Los espacios eclesiales de reunión y su “necesaria” parafernalia
Evidentemente necesitamos espacios de encuentro donde celebrar nuestras actividades comunitarias y nuestro servicios diacónicos. No hay ninguna duda al respecto. Sin embargo el dispendio económico que supone el alquiler, compra o edificación de un espacio cultual y diáconico lleva a muchas comunidades a destinar buena parte del presupuesto a sufragar su gasto. Si a ese dato le añadimos el hecho de que la mayoría de nuestras comunidades evangélicas son pequeñas en número, la cuestión se complica todavía más.
Ha llegado el momento de introducir de nuevo el “principio de las cuatro partes” que nos sugirió Calvino recordando a los antiguos cristianos: El 25% del presupuesto es lo que debiera ser destinado al mantenimiento del espacio cúltico o diacónico, ni más, y si acaso menos. En ese 25% incluiríamos el gasto de alquiler, compra o edificación del lugar físico de reunión y trabajo social. No deberíamos obviar que el 50% del presupuesto, según los antiguos, iría a parar al combate contra la pobreza y la carencia de recursos de los que nos rodean, dentro y fuera de la comunidad cristiana.
Llegado a este punto nos es necesario atender a la pluma del reformador cuando escribe: “Lo que se dedicaba al adorno de los templos, al principio era bien poco. Incluso después que la Iglesia se enriqueció bastante, no se dejó de observar cierta moderación. Sin embargo, todo el dinero que se destinaba a este fin, se depositaba y dedicaba a los pobres, cuando la necesidad lo requería” (IRC, IV,IV,8). A continuación, Calvino, nos narra diferentes casos en los que se vendieron todos los ornamentos litúrgicos para atender a los pobres en sus necesidades. Es más, cita, entre otras, la acción de Cirilo, obispo de Jerusalén, que viendo el sufrimiento de los pobres en un tiempo de hambruna, y considerando su incapacidad económica para socorrerles, vendió todos los vasos y ornamentos sagrados de la Iglesia para paliar el hambre de los excluidos. El reformador protestante concluirá, coincidiendo con los antiguos, diciendo que “todo cuanto la Iglesia tiene es para socorrer a los pobres”.
¿Adónde queremos llegar? Muy sencillo: a la luz de lo dicho y recordado hasta aquí, las iglesias debieran optimizar y compartir sus recursos, no para ahorrar, sino para dar (tal vez, devolver) a los empobrecidos lo que en justicia les pertenece: una existencia digna.
Ello implica que las comunidades debieran plantearse, con seriedad evangélica, si mantener cientos de locales de culto para unas decenas de personas responde a una lógica de vida o a una lógica de muerte. Si comprar o construir un vistoso templo responde a una lógica de vida o a una lógica de muerte. A la hora de tomar decisiones al respecto debiéramos utilizar como criterio de actuación la situación de miles y miles de seres humanos que no disponen de lo necesario para construir una existencia digna. No puede ser de otro modo si todavía nos confesamos como seguidores de Jesús de Nazaret, aquel que siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos... y no a unos pocos.
Es curioso que sea Juan Calvino, precursor del capitalismo según algunos, el que nos tenga que recordar, muchos siglos después de muerto, que las posesiones y los dineros de las iglesias son patrimonio de los empobrecidos... Todavía nos queda a los cristianos y cristianas del siglo XXI un largo camino que recorrer. Os aseguro que si nos tomáramos en serio el Evangelio y las palabras que de Calvino hemos recordado, toda nuestra vida, a nivel personal y comunitario, experimentaría una auténtica conversión. Una conversión que necesariamente cambiaría radicalmente el rostro de las iglesias tal y como lo conocemos. Y entonces, solamente entonces, el Reino de Dios se haría presente en medio de la historia humana.
Ignacio Simal
jueves, 31 de diciembre de 2009
Poema para el Año Nuevo
Otra vez Dios!...
De nuevo la mañana,
de nuevo su pureza conseguida,
de nuevo en mi tarea,
la encendida propuesta de una estrofa soberana.
Florece el corazón.
Cunde la sana canción de lo que nace.
Todo se olvida.
la luz cae sobre el alma esclarecida
y el alma la acrecienta en su campana.
Naciendo está el amor,
¡oh dulce instante!
Posible es la bondad,
y Dios es posible,
la muerte y el dolor ahora son mudos despojos.
Hay un silencio nuevo.
Una fragante promesa de ventura preferible
Sólo recuerdo el valle de tus ojos.
Sólo.
A. Azkoaga
De nuevo la mañana,
de nuevo su pureza conseguida,
de nuevo en mi tarea,
la encendida propuesta de una estrofa soberana.
Florece el corazón.
Cunde la sana canción de lo que nace.
Todo se olvida.
la luz cae sobre el alma esclarecida
y el alma la acrecienta en su campana.
Naciendo está el amor,
¡oh dulce instante!
Posible es la bondad,
y Dios es posible,
la muerte y el dolor ahora son mudos despojos.
Hay un silencio nuevo.
Una fragante promesa de ventura preferible
Sólo recuerdo el valle de tus ojos.
Sólo.
A. Azkoaga
miércoles, 30 de diciembre de 2009
¿A quién tenemos aquí?
Juan 1:1-18
Que Dios está aquí! Eso es lo que Juan quiere decirnos con este precioso texto que, bien es verdad, a primera vista parece complicado.
Se trata, con probabilidad, de parte de un himno cristológico de la Iglesia apostólica. Al texto del himno, ciertamente, el evangelista le ha añadido matices importantes. Resulta de esta manera un texto propio del estilo de Juan: teológico y profundo, síntesis meditativa del misterio de la Navidad porque todo el evangelio de Juan es una reflexión.
Los textos paralelos se remontan a la creación (Gen 1), cuando la Palabra de Dios hizo salir del caos el cosmos, la vida, el mundo y al hombre, varón y mujer. Juan nos sitúa ‘en el principio' la palabra con que se abre la Escritura sagrada para afirmar la creación de todo lo que existe.
En ese ‘principio' ya existía la Palabra, el Verbo de Dios ya estaba porque el Verbo, la Palabra, "era Dios". En este primer versículo del Prólogo de Juan se condensa la profunda teología del cuarto evangelio.
La Palabra orientada hacia el Padre desde la eternidad, mirando hacia él, al encarnarse, ‘se vuelve' y ‘mira' hacia la humanidad, hacia nosotros e irrumpe ya para siempre en nuestra historia.
El poder de la Palabra del Padre creador se manifiesta aquí en la Palabra engendrada del Padre: Cristo Jesús. Su existencia es anterior al tiempo, es eterna, existía en el principio, estaba junto a Dios, era Dios. Porque todo ha sido creado por él y para él.
Del misterio trinitario, del ‘cielo' Juan desciende a nuestro mundo, desciende hasta el hombre, con aquellas palabras que constituyen el núcleo del mensaje evangélico y del misterio que celebramos hoy: "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". No se puede expresar de forma más realista el misterio del Dios que entra en la historia del hombre y del mundo creado.
La Palabra que llamó todo a la existencia es Jesús, el Verbo, la Palabra que se hizo carne y estableció su morada, su tienda, su vida, sus alegrías y frustraciones en medio de nosotros, hombre entre los hombres, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Él, la Palabra poderosa y cariñosa es hoy un hombre, nos habla como hombre, en el lenguaje de los humanos, con nuestro mismo lenguaje.
Las palabras y nosotros. No sé si llegamos a ser conscientes de la profundidad que tiene nuestra capacidad de hablar. La cantidad de bien o de mal que podemos llegar a hacer con una simple palabra es, simplemente, infinita.
Con las palabras saludamos, intercambiamos comunicación, animamos, insultamos, contamos cuentos e historias, amamos, nos despedimos, hacemos juegos de palabras, crucigramas... En muchas de ellas no hay nada de nosotros porque son simples fórmulas hechas pero en otras va todo, o por lo menos mucho de cada uno de nosotros.
Si la Palabra se volvió hacia nosotros, volvámonos nosotros en cada una de nuestras palabras hacia los demás. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde con un profundo contenido de aquello que necesitó en ese momento. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde como lo hacemos con una poesía a la que siempre le encontramos nuevos matices, nuevas reminiscencias, nuevo sentido.
Dejémonos abrazar por la Palabra para que así aprendamos, siempre, a construir con un mundo mejor con nuestras palabras.
Cristina Inogés
Que Dios está aquí! Eso es lo que Juan quiere decirnos con este precioso texto que, bien es verdad, a primera vista parece complicado.
Se trata, con probabilidad, de parte de un himno cristológico de la Iglesia apostólica. Al texto del himno, ciertamente, el evangelista le ha añadido matices importantes. Resulta de esta manera un texto propio del estilo de Juan: teológico y profundo, síntesis meditativa del misterio de la Navidad porque todo el evangelio de Juan es una reflexión.
Los textos paralelos se remontan a la creación (Gen 1), cuando la Palabra de Dios hizo salir del caos el cosmos, la vida, el mundo y al hombre, varón y mujer. Juan nos sitúa ‘en el principio' la palabra con que se abre la Escritura sagrada para afirmar la creación de todo lo que existe.
En ese ‘principio' ya existía la Palabra, el Verbo de Dios ya estaba porque el Verbo, la Palabra, "era Dios". En este primer versículo del Prólogo de Juan se condensa la profunda teología del cuarto evangelio.
La Palabra orientada hacia el Padre desde la eternidad, mirando hacia él, al encarnarse, ‘se vuelve' y ‘mira' hacia la humanidad, hacia nosotros e irrumpe ya para siempre en nuestra historia.
El poder de la Palabra del Padre creador se manifiesta aquí en la Palabra engendrada del Padre: Cristo Jesús. Su existencia es anterior al tiempo, es eterna, existía en el principio, estaba junto a Dios, era Dios. Porque todo ha sido creado por él y para él.
Del misterio trinitario, del ‘cielo' Juan desciende a nuestro mundo, desciende hasta el hombre, con aquellas palabras que constituyen el núcleo del mensaje evangélico y del misterio que celebramos hoy: "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". No se puede expresar de forma más realista el misterio del Dios que entra en la historia del hombre y del mundo creado.
La Palabra que llamó todo a la existencia es Jesús, el Verbo, la Palabra que se hizo carne y estableció su morada, su tienda, su vida, sus alegrías y frustraciones en medio de nosotros, hombre entre los hombres, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Él, la Palabra poderosa y cariñosa es hoy un hombre, nos habla como hombre, en el lenguaje de los humanos, con nuestro mismo lenguaje.
Las palabras y nosotros. No sé si llegamos a ser conscientes de la profundidad que tiene nuestra capacidad de hablar. La cantidad de bien o de mal que podemos llegar a hacer con una simple palabra es, simplemente, infinita.
Con las palabras saludamos, intercambiamos comunicación, animamos, insultamos, contamos cuentos e historias, amamos, nos despedimos, hacemos juegos de palabras, crucigramas... En muchas de ellas no hay nada de nosotros porque son simples fórmulas hechas pero en otras va todo, o por lo menos mucho de cada uno de nosotros.
Si la Palabra se volvió hacia nosotros, volvámonos nosotros en cada una de nuestras palabras hacia los demás. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde con un profundo contenido de aquello que necesitó en ese momento. Que quien recuerde nuestras palabras, un día, las recuerde como lo hacemos con una poesía a la que siempre le encontramos nuevos matices, nuevas reminiscencias, nuevo sentido.
Dejémonos abrazar por la Palabra para que así aprendamos, siempre, a construir con un mundo mejor con nuestras palabras.
Cristina Inogés
jueves, 24 de diciembre de 2009
Mensajeros que el mundo necesita.
Lc. 2: 1-7
Viernes 25 de Diciembre 2009
Los pastores, eran aquellos que pertenecían al grupo de los despreciados, marginados, considerados deshonestos. No tenían ningún motivo para considerarse importantes, porque efectivamente no tenían nada. Como ya se dijera de Jesús: no tenían donde recostar su cabeza. Vivían a la intemperie, al aire libre, bajo los árboles.
Pero los pastores no perdieron tiempo y se pusieron en camino. Querían verificar que aquella noticia que era demasiado buena como para no darle importancia, era realidad. No un sueño. Porque en el fondo sabían o tenían la esperanza de que aquel Salvador los libraría de la opresión y dominación extranjera. Eso los impulsaba a seguir adelante. A pesar del miedo que siempre les rondaba, especialmente en las oscuras noches de invierno. A pesar de todo, confiaron en aquel mensajero que les traía una buena noticia que los llenaba de alegría. La alegría de la fe y la esperanza, la alegría de saber que aquel Salvador revertiría todo dolor, tristeza, miseria, pobreza, soledad y desprecio.
Qué simpleza emanaba aquella primera Navidad. Qué paz tan profunda se podía sentir. No había brillo ni colorido. No había pan dulce, ni garrapiñadas, ni sidra, ni adornos. Nada de eso tiene fundamento bíblico.
Decía el pastor metodista Roberto Ríos que la Biblia nos ofrece un solo símbolo, que nadie menciona, que no ha trascendido. Y son los pañales. Porque con los pañales no se puede comerciar; porque a nadie se le ocurriría colgar del arbolito un pañal. "Como señal encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre..."
¿Qué símbolo más adecuado para mostrar lo desvalido y desprovisto que vino el salvador al mundo? Quizás para mostrarnos lo humano que era, lo indefenso. Como cualquier niño que todavía hoy nace en condiciones inhumanas y con menos chance de vida. Pero era imprescindible que aquel bebé frágil, manso, indefenso sobreviviera para convertirse finalmente en el tan esperado Príncipe de Paz. Que, como dice Isaías "Juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país".
Y esta sí que es una Buena Noticia! ¿Escuchamos buenas noticias hoy día? Casi que no, al menos si miramos la pantalla chica. ¿Será que no hay buenas noticias? ¿Será que faltan mensajeros? ¿O no queremos ver, ni oír? ¿Será que no hay nada bueno para anunciar? ¿Que los cristianos no tenemos nada bueno para decir? ¿Será que hemos perdido las esperanzas en aquel que vino para transformar nuestras vidas con la suya propia? Espero que no.
Viernes 25 de Diciembre 2009
Los pastores, eran aquellos que pertenecían al grupo de los despreciados, marginados, considerados deshonestos. No tenían ningún motivo para considerarse importantes, porque efectivamente no tenían nada. Como ya se dijera de Jesús: no tenían donde recostar su cabeza. Vivían a la intemperie, al aire libre, bajo los árboles.
Pero los pastores no perdieron tiempo y se pusieron en camino. Querían verificar que aquella noticia que era demasiado buena como para no darle importancia, era realidad. No un sueño. Porque en el fondo sabían o tenían la esperanza de que aquel Salvador los libraría de la opresión y dominación extranjera. Eso los impulsaba a seguir adelante. A pesar del miedo que siempre les rondaba, especialmente en las oscuras noches de invierno. A pesar de todo, confiaron en aquel mensajero que les traía una buena noticia que los llenaba de alegría. La alegría de la fe y la esperanza, la alegría de saber que aquel Salvador revertiría todo dolor, tristeza, miseria, pobreza, soledad y desprecio.
Qué simpleza emanaba aquella primera Navidad. Qué paz tan profunda se podía sentir. No había brillo ni colorido. No había pan dulce, ni garrapiñadas, ni sidra, ni adornos. Nada de eso tiene fundamento bíblico.
Decía el pastor metodista Roberto Ríos que la Biblia nos ofrece un solo símbolo, que nadie menciona, que no ha trascendido. Y son los pañales. Porque con los pañales no se puede comerciar; porque a nadie se le ocurriría colgar del arbolito un pañal. "Como señal encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre..."
¿Qué símbolo más adecuado para mostrar lo desvalido y desprovisto que vino el salvador al mundo? Quizás para mostrarnos lo humano que era, lo indefenso. Como cualquier niño que todavía hoy nace en condiciones inhumanas y con menos chance de vida. Pero era imprescindible que aquel bebé frágil, manso, indefenso sobreviviera para convertirse finalmente en el tan esperado Príncipe de Paz. Que, como dice Isaías "Juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país".
Y esta sí que es una Buena Noticia! ¿Escuchamos buenas noticias hoy día? Casi que no, al menos si miramos la pantalla chica. ¿Será que no hay buenas noticias? ¿Será que faltan mensajeros? ¿O no queremos ver, ni oír? ¿Será que no hay nada bueno para anunciar? ¿Que los cristianos no tenemos nada bueno para decir? ¿Será que hemos perdido las esperanzas en aquel que vino para transformar nuestras vidas con la suya propia? Espero que no.
jueves, 17 de diciembre de 2009
Dialogando.
Hombre: Padre Nuestro que estás en los cielos
Dios: Si.. Aquí estoy..
H: Por favor ... no me interrumpa. ¡Estoy orando!
D: ¡Pero tu me llamaste!..
H: ¿Llamé? No llamé a nadie. Estoy orando.... Padre Nuestro que estas en los cielos...
D: N¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente.
H: ¿Cómo?
D: ¡Me llamaste! Tú dijiste: Padre Nuestro que estás en los Cielos. Estoy aquí. ¿En que te puedo ayudar?
H: Pero no quise decir eso. Estoy orando. Oro el Padrenuestro todos los días, me siento bien orando así. Es como cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
D: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos son tus Hermanos, ¿Cómo puedes decir que estás en los cielos, si no sabes que el cielo es paz, que el cielo es amor a todos...
H: Es que realmente no había pensado en eso.
D: Pero... prosigue tu oración.
H: Santificado sea tu nombre...
D: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
H: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo voy a saber? Es parte de la oración. ¡Solo eso!
D: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
H: Ahora entendí. Pero nunca había pensado en el sentido de la palabra SANTIFICADO. 'Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...'
D: ¿Estás hablando en serio?
H: Claro! ¿Por qué no?
D: ¿Y que haces tú para que eso suceda?
H: ¿Cómo qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la oración, hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un control de todo lo que acontece en el cielo y en la tierra también.
D: ¿Tengo control sobre ti?
H: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
D: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo que das a la televisión, las propagandas por las que corres detrás, y el poco tiempo que me dedicas a Mi?
H: Por favor, ¡Para de criticar!
D: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se haga mi voluntad. Si eso fuera a acontecer.. ¿Qué hacer con aquellos que rezan y aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza, la comunidad....
H: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues reclamo por todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol me quejo del calor, si mandas frío, continuo reclamando; pido salud, pero no cuido de ella, dejo de alimentarme o como mucho.
D: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho tu nueva actitud.
H: Oye Señor, preciso terminar ahora, esta oración está demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo...'el pan nuestro de cada día dánoslo hoy'...
D: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo pan material? No solo de pan vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando Me pidas el pan, acuérdate de aquellos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que quieras, deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado en la última parte de tu oración, continúa...
H: 'Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden....'
D: ¿Y tu hermano despreciado?
H: ¿Ves? Oye Señor, él me criticó muchas veces y no era verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito vengarme.
D: Pero.. ¿Y tu oración? ¿qué quieres decir con tu oración? Tú me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado, me gusta que seas honesto. Pero no es bueno cargar con el peso de la ira dentro de tí! ¿Entiendes?
H: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
D: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como parece.. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
H: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
D: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré.
H: Pero Señor.. no puedo perdonarlo.
D: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
H: ¡Estás acertado! Pero solo quería vengarme, quiero la paz Señor.. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ayúdame Señor!. Muéstrame el camino a seguir.
D: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú... ¿Cómo te estas sintiendo?
H: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido así. Es muy bueno hablar con Dios.
D: Ahora terminemos la oración.. prosigue...
H: 'No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal...'
D: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en situaciones donde puedas ser tentado.
H: y ahora... ¿Qué quieres decir con eso?
D: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a participar de cosas sucias, secretas. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
H: ¡No te entiendo!
D: ¡Claro que entiendes! Has hecho conmigo eso varias veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme socorro.
H: Tengo mucha vergüenza, perdóname Señor.
D: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices. Termina tu oración.
H: ¿Terminar? Ah, sí, 'AMEN!'
D: ¿Y qué quiere decir 'Amén'?
H: No lo sé. Es el final de la oración.
D: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos, porque AMEN quiere decir ASÍ SEA , estoy de acuerdo con todo lo que oré.
H: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora gracias también por hacérmela entender.
D: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquellos que quieren salir del error, a aquellos que quieren ser libres del pecado. ¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
H: ¡Gracias Señor! ¡Estoy feliz de saber que eres mi amigo!
Autor desconocido.
Dios: Si.. Aquí estoy..
H: Por favor ... no me interrumpa. ¡Estoy orando!
D: ¡Pero tu me llamaste!..
H: ¿Llamé? No llamé a nadie. Estoy orando.... Padre Nuestro que estas en los cielos...
D: N¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente.
H: ¿Cómo?
D: ¡Me llamaste! Tú dijiste: Padre Nuestro que estás en los Cielos. Estoy aquí. ¿En que te puedo ayudar?
H: Pero no quise decir eso. Estoy orando. Oro el Padrenuestro todos los días, me siento bien orando así. Es como cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
D: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos son tus Hermanos, ¿Cómo puedes decir que estás en los cielos, si no sabes que el cielo es paz, que el cielo es amor a todos...
H: Es que realmente no había pensado en eso.
D: Pero... prosigue tu oración.
H: Santificado sea tu nombre...
D: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
H: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo voy a saber? Es parte de la oración. ¡Solo eso!
D: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
H: Ahora entendí. Pero nunca había pensado en el sentido de la palabra SANTIFICADO. 'Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...'
D: ¿Estás hablando en serio?
H: Claro! ¿Por qué no?
D: ¿Y que haces tú para que eso suceda?
H: ¿Cómo qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la oración, hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un control de todo lo que acontece en el cielo y en la tierra también.
D: ¿Tengo control sobre ti?
H: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
D: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo que das a la televisión, las propagandas por las que corres detrás, y el poco tiempo que me dedicas a Mi?
H: Por favor, ¡Para de criticar!
D: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se haga mi voluntad. Si eso fuera a acontecer.. ¿Qué hacer con aquellos que rezan y aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza, la comunidad....
H: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues reclamo por todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol me quejo del calor, si mandas frío, continuo reclamando; pido salud, pero no cuido de ella, dejo de alimentarme o como mucho.
D: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho tu nueva actitud.
H: Oye Señor, preciso terminar ahora, esta oración está demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo...'el pan nuestro de cada día dánoslo hoy'...
D: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo pan material? No solo de pan vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando Me pidas el pan, acuérdate de aquellos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que quieras, deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado en la última parte de tu oración, continúa...
H: 'Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden....'
D: ¿Y tu hermano despreciado?
H: ¿Ves? Oye Señor, él me criticó muchas veces y no era verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito vengarme.
D: Pero.. ¿Y tu oración? ¿qué quieres decir con tu oración? Tú me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado, me gusta que seas honesto. Pero no es bueno cargar con el peso de la ira dentro de tí! ¿Entiendes?
H: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
D: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como parece.. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
H: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
D: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré.
H: Pero Señor.. no puedo perdonarlo.
D: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
H: ¡Estás acertado! Pero solo quería vengarme, quiero la paz Señor.. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ayúdame Señor!. Muéstrame el camino a seguir.
D: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú... ¿Cómo te estas sintiendo?
H: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido así. Es muy bueno hablar con Dios.
D: Ahora terminemos la oración.. prosigue...
H: 'No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal...'
D: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en situaciones donde puedas ser tentado.
H: y ahora... ¿Qué quieres decir con eso?
D: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a participar de cosas sucias, secretas. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
H: ¡No te entiendo!
D: ¡Claro que entiendes! Has hecho conmigo eso varias veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme socorro.
H: Tengo mucha vergüenza, perdóname Señor.
D: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices. Termina tu oración.
H: ¿Terminar? Ah, sí, 'AMEN!'
D: ¿Y qué quiere decir 'Amén'?
H: No lo sé. Es el final de la oración.
D: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos, porque AMEN quiere decir ASÍ SEA , estoy de acuerdo con todo lo que oré.
H: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora gracias también por hacérmela entender.
D: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquellos que quieren salir del error, a aquellos que quieren ser libres del pecado. ¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
H: ¡Gracias Señor! ¡Estoy feliz de saber que eres mi amigo!
Autor desconocido.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Lloramos de maneras diferentes
Confesiones de un cristiano dolorido
Tema 9
Jn.11:35
I. Introducción.
Llorar una pérdida o una muerte de un ser querido es algo muy personal. Y lo hacemos de muy diferentes maneras. Algunas personan encuentran consuelo dejando todas las cosas en la casa tal como estaban cuando ocurrió la pérdida. Otros cambian todas las cosas que les recuerda al ser querido.
II. Lo que conforta a unos puede causar dolor a otros.
Hay personas dentro de una misma familia que muestran diferentes actitudes frente a la muerte de un ser querido. La actitud frente a las fotos de esa persona es una muestra de ello.
Tras la muerte de mi madre, mi padre, por ejemplo, lleva una foto de ella en su cartera siempre. Mi hermana, Edna, ha colgado una foto de mis padres en el día de su boda en el salón. En el principio a mi me resultaba muy doloroso ver fotos de mi madre.
En varias ocasiones las fotos me han entristecido. Y la razón es que me hacen presente el hecho de que extraño a las personas que ya no están. ¿Por qué será?
III. No esperes que el dolor sea lógico.
Muchas personas quieren visitar con frecuencia el lugar donde fue sepultado la persona que amaban. Otros no sienten la necesidad de hacerlo. Algunos se sienten reconfortados al visitar el cementerio. Otros sienten más dolor al hacerlo.
Hay personas que necesitan hacer cosas para expresar su dolor. Trabajan y trabajan. Limpian y limpian. Cocinan y cocinan. Caminan y caminan. Ya sabemos que esto no es lógico. ¡Pero el dolor no es lógico! Tenemos que admitir esta realidad cuando otros a nuestro alrededor están sufriendo. Tenemos que esperar que su dolor sea ilógico.
IV. Admitiendo las contradicciones.
No podemos alarmarnos si la manera de expresar el dolor es contradictoria. Si cambia con el tiempo. El consuelo que viene de Dios opera de manera diferente en cada uno de nosotros. No hay una manera de expresar el dolor mejor que otra. Tampoco hay una peor que otra. Cada dolor es único. Personal. Nuestro y de nadie más. Nadie puede indicarnos cuál es la mejor manera de sufrir o reaccionar ante una pérdida de alguien que amamos.
Tras el funeral de mi madre, mi padre invitó a los amigos y los miembros de la iglesia a compartir algunos alimentos y bebidas. Algunos miembros de la familia se sintieron extrañados. Pero mi padre conocía a mi madre muy bien. Estaba seguro que ella hubiera sugerido que las risas y la reunión dominaran cualquier circunstancia de la vida por triste que esta fuera.
V. No hay que controlar el llanto de los demás.
Si no hay una única manera de llorar y el dolor es ilógico, entonces, ¿Qué se puede decir al respecto?
Primero, debemos admitir que sentimos dolor. No hay que negarlo o posponerlo. Podemos decir que somos cristianos doloridos y el mundo no se romperá en pedazos. Podemos decir que tenemos el corazón hecho pedazos; pero que se lo hemos dado a Cristo para que nos lo componga.
Segundo, hay que dejar que el proceso de dolor siga su curso. Los terapeutas afirman que el duelo puede durar hasta dos años y que nunca nos repondremos totalmente de él. Si lo negamos o tratamos de acortarlo estaremos prolongando el sufrimiento personal.
VI. Conclusiones.
El dolor lleva su tiempo. No tiene atajos. También requiere la compañía y la comprensión. El tiempo que una persona requiere para superarlo no ha de ser el mismo que requieran otros.
¿Cuanto dura el dolor? No tengo la más mínima idea. Cada uno de nosotros lo pasa de una manera diferente. Palabras como: ¡Ya basta de llorar! ¡Contrólate! Las dicen personas que no tienen idea de cuanto puede sufrirse tras una pérdida.
Pero hay otra verdad rondando. Jesús está cerca. Guiando y dirigiendo nuestro camino. El te comprende por lo que estás pasando y por eso está cerca, aunque no lo notes, todo el tiempo. Mientras te duré la tristeza estará, no importa cuan largo e intenso sea el camino.
Tema 9
Jn.11:35
I. Introducción.
Llorar una pérdida o una muerte de un ser querido es algo muy personal. Y lo hacemos de muy diferentes maneras. Algunas personan encuentran consuelo dejando todas las cosas en la casa tal como estaban cuando ocurrió la pérdida. Otros cambian todas las cosas que les recuerda al ser querido.
II. Lo que conforta a unos puede causar dolor a otros.
Hay personas dentro de una misma familia que muestran diferentes actitudes frente a la muerte de un ser querido. La actitud frente a las fotos de esa persona es una muestra de ello.
Tras la muerte de mi madre, mi padre, por ejemplo, lleva una foto de ella en su cartera siempre. Mi hermana, Edna, ha colgado una foto de mis padres en el día de su boda en el salón. En el principio a mi me resultaba muy doloroso ver fotos de mi madre.
En varias ocasiones las fotos me han entristecido. Y la razón es que me hacen presente el hecho de que extraño a las personas que ya no están. ¿Por qué será?
III. No esperes que el dolor sea lógico.
Muchas personas quieren visitar con frecuencia el lugar donde fue sepultado la persona que amaban. Otros no sienten la necesidad de hacerlo. Algunos se sienten reconfortados al visitar el cementerio. Otros sienten más dolor al hacerlo.
Hay personas que necesitan hacer cosas para expresar su dolor. Trabajan y trabajan. Limpian y limpian. Cocinan y cocinan. Caminan y caminan. Ya sabemos que esto no es lógico. ¡Pero el dolor no es lógico! Tenemos que admitir esta realidad cuando otros a nuestro alrededor están sufriendo. Tenemos que esperar que su dolor sea ilógico.
IV. Admitiendo las contradicciones.
No podemos alarmarnos si la manera de expresar el dolor es contradictoria. Si cambia con el tiempo. El consuelo que viene de Dios opera de manera diferente en cada uno de nosotros. No hay una manera de expresar el dolor mejor que otra. Tampoco hay una peor que otra. Cada dolor es único. Personal. Nuestro y de nadie más. Nadie puede indicarnos cuál es la mejor manera de sufrir o reaccionar ante una pérdida de alguien que amamos.
Tras el funeral de mi madre, mi padre invitó a los amigos y los miembros de la iglesia a compartir algunos alimentos y bebidas. Algunos miembros de la familia se sintieron extrañados. Pero mi padre conocía a mi madre muy bien. Estaba seguro que ella hubiera sugerido que las risas y la reunión dominaran cualquier circunstancia de la vida por triste que esta fuera.
V. No hay que controlar el llanto de los demás.
Si no hay una única manera de llorar y el dolor es ilógico, entonces, ¿Qué se puede decir al respecto?
Primero, debemos admitir que sentimos dolor. No hay que negarlo o posponerlo. Podemos decir que somos cristianos doloridos y el mundo no se romperá en pedazos. Podemos decir que tenemos el corazón hecho pedazos; pero que se lo hemos dado a Cristo para que nos lo componga.
Segundo, hay que dejar que el proceso de dolor siga su curso. Los terapeutas afirman que el duelo puede durar hasta dos años y que nunca nos repondremos totalmente de él. Si lo negamos o tratamos de acortarlo estaremos prolongando el sufrimiento personal.
VI. Conclusiones.
El dolor lleva su tiempo. No tiene atajos. También requiere la compañía y la comprensión. El tiempo que una persona requiere para superarlo no ha de ser el mismo que requieran otros.
¿Cuanto dura el dolor? No tengo la más mínima idea. Cada uno de nosotros lo pasa de una manera diferente. Palabras como: ¡Ya basta de llorar! ¡Contrólate! Las dicen personas que no tienen idea de cuanto puede sufrirse tras una pérdida.
Pero hay otra verdad rondando. Jesús está cerca. Guiando y dirigiendo nuestro camino. El te comprende por lo que estás pasando y por eso está cerca, aunque no lo notes, todo el tiempo. Mientras te duré la tristeza estará, no importa cuan largo e intenso sea el camino.
lunes, 14 de diciembre de 2009
¿Resignación cristiana?
Eso que dice el título es una falsedad. No conozco ninguna resignación cristiana. Resignación y cristiana no pueden jamás ir juntas. Son totalmente antagónicas. Si te resignas, no eres cristiano. Si eres cristiano, no te resignas. Para esto, para evitar toda tentación a la resignación, vino Cristo.
Lo que hace incompatible el ser cristiano con la resignación es que, cuando nos resignamos, nos cerramos todas las puertas y todas las posibilidades de futuro. Es el fin. Delante de nosotros ya no hay nada. Es la derrota total. Hemos perdido, y la vida es solamente el campo desierto, la debacle que queda después de la batalla, si la ha habido. Resignarse es conformarse. Ya no hay nada que hacer. Ya no hay un futuro digno por el que luchar. Pablo expresa este tipo de actitudes con la frase: Comamos y bebamos que mañana moriremos (1 Co 15,32). Otros dicen: total, por dos días que vivimos…! Toda resignación es una invitación a la pasividad, a la inacción. Es dar por bueno, o aceptable, lo malo. Significa afirmar que ni para el mundo ni para la vida hay remedio.
Por la resignación nos encerramos en nosotros mismos en una vida sin sentido y sin proyección. La resignación es la palabra de los perdedores. Y el mundo, este mundo, está lleno de perdedores. Algunos porque nunca han intentado transformar la realidad. Otros, porque los golpes que han recibido de la vida –y algunos, hay que reconocerlo, son muy duros- los han llevado a la desesperación y, de allí, a la resignación. Ya no esperan nada digno de ser esperado.
La palabra que sí se aviene con cristiana es paciencia. Hay una paciencia cristiana. La diferencia fundamental con la resignación es que la paciencia implica esperanza. Esperanza para la vida y para el mundo. Esperanza de renovación y de transformación. Y no me refiero solamente a la esperanza cristiana, sino a todo tipo de esperanza, aunque sea laica o formalmente atea. Los cristianos tenemos esperanza para esta vida y para la eternidad. Pero, con nosotros, hay muchos no cristianos que, gracias a Dios, tienen todavía esperanza para este mundo. No han tirado la toalla. Pienso, por ejemplo, en estos cooperantes secuestrados que, con muchos otros, en otras partes del mundo, no han perdido la esperanza para el tercer mundo y han dedicado su vida a transformar la realidad. Pienso en los misioneros de todas las confesiones que han luchado y sufrido para aportar la fe y la esperanza a los que estaban lejos. Los resultados no han sido inmediatos ni totalmente satisfactorios, pero lo importante es luchar y persistir con paciencia, sabiendo que al final, aunque jamás lo veamos nosotros, habrá una victoria sobre la injusticia, sobre el hambre, sobre la corrupción, sobre el nihilismo de una parte tan grande de nuestra humanidad.
Pero, ¡cuidado!, entendamos bien qué significa paciencia. No es la espera pasiva ni el optimismo nefasto que se dedica a esperar que las cosas se arreglen por si solas, o que otros lo hagan. Se trata de una paciencia activa, de una actitud de lucha y, muy a menudo, de sacrificio para hacer nuestra aportación a la transformación de nuestra realidad física, moral y espiritual. Se trata de la actitud de los vencedores, o, en palabras de Pablo, de los más que vencedores que, a pesar de la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada (Ro 8,35) están seguros de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo provenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá apartar del amor de Dios (Ro 8,38), es decir, de la voluntad salvadora de Dios para este mundo que es el fundamento de nuestra esperanza y la razón de nuestra paciencia
Enric Capó.
Lo que hace incompatible el ser cristiano con la resignación es que, cuando nos resignamos, nos cerramos todas las puertas y todas las posibilidades de futuro. Es el fin. Delante de nosotros ya no hay nada. Es la derrota total. Hemos perdido, y la vida es solamente el campo desierto, la debacle que queda después de la batalla, si la ha habido. Resignarse es conformarse. Ya no hay nada que hacer. Ya no hay un futuro digno por el que luchar. Pablo expresa este tipo de actitudes con la frase: Comamos y bebamos que mañana moriremos (1 Co 15,32). Otros dicen: total, por dos días que vivimos…! Toda resignación es una invitación a la pasividad, a la inacción. Es dar por bueno, o aceptable, lo malo. Significa afirmar que ni para el mundo ni para la vida hay remedio.
Por la resignación nos encerramos en nosotros mismos en una vida sin sentido y sin proyección. La resignación es la palabra de los perdedores. Y el mundo, este mundo, está lleno de perdedores. Algunos porque nunca han intentado transformar la realidad. Otros, porque los golpes que han recibido de la vida –y algunos, hay que reconocerlo, son muy duros- los han llevado a la desesperación y, de allí, a la resignación. Ya no esperan nada digno de ser esperado.
La palabra que sí se aviene con cristiana es paciencia. Hay una paciencia cristiana. La diferencia fundamental con la resignación es que la paciencia implica esperanza. Esperanza para la vida y para el mundo. Esperanza de renovación y de transformación. Y no me refiero solamente a la esperanza cristiana, sino a todo tipo de esperanza, aunque sea laica o formalmente atea. Los cristianos tenemos esperanza para esta vida y para la eternidad. Pero, con nosotros, hay muchos no cristianos que, gracias a Dios, tienen todavía esperanza para este mundo. No han tirado la toalla. Pienso, por ejemplo, en estos cooperantes secuestrados que, con muchos otros, en otras partes del mundo, no han perdido la esperanza para el tercer mundo y han dedicado su vida a transformar la realidad. Pienso en los misioneros de todas las confesiones que han luchado y sufrido para aportar la fe y la esperanza a los que estaban lejos. Los resultados no han sido inmediatos ni totalmente satisfactorios, pero lo importante es luchar y persistir con paciencia, sabiendo que al final, aunque jamás lo veamos nosotros, habrá una victoria sobre la injusticia, sobre el hambre, sobre la corrupción, sobre el nihilismo de una parte tan grande de nuestra humanidad.
Pero, ¡cuidado!, entendamos bien qué significa paciencia. No es la espera pasiva ni el optimismo nefasto que se dedica a esperar que las cosas se arreglen por si solas, o que otros lo hagan. Se trata de una paciencia activa, de una actitud de lucha y, muy a menudo, de sacrificio para hacer nuestra aportación a la transformación de nuestra realidad física, moral y espiritual. Se trata de la actitud de los vencedores, o, en palabras de Pablo, de los más que vencedores que, a pesar de la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, o la espada (Ro 8,35) están seguros de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo provenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá apartar del amor de Dios (Ro 8,38), es decir, de la voluntad salvadora de Dios para este mundo que es el fundamento de nuestra esperanza y la razón de nuestra paciencia
Enric Capó.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Programa Navidad 2009
17 Diciembre 7.30 pm
Vigilia de Adviento
Iglesia Ortodoxa Rumana
c/ Florentino Ballesteros, 23
20 Diciembre 11.00 am
4º Domingo Adviento
“La primera Navidad”
Teatro infantil
25 Diciembre 12.00 m
Culto de Navidad
“La música que oye el Mesías”
27 Diciembre 11.00 am
Culto de Acción de Gracias
29 Diciembre 7.00 pm
Reunión de matrimonios.
¡Feliz Año Nuevo!
Vigilia de Adviento
Iglesia Ortodoxa Rumana
c/ Florentino Ballesteros, 23
20 Diciembre 11.00 am
4º Domingo Adviento
“La primera Navidad”
Teatro infantil
25 Diciembre 12.00 m
Culto de Navidad
“La música que oye el Mesías”
27 Diciembre 11.00 am
Culto de Acción de Gracias
29 Diciembre 7.00 pm
Reunión de matrimonios.
¡Feliz Año Nuevo!
Vigilia Ecuménica de Adviento
17 de Diciembre 2009
7.30 pm
Iglesia Ortodoxa Rumana
c/ Florentino ballesteros, 23
7.30 pm
Iglesia Ortodoxa Rumana
c/ Florentino ballesteros, 23
El problema del consuelo.
Confesiones de un cristiano dolorido
Tema 8
Salmo 23
I. Introducción.
A la mañana siguiente de la muerte de mi madre, después de tomar un desayuno muy ligero, mi padre, mi hermana y yo conversamos, lloramos e hicimos todo lo posible por consolarnos. Luego salí a caminar hacia las afueras del pueblo. Por el mismo camino que meses antes había paseado con mi madre.
Mientras caminaba me sentía perdido. Así que le pedí a Dios que se hiciera presente, que me consolara. Yo creía, entonces, que la presencia de Dios sería el indicativo de que mi madre estaba bien. Aunque eso yo lo creía mentalmente, necesitaba sentirlo. Quería tener la garantía de Dios consolándome.
II. ¿Cómo consolar?
Como personas sensibles y solidarias, siempre tratamos de hacer lo correcto. Sin embargo, hay veces que al tratar de hacer lo correcto y no tener éxito, podemos hacer más daño que bien. Tal es el caso, al intentar consolar a las personas que se encuentran de duelo. En esas situaciones, una de las peores cosas que se pueden hacer es recurrir a frases que no sólo han sido repetidas en exceso, si no que además están completamente fuera de lugar.
Una típica frase que se dice es: "Él está ahora en un mejor lugar". ¿Cómo puede saber alguien tal cosa? Esta declaración no es de ayuda para ningún doliente. Lo que sabemos, es que este mundo es un buen lugar, ya que es un lugar para hacer el bien. La muerte, por lo tanto, es una tragedia.
Otra frase que no es de ninguna ayuda para los dolientes es decir, que Dios necesitaba más al difunto de lo que los vivos lo necesitaban. De nuevo preguntamos, ¿Cómo alguien puede saber eso? Además, hace quedar a Dios como si fuera una entidad completamente egoísta, que causa tragedias en este mundo con el propósito de unir más personas a Su equipo en el cielo.
Otra frase, no recomendable para decir, después de la muerte de alguna persona que haya vivido hasta los ochenta o noventa años es: "por lo menos él vivió una vida completa". No importa que tan bien intencionadas eran esas palabras, son una cruel invasión hacia las emociones del doliente. Este tipo de frases trivializan el dolor del deudo y lo hacen sentir como si estuviera sufriendo por algo innecesario. Esto desconecta al doliente del que intenta reconfortarlo, cuando el propósito de consolar es conectarse al doliente.
Muchas personas que han estado de luto por tragedias familiares, me han expresado sus molestias sobre comentarios como este que acabamos de mencionar. Ellos afirman que razonamientos como estos son degradantes y banalizan sus sentimientos. Contrariamente a lo que piensa la gente, ellos creen que la experiencia de vivir tanto tiempo junto a los padres hace más difícil la separación que acarrea la muerte.
III. Se necesita más que buenas intenciones.
El problema es que se necesita algo más que buenas intenciones para poder consolar a una persona que ha sufrido una pérdida. El buscar el "lado bueno" de la tragedia y comentarlo a los familiares, puede ser muy perjudicial para todos. Sin sumergirnos tanto en otros ejemplos, podemos agregar a nuestra lista de frases para no decir, algunas como: "Yo sé cómo te sientes", "La vida sigue", "Pronto te vas a sobreponer", "Tienes otros hijos", "Tu pena pasará rápidamente", y "Tienes toda una vida por delante". Todos estos comentarios banalizan el dolor, en vez de respetar la gravedad del sufrimiento.
Las visitas a dolientes, nos desafían a ser excesivamente sensibles y cuidadosos con lo que sale de nuestros labios. Una vez que las palabras salieron, no pueden ser anuladas. Es bonito cuando los dolientes entienden y aprecian nuestras buenas intenciones, pero no deberíamos confiar en esto.
IV. Consolar sin palabras.
¿Cómo puede uno consolar sin decir palabra alguna? Consolar a alguien puede lograrse simplemente acompañando al doliente, incluso en silencio. Todos estaríamos de acuerdo que ir y no decir nada es mejor que ir y decir algún comentario molesto o desagradable. Claro está, el mejor resultado puede lograrse al visitar y compartir pensamientos y reflexiones inteligentes.
¿Pero cómo puede alguien saber que es apropiado si cada doliente piensa distinto? La respuesta es a través del silencio, acercándonos con los labios sellados y con los oídos completamente abiertos. Este es el protocolo judío, un protocolo comúnmente ignorado, para las visitas a dolientes. Ve, siéntate y escucha. El doliente empezará a hablar, y ahí sabrás que es lo que necesita. Después puedes responderle. Esta es la forma segura y sensible para confortar a los que han perdido a ser querido.
Ten siempre en mente que no importa que tan raro puedas sentirte al ir a visitar a alguien de duelo, no se trata de ti, se trata del deudo. ¿Qué cosas van a causar que el doliente se sienta mejor?, ¿Qué le va a provocar una sonrisa? La respuesta puede ser difícil de hallar, o quizá puedes tener muchas respuestas. Mientras más esfuerzo pongas en resolver esas preguntas, es más probable que puedas verdaderamente cumplir con las obligaciones religiosas y sociales de consolar a dolientes. Y a su vez es más probable, que el doliente sea ayudado a transitar el camino que va desde el dolor hacia el agradecimiento, agradecimiento por la vida que tuvo su ser querido.
Tema 8
Salmo 23
I. Introducción.
A la mañana siguiente de la muerte de mi madre, después de tomar un desayuno muy ligero, mi padre, mi hermana y yo conversamos, lloramos e hicimos todo lo posible por consolarnos. Luego salí a caminar hacia las afueras del pueblo. Por el mismo camino que meses antes había paseado con mi madre.
Mientras caminaba me sentía perdido. Así que le pedí a Dios que se hiciera presente, que me consolara. Yo creía, entonces, que la presencia de Dios sería el indicativo de que mi madre estaba bien. Aunque eso yo lo creía mentalmente, necesitaba sentirlo. Quería tener la garantía de Dios consolándome.
II. ¿Cómo consolar?
Como personas sensibles y solidarias, siempre tratamos de hacer lo correcto. Sin embargo, hay veces que al tratar de hacer lo correcto y no tener éxito, podemos hacer más daño que bien. Tal es el caso, al intentar consolar a las personas que se encuentran de duelo. En esas situaciones, una de las peores cosas que se pueden hacer es recurrir a frases que no sólo han sido repetidas en exceso, si no que además están completamente fuera de lugar.
Una típica frase que se dice es: "Él está ahora en un mejor lugar". ¿Cómo puede saber alguien tal cosa? Esta declaración no es de ayuda para ningún doliente. Lo que sabemos, es que este mundo es un buen lugar, ya que es un lugar para hacer el bien. La muerte, por lo tanto, es una tragedia.
Otra frase que no es de ninguna ayuda para los dolientes es decir, que Dios necesitaba más al difunto de lo que los vivos lo necesitaban. De nuevo preguntamos, ¿Cómo alguien puede saber eso? Además, hace quedar a Dios como si fuera una entidad completamente egoísta, que causa tragedias en este mundo con el propósito de unir más personas a Su equipo en el cielo.
Otra frase, no recomendable para decir, después de la muerte de alguna persona que haya vivido hasta los ochenta o noventa años es: "por lo menos él vivió una vida completa". No importa que tan bien intencionadas eran esas palabras, son una cruel invasión hacia las emociones del doliente. Este tipo de frases trivializan el dolor del deudo y lo hacen sentir como si estuviera sufriendo por algo innecesario. Esto desconecta al doliente del que intenta reconfortarlo, cuando el propósito de consolar es conectarse al doliente.
Muchas personas que han estado de luto por tragedias familiares, me han expresado sus molestias sobre comentarios como este que acabamos de mencionar. Ellos afirman que razonamientos como estos son degradantes y banalizan sus sentimientos. Contrariamente a lo que piensa la gente, ellos creen que la experiencia de vivir tanto tiempo junto a los padres hace más difícil la separación que acarrea la muerte.
III. Se necesita más que buenas intenciones.
El problema es que se necesita algo más que buenas intenciones para poder consolar a una persona que ha sufrido una pérdida. El buscar el "lado bueno" de la tragedia y comentarlo a los familiares, puede ser muy perjudicial para todos. Sin sumergirnos tanto en otros ejemplos, podemos agregar a nuestra lista de frases para no decir, algunas como: "Yo sé cómo te sientes", "La vida sigue", "Pronto te vas a sobreponer", "Tienes otros hijos", "Tu pena pasará rápidamente", y "Tienes toda una vida por delante". Todos estos comentarios banalizan el dolor, en vez de respetar la gravedad del sufrimiento.
Las visitas a dolientes, nos desafían a ser excesivamente sensibles y cuidadosos con lo que sale de nuestros labios. Una vez que las palabras salieron, no pueden ser anuladas. Es bonito cuando los dolientes entienden y aprecian nuestras buenas intenciones, pero no deberíamos confiar en esto.
IV. Consolar sin palabras.
¿Cómo puede uno consolar sin decir palabra alguna? Consolar a alguien puede lograrse simplemente acompañando al doliente, incluso en silencio. Todos estaríamos de acuerdo que ir y no decir nada es mejor que ir y decir algún comentario molesto o desagradable. Claro está, el mejor resultado puede lograrse al visitar y compartir pensamientos y reflexiones inteligentes.
¿Pero cómo puede alguien saber que es apropiado si cada doliente piensa distinto? La respuesta es a través del silencio, acercándonos con los labios sellados y con los oídos completamente abiertos. Este es el protocolo judío, un protocolo comúnmente ignorado, para las visitas a dolientes. Ve, siéntate y escucha. El doliente empezará a hablar, y ahí sabrás que es lo que necesita. Después puedes responderle. Esta es la forma segura y sensible para confortar a los que han perdido a ser querido.
Ten siempre en mente que no importa que tan raro puedas sentirte al ir a visitar a alguien de duelo, no se trata de ti, se trata del deudo. ¿Qué cosas van a causar que el doliente se sienta mejor?, ¿Qué le va a provocar una sonrisa? La respuesta puede ser difícil de hallar, o quizá puedes tener muchas respuestas. Mientras más esfuerzo pongas en resolver esas preguntas, es más probable que puedas verdaderamente cumplir con las obligaciones religiosas y sociales de consolar a dolientes. Y a su vez es más probable, que el doliente sea ayudado a transitar el camino que va desde el dolor hacia el agradecimiento, agradecimiento por la vida que tuvo su ser querido.
Audición musical del Mesías
Por problemas de agenda del conferenciante que dirigiría la Audición musical del Mesías, esta actividad queda suspendida el día de hoy hasta nuevo aviso.
Foto de familia
El domingo 6 de Diciembre se procedió a realizar la foto de familia de la Iglesia una vez finalizada la Celebración dominical.
La posesiones y dineros de las iglesias, patrimonio de los pobres (2). El salario de los pastores
Los pastores y pastoras no cobran grandes sueldos por su trabajo. Esa es la verdad. Y lo afirmo a pesar de la dificultad de no conocer el sueldo medio de un pastor evangélico en nuestro país, no existen estudios al respecto. Sólo conozco con certeza lo que cobra el que aquí escribe. Por otra parte, bien es verdad que la mayoría de las iglesias evangélicas estipularán el sueldo de su pastor en base a su membresía y a las cualificaciones del pastor seleccionado. Un pastor cobrará una cantidad, mientras otro recibirá otra. La desigualdad económica se ha hecho un hueco en el espacio ministerial evangélico. Cosas del libre mercado... Pero eso es harina de otro costal.
En primer lugar, me gustaría decir que, en mi opinión, la tarea ministerial tiene que ver con vocación y no con remuneración. Mal empieza el que se plantea el ministerio cristiano con criterios económicos. Calvino tiene mucho que enseñarnos al respecto. Ya hemos escrito sobre el “principio de las cuatro partes”. Decíamos, en la anterior entrega , que el 50% por cierto de las rentas y los dineros de la Iglesia deberían ir directamente a solventar las situaciones de pobreza y necesidad, mientras que sólo -pensarán algunos- un 25% se destinaba al sueldo del ministro eclesiástico.
Calvino escribe que los “antiguos” ponían mucho cuidado en que “los ministros, que deben servir de ejemplo a los demás de sobriedad y templanza, no tuviesen salarios excesivos de los cuales pudieran abusar para lujo y delicadezas, sino que simplemente proveyesen a sus necesidades” (IRC, IV,IV,6). Más adelante escribe el reformador que “si alguno comenzaba a excederse y se pasaba de la raya en la abundancia, la suntuosidad y la pompa, al momento era amonestado” por sus colegas, “y si no se corregía era depuesto” de su ministerio pastoral (IRC, IV,IV,7).
¡Cómo han cambiado los tiempos! Desde mis inicios en el camino de Jesús de Nazaret, siempre me sorprendió -y me sigue sorprendiendo- la imagen de algunos “ministros eclesiásticos” que, más que parecer seguidores de Jesús de Nazaret, se asemejan a hombres de éxito, cuasi ejecutivos de alto standing, auténticos figurines...
Los pastores y pastoras del pueblo de Dios debemos tener en cuenta que las posesiones y los dineros de la Iglesia son patrimonio de los pobres y ello debe iluminar nuestros apetitos económicos y estilos de vida. Me explicaré, el sueldo de los pastores subirá en estrecha relación a lo que ascienda el 50% de lo que, según el principio de las cuatro partes, corresponde a los pobres. Más claro todavía, si una iglesia quiere pagar a su pastor o pastora, por poner una cantidad redonda, mil euros brutos debe considerar que para combatir la pobreza debería dedicar dos mil euros. Os aseguro que, de ser así, las iglesias cambiarían su rostro y mostrarían, sin necesidad de discursos, que están -junto a sus pastores- al lado de los pobres.
Concluyo con el recuerdo de lo que enseñaba a mis estudiantes de teología: la situación de los levitas, en el texto canónico, estaba unida de forma indisoluble al destino y situación de los pobres del pueblo de Dios. Vienen a mi memoria dos versículos del libro de Deuteronomio en el que aparecen los levitas (¿pastores del pueblo de Dios?) insertos en el grupo de los extranjeros, huérfanos y viudas (Deut. 26:12,13). Lo que, en mi opinión, implica que su destino estaba ligado a los que podríamos calificar como grupos en peligro de exclusión social. Si el pueblo de Dios era pobre, los levitas eran pobres. Si los levitas eran pobres, el pueblo de Dios era pobre. Si los levitas era “ricos”, y el pueblo de Dios era pobre, algo no funcionaba. Y viceversa.
Uno de los puntos por los que pasa la renovación de la Iglesia, sin duda, tiene que ver con el aspecto económico y especialmente con la opción que pastores y pastoras, en compañía del pueblo de Dios, hagan por los pobres “ad intra” y “ad extra”.
Ignacio Simal
En primer lugar, me gustaría decir que, en mi opinión, la tarea ministerial tiene que ver con vocación y no con remuneración. Mal empieza el que se plantea el ministerio cristiano con criterios económicos. Calvino tiene mucho que enseñarnos al respecto. Ya hemos escrito sobre el “principio de las cuatro partes”. Decíamos, en la anterior entrega , que el 50% por cierto de las rentas y los dineros de la Iglesia deberían ir directamente a solventar las situaciones de pobreza y necesidad, mientras que sólo -pensarán algunos- un 25% se destinaba al sueldo del ministro eclesiástico.
Calvino escribe que los “antiguos” ponían mucho cuidado en que “los ministros, que deben servir de ejemplo a los demás de sobriedad y templanza, no tuviesen salarios excesivos de los cuales pudieran abusar para lujo y delicadezas, sino que simplemente proveyesen a sus necesidades” (IRC, IV,IV,6). Más adelante escribe el reformador que “si alguno comenzaba a excederse y se pasaba de la raya en la abundancia, la suntuosidad y la pompa, al momento era amonestado” por sus colegas, “y si no se corregía era depuesto” de su ministerio pastoral (IRC, IV,IV,7).
¡Cómo han cambiado los tiempos! Desde mis inicios en el camino de Jesús de Nazaret, siempre me sorprendió -y me sigue sorprendiendo- la imagen de algunos “ministros eclesiásticos” que, más que parecer seguidores de Jesús de Nazaret, se asemejan a hombres de éxito, cuasi ejecutivos de alto standing, auténticos figurines...
Los pastores y pastoras del pueblo de Dios debemos tener en cuenta que las posesiones y los dineros de la Iglesia son patrimonio de los pobres y ello debe iluminar nuestros apetitos económicos y estilos de vida. Me explicaré, el sueldo de los pastores subirá en estrecha relación a lo que ascienda el 50% de lo que, según el principio de las cuatro partes, corresponde a los pobres. Más claro todavía, si una iglesia quiere pagar a su pastor o pastora, por poner una cantidad redonda, mil euros brutos debe considerar que para combatir la pobreza debería dedicar dos mil euros. Os aseguro que, de ser así, las iglesias cambiarían su rostro y mostrarían, sin necesidad de discursos, que están -junto a sus pastores- al lado de los pobres.
Concluyo con el recuerdo de lo que enseñaba a mis estudiantes de teología: la situación de los levitas, en el texto canónico, estaba unida de forma indisoluble al destino y situación de los pobres del pueblo de Dios. Vienen a mi memoria dos versículos del libro de Deuteronomio en el que aparecen los levitas (¿pastores del pueblo de Dios?) insertos en el grupo de los extranjeros, huérfanos y viudas (Deut. 26:12,13). Lo que, en mi opinión, implica que su destino estaba ligado a los que podríamos calificar como grupos en peligro de exclusión social. Si el pueblo de Dios era pobre, los levitas eran pobres. Si los levitas eran pobres, el pueblo de Dios era pobre. Si los levitas era “ricos”, y el pueblo de Dios era pobre, algo no funcionaba. Y viceversa.
Uno de los puntos por los que pasa la renovación de la Iglesia, sin duda, tiene que ver con el aspecto económico y especialmente con la opción que pastores y pastoras, en compañía del pueblo de Dios, hagan por los pobres “ad intra” y “ad extra”.
Ignacio Simal
jueves, 3 de diciembre de 2009
El principio de las cuatro partes. I
Estamos finalizando 2009. Las iglesias e instituciones cristianas ya llevan tiempo trabajando en la tarea de preparar sus presupuestos. Es, pues, un buen momento para hablar de dinero.
Algunos, espero que los menos, pensarán al leer el título de mi columna que ha salido de un teólogo de la liberación o de un pertinaz izquierdista. Nada más lejos de la realidad. Fue Calvino, el reformador de origen francés, que en su deseo de regresar a las fuentes del cristianismo escribió: “Los obispos antiguos han formulado muchos cánones y reglas con los cuales les parecía que exponían las cosas más por extenso de lo que están en la Escritura, sin embargo acomodaron toda su disciplina a la regla de la Palabra de Dios, de tal modo que se puede ver fácilmente que no ordenaron nada contrario a aquella” (IRC, IV, capítulo IV, 1). De ahí que dijera, en concordancia con esos cánones, “que todo cuanto la Iglesia tenía en posesiones, o en dinero, era patrimonio de los pobres” (IRC, IV, IV,6).
Nuestro reformador recupera para nosotros, cristianos del siglo XXI, la forma en que “los antiguos” diseñaban las líneas generales de su presupuesto económico. Reconocían la necesidad de sostener a sus pastores, de mantener sus “templos”, pero sobre todo tenían la convicción de que el centro de todo su presupuesto debía tener unos protagonistas principales: los pobres y los extranjeros.
Escribe Calvino que en la antigüedad se distribuía “la renta de la Iglesia en cuatro partes: la primera para los ministros; la segunda, para los pobres; la tercera, para reparación de las iglesias y cosas similares; y la cuarta para los extranjeros y pobres accidentales”. Cualquier lector, o lectora, adivinará que el 50% de las posesiones y los dineros de la Iglesia iban destinadas íntegramente a los desposeídos y necesitados. ¿Alguien imagina una iglesia que destine el 50% de su presupuesto a combatir la pobreza “ad intra” y “ad extra”..?
Y ahí está el meollo de la cuestión. No conozco iglesias, ni instituciones -esas que denominamos, infelizmente, “para-eclesiales”, que destinen la mitad de su presupuesto a proyectos que logren que los pobres y excluidos dejen de serlo.
Tal vez, en el inicio del calendario cristiano (tiempo de adviento), las iglesias, y sus instituciones, deben comenzar a caminar por senderos nuevos, distintos a los acostumbrados. Senderos que hablen, en voz más que alta, de solidaridad y compromiso con la realidad de la pobreza y la exclusión social.
¿Qué sucedería si el 50% de nuestros presupuestos fueran destinados a luchar contra la pobreza..? Posiblemente, y ante la respuesta a esa pregunta, comprobaremos que el patrimonio de los pobres, al contrario de lo que nos sugiere Calvino, son las migajas que caen de la mesa de nuestras iglesias. Ellos son actores secundarios en nuestros presupuestos eclesiales. ¡Lástima!
Ignacio Simal
Algunos, espero que los menos, pensarán al leer el título de mi columna que ha salido de un teólogo de la liberación o de un pertinaz izquierdista. Nada más lejos de la realidad. Fue Calvino, el reformador de origen francés, que en su deseo de regresar a las fuentes del cristianismo escribió: “Los obispos antiguos han formulado muchos cánones y reglas con los cuales les parecía que exponían las cosas más por extenso de lo que están en la Escritura, sin embargo acomodaron toda su disciplina a la regla de la Palabra de Dios, de tal modo que se puede ver fácilmente que no ordenaron nada contrario a aquella” (IRC, IV, capítulo IV, 1). De ahí que dijera, en concordancia con esos cánones, “que todo cuanto la Iglesia tenía en posesiones, o en dinero, era patrimonio de los pobres” (IRC, IV, IV,6).
Nuestro reformador recupera para nosotros, cristianos del siglo XXI, la forma en que “los antiguos” diseñaban las líneas generales de su presupuesto económico. Reconocían la necesidad de sostener a sus pastores, de mantener sus “templos”, pero sobre todo tenían la convicción de que el centro de todo su presupuesto debía tener unos protagonistas principales: los pobres y los extranjeros.
Escribe Calvino que en la antigüedad se distribuía “la renta de la Iglesia en cuatro partes: la primera para los ministros; la segunda, para los pobres; la tercera, para reparación de las iglesias y cosas similares; y la cuarta para los extranjeros y pobres accidentales”. Cualquier lector, o lectora, adivinará que el 50% de las posesiones y los dineros de la Iglesia iban destinadas íntegramente a los desposeídos y necesitados. ¿Alguien imagina una iglesia que destine el 50% de su presupuesto a combatir la pobreza “ad intra” y “ad extra”..?
Y ahí está el meollo de la cuestión. No conozco iglesias, ni instituciones -esas que denominamos, infelizmente, “para-eclesiales”, que destinen la mitad de su presupuesto a proyectos que logren que los pobres y excluidos dejen de serlo.
Tal vez, en el inicio del calendario cristiano (tiempo de adviento), las iglesias, y sus instituciones, deben comenzar a caminar por senderos nuevos, distintos a los acostumbrados. Senderos que hablen, en voz más que alta, de solidaridad y compromiso con la realidad de la pobreza y la exclusión social.
¿Qué sucedería si el 50% de nuestros presupuestos fueran destinados a luchar contra la pobreza..? Posiblemente, y ante la respuesta a esa pregunta, comprobaremos que el patrimonio de los pobres, al contrario de lo que nos sugiere Calvino, son las migajas que caen de la mesa de nuestras iglesias. Ellos son actores secundarios en nuestros presupuestos eclesiales. ¡Lástima!
Ignacio Simal
Se hace camino al andar.
2º Domingo de Adviento.
Tengo algunos recuerdos de mi infancia que en estos días han vuelto. Recuerdo cuando salíamos de viaje hacía la costa sur en las vacaciones que la carretera entre las montañas me parecía infinita. Que nunca se acababa. Que nunca llegaríamos al final. Siempre la carretera. Siempre la carretera. Yo quería ver el mar, pero el mar demoraba en verse en el horizonte.
Les invito a que veamos lo que nos cuenta Lucas 3: 1-6:
1En el año quincea del gobierno del emperador Tiberio, Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. 2 Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo habló Dios en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, 3 y Juan pasó por toda la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados,i para que Dios les perdonara sus pecados. 4 Esto sucedió como el profeta Isaías había escrito:
“Se oye la voz de alguien que grita en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto! 5 Todo valle será rellenado, todo monte y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados y allanados los caminos escabrosos.
6 Todo el mundo verá la salvación que Dios envía.
Este es el texto indicado para esta mañana y me recuerda que, a veces, nosotros somos como los que hacen un viaje, no nos importa el paisaje, sino llegar. Nos impacienta la demora, queremos ver el final ya.
Vivimos días agitados. Andamos en estos días sin esperarnos unos a otros y luego nos quejamos de que vamos solos. Incluso nos quejamos de que no encontramos a Dios. ¿Será que Dios se ha enfadado con nosotros?
Tenemos algunas certezas teológicas. Una de ellas es la sensación de que creemos que Dios anda siempre escondido. Que se esconde de nosotros. Pero no, no está escondido. Lo que pasa es que no sabemos donde encontrarlo. Y la realidad es que Dios no está donde nosotros quisiéramos que estuviera.
Según las Escrituras Dios se manifiesta donde quiere y cuando él quiera. Acudirá a nuestro encuentro pero no de la forma que nosotros deseamos, no de la forma que nosotros queremos oírle. Dios está en el nuestro mundo, en nuestra historia personal y sólo ahí, en el mundo y en la historia, lo vamos a encontrar.
Y para encontrarle debemos andar el camino de nuestra vida pero no de forma repetitiva ni de manera solitaria. Los caminos se hacen andando. Y en los caminos nos tropezamos con gentes. En los caminos podemos facilitar que la gente se encuentre con Dios.
Ya no somos niños, aunque haya días que nos comportamos como ellos. Nosotros esperamos con ilusión y esperanza. Eso es también Adviento.
Nuestra vida está llena de niños- Algunos son pequeños y otros son grandes. Pero todos necesitan de nuestro cuidado. A veces somos nosotros esos niños que requieren que nos quieran y nos cuiden, porque estamos perdidos. Por mucho que algunos se empeñen en decirnos malos augurios, el amor siempre es posible. Nuestra vida está relaciona con la manera que pensamos y decidimos. Si has decidido pensar que la gente te engaña, entonces todos a tu alrededor serán engañadores. Si crees que el camino es duro antes de salir de casa, pues lo será y nadie podrá demostrarte lo contrario. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
El mensaje paulino de adviento es: cambia tu manera de pensar, para que cambie tu manera de vivir.
Tengan paz.
Tengo algunos recuerdos de mi infancia que en estos días han vuelto. Recuerdo cuando salíamos de viaje hacía la costa sur en las vacaciones que la carretera entre las montañas me parecía infinita. Que nunca se acababa. Que nunca llegaríamos al final. Siempre la carretera. Siempre la carretera. Yo quería ver el mar, pero el mar demoraba en verse en el horizonte.
Les invito a que veamos lo que nos cuenta Lucas 3: 1-6:
1En el año quincea del gobierno del emperador Tiberio, Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. 2 Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo habló Dios en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, 3 y Juan pasó por toda la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados,i para que Dios les perdonara sus pecados. 4 Esto sucedió como el profeta Isaías había escrito:
“Se oye la voz de alguien que grita en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto! 5 Todo valle será rellenado, todo monte y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados y allanados los caminos escabrosos.
6 Todo el mundo verá la salvación que Dios envía.
Este es el texto indicado para esta mañana y me recuerda que, a veces, nosotros somos como los que hacen un viaje, no nos importa el paisaje, sino llegar. Nos impacienta la demora, queremos ver el final ya.
Vivimos días agitados. Andamos en estos días sin esperarnos unos a otros y luego nos quejamos de que vamos solos. Incluso nos quejamos de que no encontramos a Dios. ¿Será que Dios se ha enfadado con nosotros?
Tenemos algunas certezas teológicas. Una de ellas es la sensación de que creemos que Dios anda siempre escondido. Que se esconde de nosotros. Pero no, no está escondido. Lo que pasa es que no sabemos donde encontrarlo. Y la realidad es que Dios no está donde nosotros quisiéramos que estuviera.
Según las Escrituras Dios se manifiesta donde quiere y cuando él quiera. Acudirá a nuestro encuentro pero no de la forma que nosotros deseamos, no de la forma que nosotros queremos oírle. Dios está en el nuestro mundo, en nuestra historia personal y sólo ahí, en el mundo y en la historia, lo vamos a encontrar.
Y para encontrarle debemos andar el camino de nuestra vida pero no de forma repetitiva ni de manera solitaria. Los caminos se hacen andando. Y en los caminos nos tropezamos con gentes. En los caminos podemos facilitar que la gente se encuentre con Dios.
Ya no somos niños, aunque haya días que nos comportamos como ellos. Nosotros esperamos con ilusión y esperanza. Eso es también Adviento.
Nuestra vida está llena de niños- Algunos son pequeños y otros son grandes. Pero todos necesitan de nuestro cuidado. A veces somos nosotros esos niños que requieren que nos quieran y nos cuiden, porque estamos perdidos. Por mucho que algunos se empeñen en decirnos malos augurios, el amor siempre es posible. Nuestra vida está relaciona con la manera que pensamos y decidimos. Si has decidido pensar que la gente te engaña, entonces todos a tu alrededor serán engañadores. Si crees que el camino es duro antes de salir de casa, pues lo será y nadie podrá demostrarte lo contrario. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
El mensaje paulino de adviento es: cambia tu manera de pensar, para que cambie tu manera de vivir.
Tengan paz.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
La comunión de los santos.
Vigilia ecuménica en Sabiñánigo
Efesios 2: 14-22
Adviento entra en nuestras vidas con sus dramas de fe. Adviento nos recuerda que hoy somos libres. Y somos libres precisamente por el encuentro liberador con la Palabra.
Estamos ante uno de dos de los cuadros en los que Pablo que define al cristianismo y en ambos se os fijáis bien Jesús tienen un papel principal: Jesús es el pacificador y la Iglesia es una comunidad de gentes.
Jesús es el pacificador (v.14). Cristo es nuestra paz por lo que hizo: derramó su sangre en la cruz y se ofreció para estar unido a su pueblo; ¿pero que hizo? Ha echado abajo una pared de separación que existía entre los judíos y los gentiles. Una pared anticuada. Fuera de época. ¿Y por qué lo hizo? Para crear algo nuevo, podría ser la respuesta más teológica. Para reconciliar, podría ser la respuesta más espiritual. Una reconciliación que pasa por abolir la enemistad y la Ley de los mandamientos expresada en ordenanzas (v.15).
Es imposible dejar de ver la manera paulina de pasar de algo viejo a algo nuevo. No podemos pasarlo por alto. Si la Ley había abierto una brecha en la humanidad, por ejemplo entre judíos y gentiles (v.16), Cristo une lo que estaba separado, creando algo novísimo con la gente. Pero no de cualquier tipo de gente, sino una comunidad de gente nueva: una nueva humanidad que tiene en el centro de su vida al propio Jesucristo (v.19).
Y esa nueva humanidad se conoce por tres cosas: es el Reino de Dios, es la familia de Dios, es el templo de Dios.
Me pregunto si hoy hay algo más urgente en la extensión del evangelio que la iglesia sea lo que debe de ser y se le vea como tal, por la obra de Cristo: una comunidad modélica, una humanidad nueva, una familia de hermanos y hermanas reconciliados que aman al Padre y se aman unos a otros, sin duda se trata de la morada del Espíritu.
Cuando esto ocurra el mundo creerá que Cristo es el pacificador. Sólo entonces Dios recibirá la gloria.
Decía Ireneo de Lyón: La gloria de Dios es la vida del hombre, pero Dios es la vida del hombre.
Tengan paz.
Efesios 2: 14-22
Adviento entra en nuestras vidas con sus dramas de fe. Adviento nos recuerda que hoy somos libres. Y somos libres precisamente por el encuentro liberador con la Palabra.
Estamos ante uno de dos de los cuadros en los que Pablo que define al cristianismo y en ambos se os fijáis bien Jesús tienen un papel principal: Jesús es el pacificador y la Iglesia es una comunidad de gentes.
Jesús es el pacificador (v.14). Cristo es nuestra paz por lo que hizo: derramó su sangre en la cruz y se ofreció para estar unido a su pueblo; ¿pero que hizo? Ha echado abajo una pared de separación que existía entre los judíos y los gentiles. Una pared anticuada. Fuera de época. ¿Y por qué lo hizo? Para crear algo nuevo, podría ser la respuesta más teológica. Para reconciliar, podría ser la respuesta más espiritual. Una reconciliación que pasa por abolir la enemistad y la Ley de los mandamientos expresada en ordenanzas (v.15).
Es imposible dejar de ver la manera paulina de pasar de algo viejo a algo nuevo. No podemos pasarlo por alto. Si la Ley había abierto una brecha en la humanidad, por ejemplo entre judíos y gentiles (v.16), Cristo une lo que estaba separado, creando algo novísimo con la gente. Pero no de cualquier tipo de gente, sino una comunidad de gente nueva: una nueva humanidad que tiene en el centro de su vida al propio Jesucristo (v.19).
Y esa nueva humanidad se conoce por tres cosas: es el Reino de Dios, es la familia de Dios, es el templo de Dios.
Me pregunto si hoy hay algo más urgente en la extensión del evangelio que la iglesia sea lo que debe de ser y se le vea como tal, por la obra de Cristo: una comunidad modélica, una humanidad nueva, una familia de hermanos y hermanas reconciliados que aman al Padre y se aman unos a otros, sin duda se trata de la morada del Espíritu.
Cuando esto ocurra el mundo creerá que Cristo es el pacificador. Sólo entonces Dios recibirá la gloria.
Decía Ireneo de Lyón: La gloria de Dios es la vida del hombre, pero Dios es la vida del hombre.
Tengan paz.
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