a enfatizar es que hemos sido convocados. Cristo nos ha convocado, uno a uno, paso a paso, con aquella forma personal que tenía de hacerlo cuando estaba entre nosotros: Sígueme. Y lo hemos hecho. Hemos decidido hacerlo. El nos ha dado los medios y las fuerzas para decir sí y amen a su mensaje salvador.
Ahora somos discípulos. Los cristianos viejos y antiguos y los nuevos que entran en la comunión de la Iglesia. Todos nosotros. Unos tendrán más experiencias que otros, ocuparán lugares de mayor responsabilidad, tendrán ministerios a desarrollar o habrán descubierto dones del Señor en su vida que ponen a su servicio. Pero, fundamentalmente, todos somos iguales: seguidores de Jesús. No somos sus mejores seguidores, pero queremos serlo. Nuestra tarea es simplemente esforzarnos en el seguimiento de Jesús y pedirle día tras día la fuerza para hacerlo. Ninguno de nosotros es verdaderamente importante en la comunidad, aunque, por otro lado, todos lo somos. Nuestro centro es Cristo, el que nos precede y nos enseña a vivir.
Ahora bien, ser iglesia –recordémoslo- es ser comunidad. No somos cristianos aislados que van por su cuenta y se reúnen el domingo o entre semana para el culto. Hemos sido convocados por Cristo –ya lo hemos dicho- para que creemos un espacio de amor y de libertad. Y esto es importante recordarlo. La Iglesia es, aquí y ahora, el proyecto de Dios para este mundo. No es su proyecto final. Cuando llegue el fin, se acabe la historia y haya pasado este mundo, veremos el Reino de Dios: la nueva sociedad presidida por la justicia y la solidaridad. Es, y será, su Reino. El libro del Apocalipsis lo llama la Nueva Jerusalén, que baja del cielo. Pero ahora, en este tiempo presente de lucha, tiempo provisional de la paciencia de Dios que nos invita al arrepentimiento y a la fe, su proyecto es la iglesia. No tanto una gran iglesia estructurada universalmente presidida por jerarquías y con un gran aparato burocrático. El proyecto de Dios es la comunidad cristiana, la iglesia local, donde primero han de aparecer los signos distintivos de toda iglesia que tenga a Cristo como centro y cabeza. Una iglesia católica en el sentido de universal que tiene esta palabra, es decir, abierta a todo el mundo. Una iglesia apostólica, en el sentido de que en su seno se conserva con fidelidad la doctrina que ellos, los apóstoles, nos transmitieron y tenemos en la Biblia. Una iglesia santa. No en el sentido de perfección humana, sino en el hecho de hacer punto y aparte del camino del mundo para inaugurar uno de nuevo. Empezar a caminar el camino de Cristo y hacer del seguimiento un espacio, un camino, una realidad en la que se ponga de manifiesto la obra transformadora de Cristo en el corazón de los hombres.
Por tanto, la iglesia y los que la formamos, hemos de tener muy claro que nos es preciso encarnar el evangelio en la realidad de cada día y que una comunidad cristiana sólo tiene sentido si en su vida diaria refleja de alguna forma la realidad hoy intangible, pero segura y cierta, del Reino de Dios.
Enric Capó
Amar a quien nos hace daño.
Mateo 5, 38-48
La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos. Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios?
Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza?
Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos.
Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo". Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal.
Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a «rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
José Antonio Pagola
La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos. Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios?
Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza?
Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos.
Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo". Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal.
Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a «rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
José Antonio Pagola
Jesús sana al paralítico de Betzatá.
Estudio bíblico.
Jn 5: 1-18 Viernes 18 Febrero 6.00 pm
Había tres fiestas de guardar: La fiesta de La Pascua, La fiesta de Pentecostés y La fiesta de los Tabernáculos. Todos los varones judíos adultos que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén tenían obligación de asistir. Si consideramos que el capítulo 6 debe estar antes que el 5, deduciremos que la fiesta era Pentecostés, porque lo que se relata en el capítulo 6 sucedió cerca de la Pascua: Ya estaba cerca la fiesta de la Pascua judía. . La Pascua era en el primer plenilunio después del equinoccio de primavera, cuando es ahora la Semana Santa, y Pentecostés siete semanas después. Juan nos presenta a Jesús asistiendo a las fiestas judías, porque tenía el debido respeto a las obligaciones de la religión de Israel; y sus fiestas no Le parecían una molesta obligación sino una deliciosa oportunidad para participar en el culto de su pueblo.
Cuando Jesús llegó a Jerusalén estaba, al parecer, solo. Por lo menos no se menciona a Sus discípulos. Se dirigió a la famosa piscina, que se llamaba Bethesdá, o Betzaida que quiere decir Casa de Misericordia, o más probablemente Bethzathá, que quiere decir Casa del Olivo, o Almazara. Los mejores manuscritos tienen el segundo nombre, y sabemos por Josefo que había un barrio de Jerusalén que se llamaba así. La palabra para piscina es kolymbéthra, del verbo kolymban, tirarse de cabeza. Era lo bastante honda para que se pudiera nadar. El trozo que hemos puesto entre paréntesis y en “Bold” no está en ninguno de los mejores manuscritos, y es posible que fuera una interpolación posterior para explicar la presencia de tantos enfermos.
Por debajo de la piscina había una corriente subterránea que a veces borbollaba y se agitaba. Se creía que aquello lo producía un ángel, y que el primero que se metiera en el agua después del borbolleo se curaba de cualquier enfermedad que le aquejara. Esto parece mera superstición; pero era la clase de creencia que se había extendido por todo el mundo antiguo y que todavía existe en algunos lugares. Se creía en toda clase de espíritus y demonios. El aire estaba lleno de ellos. Tenían su morada en ciertos lugares: árboles, ríos, colinas y estanques tenían sus residentes espirituales. Además, a los pueblos antiguos les impresionaba especialmente la santidad de las aguas, y especialmente la de los ríos y las fuentes. El agua era tan valiosa, y los ríos, por otra parte, podían ser tan poderosos, que no nos sorprende que impresionaran tanto.
Los que estaban esperando la movida del agua en la piscina de Jerusalén eran hijos de su tiempo y tendrían las ideas de su tiempo. Puede que, mientras Jesús iba pasando por allí, Le indicaran del enfermo de la historia, como caso especialmente lastimoso porque su condición hacía muy difícil, y aun imposible, el que llegara al agua el primero después del borbolleo. No tenía a nadie que le ayudara, y Jesús fue siempre el amigo y el ayudador de los desamparados. No se molestó en echarle un sermón sobre la inutilidad de aquella superstición y de esperar la movida del agua. Su único deseo era ayudar, así es que sanó al que llevaba tanto tiempo enfermo. En este historia vemos claramente las condiciones en que operaba el poder de Jesús: daba la orden a la gente y, en la medida en que Le obedecían, el poder actuaba en ellos.
(i) Jesús empezó por preguntarle al hombre si quería ponerse bien. No era una pregunta tan absurda como parece. Aquel hombre había estado esperando treinta y ocho años, y bien podía ser que hubiera perdido toda esperanza y se encontrara sumido en una desesperación lúgubre y pasiva. En lo íntimo de su corazón, el hombre podía haberse resignado a seguir inválido; porque, si se curaba, tendría que arrostrar todas los azares y responsabilidades de la vida laboral. Hay enfermos para quienes la invalidez no es desagradable, porque viven a expensas de otros que trabajan y se preocupan. Pero la respuesta de este hombre fue inmediata: quería estar bueno, aunque no sabía cómo, porque no tenía a nadie que le pudiera ayudar.
La primera condición para recibir el poder de Jesús es desearlo intensa y sinceramente. Jesús dice: «¿Estás seguro de que quieres cambiar?» Si en lo más íntimo estamos contentos de seguir como somos, no se producirá el cambio.
(ii) Jesús se dirigió al hombre para decirle que se levantara. Fue como si le dijera: «¡Hombre: Aplícale tu voluntad, y tú y Yo lo conseguiremos entre los dos!» El poder de Dios nunca exime al hombre del esfuerzo. Es cierto que debemos darnos cuenta de nuestra indefensión; pero en un sentido muy real también es cierto que los milagros suceden cuando nuestra voluntad coopera con el poder de Dios para hacerlos posibles.
(iii) En realidad lo que Jesús le estaba diciendo a aquel hombre era que intentara lo imposible. «¡Levántate!» -le dijo. Su camastro no sería probablemente más que una esterilla (la palabra griega es krábbatos, un término coloquial para camilla), y Jesús le dijo que la recogiera o enrollara y se la llevara. El hombre podría haberle dicho a Jesús, con resentimiento ofendido, que hacía treinta y ocho años que era el camastro el que cargaba con él, y que no tenía mucho sentido decirle ahora que fuera él el que cargara con el camastro. Pero hizo el esfuerzo con Jesús, ¡y lo imposible sucedió! Se cuenta hoy día de un alcohólico que durante todos y cada uno de los últimos treinta y ocho años de su vida había vivido arrastrando su vida detrás de una botella de licor. Cuando conoció el poder de Cristo abandonó el licor y entraba a la iglesia arrastrando una botella de licor amarrada de un cordón y decía: Antes la botella me arrastraba detrás de ella, ahora con el poder de Cristo soy yo quien arrastro la botella.
(iv) Este es el camino del éxito. ¡Hay tantas cosas en el mundo que nos derrotan! Cuando deseamos algo intensamente y aplicamos la voluntad al esfuerzo, aunque parezca desesperado, el poder de Cristo acepta la oportunidad, y con Él podemos dominar lo que nos ha tenido dominados mucho tiempo.
Algunos comentaristas toman este pasaje por una alegoría. El hombre representa al pueblo de Israel. Los cinco pórticos son los cinco libros de la Ley. La gente yace enferma en esos pórticos. La Ley puede diagnosticar el pecado, pero no curarlo; puede revelarle al hombre su debilidad, pero no remediarla. La Ley, como los pórticos, acoge a las almas enfermas, pero no puede darles la salud. Los treinta y ocho años representan los treinta y ocho años que los israelitas peregrinaron por el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida; o el número de siglos que la humanidad había pasado esperando al Mesías. El movimiento del agua representa el bautismo. De hecho, en el arte cristiano primitivo se representa a veces a un hombre saliendo de las aguas del bautismo con una camilla a las espaldas. Puede que nos sea posible ahora también leer todos esos sentidos entre líneas en esta historia; pero es muy poco probable que Juan la escribiera como una alegoría. Tiene el sello gráfico del hecho real. Pero haremos bien en recordar que cualquier historia bíblica nos enseña mucho más que un hecho histórico. Hay siempre verdades más profundas bajo la superficie, y hasta los relatos más sencillos nos colocan cara a cara con verdades eternas.
Pero como era sábado, los judíos dijeron al que había sido sanado: Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla. Aquel hombre les contestó: El que me devolvió la salud, me dijo: Alza tu camilla y anda. Ellos le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Alza tu camilla y anda? Pero el hombre no sabía quién lo había sanado, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que había allí. Después Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor. El hombre se fue y comunicó a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, pues hacía estas cosas en sábado. Pero Jesús les dijo: Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo. Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Un pobre hombre había sido sanado de una enfermedad que, humanamente hablando, era incurable. Podríamos suponer que aquello habría causado una alegría y gratitud general; pero algunos lo miraron como algo malo e impío. El que había sido sanado iba por las calles cargando con su camastro; los guardianes de la ortodoxia judía le pararon y le recordaron que el llevar una carga el día de reposo era quebrantar la Ley. Ya hemos visto lo que hacían los judíos con la Ley de Dios. Era la Ley una serie de grandes principios generales que se dejaba a cada persona el aplicar y cumplir; pero a través de los años los judíos la habían convertido en miles de reglas y prohibiciones. La Ley decía simplemente que había que considerar el sábado como un día especial, y que en él no tenían que hacer ningún trabajo las personas libres, ni sus esclavos, ni sus animales.
Los judíos entonces establecieron que había treinta y nueve clases de trabajos, a los que llamaban «trabajos padres», uno de los cuales era llevar cargas. Se basaban especialmente en dos pasajes. Jeremías había dicho: «Así ha dicho el Señor: Guardaos por vuestra vida de llevar cargas en sábado, o de meterlas por las puertas de Jerusalén. No saquéis cargas de vuestras casas en sábado ni hagáis ningún trabajo; sino santificad el sábado como mandé a vuestros antepasados»: Esto es lo que me dijo el Señor: «Ve y párate en la puerta de los hijos del pueblo, por la que entran y salen los reyes de Judá, y luego también en las otras puertas de Jerusalén. Diles esto: “Escuchen el mensaje del Señor, reyes, pueblo de Judá y habitantes de Jerusalén. Escuchen todos ustedes los que entran por estas puertas. Esto dice el Señor: ‘Protejan su vida y no lleven cargas el día descanso ni las metan por las puertas de Jerusalén. No saquen cargas de su casa el día de descanso ni hagan ningún trabajo ese día. Hagan del día de descanso un día sagrado, tal como se lo ordené a sus antepasados, aunque ellos no me escucharon ni me prestaron atención. Fueron tercos, me ignoraron y rechazaron mis intentos de corregirlos.
Para ellos todas estas minucias eran cuestiones de vida o muerte, así que no les cabía la menor duda de que el hombre de este pasaje estaba quebrantando la ley rabínica al llevar la cama a cuestas en sábado.
Se defendió diciendo que el Que le había sanado le había dicho que lo hiciera, y él ni siquiera sabía que había sido Jesús. Algo más adelante Jesús se le encontró en el templo; y el hombre se dio toda la prisa que pudo para decirles a las autoridades que la Persona en cuestión había sido Jesús. No quería buscarle líos a Jesús; pero la ley rabínica decía literalmente: «Si uno transporta cualquier cosa de un lugar público a una casa privada intencionadamente en sábado, será muerto a pedradas.» Aquel hombre estaba tratando de explicar que no era culpa suya lo que estaba haciendo. Así es que las autoridades dirigieron sus acusaciones contra Jesús. Los verbos del versículo 18 están en el tiempo imperfecto, que describe acciones repetidas en el pasado, como en castellano. Está claro que esta historia nos presenta un ejemplo de algo que Jesús hacía habitualmente. La defensa de Jesús era alucinante.
Dios no dejaba de obrar porque fuera sábado, y Él, Jesús, tampoco. Cualquier judío instruido tendría que reconocer la fuerza del argumento. Filón había dicho: «Dios nunca deja de obrar; porque, como le es propio al fuego producir calor y a la nieve frío, así Le es propio a Dios el obrar.» Y otro autor había dicho: «El Sol brilla; los ríos fluyen; los procesos de nacimiento y muerte suceden los sábados lo mismo que los otros días: así es la obra de Dios.»
Es verdad que según el relato de la Creación Dios descansó el séptimo día; pero descansó de la Creación; Sus obras de juicio y misericordia y compasión y amor prosiguen. Jesús dijo: «Aunque sea sábado, el amor y la misericordia y la compasión de Dios actúan; y Yo también.» Fue esta última afirmación la que escandalizó a los judíos, porque no podía querer decir nada más que la obra de Dios y la de Jesús eran la misma cosa. Parecía que Jesús se estaba colocando en igualdad con Dios. Lo que Jesús estaba diciendo en realidad lo vamos a ver en la sección siguiente; pero por el momento debemos tomar nota de que Jesús enseñaba que siempre hay que ayudar a los necesitados; que no hay tarea más importante que aliviar el dolor o la angustia de alguien, y que la compasión cristiana debe ser como la de Dios: incesante. Otras obras se pueden aplazar, pero no la de la compasión.
Jn 5: 1-18 Viernes 18 Febrero 6.00 pm
Había tres fiestas de guardar: La fiesta de La Pascua, La fiesta de Pentecostés y La fiesta de los Tabernáculos. Todos los varones judíos adultos que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén tenían obligación de asistir. Si consideramos que el capítulo 6 debe estar antes que el 5, deduciremos que la fiesta era Pentecostés, porque lo que se relata en el capítulo 6 sucedió cerca de la Pascua: Ya estaba cerca la fiesta de la Pascua judía. . La Pascua era en el primer plenilunio después del equinoccio de primavera, cuando es ahora la Semana Santa, y Pentecostés siete semanas después. Juan nos presenta a Jesús asistiendo a las fiestas judías, porque tenía el debido respeto a las obligaciones de la religión de Israel; y sus fiestas no Le parecían una molesta obligación sino una deliciosa oportunidad para participar en el culto de su pueblo.
Cuando Jesús llegó a Jerusalén estaba, al parecer, solo. Por lo menos no se menciona a Sus discípulos. Se dirigió a la famosa piscina, que se llamaba Bethesdá, o Betzaida que quiere decir Casa de Misericordia, o más probablemente Bethzathá, que quiere decir Casa del Olivo, o Almazara. Los mejores manuscritos tienen el segundo nombre, y sabemos por Josefo que había un barrio de Jerusalén que se llamaba así. La palabra para piscina es kolymbéthra, del verbo kolymban, tirarse de cabeza. Era lo bastante honda para que se pudiera nadar. El trozo que hemos puesto entre paréntesis y en “Bold” no está en ninguno de los mejores manuscritos, y es posible que fuera una interpolación posterior para explicar la presencia de tantos enfermos.
Por debajo de la piscina había una corriente subterránea que a veces borbollaba y se agitaba. Se creía que aquello lo producía un ángel, y que el primero que se metiera en el agua después del borbolleo se curaba de cualquier enfermedad que le aquejara. Esto parece mera superstición; pero era la clase de creencia que se había extendido por todo el mundo antiguo y que todavía existe en algunos lugares. Se creía en toda clase de espíritus y demonios. El aire estaba lleno de ellos. Tenían su morada en ciertos lugares: árboles, ríos, colinas y estanques tenían sus residentes espirituales. Además, a los pueblos antiguos les impresionaba especialmente la santidad de las aguas, y especialmente la de los ríos y las fuentes. El agua era tan valiosa, y los ríos, por otra parte, podían ser tan poderosos, que no nos sorprende que impresionaran tanto.
Los que estaban esperando la movida del agua en la piscina de Jerusalén eran hijos de su tiempo y tendrían las ideas de su tiempo. Puede que, mientras Jesús iba pasando por allí, Le indicaran del enfermo de la historia, como caso especialmente lastimoso porque su condición hacía muy difícil, y aun imposible, el que llegara al agua el primero después del borbolleo. No tenía a nadie que le ayudara, y Jesús fue siempre el amigo y el ayudador de los desamparados. No se molestó en echarle un sermón sobre la inutilidad de aquella superstición y de esperar la movida del agua. Su único deseo era ayudar, así es que sanó al que llevaba tanto tiempo enfermo. En este historia vemos claramente las condiciones en que operaba el poder de Jesús: daba la orden a la gente y, en la medida en que Le obedecían, el poder actuaba en ellos.
(i) Jesús empezó por preguntarle al hombre si quería ponerse bien. No era una pregunta tan absurda como parece. Aquel hombre había estado esperando treinta y ocho años, y bien podía ser que hubiera perdido toda esperanza y se encontrara sumido en una desesperación lúgubre y pasiva. En lo íntimo de su corazón, el hombre podía haberse resignado a seguir inválido; porque, si se curaba, tendría que arrostrar todas los azares y responsabilidades de la vida laboral. Hay enfermos para quienes la invalidez no es desagradable, porque viven a expensas de otros que trabajan y se preocupan. Pero la respuesta de este hombre fue inmediata: quería estar bueno, aunque no sabía cómo, porque no tenía a nadie que le pudiera ayudar.
La primera condición para recibir el poder de Jesús es desearlo intensa y sinceramente. Jesús dice: «¿Estás seguro de que quieres cambiar?» Si en lo más íntimo estamos contentos de seguir como somos, no se producirá el cambio.
(ii) Jesús se dirigió al hombre para decirle que se levantara. Fue como si le dijera: «¡Hombre: Aplícale tu voluntad, y tú y Yo lo conseguiremos entre los dos!» El poder de Dios nunca exime al hombre del esfuerzo. Es cierto que debemos darnos cuenta de nuestra indefensión; pero en un sentido muy real también es cierto que los milagros suceden cuando nuestra voluntad coopera con el poder de Dios para hacerlos posibles.
(iii) En realidad lo que Jesús le estaba diciendo a aquel hombre era que intentara lo imposible. «¡Levántate!» -le dijo. Su camastro no sería probablemente más que una esterilla (la palabra griega es krábbatos, un término coloquial para camilla), y Jesús le dijo que la recogiera o enrollara y se la llevara. El hombre podría haberle dicho a Jesús, con resentimiento ofendido, que hacía treinta y ocho años que era el camastro el que cargaba con él, y que no tenía mucho sentido decirle ahora que fuera él el que cargara con el camastro. Pero hizo el esfuerzo con Jesús, ¡y lo imposible sucedió! Se cuenta hoy día de un alcohólico que durante todos y cada uno de los últimos treinta y ocho años de su vida había vivido arrastrando su vida detrás de una botella de licor. Cuando conoció el poder de Cristo abandonó el licor y entraba a la iglesia arrastrando una botella de licor amarrada de un cordón y decía: Antes la botella me arrastraba detrás de ella, ahora con el poder de Cristo soy yo quien arrastro la botella.
(iv) Este es el camino del éxito. ¡Hay tantas cosas en el mundo que nos derrotan! Cuando deseamos algo intensamente y aplicamos la voluntad al esfuerzo, aunque parezca desesperado, el poder de Cristo acepta la oportunidad, y con Él podemos dominar lo que nos ha tenido dominados mucho tiempo.
Algunos comentaristas toman este pasaje por una alegoría. El hombre representa al pueblo de Israel. Los cinco pórticos son los cinco libros de la Ley. La gente yace enferma en esos pórticos. La Ley puede diagnosticar el pecado, pero no curarlo; puede revelarle al hombre su debilidad, pero no remediarla. La Ley, como los pórticos, acoge a las almas enfermas, pero no puede darles la salud. Los treinta y ocho años representan los treinta y ocho años que los israelitas peregrinaron por el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida; o el número de siglos que la humanidad había pasado esperando al Mesías. El movimiento del agua representa el bautismo. De hecho, en el arte cristiano primitivo se representa a veces a un hombre saliendo de las aguas del bautismo con una camilla a las espaldas. Puede que nos sea posible ahora también leer todos esos sentidos entre líneas en esta historia; pero es muy poco probable que Juan la escribiera como una alegoría. Tiene el sello gráfico del hecho real. Pero haremos bien en recordar que cualquier historia bíblica nos enseña mucho más que un hecho histórico. Hay siempre verdades más profundas bajo la superficie, y hasta los relatos más sencillos nos colocan cara a cara con verdades eternas.
Pero como era sábado, los judíos dijeron al que había sido sanado: Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla. Aquel hombre les contestó: El que me devolvió la salud, me dijo: Alza tu camilla y anda. Ellos le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Alza tu camilla y anda? Pero el hombre no sabía quién lo había sanado, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que había allí. Después Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor. El hombre se fue y comunicó a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, pues hacía estas cosas en sábado. Pero Jesús les dijo: Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo. Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Un pobre hombre había sido sanado de una enfermedad que, humanamente hablando, era incurable. Podríamos suponer que aquello habría causado una alegría y gratitud general; pero algunos lo miraron como algo malo e impío. El que había sido sanado iba por las calles cargando con su camastro; los guardianes de la ortodoxia judía le pararon y le recordaron que el llevar una carga el día de reposo era quebrantar la Ley. Ya hemos visto lo que hacían los judíos con la Ley de Dios. Era la Ley una serie de grandes principios generales que se dejaba a cada persona el aplicar y cumplir; pero a través de los años los judíos la habían convertido en miles de reglas y prohibiciones. La Ley decía simplemente que había que considerar el sábado como un día especial, y que en él no tenían que hacer ningún trabajo las personas libres, ni sus esclavos, ni sus animales.
Los judíos entonces establecieron que había treinta y nueve clases de trabajos, a los que llamaban «trabajos padres», uno de los cuales era llevar cargas. Se basaban especialmente en dos pasajes. Jeremías había dicho: «Así ha dicho el Señor: Guardaos por vuestra vida de llevar cargas en sábado, o de meterlas por las puertas de Jerusalén. No saquéis cargas de vuestras casas en sábado ni hagáis ningún trabajo; sino santificad el sábado como mandé a vuestros antepasados»: Esto es lo que me dijo el Señor: «Ve y párate en la puerta de los hijos del pueblo, por la que entran y salen los reyes de Judá, y luego también en las otras puertas de Jerusalén. Diles esto: “Escuchen el mensaje del Señor, reyes, pueblo de Judá y habitantes de Jerusalén. Escuchen todos ustedes los que entran por estas puertas. Esto dice el Señor: ‘Protejan su vida y no lleven cargas el día descanso ni las metan por las puertas de Jerusalén. No saquen cargas de su casa el día de descanso ni hagan ningún trabajo ese día. Hagan del día de descanso un día sagrado, tal como se lo ordené a sus antepasados, aunque ellos no me escucharon ni me prestaron atención. Fueron tercos, me ignoraron y rechazaron mis intentos de corregirlos.
Para ellos todas estas minucias eran cuestiones de vida o muerte, así que no les cabía la menor duda de que el hombre de este pasaje estaba quebrantando la ley rabínica al llevar la cama a cuestas en sábado.
Se defendió diciendo que el Que le había sanado le había dicho que lo hiciera, y él ni siquiera sabía que había sido Jesús. Algo más adelante Jesús se le encontró en el templo; y el hombre se dio toda la prisa que pudo para decirles a las autoridades que la Persona en cuestión había sido Jesús. No quería buscarle líos a Jesús; pero la ley rabínica decía literalmente: «Si uno transporta cualquier cosa de un lugar público a una casa privada intencionadamente en sábado, será muerto a pedradas.» Aquel hombre estaba tratando de explicar que no era culpa suya lo que estaba haciendo. Así es que las autoridades dirigieron sus acusaciones contra Jesús. Los verbos del versículo 18 están en el tiempo imperfecto, que describe acciones repetidas en el pasado, como en castellano. Está claro que esta historia nos presenta un ejemplo de algo que Jesús hacía habitualmente. La defensa de Jesús era alucinante.
Dios no dejaba de obrar porque fuera sábado, y Él, Jesús, tampoco. Cualquier judío instruido tendría que reconocer la fuerza del argumento. Filón había dicho: «Dios nunca deja de obrar; porque, como le es propio al fuego producir calor y a la nieve frío, así Le es propio a Dios el obrar.» Y otro autor había dicho: «El Sol brilla; los ríos fluyen; los procesos de nacimiento y muerte suceden los sábados lo mismo que los otros días: así es la obra de Dios.»
Es verdad que según el relato de la Creación Dios descansó el séptimo día; pero descansó de la Creación; Sus obras de juicio y misericordia y compasión y amor prosiguen. Jesús dijo: «Aunque sea sábado, el amor y la misericordia y la compasión de Dios actúan; y Yo también.» Fue esta última afirmación la que escandalizó a los judíos, porque no podía querer decir nada más que la obra de Dios y la de Jesús eran la misma cosa. Parecía que Jesús se estaba colocando en igualdad con Dios. Lo que Jesús estaba diciendo en realidad lo vamos a ver en la sección siguiente; pero por el momento debemos tomar nota de que Jesús enseñaba que siempre hay que ayudar a los necesitados; que no hay tarea más importante que aliviar el dolor o la angustia de alguien, y que la compasión cristiana debe ser como la de Dios: incesante. Otras obras se pueden aplazar, pero no la de la compasión.
Sansón y los indicadores de la falta de aceptación.
Tema 4 El Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia Miércoles 16 Febrero
I. Introducción
Hacia el año 1200 a. C, el gobierno del pueblo hebreo carecía de centralización y era ejercido en situaciones de crisis por los jueces. Uno de ellos fue Sansón, cuyo mandato se extendió por veinte años. (Jueces 13-16) Fue famoso por sus hazañas contra los filisteos, y fue el autor de proezas que muestran la profunda convicción del pueblo judío sobre la obediencia incondicional a Dios, y las terribles consecuencias que implicaban romper el pacto divino.
Sansón había nacido de mujer estéril y por decisión divina, fue consagrado nazareo, o sea a Yahvé, el único Dios. Esta situación impedía cortarse el cabello y la barba, además de no tener contacto con cadáveres y abstenerse de consumir productos de viña. La relación de Sansón con los filisteos y el sexo femenino, fue siempre complicada.
De hecho se le reconoce tres casamientos con mujeres filisteas. Dalila fue la tercera dama que lo condujo por la senda de los problemas, y también era filistea. Dalila era cómplice de los miembros de su pueblo y su propósito era conocer el secreto de la fuerza de Sansón. El nazareo, al principio, temió ser engañado y mintió, pero luego, seducido por la hermosa mujer, le confesó que en su larga cabellera radicaba su poder, ya que sus votos como nazareo le impedían cortárselo, y Dios le quitaría como castigo, su fuerza, si lo hiciera.
Dalila, en posesión del secreto, lo durmió y le cortó su cabellera. Esto le permitió a los filisteos dominarlo, sacarle los ojos, y llevarlo a Gaza donde se lo condenó a dar vueltas a una muela de molino. Dalila, en posesión del secreto, lo durmió y le cortó su cabellera. Esto le permitió a los filisteos dominarlo, sacarle los ojos, y llevarlo a Gaza donde se lo condenó a dar vueltas a una muela de molino. Objeto de las burlas, humillado y ultrajado, imploró Sansón a Dios por la recuperación de sus fuerzas, en un templo filisteo donde se le rendía homenaje al dios Dagón, donde Sansón era obligado a permanecer como objeto de escarnio.
Dios se conmovió y le devolvió las fuerzas, ante lo cual, Sansón consiguió desplomar las columnas que sostenían el templo, ocasionando la muerte de los asistentes.
II. Indicadores de la falta de aceptación.
1. Impaciencia y activismo. Las personas que están tratando de hacer cosas constantemente o intentan cambiar el mundo y a las personas de su alrededor carecen a menudo de aceptación. No tienen confianza en los demás y por eso ellos mismos han de hacerlo todo. A la larga esta actitud les conduce al fracaso y al agotamiento físico. Buscan la paz, pero no la encuentran en ningún sitio. Creen que ellos han de dirigir todo lo que acontece y cuando encuentran el rechazo en los demás se sienten frustrados. Nunca esperan el tiempo adecuado para hacer las cosas, son ellos los que marcan el tiempo de actuar. Siguen la moda social de no “perder el tiempo”
2. Deficiente cultura del error.
Donde quiera que haya personas, donde quiera que haya relaciones interpersonales se cometen errores. Si no aceptas que puedes cometer errores o que los demás lo hacen tienes un problema. No se puede vivir sin subsanar errores, sin pedir disculpas, sin aceptarlas. Si en vez de hacer lo posible para aprender de los fracasos, se buscan excusas o justificaciones como la culpa no es mía, yo no lo sabía, etc es que tienes un mal concepto del error. Las personas que han vivido en círculos donde se han castigado los errores de una manera poco pedagógica suelen evitar correr riesgos y prefieren por no cambiar nada de su vida.
3. Rezongar, protestar y cavilar. Las personas descontentas siempre cuentan las mismas historias, los mismos detalles donde los han tratado mal, pero no son capaces de superar este estadío. Como pasan mucho tiempo ofuscadas y enojadas van de mal en peor. Un estado de infelicidad se une con otro. Y así un día tras otro. Cavilar constantemente sobre vivencias pasadas que no se pueden cambiar contribuye a que uno se quede atascado en esa visión enojosa de la vida. Refunfuñar es una especie de quejido. Es una manera de hacerse la victima. Es una especie de lamento que sustituye la confrontación constructiva. Nadie quiere estar cerca de una persona que solo esta rezongando y lamentándose.
4. Represión. A veces cuando estamos en medio de una crisis es aconsejable aislarse un tiempo y concederse un descanso antes de tomar una decisión. La represión suele ser también una manera de autocontrolarse. Cuando nos detenemos y dejamos de pensar en la situación que nos agobia prevenimos que las emociones nos gobiernen, que hagamos o digamos algo de lo cual nos podremos arrepentir después. No es lo mismo una sana represión que la negación de la realidad.
III. ¿Cómo buscamos soluciones?
¿Delante de un problema cómo actúas? ¿A qué dedicas más tiempo, a analizar y lamentarte de lo que te ha ocurrido o a buscar soluciones? ¿Son tus soluciones no problemáticas?¿Qué opinas de Sansón?
I. Introducción
Hacia el año 1200 a. C, el gobierno del pueblo hebreo carecía de centralización y era ejercido en situaciones de crisis por los jueces. Uno de ellos fue Sansón, cuyo mandato se extendió por veinte años. (Jueces 13-16) Fue famoso por sus hazañas contra los filisteos, y fue el autor de proezas que muestran la profunda convicción del pueblo judío sobre la obediencia incondicional a Dios, y las terribles consecuencias que implicaban romper el pacto divino.
Sansón había nacido de mujer estéril y por decisión divina, fue consagrado nazareo, o sea a Yahvé, el único Dios. Esta situación impedía cortarse el cabello y la barba, además de no tener contacto con cadáveres y abstenerse de consumir productos de viña. La relación de Sansón con los filisteos y el sexo femenino, fue siempre complicada.
De hecho se le reconoce tres casamientos con mujeres filisteas. Dalila fue la tercera dama que lo condujo por la senda de los problemas, y también era filistea. Dalila era cómplice de los miembros de su pueblo y su propósito era conocer el secreto de la fuerza de Sansón. El nazareo, al principio, temió ser engañado y mintió, pero luego, seducido por la hermosa mujer, le confesó que en su larga cabellera radicaba su poder, ya que sus votos como nazareo le impedían cortárselo, y Dios le quitaría como castigo, su fuerza, si lo hiciera.
Dalila, en posesión del secreto, lo durmió y le cortó su cabellera. Esto le permitió a los filisteos dominarlo, sacarle los ojos, y llevarlo a Gaza donde se lo condenó a dar vueltas a una muela de molino. Dalila, en posesión del secreto, lo durmió y le cortó su cabellera. Esto le permitió a los filisteos dominarlo, sacarle los ojos, y llevarlo a Gaza donde se lo condenó a dar vueltas a una muela de molino. Objeto de las burlas, humillado y ultrajado, imploró Sansón a Dios por la recuperación de sus fuerzas, en un templo filisteo donde se le rendía homenaje al dios Dagón, donde Sansón era obligado a permanecer como objeto de escarnio.
Dios se conmovió y le devolvió las fuerzas, ante lo cual, Sansón consiguió desplomar las columnas que sostenían el templo, ocasionando la muerte de los asistentes.
II. Indicadores de la falta de aceptación.
1. Impaciencia y activismo. Las personas que están tratando de hacer cosas constantemente o intentan cambiar el mundo y a las personas de su alrededor carecen a menudo de aceptación. No tienen confianza en los demás y por eso ellos mismos han de hacerlo todo. A la larga esta actitud les conduce al fracaso y al agotamiento físico. Buscan la paz, pero no la encuentran en ningún sitio. Creen que ellos han de dirigir todo lo que acontece y cuando encuentran el rechazo en los demás se sienten frustrados. Nunca esperan el tiempo adecuado para hacer las cosas, son ellos los que marcan el tiempo de actuar. Siguen la moda social de no “perder el tiempo”
2. Deficiente cultura del error.
Donde quiera que haya personas, donde quiera que haya relaciones interpersonales se cometen errores. Si no aceptas que puedes cometer errores o que los demás lo hacen tienes un problema. No se puede vivir sin subsanar errores, sin pedir disculpas, sin aceptarlas. Si en vez de hacer lo posible para aprender de los fracasos, se buscan excusas o justificaciones como la culpa no es mía, yo no lo sabía, etc es que tienes un mal concepto del error. Las personas que han vivido en círculos donde se han castigado los errores de una manera poco pedagógica suelen evitar correr riesgos y prefieren por no cambiar nada de su vida.
3. Rezongar, protestar y cavilar. Las personas descontentas siempre cuentan las mismas historias, los mismos detalles donde los han tratado mal, pero no son capaces de superar este estadío. Como pasan mucho tiempo ofuscadas y enojadas van de mal en peor. Un estado de infelicidad se une con otro. Y así un día tras otro. Cavilar constantemente sobre vivencias pasadas que no se pueden cambiar contribuye a que uno se quede atascado en esa visión enojosa de la vida. Refunfuñar es una especie de quejido. Es una manera de hacerse la victima. Es una especie de lamento que sustituye la confrontación constructiva. Nadie quiere estar cerca de una persona que solo esta rezongando y lamentándose.
4. Represión. A veces cuando estamos en medio de una crisis es aconsejable aislarse un tiempo y concederse un descanso antes de tomar una decisión. La represión suele ser también una manera de autocontrolarse. Cuando nos detenemos y dejamos de pensar en la situación que nos agobia prevenimos que las emociones nos gobiernen, que hagamos o digamos algo de lo cual nos podremos arrepentir después. No es lo mismo una sana represión que la negación de la realidad.
III. ¿Cómo buscamos soluciones?
¿Delante de un problema cómo actúas? ¿A qué dedicas más tiempo, a analizar y lamentarte de lo que te ha ocurrido o a buscar soluciones? ¿Son tus soluciones no problemáticas?¿Qué opinas de Sansón?
viernes, 11 de febrero de 2011
El problema de la Ley
No he venido a abolir la ley o los profetas, sino a darles plenitud.
Mt 5,17-37
Seguimos en el sermón del monte de MT. La lectura de hoy afronta un tema complicado para los primeros cristianos que eran todos judíos. Cómo armonizar la predicación y la vida de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado. Como en el caso de las bienaventuranzas no se trata de examinar casos concretos sino de descubrir el nuevo espíritu que tiene que abrirnos un horizonte nuevo en nuestra religiosidad.
Toda ley es humana. Dios no necesita de las leyes. Nosotros si. Pero la Ley una vez anunciada y nada más promulgada, está anticuada. Y es que el tiempo de Dios es diferente al nuestro. En realidad, el ser humano siempre tiene que estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor las exigencias de nuestro ser. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos de hoy tienen, no se hubieran atrevido a rectificarla.
Cuando hablamos de ley de Dios, no queremos decir que en un momento determinado, Dios haya comunicado directamente a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. Dios no posee nada, simplemente es. Dios sólo puede comunicar su voluntad a través del ser en la creación. En todos los seres está la impronta de Dios. Esa presencia es su “voluntad”
Para nosotros el caso paradigmático de este provecho de la experiencia de otra persona, es Moisés. Utilizando todos los medios que tenía a su alcance, supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de unir, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes¬tado de una manera especial, es que él supo aprove¬char las circunstan¬cias especia¬les para profundi¬zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismo, es decir que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.
¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que estamos acostumbrados a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente sólo externamente, aunque esté convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me golpee con el que viene por otro lado y evitar un accidente.
Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaros de saltarse la Ley de Moisés a la torera. Jesús no fue contra la ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. Esa actitud de Jesús es la que tenemos que adoptar todos en cualquier época. Siempre la voluntad de Dios estará más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.
El empeño de Jesús consistió en hacer pasar a la gente de una religiosidad externa a una religiosidad interna, es decir, pasar de un cumplimiento de leyes a un descubrimiento de las exigencias de mi propio ser. Esa revolución que intentó Jesús, está aún sin hacer. No sólo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas.
Vamos a comentar solo el primer contraste. “habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, y si uno mata, será condenado. Pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino catapultado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña a ir más allá del las acciones externas para poder descubrir su auténtico valor. Una actitud interna negativa, es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.
No es difícil de comprender lo que quiere decir; además lo explica muy bien a continuación: “si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y veta a reconciliarte con tu hermano…” En contra de lo que acabamos de leer, se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, sobre todo la confesión tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra supuesta relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. No queremos enterarnos.
Hay un matiz que solemos pasar por alto y que es la esencia de la propuesta. No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Domos por supuesto que el que falla es siempre el otro. Incluso cuando me enfado con él, es porque me ha hecho algo que me saca de quicio. La culpa la tienen siempre los demás. Es impresionante, si no fuera tan sabido: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo. Solo lo que hagas con relación a los demás lo estás haciendo con relación a Dios.
Mt 5,17-37
Seguimos en el sermón del monte de MT. La lectura de hoy afronta un tema complicado para los primeros cristianos que eran todos judíos. Cómo armonizar la predicación y la vida de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado. Como en el caso de las bienaventuranzas no se trata de examinar casos concretos sino de descubrir el nuevo espíritu que tiene que abrirnos un horizonte nuevo en nuestra religiosidad.
Toda ley es humana. Dios no necesita de las leyes. Nosotros si. Pero la Ley una vez anunciada y nada más promulgada, está anticuada. Y es que el tiempo de Dios es diferente al nuestro. En realidad, el ser humano siempre tiene que estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor las exigencias de nuestro ser. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos de hoy tienen, no se hubieran atrevido a rectificarla.
Cuando hablamos de ley de Dios, no queremos decir que en un momento determinado, Dios haya comunicado directamente a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. Dios no posee nada, simplemente es. Dios sólo puede comunicar su voluntad a través del ser en la creación. En todos los seres está la impronta de Dios. Esa presencia es su “voluntad”
Para nosotros el caso paradigmático de este provecho de la experiencia de otra persona, es Moisés. Utilizando todos los medios que tenía a su alcance, supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de unir, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes¬tado de una manera especial, es que él supo aprove¬char las circunstan¬cias especia¬les para profundi¬zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismo, es decir que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.
¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que estamos acostumbrados a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente sólo externamente, aunque esté convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me golpee con el que viene por otro lado y evitar un accidente.
Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaros de saltarse la Ley de Moisés a la torera. Jesús no fue contra la ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. Esa actitud de Jesús es la que tenemos que adoptar todos en cualquier época. Siempre la voluntad de Dios estará más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.
El empeño de Jesús consistió en hacer pasar a la gente de una religiosidad externa a una religiosidad interna, es decir, pasar de un cumplimiento de leyes a un descubrimiento de las exigencias de mi propio ser. Esa revolución que intentó Jesús, está aún sin hacer. No sólo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas.
Vamos a comentar solo el primer contraste. “habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, y si uno mata, será condenado. Pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino catapultado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña a ir más allá del las acciones externas para poder descubrir su auténtico valor. Una actitud interna negativa, es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.
No es difícil de comprender lo que quiere decir; además lo explica muy bien a continuación: “si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y veta a reconciliarte con tu hermano…” En contra de lo que acabamos de leer, se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, sobre todo la confesión tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra supuesta relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. No queremos enterarnos.
Hay un matiz que solemos pasar por alto y que es la esencia de la propuesta. No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Domos por supuesto que el que falla es siempre el otro. Incluso cuando me enfado con él, es porque me ha hecho algo que me saca de quicio. La culpa la tienen siempre los demás. Es impresionante, si no fuera tan sabido: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo. Solo lo que hagas con relación a los demás lo estás haciendo con relación a Dios.
martes, 8 de febrero de 2011
El hijo pródigo.
No nos hacemos libres por
negarnos a aceptar
nada superior a nosotros,
sino por aceptar lo que
está realmente por encima de nosotros.
Goethe
Cuando el hijo pródigo pide a su padre la parte de herencia que le corresponde -explica Henri J. M. Nouwen-, no hay detrás de eso un simple deseo de un hombre joven por ver mundo. Hay un corte drástico con la forma de vivir y de pensar en que había sido educado, una rebelión desafiante, una huida hacia lugares lejanos en busca de otros ideales. Esa huida representa la gran tragedia de la vida de quienes de alguna forma se vuelven sordos, o nos volvemos sordos, a la voz de Dios que nos llama, y abandonamos el único lugar donde podemos oír esa voz, para marcharnos esperando encontrar en algún otro lugar lo que no somos capaces de encontrar en casa.
-¿Y por qué dejan, o dejamos, ese lugar?
Porque hay muchas otras voces, fuertes, llenas de promesas seductoras, que nos ofrecen éxito, reconocimiento, liberación. Además, cuanto más nos alejamos del lugar donde habita Dios, menos capaces somos de oír su voz que nos llama, y cuanto menos oímos esa voz, más nos enredamos en las manipulaciones y juegos de poder del mundo, y más alejados nos sentimos de Dios.
Nosotros somos el hijo pródigo cada vez que buscamos amor donde no puede hallarse, cada vez que tomamos la vida y el talento que Dios nos ha dado y lo utilizamos para nuestro egoísmo, para reafirmarnos, para imponernos con un fondo de arrogancia, como le pasaba al hijo pródigo, que malgastó todo lo que le había dado su padre y dilapidó su fortuna en caprichos y en despilfarros hechos para impresionar, en vez de hacer rendir esos talentos en servicio de los demás.
-¿Y por qué su padre permite que actúe de modo tan irresponsable?
Su padre no podía obligarle a quedarse en casa. No podía forzar su amor. Tenía que dejarle marchar, sabiendo incluso el dolor que aquello causaría a los dos. Fue precisamente el amor lo que impidió retener a su hijo a toda costa, lo que le hizo dejarle que encontrara su propia vida, incluso a riesgo de perderla. Así actúa Dios con nosotros, siguiendo ese misterio de amor y libertad por el que somos libres de abandonar el hogar de Dios, aunque Él siempre nos espera con los brazos abiertos.
El hijo pródigo, que dejó su casa lleno de orgullo y de dinero, decidido a vivir su propia vida lejos de su padre, vuelve ahora sin nada. Ni dinero, ni salud, ni reputación. Lo ha despilfarrado todo. Solo trae vaciedad, humillación y derrota. Y solo se hizo consciente de lo perdido que estaba cuando nadie a su alrededor demostró interés alguno por él. Le habían hecho caso en la medida en que podían utilizarlo para sus propios intereses. Pero cuando ya no le quedaba nada, dejó de existir para ellos. Entonces sintió toda la profundidad de su aislamiento, la soledad más honda que se puede sentir. Estaba realmente perdido, y precisamente eso fue lo que le hizo volver en sí. De repente, vio con claridad que el camino que había elegido le llevaba a la autodestrucción.
-¿Piensas entonces que hay que pasar por una cierta privación para valorar lo que se tiene, también en lo espiritual?
No es necesario en absoluto, pero muchas veces es lo que hace despertar a algunas personas. El hijo pródigo tuvo que perderlo todo para entrar en lo profundo de sí mismo. Cuando se encontró deseando que le dieran la comida de los cerdos, se dio cuenta entonces de que tenía una dignidad y de que debía procurar recuperarla. La confianza en el amor de su padre, aunque borrosa, le dio fuerzas para reclamar su condición de hijo, aunque esa reclamación no estuviera basada en mérito alguno.
Su regreso está lleno de ambigüedades. Hay arrepentimiento, pero un arrepentimiento un poco interesado. Es un acercamiento a Dios en el que nos sentimos culpables, pero en el que nos cuesta recibir el perdón de Dios.
Luego, a su llegada, hay un hecho que ensombrece la alegría de la vuelta a casa del hijo perdido durante años. En medio de aquella escena de alegría y de perdón, hay una mirada sombría y distante, la del hijo mayor que no estaba en casa cuando el padre abraza a su hijo y le muestra su misericordia, y que, cuando llega y ve la fiesta de bienvenida en honor a su hermano, se enfada y no quiere entrar.
-¿Qué piensas que ocurría en el interior de aquel hombre?
Estaba tan perdido como su hermano. No solo se había perdido el hijo menor, que se marchó de casa en busca de libertad y felicidad, sino que también el que se quedó en casa se perdió. Aparentemente, hizo todo lo que un buen hijo debía hacer, pero interiormente, estaba también lejos de su padre. Trabajaba mucho todos los días, y cumplía con sus obligaciones, pero en su interior cada vez era más desgraciado y menos libre.
También es algo que puede suceder a quienes, como el hermano mayor, han permanecido aparentemente cerca de Dios, pero en realidad su corazón está tan frío como el del hermano menor. Es una tentación, la del hijo mayor, muy propia de quienes quieren cumplir con las expectativas de otros, y desean que se les considere cumplidores y ejemplares, pero que también experimentan, desde muy temprano, cierta envidia hacia esos hermanos pequeños que abandonan el hogar y viven en el despilfarro y la lujuria. Ellos siempre han actuado con corrección, y les asalta la idea de que lo hacen porque no han tenido el coraje de ser tan irresponsables como los otros. Les resulta extraño admitirlo, pero en el fondo tienen envidia del hijo desobediente, cuando le ven disfrutar haciendo cosas que ellos reprueban. La vida de entrega a Dios les agrada, pero a veces la ven como una carga que les oprime. La obediencia y el deber se han convertido en una carga, y el servicio en una esclavitud.
Hay quizá bastantes hijos e hijas mayores que están un poco perdidos a pesar de seguir en casa. El extravío del hijo menor es visible y claro, pero se comprende e incluso se simpatiza con él. Sin embargo, el extravío del hijo mayor es más difícil de identificar. Al fin y al cabo, parecía hacerlo todo bien. Era obediente, servicial, cumplidor de la ley y muy trabajador. La gente le respetaba, le admiraba y le consideraba un hijo modélico. Aparentemente, no tenía fallos. Pero cuando vio la alegría de su padre por la vuelta de su hermano menor, un poder oscuro salió a la luz. De repente, aparece la persona severa y egoísta que estaba escondida y que con los años se había hecho más envidiosa y arrogante.
-¿Quieres decir con esto que quien se queda más cerca de Dios tiene más riesgo de caer en esa soberbia?
Quiero decir que todos tenemos que esforzarnos por ser mejores, y que el riesgo de perderse es un riesgo que nos afecta a todos. Todos estamos expuestos al peligro de acomodarnos y enfriarnos. Ninguno debemos considerarnos exentos de la tentación por el hecho de habernos entregado a Dios. Igual que el hijo menor se perdió por no escuchar la voz de su padre y marcharse, el hijo mayor se perdió igualmente por no escuchar esa misma voz, aunque estuviera más cerca. Porque, en determinado momento de la vida, una persona entregada a Dios puede sentirse como el hijo mayor, que ha trabajado mucho en la granja de su padre, pero en vez de estar agradecido por todo lo que ha recibido, se siente invadido por los celos de ese irresponsable hermano menor. Y el único remedio es reconocer que esos sentimientos proceden de la soberbia y el egoísmo.
-¿Y crees que el hijo menor que vuelve es más querido por Dios que el hijo mayor?
Pienso que el padre quiere igual a los dos, pero expresa ese amor de acuerdo con la trayectoria personal de cada uno. Conoce bien a ambos, y comprende sus cualidades y sus defectos. A los dos les habla con afecto y con claridad, sin enredarse en compararlos tontamente, y les invita a participar de la alegría de estar allí.
-Entonces, si ninguno de los dos fue fiel, no queda claro qué opción es la mejor.
La opción mejor es la de ser fiel a la voz de Dios. Esta escena del Evangelio narra dos formas de ser infiel, y, sobre todo, la posibilidad de volver cuando se ha desoído esa voz.
El hijo menor desoyó la llamada de Dios al principio. Si seguimos con aquella comparación, no atendió esa llamada telefónica que Dios le hacía, a pesar de resonar muchas veces, o la atendió pero enseguida cortó. El hijo mayor, en cambio, respondió que sí, pero con el tiempo se fue acostumbrando a oír esa voz y no actuar en consecuencia, y al final quedó tan ajeno a esa voz como su hermano pequeño. El efecto es parecido, uno por cortar y otro por malacostumbrarse o distraerse. Son distintas formas de no ser fiel, y no se trata de ver cuál es mejor o peor, sino de aprender a detectar el daño que siempre produce alejarnos de la voz de Dios.
Henri Nouwen
negarnos a aceptar
nada superior a nosotros,
sino por aceptar lo que
está realmente por encima de nosotros.
Goethe
Cuando el hijo pródigo pide a su padre la parte de herencia que le corresponde -explica Henri J. M. Nouwen-, no hay detrás de eso un simple deseo de un hombre joven por ver mundo. Hay un corte drástico con la forma de vivir y de pensar en que había sido educado, una rebelión desafiante, una huida hacia lugares lejanos en busca de otros ideales. Esa huida representa la gran tragedia de la vida de quienes de alguna forma se vuelven sordos, o nos volvemos sordos, a la voz de Dios que nos llama, y abandonamos el único lugar donde podemos oír esa voz, para marcharnos esperando encontrar en algún otro lugar lo que no somos capaces de encontrar en casa.
-¿Y por qué dejan, o dejamos, ese lugar?
Porque hay muchas otras voces, fuertes, llenas de promesas seductoras, que nos ofrecen éxito, reconocimiento, liberación. Además, cuanto más nos alejamos del lugar donde habita Dios, menos capaces somos de oír su voz que nos llama, y cuanto menos oímos esa voz, más nos enredamos en las manipulaciones y juegos de poder del mundo, y más alejados nos sentimos de Dios.
Nosotros somos el hijo pródigo cada vez que buscamos amor donde no puede hallarse, cada vez que tomamos la vida y el talento que Dios nos ha dado y lo utilizamos para nuestro egoísmo, para reafirmarnos, para imponernos con un fondo de arrogancia, como le pasaba al hijo pródigo, que malgastó todo lo que le había dado su padre y dilapidó su fortuna en caprichos y en despilfarros hechos para impresionar, en vez de hacer rendir esos talentos en servicio de los demás.
-¿Y por qué su padre permite que actúe de modo tan irresponsable?
Su padre no podía obligarle a quedarse en casa. No podía forzar su amor. Tenía que dejarle marchar, sabiendo incluso el dolor que aquello causaría a los dos. Fue precisamente el amor lo que impidió retener a su hijo a toda costa, lo que le hizo dejarle que encontrara su propia vida, incluso a riesgo de perderla. Así actúa Dios con nosotros, siguiendo ese misterio de amor y libertad por el que somos libres de abandonar el hogar de Dios, aunque Él siempre nos espera con los brazos abiertos.
El hijo pródigo, que dejó su casa lleno de orgullo y de dinero, decidido a vivir su propia vida lejos de su padre, vuelve ahora sin nada. Ni dinero, ni salud, ni reputación. Lo ha despilfarrado todo. Solo trae vaciedad, humillación y derrota. Y solo se hizo consciente de lo perdido que estaba cuando nadie a su alrededor demostró interés alguno por él. Le habían hecho caso en la medida en que podían utilizarlo para sus propios intereses. Pero cuando ya no le quedaba nada, dejó de existir para ellos. Entonces sintió toda la profundidad de su aislamiento, la soledad más honda que se puede sentir. Estaba realmente perdido, y precisamente eso fue lo que le hizo volver en sí. De repente, vio con claridad que el camino que había elegido le llevaba a la autodestrucción.
-¿Piensas entonces que hay que pasar por una cierta privación para valorar lo que se tiene, también en lo espiritual?
No es necesario en absoluto, pero muchas veces es lo que hace despertar a algunas personas. El hijo pródigo tuvo que perderlo todo para entrar en lo profundo de sí mismo. Cuando se encontró deseando que le dieran la comida de los cerdos, se dio cuenta entonces de que tenía una dignidad y de que debía procurar recuperarla. La confianza en el amor de su padre, aunque borrosa, le dio fuerzas para reclamar su condición de hijo, aunque esa reclamación no estuviera basada en mérito alguno.
Su regreso está lleno de ambigüedades. Hay arrepentimiento, pero un arrepentimiento un poco interesado. Es un acercamiento a Dios en el que nos sentimos culpables, pero en el que nos cuesta recibir el perdón de Dios.
Luego, a su llegada, hay un hecho que ensombrece la alegría de la vuelta a casa del hijo perdido durante años. En medio de aquella escena de alegría y de perdón, hay una mirada sombría y distante, la del hijo mayor que no estaba en casa cuando el padre abraza a su hijo y le muestra su misericordia, y que, cuando llega y ve la fiesta de bienvenida en honor a su hermano, se enfada y no quiere entrar.
-¿Qué piensas que ocurría en el interior de aquel hombre?
Estaba tan perdido como su hermano. No solo se había perdido el hijo menor, que se marchó de casa en busca de libertad y felicidad, sino que también el que se quedó en casa se perdió. Aparentemente, hizo todo lo que un buen hijo debía hacer, pero interiormente, estaba también lejos de su padre. Trabajaba mucho todos los días, y cumplía con sus obligaciones, pero en su interior cada vez era más desgraciado y menos libre.
También es algo que puede suceder a quienes, como el hermano mayor, han permanecido aparentemente cerca de Dios, pero en realidad su corazón está tan frío como el del hermano menor. Es una tentación, la del hijo mayor, muy propia de quienes quieren cumplir con las expectativas de otros, y desean que se les considere cumplidores y ejemplares, pero que también experimentan, desde muy temprano, cierta envidia hacia esos hermanos pequeños que abandonan el hogar y viven en el despilfarro y la lujuria. Ellos siempre han actuado con corrección, y les asalta la idea de que lo hacen porque no han tenido el coraje de ser tan irresponsables como los otros. Les resulta extraño admitirlo, pero en el fondo tienen envidia del hijo desobediente, cuando le ven disfrutar haciendo cosas que ellos reprueban. La vida de entrega a Dios les agrada, pero a veces la ven como una carga que les oprime. La obediencia y el deber se han convertido en una carga, y el servicio en una esclavitud.
Hay quizá bastantes hijos e hijas mayores que están un poco perdidos a pesar de seguir en casa. El extravío del hijo menor es visible y claro, pero se comprende e incluso se simpatiza con él. Sin embargo, el extravío del hijo mayor es más difícil de identificar. Al fin y al cabo, parecía hacerlo todo bien. Era obediente, servicial, cumplidor de la ley y muy trabajador. La gente le respetaba, le admiraba y le consideraba un hijo modélico. Aparentemente, no tenía fallos. Pero cuando vio la alegría de su padre por la vuelta de su hermano menor, un poder oscuro salió a la luz. De repente, aparece la persona severa y egoísta que estaba escondida y que con los años se había hecho más envidiosa y arrogante.
-¿Quieres decir con esto que quien se queda más cerca de Dios tiene más riesgo de caer en esa soberbia?
Quiero decir que todos tenemos que esforzarnos por ser mejores, y que el riesgo de perderse es un riesgo que nos afecta a todos. Todos estamos expuestos al peligro de acomodarnos y enfriarnos. Ninguno debemos considerarnos exentos de la tentación por el hecho de habernos entregado a Dios. Igual que el hijo menor se perdió por no escuchar la voz de su padre y marcharse, el hijo mayor se perdió igualmente por no escuchar esa misma voz, aunque estuviera más cerca. Porque, en determinado momento de la vida, una persona entregada a Dios puede sentirse como el hijo mayor, que ha trabajado mucho en la granja de su padre, pero en vez de estar agradecido por todo lo que ha recibido, se siente invadido por los celos de ese irresponsable hermano menor. Y el único remedio es reconocer que esos sentimientos proceden de la soberbia y el egoísmo.
-¿Y crees que el hijo menor que vuelve es más querido por Dios que el hijo mayor?
Pienso que el padre quiere igual a los dos, pero expresa ese amor de acuerdo con la trayectoria personal de cada uno. Conoce bien a ambos, y comprende sus cualidades y sus defectos. A los dos les habla con afecto y con claridad, sin enredarse en compararlos tontamente, y les invita a participar de la alegría de estar allí.
-Entonces, si ninguno de los dos fue fiel, no queda claro qué opción es la mejor.
La opción mejor es la de ser fiel a la voz de Dios. Esta escena del Evangelio narra dos formas de ser infiel, y, sobre todo, la posibilidad de volver cuando se ha desoído esa voz.
El hijo menor desoyó la llamada de Dios al principio. Si seguimos con aquella comparación, no atendió esa llamada telefónica que Dios le hacía, a pesar de resonar muchas veces, o la atendió pero enseguida cortó. El hijo mayor, en cambio, respondió que sí, pero con el tiempo se fue acostumbrando a oír esa voz y no actuar en consecuencia, y al final quedó tan ajeno a esa voz como su hermano pequeño. El efecto es parecido, uno por cortar y otro por malacostumbrarse o distraerse. Son distintas formas de no ser fiel, y no se trata de ver cuál es mejor o peor, sino de aprender a detectar el daño que siempre produce alejarnos de la voz de Dios.
Henri Nouwen
José o la aceptación de la vida
Tema 3
Taller El Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia.
I. Introducción.
Las personas resilientes aceptan las desgracias, la decepción y las contrariedades y saben que ellas forman tanto parte de la vida como las alegrías, la fidelidad y las bendiciones. No podemos evitar las circunstancias desagradables de nuestra vida como tampoco podemos evitar los momentos de felicidad. A esta actitud generalmente la llamamos aceptación.
Pero la aceptación no es resignarse a todo lo que nos ocurre de manera fatalista. Aceptación significa abrirse a la realidad paso a paso, con el objetivo de comprenderla y aceptarla. La aceptación incluye un ejercicio de reflexión.
Algunas personas tienen graves problemas para aceptar la realidad, el carácter de la persona con la que conviven, su situación personal o la familia que tienen, así que se sumergen en una situación emocional de inseguridad. Ante esta no aceptación acuden a mecanismos de atención o de rechazo. O desarrollan enfermedades psicosomáticas que los hagan aparecer como víctimas u optan por la confrontación y el rechazo total. ¿Eres tú una persona que práctica la aceptación?
II. La vida de José. (Gn.37-50)
José es el undécimo hijo de los doce hijos de Jacob. Su madre Raquel era la mujer amada por Jacob, por esta razón era el más querido por su padre lo que produjo la envidia de sus hermanos. Por ser el favorito y quien quería Jacob que fuese su sucesor, le elaboró una túnica de colores que lo distinguía, lo que enfureció aún más a sus hermanos, que buscaban la ocasión para vengarse. Un día sus hermanos llevaron a sus animales a pastar en un lugar lejano a sus tiendas. Al pasar el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a buscarlos y ver que se encontrasen bien. Sus hermanos, al ver desde lejos que venía José, planearon matarlo. Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea. Cuando llegó lo tiraron a un pozo de agua vacío y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él. Al otro día pasó por esos lugares una caravana de mercaderes que se dirigían a Egipto y sus hermanos lo vendieron como esclavo.
Allí fue vendido y llevado a la casa de funcionario del gobierno. Éste, al ver que José sabía leer y manejaba los números le confió la administración de su casa y se convirtió en la mano derecha del dueño, Potifar. Con el trabajo de esclavo José se convirtió en un joven fornido, y la esposa de Potifar, que se quedaba en la casa cuando este salía, se fijó en él e intentó seducirle. Un día llamó a José a su habitación y trató de tener relaciones con él, pero él se resistió salió de la habitación dejando en las manos de la señora su manto. Al no lograr su objetivo, y sabiendo que José podría denunciar su adulterio, la esposa de Potifar lo acusó de intentar aprovecharse de ella, mostrando su manto como prueba. Potifar dudó de esto, pues conocía a José y sabía que era incapaz de ello, pero por otro lado su esposa insistía en que lo matase, así que Potifar decide enviar a José a la cárcel.
III. Aceptar lo que no puede cambiarse.
Cuando no podemos cambiar las cosas, es necesario aceptarlas. Una actitud sabia de nuestra parte es aprender a distinguir lo que podemos cambiar en nuestro mundo y lo que no. La actitud de los demás, las palabras que nos dicen, sus reacciones no es nuestra responsabilidad ni están sujetos a nuestro control. Cada uno de nosotros es responsable de su actuar y pensar en dependencia de nuestro marco situacional.
¿Cómo reaccionas antes una determina situación que no puedes controlar? ¿Cómo te sientes cuando no eres el que lleva la batuta? ¿Cómo respondes cuando otras personas no responden a tus expectativas?
Vivimos en tres ámbitos:
1º En nuestro reino: la ropa, los muebles, los amigos, la ideología, etc.
2º Influenciamos en los demás reinos: cuando hacemos una invitación, cuando conversamos, etc.
3º No somos referentes para los demás reinos: No ejercemos influencia ninguna sobre los demás. No podemos cambiar nuestro pasado. Ej. Don Quijote.
Cuando no tenemos claro este esquema podemos acabar los días cansados y destruidos emocionalmente. Pero el proceso de aceptación me puede liberar de esta pesada carga. La aceptación me hace posible la reconciliación.
IV. ¿Puedo aprender algo de José?
Solo cuando leemos toda la narración de José podemos sacar una moraleja. Tener aceptación no es ser flemático hasta las últimas consecuencias. La aceptación es la suma de la experiencia y la confianza en que todos los acontecimientos que nos ocurren contienen también aspectos positivos y pueden conllevar a consecuencias provechosas.
Las personas resilientes saben que no pueden cambiar el carácter de los demás, pero sí que pueden cambiar su actitud hacia estas personas. De hecho están dispuestas a aceptar en su vida circunstancias inalterables.
Aceptarse a uno mismo quizás sea nuestra asignatura pendiente. Y es que esto es una tarea que dura toda la vida. Una tarea donde tenemos que hacer un inventario sistemático de nuestras virtudes, debilidades, objetivos, posibilidades, conducta. Las personas que aceptan su mundo generalmente son personas que se estiman y se respetan a sí mismas. Quien se trata de manera constructiva ante sus propias insuficiencias suele tratar con ánimo reconciliador a los demás cuando han errado.
Quien desea algo busca caminos.
Quien desea evitar algo busca razones.
Taller El Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia.
I. Introducción.
Las personas resilientes aceptan las desgracias, la decepción y las contrariedades y saben que ellas forman tanto parte de la vida como las alegrías, la fidelidad y las bendiciones. No podemos evitar las circunstancias desagradables de nuestra vida como tampoco podemos evitar los momentos de felicidad. A esta actitud generalmente la llamamos aceptación.
Pero la aceptación no es resignarse a todo lo que nos ocurre de manera fatalista. Aceptación significa abrirse a la realidad paso a paso, con el objetivo de comprenderla y aceptarla. La aceptación incluye un ejercicio de reflexión.
Algunas personas tienen graves problemas para aceptar la realidad, el carácter de la persona con la que conviven, su situación personal o la familia que tienen, así que se sumergen en una situación emocional de inseguridad. Ante esta no aceptación acuden a mecanismos de atención o de rechazo. O desarrollan enfermedades psicosomáticas que los hagan aparecer como víctimas u optan por la confrontación y el rechazo total. ¿Eres tú una persona que práctica la aceptación?
II. La vida de José. (Gn.37-50)
José es el undécimo hijo de los doce hijos de Jacob. Su madre Raquel era la mujer amada por Jacob, por esta razón era el más querido por su padre lo que produjo la envidia de sus hermanos. Por ser el favorito y quien quería Jacob que fuese su sucesor, le elaboró una túnica de colores que lo distinguía, lo que enfureció aún más a sus hermanos, que buscaban la ocasión para vengarse. Un día sus hermanos llevaron a sus animales a pastar en un lugar lejano a sus tiendas. Al pasar el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a buscarlos y ver que se encontrasen bien. Sus hermanos, al ver desde lejos que venía José, planearon matarlo. Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea. Cuando llegó lo tiraron a un pozo de agua vacío y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él. Al otro día pasó por esos lugares una caravana de mercaderes que se dirigían a Egipto y sus hermanos lo vendieron como esclavo.
Allí fue vendido y llevado a la casa de funcionario del gobierno. Éste, al ver que José sabía leer y manejaba los números le confió la administración de su casa y se convirtió en la mano derecha del dueño, Potifar. Con el trabajo de esclavo José se convirtió en un joven fornido, y la esposa de Potifar, que se quedaba en la casa cuando este salía, se fijó en él e intentó seducirle. Un día llamó a José a su habitación y trató de tener relaciones con él, pero él se resistió salió de la habitación dejando en las manos de la señora su manto. Al no lograr su objetivo, y sabiendo que José podría denunciar su adulterio, la esposa de Potifar lo acusó de intentar aprovecharse de ella, mostrando su manto como prueba. Potifar dudó de esto, pues conocía a José y sabía que era incapaz de ello, pero por otro lado su esposa insistía en que lo matase, así que Potifar decide enviar a José a la cárcel.
III. Aceptar lo que no puede cambiarse.
Cuando no podemos cambiar las cosas, es necesario aceptarlas. Una actitud sabia de nuestra parte es aprender a distinguir lo que podemos cambiar en nuestro mundo y lo que no. La actitud de los demás, las palabras que nos dicen, sus reacciones no es nuestra responsabilidad ni están sujetos a nuestro control. Cada uno de nosotros es responsable de su actuar y pensar en dependencia de nuestro marco situacional.
¿Cómo reaccionas antes una determina situación que no puedes controlar? ¿Cómo te sientes cuando no eres el que lleva la batuta? ¿Cómo respondes cuando otras personas no responden a tus expectativas?
Vivimos en tres ámbitos:
1º En nuestro reino: la ropa, los muebles, los amigos, la ideología, etc.
2º Influenciamos en los demás reinos: cuando hacemos una invitación, cuando conversamos, etc.
3º No somos referentes para los demás reinos: No ejercemos influencia ninguna sobre los demás. No podemos cambiar nuestro pasado. Ej. Don Quijote.
Cuando no tenemos claro este esquema podemos acabar los días cansados y destruidos emocionalmente. Pero el proceso de aceptación me puede liberar de esta pesada carga. La aceptación me hace posible la reconciliación.
IV. ¿Puedo aprender algo de José?
Solo cuando leemos toda la narración de José podemos sacar una moraleja. Tener aceptación no es ser flemático hasta las últimas consecuencias. La aceptación es la suma de la experiencia y la confianza en que todos los acontecimientos que nos ocurren contienen también aspectos positivos y pueden conllevar a consecuencias provechosas.
Las personas resilientes saben que no pueden cambiar el carácter de los demás, pero sí que pueden cambiar su actitud hacia estas personas. De hecho están dispuestas a aceptar en su vida circunstancias inalterables.
Aceptarse a uno mismo quizás sea nuestra asignatura pendiente. Y es que esto es una tarea que dura toda la vida. Una tarea donde tenemos que hacer un inventario sistemático de nuestras virtudes, debilidades, objetivos, posibilidades, conducta. Las personas que aceptan su mundo generalmente son personas que se estiman y se respetan a sí mismas. Quien se trata de manera constructiva ante sus propias insuficiencias suele tratar con ánimo reconciliador a los demás cuando han errado.
Quien desea algo busca caminos.
Quien desea evitar algo busca razones.
lunes, 7 de febrero de 2011
Ser comprensivos.
Ayer me desayuné con una noticia que me puso los pelos de punta. El titular decía así:
“Muere una niña de 14 años en Bangladesh tras recibir 100 latigazos”.
Se llamaba Mosammet Hena, y había sido condenada a sufrir esta flagelación por mantener, presuntamente, relaciones sexuales con un primo suyo casado. Sus padres defienden que, en realidad, la niña había sido violada.
Y miro, estupefacto, agotado hasta la náusea de tanta intolerancia, la fotografía del padre de la niña, con las manos tensadas como cuerdas de arco hacia el cielo, pidiendo justicia o entregándose a la locura. Con la boca abierta hasta parecer un volcán que erupciona y escupe el fuego de una ira comprensible. Miro sus ojos abiertos, pero no los veo. En su lugar, dos órbitas en blanco. Como si ya no hubiera nada que ver; como si ya nada mereciera la pena ser visto. No veo lágrimas en sus mejillas, arrugadas por el tiempo y la miseria. Secos los surcos de la piel, y seca el alma. Ni llorar puede. Como si la angustia succionase la fuente de todo. Como si la esperanza se le evaporase entera. Ahora ya no es un hombre. Es el padre de una niña muerta, y lo será para siempre, por una especie de intolerancia que respira y devora, que anda suelta y sin bozal..
Todos (o casi todos) tenemos un mínimo de sensibilidad, y estos casos tocan fibras sensibles que están insertas profundamente en lo más humano de cada uno. A quien no se le muevan las entrañas ante casos así, es que no merece la pena ser llamado humano. Ninguna cultura, ninguna religión, ninguna creencia pueden ser atenuantes de una salvajada parecida. Antes que nada está lo humano, la vida. Antes que cualquier religión, cualquier ley, cualquier cultura. Porque sin vida no hay nada. Sin derecho a la vida no hay nada. Si Dios está por encima de la vida, no hay nada.
En realidad, con Jesús vino a decirnos Dios que nada hay por encima de la vida y de la dignidad de las personas. Ni siquiera él mismo. Ninguna idea, ni creencia, ni dogma, merecen la muerte de nadie, sin no es libremente escogida.
Esa foto, que miro con una insoportable sensación de ahogo, me provoca, me escandaliza, me empuja a declarar la guerra contra toda forma de intolerancia, cuya expresión más salvaje suele ser la religiosa. Y me vuelco en los evangelios, como si necesitase un bálsamo para tanta herida. ¿Qué me cuenta Jesús de todo esto? ¿Cómo juzgaba él los errores de la gente, y a la gente que los cometía? ¿Y cómo juzgaba a quienes los juzgaban, a veces hasta la muerte?
Si nos atenemos a lo que cuentan los evangelios, nos llevamos la sorpresa de que Jesús fue escandalosamente comprensivo con personas y grupos con los que ningún hombre, reconocido como observante y ejemplar desde el punto de vista religioso, podía ser comprensivo. Al tiempo que se mostró extremadamente crítico con aquellos que se veían a sí mismos como los más fieles y los más exactos en su religiosidad. Jesús fue comprensivo con los publicanos y pecadores, con las mujeres y con los samaritanos, con los extranjeros, con los endemoniados, con las muchedumbres del gentío (óchlos), una palabra dura que designaba a la “plebe que no conocía la Ley y estaba maldita”, a juicio de los sumos sacerdotes y de los fariseos observantes (Jn 7, 49; cf. 7, 45).
Y es curioso, pero esa “chusma” es la que aparece constantemente acompañando a Jesús, escuchándole, buscándole.... Los relatos de los evangelios son elocuentes en este punto concreto y repiten muchas veces que el “gentío”, la “muchedumbre”... era la que buscaba a Jesús, la que le oía, la que estaba cerca de él. Y aquella mezcla de Jesús con el “gentío” llegó a ser tan agobiante, que hasta la familia de Jesús llegó a pensar que había perdido la cabeza (Mc 3, 21).
Jesús compartía mesa y mantel con gente pecadora, lo que daba pie a murmuraciones por causa de semejante conducta (Lc 15, 1 s). Jesús siempre defendió a las mujeres, por más que fueran mujeres poco ejemplares. Hasta llegar a decir que los publicanos y las prostitutas entraban antes que los sumos sacerdotes en el Reino de Dios (Mt 21, 31). Jesús defendió a una famosa prostituta en casa de un conocido fariseo (Lc 7, 36-50). Como defendió el derroche de perfume que hizo otra en la cena de homenaje que le hicieron a Jesús (Jn 12, 1-8). Y sabemos que, cuando iba de pueblo en pueblo por Galilea, le acompañaban, no sólo los discípulos y apóstoles, sino también bastantes mujeres, entre ellas una de la que había expulsado siete demonios (Lc 8, 1-3). Jesús siempre se puso de parte de los cismáticos y despreciados samaritanos, hasta poner como ejemplo de humanidad a uno de ellos, frente a la dureza de corazón del sacerdote (Lc 10, 30-35).
Con lo dicho hay suficiente para hacerse una idea de lo “escandalosa” que tuvo que resultar la actitud comprensiva de Jesús. Ser comprensivo con los que viven y piensan como cada cual vive y piensa, eso no es sino sentido común. El problema está en saber con qué debemos ser tolerantes. Y qué cosas no se deben tolerar. Por supuesto, aquí tocamos un tema extremadamente difícil de precisar y delimitar con exactitud.
Yo creo que todo depende de aquello que para cada cual es “intocable”. Desde el punto de vista del Evangelio, “lo intocable” ¿es “lo religioso” o es “lo humano”? Creo que es capital , para un creyente en Jesucristo, tener bien planteada y bien resuelta esta pregunta. De sobra sabemos que, por salvaguardar los derechos de la religión, a veces no se respetan los derechos humanos. Por defender un dogma, se ha quemado al hereje. Como por asegurar un criterio moral, se ha metido en la cárcel al homosexual o se apedrea a una adúltera, o se flagela hasta la muerte a Mosammet.
Es sintomático que los enfrentamientos, que, según los evangelios, tuvo y mantuvo Jesús, fueron con gente muy religiosa, al tiempo que se llevó bien con los grupos humanos que la religión despreciaba o perseguía. Es evidente que, para Jesús, su relación con el Padre del Cielo era lo central. Pero lo que pasa es que Jesús entendía al Padre del Cielo de forma que ese Padre no hacía diferencias. Y por eso es el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos; y manda la lluvia sobre justos y pecadores (Mt 5, 45). Porque es humano necesitar el sol y necesitar la lluvia. Cosas que, por lo visto y a juicio de Jesús, son más intocables que la “bondad” de unos o la “maldad” de otros.
¿Que todo esto entraña sus peligros? Sin duda alguna. Pero a mí, por lo menos, me parece que es mucho más peligroso dividirnos y enfrentarnos por motivos religiosos, de forma que tales motivos justifiquen las mil intolerancias que hacen la vida tan desagradable y hasta puede ser que la lleguen a hacer sencillamente insoportable. Eso nos hace daño a todos. Y además daña - y mucho - a la religión. ¿Por qué, si no, la religión se ha hecho tan odiosa para no pocas personas, muchas de las cuales sabemos que son gente honrada a carta cabal? Las religiones tendrán que pensarse este asunto. Y tendrán que hacerlo de prisa y con toda honestidad, si es que quieren que la historia no las arrolle, y las deje tiradas en las cunetas de los muchos caminos de este mundo.
En recuerdo a Mosammet Hena, niña de 14 años muerta a latigazos por ser acusada de acostarse con su primo casado.
PD: Imagino que os preguntaréis dónde está el primo. Pues en paradero desconocido, como debe ser…
Juan Ramón Junqueras
“Muere una niña de 14 años en Bangladesh tras recibir 100 latigazos”.
Se llamaba Mosammet Hena, y había sido condenada a sufrir esta flagelación por mantener, presuntamente, relaciones sexuales con un primo suyo casado. Sus padres defienden que, en realidad, la niña había sido violada.
Y miro, estupefacto, agotado hasta la náusea de tanta intolerancia, la fotografía del padre de la niña, con las manos tensadas como cuerdas de arco hacia el cielo, pidiendo justicia o entregándose a la locura. Con la boca abierta hasta parecer un volcán que erupciona y escupe el fuego de una ira comprensible. Miro sus ojos abiertos, pero no los veo. En su lugar, dos órbitas en blanco. Como si ya no hubiera nada que ver; como si ya nada mereciera la pena ser visto. No veo lágrimas en sus mejillas, arrugadas por el tiempo y la miseria. Secos los surcos de la piel, y seca el alma. Ni llorar puede. Como si la angustia succionase la fuente de todo. Como si la esperanza se le evaporase entera. Ahora ya no es un hombre. Es el padre de una niña muerta, y lo será para siempre, por una especie de intolerancia que respira y devora, que anda suelta y sin bozal..
Todos (o casi todos) tenemos un mínimo de sensibilidad, y estos casos tocan fibras sensibles que están insertas profundamente en lo más humano de cada uno. A quien no se le muevan las entrañas ante casos así, es que no merece la pena ser llamado humano. Ninguna cultura, ninguna religión, ninguna creencia pueden ser atenuantes de una salvajada parecida. Antes que nada está lo humano, la vida. Antes que cualquier religión, cualquier ley, cualquier cultura. Porque sin vida no hay nada. Sin derecho a la vida no hay nada. Si Dios está por encima de la vida, no hay nada.
En realidad, con Jesús vino a decirnos Dios que nada hay por encima de la vida y de la dignidad de las personas. Ni siquiera él mismo. Ninguna idea, ni creencia, ni dogma, merecen la muerte de nadie, sin no es libremente escogida.
Esa foto, que miro con una insoportable sensación de ahogo, me provoca, me escandaliza, me empuja a declarar la guerra contra toda forma de intolerancia, cuya expresión más salvaje suele ser la religiosa. Y me vuelco en los evangelios, como si necesitase un bálsamo para tanta herida. ¿Qué me cuenta Jesús de todo esto? ¿Cómo juzgaba él los errores de la gente, y a la gente que los cometía? ¿Y cómo juzgaba a quienes los juzgaban, a veces hasta la muerte?
Si nos atenemos a lo que cuentan los evangelios, nos llevamos la sorpresa de que Jesús fue escandalosamente comprensivo con personas y grupos con los que ningún hombre, reconocido como observante y ejemplar desde el punto de vista religioso, podía ser comprensivo. Al tiempo que se mostró extremadamente crítico con aquellos que se veían a sí mismos como los más fieles y los más exactos en su religiosidad. Jesús fue comprensivo con los publicanos y pecadores, con las mujeres y con los samaritanos, con los extranjeros, con los endemoniados, con las muchedumbres del gentío (óchlos), una palabra dura que designaba a la “plebe que no conocía la Ley y estaba maldita”, a juicio de los sumos sacerdotes y de los fariseos observantes (Jn 7, 49; cf. 7, 45).
Y es curioso, pero esa “chusma” es la que aparece constantemente acompañando a Jesús, escuchándole, buscándole.... Los relatos de los evangelios son elocuentes en este punto concreto y repiten muchas veces que el “gentío”, la “muchedumbre”... era la que buscaba a Jesús, la que le oía, la que estaba cerca de él. Y aquella mezcla de Jesús con el “gentío” llegó a ser tan agobiante, que hasta la familia de Jesús llegó a pensar que había perdido la cabeza (Mc 3, 21).
Jesús compartía mesa y mantel con gente pecadora, lo que daba pie a murmuraciones por causa de semejante conducta (Lc 15, 1 s). Jesús siempre defendió a las mujeres, por más que fueran mujeres poco ejemplares. Hasta llegar a decir que los publicanos y las prostitutas entraban antes que los sumos sacerdotes en el Reino de Dios (Mt 21, 31). Jesús defendió a una famosa prostituta en casa de un conocido fariseo (Lc 7, 36-50). Como defendió el derroche de perfume que hizo otra en la cena de homenaje que le hicieron a Jesús (Jn 12, 1-8). Y sabemos que, cuando iba de pueblo en pueblo por Galilea, le acompañaban, no sólo los discípulos y apóstoles, sino también bastantes mujeres, entre ellas una de la que había expulsado siete demonios (Lc 8, 1-3). Jesús siempre se puso de parte de los cismáticos y despreciados samaritanos, hasta poner como ejemplo de humanidad a uno de ellos, frente a la dureza de corazón del sacerdote (Lc 10, 30-35).
Con lo dicho hay suficiente para hacerse una idea de lo “escandalosa” que tuvo que resultar la actitud comprensiva de Jesús. Ser comprensivo con los que viven y piensan como cada cual vive y piensa, eso no es sino sentido común. El problema está en saber con qué debemos ser tolerantes. Y qué cosas no se deben tolerar. Por supuesto, aquí tocamos un tema extremadamente difícil de precisar y delimitar con exactitud.
Yo creo que todo depende de aquello que para cada cual es “intocable”. Desde el punto de vista del Evangelio, “lo intocable” ¿es “lo religioso” o es “lo humano”? Creo que es capital , para un creyente en Jesucristo, tener bien planteada y bien resuelta esta pregunta. De sobra sabemos que, por salvaguardar los derechos de la religión, a veces no se respetan los derechos humanos. Por defender un dogma, se ha quemado al hereje. Como por asegurar un criterio moral, se ha metido en la cárcel al homosexual o se apedrea a una adúltera, o se flagela hasta la muerte a Mosammet.
Es sintomático que los enfrentamientos, que, según los evangelios, tuvo y mantuvo Jesús, fueron con gente muy religiosa, al tiempo que se llevó bien con los grupos humanos que la religión despreciaba o perseguía. Es evidente que, para Jesús, su relación con el Padre del Cielo era lo central. Pero lo que pasa es que Jesús entendía al Padre del Cielo de forma que ese Padre no hacía diferencias. Y por eso es el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos; y manda la lluvia sobre justos y pecadores (Mt 5, 45). Porque es humano necesitar el sol y necesitar la lluvia. Cosas que, por lo visto y a juicio de Jesús, son más intocables que la “bondad” de unos o la “maldad” de otros.
¿Que todo esto entraña sus peligros? Sin duda alguna. Pero a mí, por lo menos, me parece que es mucho más peligroso dividirnos y enfrentarnos por motivos religiosos, de forma que tales motivos justifiquen las mil intolerancias que hacen la vida tan desagradable y hasta puede ser que la lleguen a hacer sencillamente insoportable. Eso nos hace daño a todos. Y además daña - y mucho - a la religión. ¿Por qué, si no, la religión se ha hecho tan odiosa para no pocas personas, muchas de las cuales sabemos que son gente honrada a carta cabal? Las religiones tendrán que pensarse este asunto. Y tendrán que hacerlo de prisa y con toda honestidad, si es que quieren que la historia no las arrolle, y las deje tiradas en las cunetas de los muchos caminos de este mundo.
En recuerdo a Mosammet Hena, niña de 14 años muerta a latigazos por ser acusada de acostarse con su primo casado.
PD: Imagino que os preguntaréis dónde está el primo. Pues en paradero desconocido, como debe ser…
Juan Ramón Junqueras
sábado, 5 de febrero de 2011
La lógica de Caifás.
"Si eres un disidente, normalmente te ignoran.
Si no pueden ignorarte, y no pueden responderte,
te desacreditan." Noam Chomsky
Tenía razón Chomsky cuando escribía que si eres un disidente y no pueden ignorarte, ni responderte, te desacreditan. El caso de Jesús de Nazaret es paradigmático de lo que el respetado lingüista estadounidense afirma en su “Chomsky: Obra Esencial”.
A Jesús nadie le podía ignorar (Mt. 4:24), y era difícil responderle (Mc.. 12:13-17; 34.).... y el pueblo le seguía (Mc. 12:37). Su disidencia de una teología y praxis religiosa desorientada era meridianamente clara, y sus palabras no dejaban ningún resquicio que pudiera provocar malos entendidos (Mt. 23 es un buen ejemplo de ello). De ahí que los que ostentaban el poder religioso de su tiempo pasaran directamente a desacreditarlo delante del pueblo y de sus seguidores y seguidoras.
Según el Evangelio de Marcos, los escribas procedentes de Jerusalén -centro del poder religioso- le desacreditaron afirmando “que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera demonios” (Mc. 3:22). Anteriormente “los suyos” pensaban de él que “estaba fuera de sí” ((Mc. 3:21), que es lo mismo que decir que estaba loco.
En otra ocasión, según el Evangelio de Juan, le vuelven a desacreditar con insidias a las que se daba mucha importancia en aquellos tiempos. Y así, algunos afirman que él es un hijo nacido de fornicación (Jn. 8:41). Le acusan públicamente de blasfemo (Mt. 26:65), de ser un rebelde frente al poder del Imperio (Jn. 19:12-16), y finalmente le muestran en público en un estado lamentable, resultado de las torturas a las que había sido sometido. Y el pueblo, que antes le había seguido, clama a una voz contra el Nazareno: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos! (Mt 27:22-25). Todo acabó con una crucifixión pública, donde las chanzas y el descrédito continuaron (Lc.23). El objetivo había sido alcanzado: Jesús, por fin, había sido desacreditado y asesinado, y el pueblo manipulado por el vértice de las estructuras, religiosas en este caso, de poder (Mt. 27:20)
Y eso es lo que sucede con los que disienten, los sospechosos y sospechosas de no ser incondicionales con las estructuras de poder con las que muchas de nuestras instituciones sociales y religiosas se dotan. Ellos, ellas, disienten -por ejemplo- de la lógica de los “Caifas” de este mundo (sean éstos de izquierdas o derechas en lo político; sean progresistas o conservadores en lo teológico) que sin pudor afirman: “nos conviene que una persona muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn. 11:50). La lógica de Caifas enmascara de preocupación por el pueblo su interés por conservar los privilegios de clase que le concede la estructura de poder en la que se mueve. Privilegios que veía poner en peligro por la praxis y mensaje de Jesús de Nazaret. Y, ante esto, los discípulos y discípulas del Mesías sólo pueden ser incondicionales del reino de Dios y su justicia. Nada más, ni nada menos.
Tengo la impresión de que nuestras sociedades y nuestras iglesias están tienen carencia de disidentes. Mujeres y hombres que, a la manera de Jesús de Nazaret, se pongan al servicio del reino de Dios y, por ende, al servicio del Dios que se nos manifestó en Jesús. Como también escribirá Chomsky, “se puede ganar mucho con el activismo -yo diría con el seguimiento de Jesús- ... pero también se pueden perder muchas cosas. Y algunas de ellas no carecen de importancia, como por ejemplo la seguridad. Eso no es algo secundario. Y la gente sencillamente tiene que tomar su decisión sobre el particular cuando decide qué va a hacer” (Chomsky: Obra esencial, Edit. Crítica, p. 257).
Al hilo de lo que escribe Chomsky, me viene a la memoria ese dicho de Jesús que afirma, de manera rotunda, “No penséis que tras de mí sólo habrá paz en la tierra; no sólo habrá paz, sino también espada. Porque el hijo discutirá con su padre, la hija con su madre, y a la nuera con su suegra. De modo que los enemigos de uno serán sus propios familiares El que, ante esta disyuntiva, prefiere la comodidad de la familia, no ha entendido mi misión; quien prefiere ponerse de parte de su padre o de su hijo antes que del Reino de Dios, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que haga componendas para salvar su vida, corre el riesgo de perderla; en cambio, el que comprometa su vida por causa mía, la salvará” (Mat. 10 34-39).
Poner en riesgo nuestra forma de vida -renunciar a la seguridad- por causa del reino de Dios... Ahí está la cuestión. No existe otra opción para los seguidores y seguidoras de Jesús: Tomar la cruz que ponen sobre nuestros hombros los centros de poder y caminar con ella haciendo frente a los poderes brutales de este mundo, sean éstos políticos, económicos o religiosos. No hay otra salida. No existe otro camino para el/la activista del reino de Dios. Es extremadamente difícil, ciertamente. Pero es vital para que la luz del Reino no se extinga…
Juan Ramón Junquera
Si no pueden ignorarte, y no pueden responderte,
te desacreditan." Noam Chomsky
Tenía razón Chomsky cuando escribía que si eres un disidente y no pueden ignorarte, ni responderte, te desacreditan. El caso de Jesús de Nazaret es paradigmático de lo que el respetado lingüista estadounidense afirma en su “Chomsky: Obra Esencial”.
A Jesús nadie le podía ignorar (Mt. 4:24), y era difícil responderle (Mc.. 12:13-17; 34.).... y el pueblo le seguía (Mc. 12:37). Su disidencia de una teología y praxis religiosa desorientada era meridianamente clara, y sus palabras no dejaban ningún resquicio que pudiera provocar malos entendidos (Mt. 23 es un buen ejemplo de ello). De ahí que los que ostentaban el poder religioso de su tiempo pasaran directamente a desacreditarlo delante del pueblo y de sus seguidores y seguidoras.
Según el Evangelio de Marcos, los escribas procedentes de Jerusalén -centro del poder religioso- le desacreditaron afirmando “que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera demonios” (Mc. 3:22). Anteriormente “los suyos” pensaban de él que “estaba fuera de sí” ((Mc. 3:21), que es lo mismo que decir que estaba loco.
En otra ocasión, según el Evangelio de Juan, le vuelven a desacreditar con insidias a las que se daba mucha importancia en aquellos tiempos. Y así, algunos afirman que él es un hijo nacido de fornicación (Jn. 8:41). Le acusan públicamente de blasfemo (Mt. 26:65), de ser un rebelde frente al poder del Imperio (Jn. 19:12-16), y finalmente le muestran en público en un estado lamentable, resultado de las torturas a las que había sido sometido. Y el pueblo, que antes le había seguido, clama a una voz contra el Nazareno: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos! (Mt 27:22-25). Todo acabó con una crucifixión pública, donde las chanzas y el descrédito continuaron (Lc.23). El objetivo había sido alcanzado: Jesús, por fin, había sido desacreditado y asesinado, y el pueblo manipulado por el vértice de las estructuras, religiosas en este caso, de poder (Mt. 27:20)
Y eso es lo que sucede con los que disienten, los sospechosos y sospechosas de no ser incondicionales con las estructuras de poder con las que muchas de nuestras instituciones sociales y religiosas se dotan. Ellos, ellas, disienten -por ejemplo- de la lógica de los “Caifas” de este mundo (sean éstos de izquierdas o derechas en lo político; sean progresistas o conservadores en lo teológico) que sin pudor afirman: “nos conviene que una persona muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn. 11:50). La lógica de Caifas enmascara de preocupación por el pueblo su interés por conservar los privilegios de clase que le concede la estructura de poder en la que se mueve. Privilegios que veía poner en peligro por la praxis y mensaje de Jesús de Nazaret. Y, ante esto, los discípulos y discípulas del Mesías sólo pueden ser incondicionales del reino de Dios y su justicia. Nada más, ni nada menos.
Tengo la impresión de que nuestras sociedades y nuestras iglesias están tienen carencia de disidentes. Mujeres y hombres que, a la manera de Jesús de Nazaret, se pongan al servicio del reino de Dios y, por ende, al servicio del Dios que se nos manifestó en Jesús. Como también escribirá Chomsky, “se puede ganar mucho con el activismo -yo diría con el seguimiento de Jesús- ... pero también se pueden perder muchas cosas. Y algunas de ellas no carecen de importancia, como por ejemplo la seguridad. Eso no es algo secundario. Y la gente sencillamente tiene que tomar su decisión sobre el particular cuando decide qué va a hacer” (Chomsky: Obra esencial, Edit. Crítica, p. 257).
Al hilo de lo que escribe Chomsky, me viene a la memoria ese dicho de Jesús que afirma, de manera rotunda, “No penséis que tras de mí sólo habrá paz en la tierra; no sólo habrá paz, sino también espada. Porque el hijo discutirá con su padre, la hija con su madre, y a la nuera con su suegra. De modo que los enemigos de uno serán sus propios familiares El que, ante esta disyuntiva, prefiere la comodidad de la familia, no ha entendido mi misión; quien prefiere ponerse de parte de su padre o de su hijo antes que del Reino de Dios, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que haga componendas para salvar su vida, corre el riesgo de perderla; en cambio, el que comprometa su vida por causa mía, la salvará” (Mat. 10 34-39).
Poner en riesgo nuestra forma de vida -renunciar a la seguridad- por causa del reino de Dios... Ahí está la cuestión. No existe otra opción para los seguidores y seguidoras de Jesús: Tomar la cruz que ponen sobre nuestros hombros los centros de poder y caminar con ella haciendo frente a los poderes brutales de este mundo, sean éstos políticos, económicos o religiosos. No hay otra salida. No existe otro camino para el/la activista del reino de Dios. Es extremadamente difícil, ciertamente. Pero es vital para que la luz del Reino no se extinga…
Juan Ramón Junquera
jueves, 3 de febrero de 2011
Iglesias emergentes.
Entender cómo calificar a una iglesia como “emergente” es muy difícil puesto que esta categoría incluye una gran cantidad de creencias. Sin embargo lo que busca cocinarse con el concepto de “Iglesia Emergente” es el deseo que las iglesias sean realmente iglesias misioneras en el propio entorno o nación en las que se encuentran.
Para ayudar a explicar como una Iglesia Emergente se diferencia de otro tipo de formas de iglesias, explicaré brevemente cuatro tipos de iglesias que he definido mi primer libro “Reformission: Reaching Out without Selling Out” (Libro no disponible en español y cuyo título pudiese ser: Reformisión: Alcanzar sin necesidad de vender”). Jesús ha llamado a la iglesia a ser misionera desde tres focos: 1) el evangelio (amar al Señor), 2) la cultura (amar al prójimo), y 3) la iglesia misma (amar a nuestros hermanos en Cristo). Lamentablemente debemos reconocer que nuestras iglesias solo tienen éxito en uno o dos de estos focos y es por ello que existe entre nosotros tanta paraeclesialidad, liberalismo o fundamentalismo.
1) Evangelio + Cultura – Iglesia = Paraeclesialidad
Ministerios como Young Life y Cruzada Estudiantil para Cristo (AGAPE) se saltan a la iglesia para presentar el evangelio a las personas en la cultura. El resultado es un cristianismo que ama al Señor, ama a la cultura pero son propensos a dejar de amar a la iglesia. Esto es ser paraeclesiales.
2) Cultura + Iglesia – Evangelio = Liberalismo
La mayoría de las iglesias tradicionales tienen una conciencia social profunda y están comprometidas a desarrollar labores en este sentido, pero carecen del evangelio del arrepentimiento del pecado y de la fe personal en Jesús para alcanzar la salvación. El resultado es el liberalismo que ama a la iglesia y a ama a la cultura pero falla en amar al Señor de manera adecuada.
3) Iglesia + Evangelio – Cultura = Fundamentalismo
La mayoría de las iglesias independientes y conservadoras son propensas a amar a la iglesia y amar la verdad del evangelio pero por otro lado minimizan, niegan e inclusive luchan contra la cultura y las personas que viven en ella. Este es el caso típico del fundamentalismo.
4) Evangelio + Cultura + Iglesia = Emergente
La iglesia emergente, en diferentes variantes, trata de combinar lo mejor de cada forma de cristianismo de manera que la gente pueda amar simultáneamente al Señor, a la Iglesia y a la gente en su cultura. El resultado es permanecer continuamente en una tensión entre ser teológicamente conservador y culturalmente liberal, y es por ello que cada vez es más creciente el debate entre cristianos conservadores y liberales en relación a como se involucran en la iglesia emergente.
Francamente, el rumbo y futuro de la iglesia emergente está aun por verse. En ella se incluye una corriente que está comenzando a replicar el pensamiento teológico liberal en aspectos como la autoridad de las escrituras, las referencias masculinas de Dios, los roles por géneros, el pecado personal, el infierno eterno entre otras. También esta siendo influenciada por una corriente fundamentalista que incluyen pastores de tendencias teológicas reformadas quienes luchan contra sus denominaciones en aspectos como el alchohol y el hablar en lenguas.
Los próximos años serán decisivos para determinar si la Iglesia Emergente toma rumbos hacia los destinos mencionados, esto es el paraeclesialismo, el liberalismo, o el fundamentalismo; o si por el contrario se consolidará como un nuevo movimiento de plantadores de iglesias y de misioneros culturales tal como ocurrió con el Movimiento de Jesús en la generación anterior.
Mark Driscoll
Para ayudar a explicar como una Iglesia Emergente se diferencia de otro tipo de formas de iglesias, explicaré brevemente cuatro tipos de iglesias que he definido mi primer libro “Reformission: Reaching Out without Selling Out” (Libro no disponible en español y cuyo título pudiese ser: Reformisión: Alcanzar sin necesidad de vender”). Jesús ha llamado a la iglesia a ser misionera desde tres focos: 1) el evangelio (amar al Señor), 2) la cultura (amar al prójimo), y 3) la iglesia misma (amar a nuestros hermanos en Cristo). Lamentablemente debemos reconocer que nuestras iglesias solo tienen éxito en uno o dos de estos focos y es por ello que existe entre nosotros tanta paraeclesialidad, liberalismo o fundamentalismo.
1) Evangelio + Cultura – Iglesia = Paraeclesialidad
Ministerios como Young Life y Cruzada Estudiantil para Cristo (AGAPE) se saltan a la iglesia para presentar el evangelio a las personas en la cultura. El resultado es un cristianismo que ama al Señor, ama a la cultura pero son propensos a dejar de amar a la iglesia. Esto es ser paraeclesiales.
2) Cultura + Iglesia – Evangelio = Liberalismo
La mayoría de las iglesias tradicionales tienen una conciencia social profunda y están comprometidas a desarrollar labores en este sentido, pero carecen del evangelio del arrepentimiento del pecado y de la fe personal en Jesús para alcanzar la salvación. El resultado es el liberalismo que ama a la iglesia y a ama a la cultura pero falla en amar al Señor de manera adecuada.
3) Iglesia + Evangelio – Cultura = Fundamentalismo
La mayoría de las iglesias independientes y conservadoras son propensas a amar a la iglesia y amar la verdad del evangelio pero por otro lado minimizan, niegan e inclusive luchan contra la cultura y las personas que viven en ella. Este es el caso típico del fundamentalismo.
4) Evangelio + Cultura + Iglesia = Emergente
La iglesia emergente, en diferentes variantes, trata de combinar lo mejor de cada forma de cristianismo de manera que la gente pueda amar simultáneamente al Señor, a la Iglesia y a la gente en su cultura. El resultado es permanecer continuamente en una tensión entre ser teológicamente conservador y culturalmente liberal, y es por ello que cada vez es más creciente el debate entre cristianos conservadores y liberales en relación a como se involucran en la iglesia emergente.
Francamente, el rumbo y futuro de la iglesia emergente está aun por verse. En ella se incluye una corriente que está comenzando a replicar el pensamiento teológico liberal en aspectos como la autoridad de las escrituras, las referencias masculinas de Dios, los roles por géneros, el pecado personal, el infierno eterno entre otras. También esta siendo influenciada por una corriente fundamentalista que incluyen pastores de tendencias teológicas reformadas quienes luchan contra sus denominaciones en aspectos como el alchohol y el hablar en lenguas.
Los próximos años serán decisivos para determinar si la Iglesia Emergente toma rumbos hacia los destinos mencionados, esto es el paraeclesialismo, el liberalismo, o el fundamentalismo; o si por el contrario se consolidará como un nuevo movimiento de plantadores de iglesias y de misioneros culturales tal como ocurrió con el Movimiento de Jesús en la generación anterior.
Mark Driscoll
miércoles, 2 de febrero de 2011
Sal y luz.
Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.
José A. Pagola
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.
José A. Pagola
Criterios Ecuménicos: mundo evangélico
En el contexto de sus relaciones inter-eclesiales, las iglesias evangélicas (protestantes) de hoy, se rigen más por su “doctrina”, (sus opiniones), que por el amor fraterno. Son estas opiniones las que muchas veces impiden que se acerquen al «otro».
En primer lugar, habría que tratar de las relaciones con las iglesias que consideramos hermanas y, que según nuestra opinión, siguen nuestra misma doctrina. Aquí entrarían las iglesias de nuestra «denominación». Algunas “familias de iglesias” se atribuyen una sinodalidad (caminar juntas), y otras subrayan su libertad (iglesias libres) para ejercer su misión. Aunque en esta fase de relación todo parecería más sencillo, muchas veces no es así, y las relaciones entre estos “hermanos” son más bien tensas.
En segundo lugar están las relaciones «inter-denominacionales», que desde el final del franquismo, han ido perdiendo la fuerza que las mantenía juntas: el “enemigo común”. En este nivel de relación la tensión es tan evidente que existen más propuestas de aislamiento que de unidad. Hay situaciones escandalosas en las que se le niega el derecho de la palabra al “otro” porque su doctrina no es la ortodoxa, (no es la sana doctrina)!
En tercer lugar están las relaciones con las otras iglesias cristianas, que son las relaciones ecuménicas propiamente dichas. A este nivel, las relaciones “institucionales” no pasan por un buen momento, pero a nivel de las “iglesias de base” las relaciones siguen siendo posibles y enriquecedoras.
En cuarto lugar estarían las relaciones inter-religiosas, con las otras confesiones religiosas y en quinto lugar, las relaciones inter-culturales con aquellos movimientos de solidaridad humana.
Como conviene a un cristiano, (y a un protestante), recurro a la Palabra para aproximarme a lo que nos dice el Maestro. He escogido un texto del evangelio de Marcos.
Y cuando estuvo en casa, Jesús les preguntó: --¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Pero ellos callaron, porque lo que habían disputado los unos con los otros en el camino era sobre quién era el más importante. Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: --Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos y el siervo de todos. Y tomó a un niño y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: --El que en mi nombre recibe a alguien como este niño, a mí me recibe; y el que a mí me recibe no me recibe a mí, sino al que me envió. Juan le dijo: --Maestro, vimos a alguien que echaba fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: --No se lo prohibáis, porque nadie que haga milagros en mi nombre podrá después hablar mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que jamás perderá su recompensa. Y a cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le atase una gran piedra de molino al cuello y que fuese echado al mar. Mc 9,33-42
Hoy en día, el mundo evangélico está muy preocupado por el “discipulado”. Y en este texto encontramos una lección para los verdaderos discípulos. Los discípulos prohíben, no por lo que hacen los otros (echar fuera demonios en nombre de Jesús) sino porque no les siguen a ellos. Estaban preocupados por el “seguimiento” como hoy estamos preocupados por el “discipulado”. Jesús está en contra de esta prohibición. La actitud de los discípulos en este pasaje está relacionada con la disputa interna de quién es el primero, el más importante, es un tema de autoridad.
Creo que aquí tenemos un buen criterio para nuestras relaciones fraternales, sean estas inter-denominacionales, ecuménicas o de cualquier otro signo. No se trata de “doctrina”, ni de “seguimiento”, sino de «dar un vaso de agua en nombre de Cristo». Reconocer al hermano en lo que hace en nombre de Cristo, este es el mejor criterio que nos evitará hacer tropezar a los más pequeños que creen en El
Samuel Fabra
En primer lugar, habría que tratar de las relaciones con las iglesias que consideramos hermanas y, que según nuestra opinión, siguen nuestra misma doctrina. Aquí entrarían las iglesias de nuestra «denominación». Algunas “familias de iglesias” se atribuyen una sinodalidad (caminar juntas), y otras subrayan su libertad (iglesias libres) para ejercer su misión. Aunque en esta fase de relación todo parecería más sencillo, muchas veces no es así, y las relaciones entre estos “hermanos” son más bien tensas.
En segundo lugar están las relaciones «inter-denominacionales», que desde el final del franquismo, han ido perdiendo la fuerza que las mantenía juntas: el “enemigo común”. En este nivel de relación la tensión es tan evidente que existen más propuestas de aislamiento que de unidad. Hay situaciones escandalosas en las que se le niega el derecho de la palabra al “otro” porque su doctrina no es la ortodoxa, (no es la sana doctrina)!
En tercer lugar están las relaciones con las otras iglesias cristianas, que son las relaciones ecuménicas propiamente dichas. A este nivel, las relaciones “institucionales” no pasan por un buen momento, pero a nivel de las “iglesias de base” las relaciones siguen siendo posibles y enriquecedoras.
En cuarto lugar estarían las relaciones inter-religiosas, con las otras confesiones religiosas y en quinto lugar, las relaciones inter-culturales con aquellos movimientos de solidaridad humana.
Como conviene a un cristiano, (y a un protestante), recurro a la Palabra para aproximarme a lo que nos dice el Maestro. He escogido un texto del evangelio de Marcos.
Y cuando estuvo en casa, Jesús les preguntó: --¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Pero ellos callaron, porque lo que habían disputado los unos con los otros en el camino era sobre quién era el más importante. Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: --Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos y el siervo de todos. Y tomó a un niño y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: --El que en mi nombre recibe a alguien como este niño, a mí me recibe; y el que a mí me recibe no me recibe a mí, sino al que me envió. Juan le dijo: --Maestro, vimos a alguien que echaba fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: --No se lo prohibáis, porque nadie que haga milagros en mi nombre podrá después hablar mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que jamás perderá su recompensa. Y a cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le atase una gran piedra de molino al cuello y que fuese echado al mar. Mc 9,33-42
Hoy en día, el mundo evangélico está muy preocupado por el “discipulado”. Y en este texto encontramos una lección para los verdaderos discípulos. Los discípulos prohíben, no por lo que hacen los otros (echar fuera demonios en nombre de Jesús) sino porque no les siguen a ellos. Estaban preocupados por el “seguimiento” como hoy estamos preocupados por el “discipulado”. Jesús está en contra de esta prohibición. La actitud de los discípulos en este pasaje está relacionada con la disputa interna de quién es el primero, el más importante, es un tema de autoridad.
Creo que aquí tenemos un buen criterio para nuestras relaciones fraternales, sean estas inter-denominacionales, ecuménicas o de cualquier otro signo. No se trata de “doctrina”, ni de “seguimiento”, sino de «dar un vaso de agua en nombre de Cristo». Reconocer al hermano en lo que hace en nombre de Cristo, este es el mejor criterio que nos evitará hacer tropezar a los más pequeños que creen en El
Samuel Fabra
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