Las teorías y definiciones de
Arrio, un asceta con gran habilidad psicológica, bien dotado para la
comunicación pastoral y conocedor de las Escrituras y dialéctica, provenían de
la escuela exegética de Antioquia, creada por Luciano de Antioquia, con unas
bases entre el adopcionismo y la doctrina del logos-sarx, donde se remitía a la
filosofía aristotélica relacionándola exegéticamente con la Biblia (Harnack, Dogmengeschichte II, 1894, p. 185).
Se partía entonces del pensamiento aristotélico de Dios como principio, causa
primaria, y de que sólo Dios se le puede atribuir la palabra, sin
origen/principio, dando como resultado a un Cristo creado, Logos creado. Este
pensamiento se inscribía en un verdadero subordinacianismo, por razones
religiosas y racionales, impregnado de
dos principales convicciones fundamentales: Dios es único, inengendrado y eterno, en línea con la tradición monarquianaasí
que, Dios era Dios antes de ser Padre,
el hijo es tan superior a nosotros que
merece ciertamente que lo llamemos Dios; pero, en realidad, es Dios “hecho”;
frente al Dios único, inengendrado y Padre, es una criatura, según cita Sesboüe en su libroEl Dios de la Salvación, pág 191.
El obispo alejandrino, contrario
a la teología arriana, se enrocaba en la premisa de que el Logos, el Hijo,
forma íntegramente parte del ser de Dios, encontrando sus argumentos sobre todo
en el evangelio de Juan. Mediante esta afirmación se daba a entender que, para
salvarse, el hombre necesitaba un ser divino que le hiciera partícipe en la
divinidad. Por tanto, tener duda de esto suponía tener dudas de las posibilidades
soteriológicas del hombre, aunque la teoría de Alejandro manifestaba serias
contradicciones en cuanto a la unidad entre Padre e Hijo, al mismo tiempo que
se exponía que el Hijo era distinto al Padre. Alejandro tomó el camino, que
después seguiría Atanasio, en el que tenía como finalidad salvar la divinidad
de Cristo y todo el núcleo de la fe eclesiástica, ya que Cristo pertenecía a
Dios y no al mundo.
Con la formulación y aprobación
del Credo Niceno en el Concilio del año 325 se elabora una respuesta anti-arriana
y a toda su teología, una confesión que en el fondo era muy sincera, como
comenta Sesboüe. Se incorpora el término homoousios, en su segundo artículo,
acompañado por unas declaraciones posicionando a Jesús en igualdad con Dios, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de
Dios verdadero. La incursión de esta palabra no zanjaba, y así se demostró
con el tiempo, la polémica de describir la figura de Jesucristo y su
procedencia, pero fue un arma en contra de Arrio y sus seguidores en un intento
de fulminar, en ese momento, la controversia.
Jose
A. Flores-Sánchez
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