miércoles, 30 de diciembre de 2009

¿A quién tenemos aquí?

Juan 1:1-18
Que Dios está aquí! Eso es lo que Juan quiere decirnos con este precioso texto que, bien es verdad, a primera vista parece complicado.
Se trata, con probabilidad, de parte de un himno cristológico de la Iglesia apostólica. Al texto del himno, ciertamente, el evangelista le ha añadido matices importantes. Resulta de esta manera un texto propio del estilo de Juan: teológico y profundo, síntesis meditativa del misterio de la Navidad porque todo el evangelio de Juan es una reflexión.
Los textos paralelos se remontan a la creación (Gen 1), cuando la Palabra de Dios hizo salir del caos el cosmos, la vida, el mundo y al hombre, varón y mujer. Juan nos sitúa ‘en el principio' la palabra con que se abre la Escritura sagrada para afirmar la creación de todo lo que existe.
En ese ‘principio' ya existía la Palabra, el Verbo de Dios ya estaba porque el Verbo, la Palabra, "era Dios". En este primer versículo del Prólogo de Juan se condensa la profunda teología del cuarto evangelio.
La Palabra orientada hacia el Padre desde la eternidad, mirando hacia él, al encarnarse, ‘se vuelve' y ‘mira' hacia la humanidad, hacia nosotros e irrumpe ya para siempre en nuestra historia.
El poder de la Palabra del Padre creador se manifiesta aquí en la Palabra engendrada del Padre: Cristo Jesús. Su existencia es anterior al tiempo, es eterna, existía en el principio, estaba junto a Dios, era Dios. Porque todo ha sido creado por él y para él.
Del misterio trinitario, del ‘cielo' Juan desciende a nuestro mundo, desciende hasta el hombre, con aquellas palabras que constituyen el núcleo del mensaje evangélico y del misterio que celebramos hoy: "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". No se puede expresar de forma más realista el misterio del Dios que entra en la historia del hombre y del mundo creado.
La Palabra que llamó todo a la existencia es Jesús, el Verbo, la Palabra que se hizo carne y estableció su morada, su tienda, su vida, sus alegrías y frustraciones en medio de nosotros, hombre entre los hombres, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Él, la Palabra poderosa y cariñosa es hoy un hombre, nos habla como hombre, en el lenguaje de los humanos, con nuestro mismo lenguaje.
Las palabras y nosotros. No sé si llegamos a ser conscientes de la profundidad que tiene nuestra capacidad de hablar. La cantidad de bien o de mal que podemos llegar a hacer con una simple palabra es, simplemente, infinita.
Con las palabras saludamos, intercambiamos comunicación, animamos, insultamos, contamos cuentos e historias, amamos, nos despedimos, hacemos juegos de palabras, crucigramas... En muchas de ellas no hay nada de nosotros porque son simples fórmulas hechas pero en otras va todo, o por lo menos mucho de cada uno de nosotros.
Si la Palabra se volvió hacia nosotros, volvámonos nosotros en cada una de nuestras palabras hacia los demás. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde con un profundo contenido de aquello que necesitó en ese momento. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde como lo hacemos con una poesía a la que siempre le encontramos nuevos matices, nuevas reminiscencias, nuevo sentido.
Dejémonos abrazar por la Palabra para que así aprendamos, siempre, a construir con un mundo mejor con nuestras palabras.

Cristina Inogés

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