lunes, 9 de marzo de 2015

Jesús y la violencia

En estos días en que somos testigos de tanta violencia en todo el mundo, sería agradable tener delante de los ojos la imagen de un Jesús lleno de dulzura y de ternura. Pero la imagen que nos da Juan es la de un Jesús violento. No expliquemos demasiado rápidamente ni demasiado fácilmente esta violencia como una "santa violencia" justificada por abusos escandalosos. De hecho no había ningún abuso. Los animales tenían que ser ofrecidos en el templo cada día, y estos animales tenías que responder a ciertas exigencias de pureza. ¿Por qué entonces esta violencia de Jesús? Jesús pone fin a la economía sacrificial misma. En la religión de Israel, como en todas las religiones antiguas, había un lazo esencial entre violencia y sagrado. 
Hay en todo ser humano una fuente de violencia, vinculada a la energía vital misma, y a través de ésta, a lo divino. Esta violencia que asusta al hombre e intenta domesticarla canalizándola en sacrificios donde las víctimas inmoladas se convierten en el objeto ritual de esta violencia. En los sacrificios, proyecta fuera de él mismo la violencia que lleva y que lo asfixia y consigue entonces llevar una vida social más o menos armoniosa. Toda la liturgia sacrificial del templo inscribía en esta lógica. Expulsando del Templo a todo el mundo, Jesús muestra claramente que quiere poner fin a esta religión sacrificial. Y los judíos lo comprenden muy bien cuando le piden un signo que muestre la autoridad de hacer algo tan radical, más radical que todo lo que han hecho todos los profetas anteriores. 
La respuesta de Jesús significa que a partir de ahora el ser humano no puede ritualizar ya la violencia que lleva, no la puede proyectar ya ritualmente fuera de él mismo. Debe de hacerle frente allí donde se encuentra: en su corazón y en su vida, independientemente de que sea violencia infligida o violencia sufrida. El signo que una era nueva ha empezado es que los poderosos matarán a Jesús y que, por fidelidad a su Padre y por amor para nosotros, Jesús aceptará ser el objeto de esa violencia. La muerte de Jesús no ha sido una muerte sacrificial. No ha sido inmolado como un cordero. Ha sido ejecutado, asesinado, por la misma violencia con que tantos otros han sido y son víctimas A partir de ese momento, ya no podemos apaciguar a Dios con sacrificios. 
Necesitamos hacer frente valientemente a la violencia que llevamos en nuestros corazones y domarla allí donde se encuentra. La muerte de Jesús no ha sido un sacrificio en el sentido de los sacrificios del Antiguo Testamento. Es toda la vida de Jesús, con su muerte y su resurrección que reemplaza el conjunto de los sacrificios de la antigua alianza. Asimismo es a través de toda nuestra vida, haciendo frente valientemente a todo lo que nuestros corazones pueden llevar de violencia, sin dejarnos dominar por ella, y también aceptando eventualmente ser el objeto de la violencia de los otros por amor del Cristo, que nos volvemos nosotros también, un sacrificio espiritual agradable a Dios. 
Como nos lo enseña la frase misteriosa del fin de este evangelio, no basta creer en Jesús. Es necesario también que vivamos con un grado de honradez y de verdad tal que Jesús pueda creer también en nosotros.

Javier Azkoitia.

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