En estos días en que somos testigos de tanta violencia
en todo el mundo, sería agradable tener delante de los
ojos la imagen de un Jesús lleno de dulzura y de
ternura. Pero la imagen que nos da Juan es la de un
Jesús violento. No expliquemos demasiado rápidamente
ni demasiado fácilmente esta violencia como una "santa
violencia" justificada por abusos escandalosos. De
hecho no había ningún abuso. Los animales tenían que
ser ofrecidos en el templo cada día, y estos animales
tenías que responder a ciertas exigencias de pureza.
¿Por qué entonces esta violencia de Jesús? Jesús pone fin a la economía sacrificial
misma. En la religión de Israel, como en todas las religiones antiguas, había un
lazo esencial entre violencia y sagrado.
Hay en todo ser humano una fuente de
violencia, vinculada a la energía vital misma, y a través de ésta, a lo divino. Esta
violencia que asusta al hombre e intenta domesticarla canalizándola en sacrificios
donde las víctimas inmoladas se convierten en el objeto ritual de esta violencia.
En los sacrificios, proyecta fuera de él mismo la violencia que lleva y que lo asfixia
y consigue entonces llevar una vida social más o menos armoniosa.
Toda la liturgia sacrificial del templo inscribía en esta lógica. Expulsando del
Templo a todo el mundo, Jesús muestra claramente que quiere poner fin a esta
religión sacrificial. Y los judíos lo comprenden muy bien cuando le piden un signo
que muestre la autoridad de hacer algo tan radical, más radical que todo lo que
han hecho todos los profetas anteriores.
La respuesta de Jesús significa que a partir de ahora el ser humano no puede
ritualizar ya la violencia que lleva, no la puede proyectar ya ritualmente fuera de
él mismo. Debe de hacerle frente allí donde se encuentra: en su corazón y en su
vida, independientemente de que sea violencia infligida o violencia sufrida. El
signo que una era nueva ha empezado es que los poderosos matarán a Jesús y
que, por fidelidad a su Padre y por amor para nosotros, Jesús aceptará ser el
objeto de esa violencia. La muerte de Jesús no ha sido una muerte sacrificial. No
ha sido inmolado como un cordero. Ha sido ejecutado, asesinado, por la misma
violencia con que tantos otros han sido y son víctimas A partir de ese momento, ya no podemos apaciguar a Dios
con sacrificios.
Necesitamos hacer frente valientemente a la violencia que
llevamos en nuestros corazones y domarla allí donde se encuentra. La muerte de
Jesús no ha sido un sacrificio en el sentido de los sacrificios del Antiguo
Testamento. Es toda la vida de Jesús, con su muerte y su resurrección que
reemplaza el conjunto de los sacrificios de la antigua alianza. Asimismo es a través
de toda nuestra vida, haciendo frente valientemente a todo lo que nuestros
corazones pueden llevar de violencia, sin dejarnos dominar por ella, y también
aceptando eventualmente ser el objeto de la violencia de los otros por amor del
Cristo, que nos volvemos nosotros también, un sacrificio espiritual agradable a
Dios.
Como nos lo enseña la frase misteriosa del fin de este evangelio, no basta
creer en Jesús. Es necesario también que vivamos con un grado de honradez y de
verdad tal que Jesús pueda creer también en nosotros.
Javier Azkoitia.
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