La doctrina de la elección –que los que entran libremente a Dios son
los que Dios ha elegido libremente– es fácil de entender, y es
claramente enseñada en la Palabra de Dios. Pero no es fácil de aceptar.
Ha dado problemas a creyentes pensadores durante siglos, y sigue
haciéndolo hoy en día.
Aquí están tres de las preguntas más comunes que la doctrina de la elección plantea:
1. Si crees en la elección, ¿no te deja eso con el problema de que Dios no escoge salvar a todos?
Sí, pero lo mismo es cierto para los cristianos que no creen en la
elección. La elección no crea el problema, solo que nos lleva a pensar
en ello. Negar la doctrina de la elección no te ayuda a escapar del
problema. Todos los cristianos tienen este problema, por lo que no
podemos oponernos a la elección apelando a eso. Una persona que no cree
en la elección se enfrenta a este dilema:
(a) Dios quiere que todos sean salvos.
(b) Dios puede salvar a todos.
(c) Dios no lo hace.
La pregunta sigue siendo: ¿Por qué no? Ese es el mayor misterio, pero abandonar la doctrina de la elección no lo resuelve.
Alguien diría: “Pero yo creo que si Dios no quiere que nos perdamos,
algunos se pierden porque eligen mal y Dios no viola su libertad de
elección”. Pero, ¿qué hace a la libertad de elección sacrosanta? Trato
de respetar la libertad de la voluntad de mi hijo, ¡pero no si veo que
él está a punto de ser asesinado por ella! ¿Por qué no puede Dios
“insultar” nuestra libertad por un momento y salvarnos por la eternidad?
Independientemente si piensas que somos salvos por nuestra elección o
por la de Dios, aún enfrentas la misma pregunta: ¿Por qué Dios no salva
a todos si tiene el poder y el deseo de hacerlo? De nuevo, es una
pregunta difícil, pero no puede ser utilizada como un argumento en
contra de la doctrina de la elección.
Podemos ir más allá. Supongamos que la elección no es cierta.
Supongamos que hace millones de años Dios configuró la salvación en este
sistema: Toda persona tendrá la misma capacidad de aceptar o rechazar a
Cristo, que va a morir y resucitar y será presentado a través del
mensaje del evangelio. En el momento en que Dios determinó la creación
de la salvación en ese sistema, habría conocido de inmediato exactamente
qué personas serían salvas y cuáles serían condenadas sobre esa base.
Así que en el momento en que “la configuró”, estaría de hecho eligiendo a
unos y pasando por encima a los demás. Volvemos al mismo lugar. Dios
puede salvar a todos, pero no lo hace.
¿Por qué no lo hace, entonces? Solo podemos saber dos cosas. En
primer lugar, la respuesta debe tener algo que ver con su naturaleza
perfecta. Él es perfectamente amoroso y perfectamente justo, y no puede
preferir una sobre la otra, sino no sería Dios. De alguna manera, la
respuesta tiene que ver con ser coherente consigo mismo. En segundo
lugar, no podemos ver la imagen completa. ¿Por qué? Si somos capaces de
concebir un sistema más misericordioso de salvación de aquel que Dios
tiene, no estamos viéndolo correctamente, porque Dios es más
misericordioso de lo que podemos imaginar. De hecho, cuando veamos
finalmente todo el plan, no seremos capaces de encontrar fallas en él.
2. Pero si todo está determinado, ¿por qué orar, evangelizar, o hacer lo que sea?
Esta objeción no ve las cosas correctamente. Es de visión corta. En
primer lugar, si todo no hubiese sido planeado por un Dios santo y
amoroso, estaríamos absolutamente aterrorizados por el panorama de
siquiera levantarnos por la mañana. Nuestras acciones (siempre
hechas con muy poca comprensión) podrían tener consecuencias terribles.
¡Todo dependería de nosotros! Si todo no fuese planeado por un Dios
santo y amoroso, habría una enorme presión sobre los cristianos cuando
evangelizamos. Sabríamos que nuestra pobre articulación podría dar lugar
a una persona perdiendo su única “oportunidad” de salvación. Sería una
perspectiva horrible.
En segundo lugar, evangelizamos y oramos por el privilegio de
participar en la obra de Dios junto con Él. Por ejemplo, un padre podría
ser capaz de cortar leña para la chimenea, pero también le pide a sus
hijos aprender a cortar madera y encender el fuego. ¿Qué si los niños
dicen: “No tenemos ningún incentivo para cortar madera? Sabemos que si
no la cortamos, nuestro padre lo hará de todos modos, ¡no permitirá que
nos congelemos!”. Pero el padre respondería: “Por supuesto que podría
hacerlo yo solo, pero quiero que compartas el trabajo conmigo”. La
autoridad y el privilegio de trabajar con nuestro Padre celestial es sin
duda incentivo suficiente. Él quiere trabajar con nosotros y por
nosotros.
Además, nunca deberíamos tratar de juzgar a Dios. Nunca debemos
tratar de adivinar quién es “elegido”; ¡jamás! Dios llama a todos al
arrepentimiento, y así debemos hacerlo nosotros. De hecho, la doctrina
de la elección debería darnos mucha más esperanza de trabajar con la
gente. ¿Por qué? ¡Porque nadie es un caso perdido! Desde un punto de
vista humano, muchos parecen totalmente endurecidos y perdidos; pero
como la salvación es por la elección de Dios, debemos tratar a todos y
cada uno con esperanza, ya que Dios llama a los muertos a la vida a
través de nosotros.
Por lo tanto, la soberanía absoluta de Dios es una motivación para evangelizar, no un desaliento. En Hechos 18,
Pablo está en Corinto y el evangelio ha sido rechazado por los Judíos
allí. ¿Cómo Dios alienta a Pablo que no tenga miedo, y a “seguir
hablando y no calles” (v. 9)? “porque Yo estoy contigo, y nadie te
atacará para hacerte daño, porque Yo tengo mucha gente en esta ciudad”
(v. 10). Dios asegura a Pablo su presencia, su protección y su elección.
Y Pablo responde al permanecer “allí un año y seis meses, enseñando la
palabra de Dios entre ellos” (v. 11). El punto es este: la siguiente
persona por la que oren y/o compartan el evangelio puede ser uno de los
elegidos de Dios, y tú puedes ser parte de la forma que Dios ha ordenado
para traerlos a la fe.
3. Creo en la Biblia y veo toda la enseñanza acerca de la elección, pero ¿por qué aún me disgusta?
Mi teoría es que el evangelio bíblico es tan sobrenatural que siempre
combina cualidades que por razón natural y cultura no podemos entender.
La doctrina de la justificación es una forma de ver el evangelio.
Combina tanto la ley como el amor de una manera que nadie podría haber
pensado. Somos salvos aparte de la ley para que ahora podamos obedecer
la ley. Todas las demás filosofías son o ley-ismo (legalista) o sin-ley
(antinomianismo). Ahora, la doctrina de la elección es solo el evangelio
visto desde otra perspectiva. Combina la soberanía de Dios y la
responsabilidad de los seres humanos. Aquí, también, nos encontramos con
que las culturas y filosofías humanas no pueden combinar estas cosas.
Quienquiera que seas, vienes de una cultura que te ha saturado de
alguna opinión que es tan desequilibrada que verás la doctrina de la
elección como algo más simple y extremo de lo que realmente es. Las
filosofías y religiones orientales siempre han sido más fatalistas.
Creen que la autonomía individual es una ilusión. Cuando la gente de ese
trasfondo viene al evangelio, pueden verlo como “puro individualismo”.
Por otro lado, el secularismo occidental cree firmemente en el derecho y
el poder de las personas para determinar su propio camino y su destino.
Cuando la gente de ese trasfondo viene al evangelio, lo ven como “puro
fatalismo”.
No importa de qué “lado” venimos y no importa nuestra cultura o
temperamento. Debemos hacer un esfuerzo para discernir cuidadosamente el
balance del evangelio en libre albedrío y justificación. Debemos
recordar los prejuicios que traemos con nosotros a las Escrituras. Y
debemos estar dispuestos a aprender a equilibrar nuestros puntos de
vista.
Tim Keller
Me parece ésta una opinión a la vez sabia, humilde y valiente. Sabia en cuanto que centra el tema en sus aspectos más fundamentales sin caer en distractores que sólo pueden polarizar el pensamiento. Humilde en cuanto que no pretende constituir una explicación lógica que sólo satisfaría el debate intelectual. Y también valiente porque se atreve a invocar las motivaciones que nos llevan a los humanos a plantearnos estos dilemas e incluso a responderlos; y nos hace una clara advertencia a no caer en la tentación de juzgar a Dios en nuestra mente, al tiempo que nos anima a emprender una acción esperanzadora en pro de Cristo, eludiendo el peligro de parálisis ante una cuestión meramente filosófica impregnada de incertidumbre. Este artículo me ha aportado una luz y una bendición. Gracias.
ResponderEliminar