Los pastores y pastoras no cobran grandes sueldos por su trabajo. Esa es la verdad. Y lo afirmo a pesar de la dificultad de no conocer el sueldo medio de un pastor evangélico en nuestro país, no existen estudios al respecto. Sólo conozco con certeza lo que cobra el que aquí escribe. Por otra parte, bien es verdad que la mayoría de las iglesias evangélicas estipularán el sueldo de su pastor en base a su membresía y a las cualificaciones del pastor seleccionado. Un pastor cobrará una cantidad, mientras otro recibirá otra. La desigualdad económica se ha hecho un hueco en el espacio ministerial evangélico. Cosas del libre mercado... Pero eso es harina de otro costal.
En primer lugar, me gustaría decir que, en mi opinión, la tarea ministerial tiene que ver con vocación y no con remuneración. Mal empieza el que se plantea el ministerio cristiano con criterios económicos. Calvino tiene mucho que enseñarnos al respecto. Ya hemos escrito sobre el “principio de las cuatro partes”. Decíamos, en la anterior entrega , que el 50% por cierto de las rentas y los dineros de la Iglesia deberían ir directamente a solventar las situaciones de pobreza y necesidad, mientras que sólo -pensarán algunos- un 25% se destinaba al sueldo del ministro eclesiástico.
Calvino escribe que los “antiguos” ponían mucho cuidado en que “los ministros, que deben servir de ejemplo a los demás de sobriedad y templanza, no tuviesen salarios excesivos de los cuales pudieran abusar para lujo y delicadezas, sino que simplemente proveyesen a sus necesidades” (IRC, IV,IV,6). Más adelante escribe el reformador que “si alguno comenzaba a excederse y se pasaba de la raya en la abundancia, la suntuosidad y la pompa, al momento era amonestado” por sus colegas, “y si no se corregía era depuesto” de su ministerio pastoral (IRC, IV,IV,7).
¡Cómo han cambiado los tiempos! Desde mis inicios en el camino de Jesús de Nazaret, siempre me sorprendió -y me sigue sorprendiendo- la imagen de algunos “ministros eclesiásticos” que, más que parecer seguidores de Jesús de Nazaret, se asemejan a hombres de éxito, cuasi ejecutivos de alto standing, auténticos figurines...
Los pastores y pastoras del pueblo de Dios debemos tener en cuenta que las posesiones y los dineros de la Iglesia son patrimonio de los pobres y ello debe iluminar nuestros apetitos económicos y estilos de vida. Me explicaré, el sueldo de los pastores subirá en estrecha relación a lo que ascienda el 50% de lo que, según el principio de las cuatro partes, corresponde a los pobres. Más claro todavía, si una iglesia quiere pagar a su pastor o pastora, por poner una cantidad redonda, mil euros brutos debe considerar que para combatir la pobreza debería dedicar dos mil euros. Os aseguro que, de ser así, las iglesias cambiarían su rostro y mostrarían, sin necesidad de discursos, que están -junto a sus pastores- al lado de los pobres.
Concluyo con el recuerdo de lo que enseñaba a mis estudiantes de teología: la situación de los levitas, en el texto canónico, estaba unida de forma indisoluble al destino y situación de los pobres del pueblo de Dios. Vienen a mi memoria dos versículos del libro de Deuteronomio en el que aparecen los levitas (¿pastores del pueblo de Dios?) insertos en el grupo de los extranjeros, huérfanos y viudas (Deut. 26:12,13). Lo que, en mi opinión, implica que su destino estaba ligado a los que podríamos calificar como grupos en peligro de exclusión social. Si el pueblo de Dios era pobre, los levitas eran pobres. Si los levitas eran pobres, el pueblo de Dios era pobre. Si los levitas era “ricos”, y el pueblo de Dios era pobre, algo no funcionaba. Y viceversa.
Uno de los puntos por los que pasa la renovación de la Iglesia, sin duda, tiene que ver con el aspecto económico y especialmente con la opción que pastores y pastoras, en compañía del pueblo de Dios, hagan por los pobres “ad intra” y “ad extra”.
Ignacio Simal
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