A veces las ovejas optan por dejar el rebaño y al pastor. Y esto no sólo hay que verlo como un ejercicio de libertad, sino como uno de ruptura también. Pero las pérdidas duelen. Definitivamente duelen. Pero lo peor no es la pérdida en sí, sino que no hay curas para mitigarlas.
Cuando alguien te dice que ha decido marcharse de la comunidad para irse a otra iglesia te quedas sin palabras primero y esto es comprensible. Cuando alguien a quien quieres te dice que se marcha la lectura que hacemos es: Ya no quiere estar más conmigo. Me quedo solo. Entonces el Espíritu Santo nos hace un nudo en la garganta y nos obliga a expulsar algo líquido y salado por los ojos. En segundo lugar sientes fustración y te haces miles de preguntas que comienzan por: ¿Y sí yo hubiese...? La tercera etapa es la del enojo y te encierras en el silencio. Un silencio oscuro que no te deja dormir. La quinta etapa es la de la aceptación. Ves los espacios vacíos en el banco donde ellos se sentaban y tragas en seco.
Ya sé que debo abrazar las pérdidas. Pero ahora estoy haciendóme miles de preguntas que comienzan por: ¿Y si yo hubiese....?
Augusto G. Milián
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