Me gusta.
Me gusta que existan cosas que me gusten, porque son las que consiguen hacerme latir el corazón en un día de paro cardíaco.
Me gusta que me llamen por mi nombre, sin diminutivos, parentescos ni eufemismos mediocres que definen lo que soy y no quién soy. Me gusta por tanto, llamar al pan pan y al vino, vino.
Me gusta Chavela Vargas. Las guirnaldas de luces minúsculas en sitios oscuros y sentarme centrada y más bien delante en la sala de cine
Me gusta el ronroneo de Darío, mi gato, cuando quiere acurrucarse debajo de mi cuello, como si fuera una medalla peluda y verle cerrar los ojos cuando lo tengo frente a frente.
La poesía del olvidado Pedro Beltrán. El color azul.
Las conversaciones con mi hermana. De esas que no arreglan el mundo pero que me dejan la sensación de haberlo hecho.
El humor absurdo, el humor negro. También los chistes gráficos.
El pan, el queso, el vino y el chocolate.
Me gusta tener amigos hasta en el infierno. Aunque amigos, son pocos, pero presumo de ellos.
Ir de tapas a “la Republicana” Verle las tripas a un reloj
Me gusta la forma de mover sus manos, observarle por el rabillo del ojo, su mirada interrogante…
El olor de las tomateras envueltas en frescura después de una tormenta Las piedras austeras del Románico , su sencillez y orden sobrio.
El morro blandito y aterciopelado de un caballo y notar su respiración en la palma de mi mano. Y la cabeza rugosa de los terneritos antes de asomar los cuernos
Me gusta la biografía de Santiago Ramón y Cajal, plagada de anécdotas y pensamientos que nunca me dejan indiferente.
Desayunar en vaso ancho de cubata, un buen café con leche y galletas a destajo.
Me gusta escuchar “La Bohème”, con el volumen alto, en el sofá de mi casa, un día festivo, preferiblemente por la mañana.
Recordar cómo me dormía de niña en el regazo de mi abuela, donde el mundo se paraba y nada malo podía pasarte.
Los cortos de cine y el cine de autor.
El sonido de una moto de gran cilindrada al arrancar y el de un coche al decelerar.
Me gusta escuchar una buena explicación de algo que no entiendo o que despierte mi interés.
Leer una y otra vez el poema “Desnuda” de Roque Dalton.
La luz entrando por las vidrieras de colores. El olor inequívoco de las bibliotecas.
La bondad de los desconocidos, bueno ésta, más que gustarme, me deja perpleja.
Cruzar el túnel de Somport y perderme en el sur de Francia, como suelo decir, por mi pequeño rincón del mundo.
No me gusta.
No me gusta suspender un examen de conciencia
No me gusta la altivez de las personas absurdas y maleducadas, especialmente cuando se trata de salud o economía.
Que hablen de ti como si no estuvieras presente
La mirada sin tapujos de la mesa de al lado cuando el camarero te sirve el plato
Esa vocal entre la “a” y la “e” que pronuncian por Andalucía.
Las que se visten y maquillan como recién sacadas del circo para ir a una boda o los que comen en un buffet como si hubieran ayunado una semana
Las gamuzas de pelo para limpiar el polvo
Tragarme las mil fotos del viaje de fin de semana a Cuenca de la parejita enamorada
Las risotadas con campanilla
Los mediáticos del corazón, ni sus chiquillos de ojos pixelados, ni sus éxitos ni contiendas ni sus jodiendas varias
La gente que cierra los ojos la hablar. ¿A dónde creen que van?
Los payasos (incluidos los mimos y los políticos).
Las mariposas de cerca.
Los neologismos aceptados por la RAE por uso popular
Los tirantes de plástico, de esos que se venden como invisibles.
Los recordatorios de comunión, especialmente si incluyen foto de la criatura. Tampoco dejo atrás las fotos de boda, como las que lucen debajo del Batallador cogiditos de la mano, ni las figurillas que inmortalizan el momento. El último, un bebé cargado de peladillas fabricado a cascoporro. Y claro, tú miras esa especie de albóndiga de porcelana con los ojos pintados casi en la frente y media cuenca vacía y te haces cruces pensando hasta dónde puede llegar la maldad de la mafia china.
Los anuncios de Cocacola, que venden felicidad y paz mundial, en lugar una bebida marrón que hincha la tripa. (de McDonals y sus felices visitas en familia para ver las futuras hamburguesas prefiero no hablar)
Los argumentos en contra del pensamiento, pusilánimes y tóxicos de pragmatismo, como “el toro ha nacido para esto” “cualquier tiempo pasado fue mejor” o “si existiera Dios no permitiría las guerras y las hambrunas”
No me gusta ver la cuadrilla de adolescentes a las puertas del Paraninfo, levantando un puño ignorante de significado, mientras hacen uso del móvil con la otra mano.
No me gusta que se recuerde la “España profunda” cuando muchos días creo, que no hemos tocado fondo.
Ana Baquedano
Me gusta que existan cosas que me gusten, porque son las que consiguen hacerme latir el corazón en un día de paro cardíaco.
Me gusta que me llamen por mi nombre, sin diminutivos, parentescos ni eufemismos mediocres que definen lo que soy y no quién soy. Me gusta por tanto, llamar al pan pan y al vino, vino.
Me gusta Chavela Vargas. Las guirnaldas de luces minúsculas en sitios oscuros y sentarme centrada y más bien delante en la sala de cine
Me gusta el ronroneo de Darío, mi gato, cuando quiere acurrucarse debajo de mi cuello, como si fuera una medalla peluda y verle cerrar los ojos cuando lo tengo frente a frente.
La poesía del olvidado Pedro Beltrán. El color azul.
Las conversaciones con mi hermana. De esas que no arreglan el mundo pero que me dejan la sensación de haberlo hecho.
El humor absurdo, el humor negro. También los chistes gráficos.
El pan, el queso, el vino y el chocolate.
Me gusta tener amigos hasta en el infierno. Aunque amigos, son pocos, pero presumo de ellos.
Ir de tapas a “la Republicana” Verle las tripas a un reloj
Me gusta la forma de mover sus manos, observarle por el rabillo del ojo, su mirada interrogante…
El olor de las tomateras envueltas en frescura después de una tormenta Las piedras austeras del Románico , su sencillez y orden sobrio.
El morro blandito y aterciopelado de un caballo y notar su respiración en la palma de mi mano. Y la cabeza rugosa de los terneritos antes de asomar los cuernos
Me gusta la biografía de Santiago Ramón y Cajal, plagada de anécdotas y pensamientos que nunca me dejan indiferente.
Desayunar en vaso ancho de cubata, un buen café con leche y galletas a destajo.
Me gusta escuchar “La Bohème”, con el volumen alto, en el sofá de mi casa, un día festivo, preferiblemente por la mañana.
Recordar cómo me dormía de niña en el regazo de mi abuela, donde el mundo se paraba y nada malo podía pasarte.
Los cortos de cine y el cine de autor.
El sonido de una moto de gran cilindrada al arrancar y el de un coche al decelerar.
Me gusta escuchar una buena explicación de algo que no entiendo o que despierte mi interés.
Leer una y otra vez el poema “Desnuda” de Roque Dalton.
La luz entrando por las vidrieras de colores. El olor inequívoco de las bibliotecas.
La bondad de los desconocidos, bueno ésta, más que gustarme, me deja perpleja.
Cruzar el túnel de Somport y perderme en el sur de Francia, como suelo decir, por mi pequeño rincón del mundo.
No me gusta.
No me gusta suspender un examen de conciencia
No me gusta la altivez de las personas absurdas y maleducadas, especialmente cuando se trata de salud o economía.
Que hablen de ti como si no estuvieras presente
La mirada sin tapujos de la mesa de al lado cuando el camarero te sirve el plato
Esa vocal entre la “a” y la “e” que pronuncian por Andalucía.
Las que se visten y maquillan como recién sacadas del circo para ir a una boda o los que comen en un buffet como si hubieran ayunado una semana
Las gamuzas de pelo para limpiar el polvo
Tragarme las mil fotos del viaje de fin de semana a Cuenca de la parejita enamorada
Las risotadas con campanilla
Los mediáticos del corazón, ni sus chiquillos de ojos pixelados, ni sus éxitos ni contiendas ni sus jodiendas varias
La gente que cierra los ojos la hablar. ¿A dónde creen que van?
Los payasos (incluidos los mimos y los políticos).
Las mariposas de cerca.
Los neologismos aceptados por la RAE por uso popular
Los tirantes de plástico, de esos que se venden como invisibles.
Los recordatorios de comunión, especialmente si incluyen foto de la criatura. Tampoco dejo atrás las fotos de boda, como las que lucen debajo del Batallador cogiditos de la mano, ni las figurillas que inmortalizan el momento. El último, un bebé cargado de peladillas fabricado a cascoporro. Y claro, tú miras esa especie de albóndiga de porcelana con los ojos pintados casi en la frente y media cuenca vacía y te haces cruces pensando hasta dónde puede llegar la maldad de la mafia china.
Los anuncios de Cocacola, que venden felicidad y paz mundial, en lugar una bebida marrón que hincha la tripa. (de McDonals y sus felices visitas en familia para ver las futuras hamburguesas prefiero no hablar)
Los argumentos en contra del pensamiento, pusilánimes y tóxicos de pragmatismo, como “el toro ha nacido para esto” “cualquier tiempo pasado fue mejor” o “si existiera Dios no permitiría las guerras y las hambrunas”
No me gusta ver la cuadrilla de adolescentes a las puertas del Paraninfo, levantando un puño ignorante de significado, mientras hacen uso del móvil con la otra mano.
No me gusta que se recuerde la “España profunda” cuando muchos días creo, que no hemos tocado fondo.
Ana Baquedano
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