Soy cristiano porque un día encontré a Cristo. Mejor dicho: soy cristiano porque un día Cristo me salió al encuentro y me llamó. No sé cuando ocurrió. Si era de día o de noche, si estaba en la iglesia o en la calle, si todavía era un adolescente o fue en la juventud. El hecho es que Cristo se hizo presente en mi vida y, con todas mis faltas y errores, nunca me ha dejado. Mi fe nació en el seno de una familia cristiana, donde Cristo ocupaba siempre el primer lugar. Pero esto no fue el hecho determinante, sino el llamamiento de Jesús y el hecho de responder positivamente. ¿O nunca respondí? Quizás Jesús hizo la pregunta y dio la respuesta al mismo tiempo. Mi conversión fue un acto de su gracia. De esto estoy seguro y doy gracias.
Creo que esta experiencia personal es de validez general: el cristiano es la persona que ha tenido un encuentro personal con Cristo. El itinerario de la fe lo podemos formular de diferentes maneras, porque es un acto fuera de todo control y es difícil establecer un orden cronológico. Pero estoy convencido de que todo empieza en el momento en que Cristo se hace presente en la vida y nos llama, muy a menudo fuera de todo contexto religioso. Como Pedro, o Andrés, o el apóstol Pablo. Haciendo nuestro trabajo o yendo de viaje. Hay un momento, que a menudo se nos hace difícil de identificar, en el que sentimos el llamamiento de Cristo al seguimiento, o que nos encontramos con él en el camino y debemos dar una respuesta. Pablo se refiere a su momento de la conversión como “no fui rebelde a la visión celestial”, una visión que cambió totalmente su vida.
Encontrar a Jesús fue encontrar un amigo de siempre. Nunca fue un extraño en mi vida. Nunca lo es en la vida de nadie. Para creyentes y no creyentes igualmente, la voz de Cristo es la de un viejo conocido. Alguien que, por mucho tiempo, quizás desde siempre, ha estado presente en la vida. Despierta recuerdos y resonancias. Usa un lenguaje que me es familiar. Dice cosas que antes ya he escuchado. Su voz es del Pastor y la conozco y sé que dice la verdad, que no hay vuelta de hoja, que el camino que me señala es el camino, el que he de seguir.
Encontré a Cristo en el seno de la Iglesia y en la Biblia. Pero esto quizás no sea del todo cierto. En realidad, lo encontré primero, sin reconocerlo, en el fondo de mi ser. Y cuando oí su palabra y contacté con su vida y su mensaje, mi mente y mi corazón dijeron sí. Lo he encontrado. Como Andrés, que lo proclamó, lleno de gozo, a su hermano Simón y lo trajo a Jesús. Como Zaqueo, que se sintió de tal manera acusado que devolvió todo lo que había estafado, por El. Como Pablo en el camino de Damasco que, en Él, encontró sentido para su vida. Todos ellos lo reconocieron. Había estado presente en su corazón año tras año. Pablo lo identifica como el aguijón interior que lo hería y al que no quería escuchar. Y es que a Cristo, no sólo se le ha de conocer, sino reconocerlo. No es un nuevo huésped en la vida del mundo. Es la manifestación de Aquel que nunca nos ha dejado y nunca nos dejará. Recordemos su promesa. “estoy con vosotros siempre hasta el fin del mundo”.
Esta presencia ha sido constante. Junto a mi camino equivocado, ha habido siempre la intuición de una camino acertado. Cuando una inclinación interior me llevaba por los caminos del pecado, sentía una voz que me decía que no, que había otra posibilidad, otro camino. Junto a las razones de materialismo y el nihilismo, surgía un nuevo razonamiento que me hablaba de dirección, de encuentro, de sentido para la vida, y también de orden, y de paz, y de vida nueva y eterna. Todo esto encontró en Cristo respuesta, explicación y clarificación. En El reconocí al creador que, al hacerme, me creó para El y, en palabras de San Agustín, “sólo en El encontramos descanso”.
¿Por qué respondí positivamente al llamamiento de Cristo? Quizás habría de decir “porque Cristo dijo sí en mi lugar”; pero en la perspectiva del camino recorrido, creo que el elemento determinante que me ha mantenido en el camino de Cristo ha sido el sentimiento de plenitud, de haber encontrado el sentido profundo de la vida. Lo que el corazón me decía, me lo ha confirmado Cristo. Y todavía más. Se me ha manifestado en todo su amor y en El he encontrado al Amigo, mi amigo, que me lleva a amar y me invita a hacer, de cada persona, un amigo. He encontrado que la vida en Cristo es la verdadera vida. El camino a veces puede llegar a ser estrecho, puede haber problemas, pero es el camino que nos da sentimiento de realización plena aquí y ahora, y de esperanza de llegada al Hogar, nuestro hogar, que es el del Padre. Soy un hijo perdido, como el pródigo de la parábola, que ha reencontrado el camino a casa.
Enric Capó.
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