lunes, 14 de diciembre de 2009

¿Resignación cristiana?

Eso que dice el título es una falsedad. No conozco ninguna resignación cristiana. Resignación y cristiana no pueden jamás ir juntas. Son totalmente antagónicas. Si te resignas, no eres cristiano. Si eres cristiano, no te resignas. Para esto, para evitar toda tentación a la resignación, vino Cristo.
Lo que hace incompatible el ser cristiano con la resignación es que, cuando nos resignamos, nos cerramos todas las puertas y todas las posibilidades de futuro. Es el fin. Delante de nosotros ya no hay nada. Es la derrota total. Hemos perdido, y la vida es solamente el campo desierto, la debacle que queda después de la batalla, si la ha habido. Resignarse es conformarse. Ya no hay nada que hacer. Ya no hay un futuro digno por el que luchar. Pablo expresa este tipo de actitudes con la frase: Comamos y bebamos que mañana moriremos (1 Co 15,32). Otros dicen: total, por dos días que vivimos…! Toda resignación es una invitación a la pasividad, a la inacción. Es dar por bueno, o aceptable, lo malo. Significa afirmar que ni para el mundo ni para la vida hay remedio.
Por la resignación nos encerramos en nosotros mismos en una vida sin sentido y sin proyección. La resignación es la palabra de los perdedores. Y el mundo, este mundo, está lleno de perdedores. Algunos porque nunca han intentado transformar la realidad. Otros, porque los golpes que han recibido de la vida –y algunos, hay que reconocerlo, son muy duros- los han llevado a la desesperación y, de allí, a la resignación. Ya no esperan nada digno de ser esperado.
La palabra que sí se aviene con cristiana es paciencia. Hay una paciencia cristiana. La diferencia fundamental con la resignación es que la paciencia implica esperanza. Esperanza para la vida y para el mundo. Esperanza de renovación y de transformación. Y no me refiero solamente a la esperanza cristiana, sino a todo tipo de esperanza, aunque sea laica o formalmente atea. Los cristianos tenemos esperanza para esta vida y para la eternidad. Pero, con nosotros, hay muchos no cristianos que, gracias a Dios, tienen todavía esperanza para este mundo. No han tirado la toalla. Pienso, por ejemplo, en estos cooperantes secuestrados que, con muchos otros, en otras partes del mundo, no han perdido la esperanza para el tercer mundo y han dedicado su vida a transformar la realidad. Pienso en los misioneros de todas las confesiones que han luchado y sufrido para aportar la fe y la esperanza a los que estaban lejos. Los resultados no han sido inmediatos ni totalmente satisfactorios, pero lo importante es luchar y persistir con paciencia, sabiendo que al final, aunque jamás lo veamos nosotros, habrá una victoria sobre la injusticia, sobre el hambre, sobre la corrupción, sobre el nihilismo de una parte tan grande de nuestra humanidad.
Pero, ¡cuidado!, entendamos bien qué significa paciencia. No es la espera pasiva ni el optimismo nefasto que se dedica a esperar que las cosas se arreglen por si solas, o que otros lo hagan. Se trata de una paciencia activa, de una actitud de lucha y, muy a menudo, de sacrificio para hacer nuestra aportación a la transformación de nuestra realidad física, moral y espiritual. Se trata de la actitud de los vencedores, o, en palabras de Pablo, de los más que vencedores que, a pesar de la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada (Ro 8,35) están seguros de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo provenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá apartar del amor de Dios (Ro 8,38), es decir, de la voluntad salvadora de Dios para este mundo que es el fundamento de nuestra esperanza y la razón de nuestra paciencia

Enric Capó.

1 comentario:

  1. "No queria...de ningún modo molestatos aldirigitos esta lletras!"...

    SALUD!

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