martes, 2 de febrero de 2010

¿Por qué lloramos?

Mt.5:4

¿Por qué lloramos? Esta es una pregunta que podemos responder de dos maneras. La primera diciendo que por que las glándulas lacrimógenas segregan algo líquido que nos sale por los ojos. La segunda respuesta es porque sencillamente estamos emocionados.

La segunda bienaventuranza pronunciada por Jesús en el sermón de la montaña podría traducirse como felices los infelices. Pero esto se trata de una paradoja. ¿Cómo es posible que exista una aflicción que produzca una bendición? Por lo que hemos leído del contexto no podemos suponer que a los que se les promete el consuelo son a los que han perdido un ser querido. No, no se trata de ese tipo de pérdida. Aquí se habla de la perdida de la inocencia, de la justicia, del respeto propio. Cuando Jesús pronuncia esta bienaventuranza está pensando creo yo en los que lloran arrepentidos.

Si el domingo anterior les hablé sobre la bendición que contiene el ser pobre espiritual y reconocerlo, hoy quiero tratar el asunto de cuando nos lamentamos y lloramos por ello. Hablando en términos teológicos una cosa es confesar y otra arrepentirse.

Si alguien les dijo que la vida cristiana consistía en estar de fiesta en fiesta y tener todos los problemas resueltos, yo les digo que les han mentido y les invitaría a que exigieran que les devolvieran el dinero. Algunas teologías contemporáneas invitan a estar celebrando siempre y mantener una sonrisa perpetua. Pero esto no es bíblico. En realidad estoy más cercano a los cristianos que lloran que a los que ríen constantemente.

Jesús lloró por los pecados de los demás. Por el juicio que recibiríamos, por la muerte que nos toca un día a la puerta. Pero nosotros no lloramos por estas cosas. Lloramos por otras.

Si leemos los salmos con detenimiento nos daremos cuenta de cuanto lloraban los antiguos creyentes por sus pecados y condición espiritual. Incluso en la carta a los Romanos casi escuchamos a Pablo gemir: miserable hombre de mí, ¿quién me quitará este cuerpo de muerte?. Pero nosotros cristianos de tradición reformada y con el san benito de evangélicos le damos mucha mas importancia a la gracia y le damos poco valor al pecado. Nuestros pecados no nos duelen tanto como para hacernos llorar. Nos duelen más los que nos hacen los demás.

Los que lloran por sí mismos, los que se lamentan de su propia maldad dice la Biblia que serán consolados por el único consuelo que puede aliviarles: el perdón de Dios. Y consolar es uno de los atributos del Mesías según la tradición judía. Es Cristo y no la Cruz Roja quien derramará aceite sobre nuestras heridas. Es Cristo y no las Naciones Unidas quien nos ofrecerá la paz a nuestras conciencias laceradas y llenas de cicatrices. Pero eso no será ahora, eso ocurrirá en algún momento de los días que están por venir. Ahora, aquí, lloramos porque sufrimos y porque la muerte nos golpea y se lleva a la gente que amamos.

¿Por qué lloras tú? ¿Secará Dios tus lágrimas?

Augusto G. Milián

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