Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento
Lc.23: 56b
El sábado es día para estar tranquilo en Israel. A ninguna mujer se le ocurriría ir a un sepulcro. Es el día para estar en casa. Pero las mujeres no están solas. Junto a ellas hay un grupo de hombres alrededor del fuego. Están decepcionados. Otros han huido a Galilea para salvar su vida. No quieren que les pase lo que le sucedió a Jesús. Ha sido ejecutado.
Para los discípulos Jesús está muerto. Pero nosotros estamos esperando. Para ellos no se trata simplemente de un sueño molesto que dejará cuando se abran los ojos. Nosotros alejamos este sueño suspirando al despertarnos cada mañana. Ellos siguen preocupándonos en el fondo del alma por lo que les pueda ocurrir. Nosotros estamos acomodados en la certeza que nos dan los siglos.
Lo que impresiona del sábado que viven los discípulos escondidos es su abismo de silencio. Para nosotros ha adquirido un tremendo realismo y es que a veces nos sentimos así: decepcionados y perdidos. Pero esto es lo que significa el sábado santo: el día en que Dios se oculto. El día de esa inmensa paradoja que expresamos en el Credo con las palabras descendió a los infiernos.
¿Estamos decepcionados? A veces nos da miedo hacernos preguntas. A veces nos da miedo hacernos este tipo de preguntas. La decepción es un sentimiento de insatisfacción que surge cuando no se cumplen las expectativas que albergábamos ya sea en relación a una persona o a un conjunto de ideas. Conozco personas que están decepcionadas de Dios. Conozco personas que están decepcionadas de la iglesia de Jesucristo. Conozco personas decepcionadas de la vida. Estamos decepcionados cuando podemos trenzar dentro de nosotros dos emociones primarias: la sorpresa y la pena. Los discípulos de Jesús están sorprendidos y apenados. Sorprendidos porque no esperaban la muerte. Apenados porque ahora El no está para consolarles.
Pero nosotros ya no nos sorprendemos tan fácilmente. Tampoco nos apenamos con la frecuencia que nos gustaría. Nosotros somos como ese niño al que se le invita a dar un paseo en medio de la noche oscura través de un bosque y sentimos miedo. Miedo aunque se nos diga varias veces que no hay monstruos peligroso cerca. Nosotros no sentimos temor a la oscuridad por nada determinado, sino más bien nos da miedo lo que podamos experimentar, el riesgo que podamos correr, la dificultad a enfrentar, la existencia. Si, nos da zozobra la existencia que no entendemos.
Y a un niño como nosotros sólo una voz humana podría consolarle, pero esa voz está encerrada ahora en una tumba. Y no es que nos dé miedo la noche y el bosque, sino la soledad. Nos da miedo estar solos. Nos da miedo que El ya no esté. Por eso estamos decepcionados porque no ha cumplido lo que nos prometió. Nos prometió estar con nosotros todos los días. Y ahora estamos solos. Por eso tenemos miedo. Existe un miedo que ha anidado dentro de nosotros, que radica en lo más íntimo de nuestra soledad. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el temor de sentirse abandonado?
Por eso estamos escondidos y sin decir palabras alrededor del fuego. Nunca podremos decir con palabras acertadas el impacto de la muerte de Jesús en sus discípulos. Y no porque nos falten palabras en el castellano. Pero podemos entender porque algunos de ellos huyeron a Galilea. Y nos hacemos preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué Dios lo abandonó? ¿Cómo puede Dios darle la espalda a un inocente? ¿Está mal escapar para poner a salvo la vida? ¿Se quedaron sin fe cuando murió Jesús? Estas son preguntas que no podremos responder con seguridad. Pero si sabemos que la desesperanza los abrazó tras la ejecución. Una especie de crisis se instauró en sus corazones. Más que hombres y mujeres sin fe son ahora hombres y mujeres desolados. Solos frente al peligro. Desconcertados por lo ocurrido. Los discípulos recuerdan las palabras y los gestos de Jesús en la última comida que han hecho juntos. Le están recordando lavar sus pies, trocear el pan y ofrecer la copa. ¿Dónde está Dios? ¿No va a reaccionar ante lo sucedido? ¿Se ha equivocado Jesús? ¿Era Jesús el cordero de Dios que quita el pecado del mundo?
Hay días en que no tenemos respuestas a las preguntas que le hacemos a Dios y a la vida. Hay días que estamos paralizados. A la expectativa. Hay días en que estamos decepcionados, como a oscuras y con frío. Hemos venido a este lugar buscando compañía. Y es que antes estábamos solos. Queremos permanecer junto al fuego ahora. Queremos calentarnos. Queremos que nos vean tal como somos. Queremos que la luz nos inunde. Queremos que el sábado acabe. Que la noche venga. Y es que mañana será otro día. Otro día. Otro. Día.
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