miércoles, 9 de diciembre de 2009

El problema del consuelo.

Confesiones de un cristiano dolorido
Tema 8
Salmo 23

I. Introducción.

A la mañana siguiente de la muerte de mi madre, después de tomar un desayuno muy ligero, mi padre, mi hermana y yo conversamos, lloramos e hicimos todo lo posible por consolarnos. Luego salí a caminar hacia las afueras del pueblo. Por el mismo camino que meses antes había paseado con mi madre.

Mientras caminaba me sentía perdido. Así que le pedí a Dios que se hiciera presente, que me consolara. Yo creía, entonces, que la presencia de Dios sería el indicativo de que mi madre estaba bien. Aunque eso yo lo creía mentalmente, necesitaba sentirlo. Quería tener la garantía de Dios consolándome.

II. ¿Cómo consolar?
Como personas sensibles y solidarias, siempre tratamos de hacer lo correcto. Sin embargo, hay veces que al tratar de hacer lo correcto y no tener éxito, podemos hacer más daño que bien. Tal es el caso, al intentar consolar a las personas que se encuentran de duelo. En esas situaciones, una de las peores cosas que se pueden hacer es recurrir a frases que no sólo han sido repetidas en exceso, si no que además están completamente fuera de lugar.
Una típica frase que se dice es: "Él está ahora en un mejor lugar". ¿Cómo puede saber alguien tal cosa? Esta declaración no es de ayuda para ningún doliente. Lo que sabemos, es que este mundo es un buen lugar, ya que es un lugar para hacer el bien. La muerte, por lo tanto, es una tragedia.
Otra frase que no es de ninguna ayuda para los dolientes es decir, que Dios necesitaba más al difunto de lo que los vivos lo necesitaban. De nuevo preguntamos, ¿Cómo alguien puede saber eso? Además, hace quedar a Dios como si fuera una entidad completamente egoísta, que causa tragedias en este mundo con el propósito de unir más personas a Su equipo en el cielo.
Otra frase, no recomendable para decir, después de la muerte de alguna persona que haya vivido hasta los ochenta o noventa años es: "por lo menos él vivió una vida completa". No importa que tan bien intencionadas eran esas palabras, son una cruel invasión hacia las emociones del doliente. Este tipo de frases trivializan el dolor del deudo y lo hacen sentir como si estuviera sufriendo por algo innecesario. Esto desconecta al doliente del que intenta reconfortarlo, cuando el propósito de consolar es conectarse al doliente.
Muchas personas que han estado de luto por tragedias familiares, me han expresado sus molestias sobre comentarios como este que acabamos de mencionar. Ellos afirman que razonamientos como estos son degradantes y banalizan sus sentimientos. Contrariamente a lo que piensa la gente, ellos creen que la experiencia de vivir tanto tiempo junto a los padres hace más difícil la separación que acarrea la muerte.
III. Se necesita más que buenas intenciones.
El problema es que se necesita algo más que buenas intenciones para poder consolar a una persona que ha sufrido una pérdida. El buscar el "lado bueno" de la tragedia y comentarlo a los familiares, puede ser muy perjudicial para todos. Sin sumergirnos tanto en otros ejemplos, podemos agregar a nuestra lista de frases para no decir, algunas como: "Yo sé cómo te sientes", "La vida sigue", "Pronto te vas a sobreponer", "Tienes otros hijos", "Tu pena pasará rápidamente", y "Tienes toda una vida por delante". Todos estos comentarios banalizan el dolor, en vez de respetar la gravedad del sufrimiento.
Las visitas a dolientes, nos desafían a ser excesivamente sensibles y cuidadosos con lo que sale de nuestros labios. Una vez que las palabras salieron, no pueden ser anuladas. Es bonito cuando los dolientes entienden y aprecian nuestras buenas intenciones, pero no deberíamos confiar en esto.
IV. Consolar sin palabras.
¿Cómo puede uno consolar sin decir palabra alguna? Consolar a alguien puede lograrse simplemente acompañando al doliente, incluso en silencio. Todos estaríamos de acuerdo que ir y no decir nada es mejor que ir y decir algún comentario molesto o desagradable. Claro está, el mejor resultado puede lograrse al visitar y compartir pensamientos y reflexiones inteligentes.
¿Pero cómo puede alguien saber que es apropiado si cada doliente piensa distinto? La respuesta es a través del silencio, acercándonos con los labios sellados y con los oídos completamente abiertos. Este es el protocolo judío, un protocolo comúnmente ignorado, para las visitas a dolientes. Ve, siéntate y escucha. El doliente empezará a hablar, y ahí sabrás que es lo que necesita. Después puedes responderle. Esta es la forma segura y sensible para confortar a los que han perdido a ser querido.
Ten siempre en mente que no importa que tan raro puedas sentirte al ir a visitar a alguien de duelo, no se trata de ti, se trata del deudo. ¿Qué cosas van a causar que el doliente se sienta mejor?, ¿Qué le va a provocar una sonrisa? La respuesta puede ser difícil de hallar, o quizá puedes tener muchas respuestas. Mientras más esfuerzo pongas en resolver esas preguntas, es más probable que puedas verdaderamente cumplir con las obligaciones religiosas y sociales de consolar a dolientes. Y a su vez es más probable, que el doliente sea ayudado a transitar el camino que va desde el dolor hacia el agradecimiento, agradecimiento por la vida que tuvo su ser querido.

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