viernes, 8 de enero de 2010

¿Cómo convertirnos en amados?

En ese día que yo me enamoré de vos,
el cielo se abrió
y junto a él mi corazón.
Sabrina

Leyendo Lucas 3: 15-16, 21-22. No es la primera vez que leo la expresión cielos abiertos. Me resulta familiar. En la isla donde nací es sinónimo de esperanza en medio de la tormenta, de oportunidad redentora entre la crecida de los ríos, de salvación cuando las cosas van mal. Pero también es una terminología que explica los mecanismos para que las naves civiles puedan sobrevolar los cielos con total libertad. Y si hacemos un viaje literario, a vuelo de pájaro simplemente, descubriremos que es un recurso del cual se hecha mano con mucha frecuencia para expresar aperturismo, estreno, inauguración, comienzo, principio.

Así que no nos puede conmover el hecho de que Lucas recurra a esta expresión para narrarnos lo que está ocurriendo en la biografía de Jesús. Sencillamente está cambiando el tono de la cantata. Si hasta ahora el relato había sido familiar, circunstancial, local; es a partir de esta epifanía que Jesús comienza a estar en la vox populi. Es el comienzo de su ministerio público.

Pero antes de iniciarnos en la carrera de fondo que nos llevará hasta Jerusalén podemos hacer una pausa en el camino, tomar aliento y mirarnos, aprovechando el reflejo de las aguas. Porque solo cuando estamos quietos es que podemos preguntarnos si somos los amados por Dios. Solo entonces.

Ser cristiano tiene significancia a la luz de este pasaje del bautismo. Tu eres mi hijo amado es una frase que he leído en varias ocasiones en los últimos años. Es una oración gramatical que me gusta recordar a la gente con las que converso cuando pretendo que nuestra relación se haga más íntima y no este basada sólo en la tradición.

Yo sé que no es fácil escuchar esa voz interior que nos dice: Tú eres mi hijo amado en una cultura donde los gritos predominantes son: no eres atractivo, no eres eficaz, no eres famoso. Pero con las estaciones aprendemos que lo peor que nos puede pasar no es caer en el hueco del éxito, o en el hoyo del poder; sino deslizarnos cuidadosamente hacia el cómodo colchón del autodesprecio. Y es que cuando no nos valoramos con justicia es que recurrimos al éxito o al poder para forjar nuestra identidad.

Jesús escucha las palabras tú eres mi hijo amado justo antes de iniciar la andadura que lo llevaría al Gólgota No antes ni después, sino en el momento oportuno. Dios ve a Jesús mojado, pero también le ve en la intimidad más desnuda y lo confirma diciéndole que es amado. Entonces, y no antes, Jesús puede calzarse y comenzar el viaje.

Tengo la certeza de que antes que nuestros padres nos amaran, de que nuestros hermanos nos estimaran, de que nuestros amigos nos respaldaran, ya habíamos sido amados por Dios. Y es esta verdad la que debemos buscar como si de un filón de oro se tratase.

Pero para buscar hay que hacerse preguntas antes.
Augusto G. Miián

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