Domingo 28.02.10
6 “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos. Mt.5
¿Eres una persona justa? Esta es una pregunta que no nos gusta hacernos. Porque si somos sinceros tendríamos que responder muchas veces con un rotundo no.
Cuando María canta el Magnificat dice entre otras cosas que el espiritualmente pobre, y que el que espiritualmente tiene hambre son parientes cercanos y ya han sido declarados bendecidos por Dios. Pero esto no es algo nuevo de lo que nos enteramos ahora, está declarado en Lc. 1.53:
Llenó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
El principio bíblico referido a los hambrientos y a los sedientos a los que Dios colma, es esclarecido aquí, se refiere a los que tienen hambre y sed de justicia. Y esto parece que se refiere a todo el pueblo de Dios, más que aun grupo especial de personas. En aquella época se diferenciaba a los cristianos de los paganos por la búsqueda de bienes materiales. Los cristianos eran los que buscaban los bienes espirituales. Pero de eso hace mucho. Ha llovido desde entonces.
Cuando en la Biblia se nos habla de justicia debemos entender entonces que se nos esta haciendo referencia a tres aspectos: el legal, el moral, y el social.
La justicia legal es justificación. Ser justo es tener una buena relación con Dios. Es no imponer nuestras normas o leyes a otros.
La justicia moral esta referida al carácter o conducta que desea Dios para sus hijos. En los evangelios podemos constatar como Jesús va comparando constantemente la justicia de Dios con la de los fariseos. La justicia de Dios es de corazón, de voluntad e intención. La justicia de los fariseos de de reglas y externa. Jesús presupone que sus seguidores sientan hambre por la justicia de Dios.
Pero cuando en las Escrituras se nos habla de la justicia no sólo se está haciendo referencia a un asunto privado o moral, sino que tienen una implicación social. Y la justicia social, según el libro de Deuteronomio y los profetas está estrechamente vinculado con la liberación de la opresión, los derechos civiles, la integridad en las relaciones comerciales y las relaciones en la familia.
Decía Lutero: “el mandamiento no es que vayamos y nos arrastremos por el desierto, sino que salgamos de él y ofrezcamos nuestras manos… y arriesguemos cuanto tenemos”. O sea la cuestión es hacer lo que está a nuestro alcance por hacer más justo nuestro mundo.
¿Por qué crecemos pocos espiritualmente? ¿Por qué algunos de nosotros tenemos sobrepeso físico? La respuesta es sencilla. Alimentamos más al cuerpo que al espíritu. No importa mucho si te arrepientes por lo que hiciste y no eres capaz de actuar con justicia aquí y ahora o en el futuro. ¿De qué te sirve el arrepentimiento?
Cuando comemos algo nos sentimos satisfecho, pero pasadas unas horas volvemos a pasar hambre o sed. Eso nos pasa porque somos humanos que nos movemos y gastamos energías y necesitamos recobrarlas mediante los alimentos. Con las cosas del espíritu nos pasa algo similar. Siempre queremos más.
Queremos que nos traten con justicia en la familia, en el trabajo, en la universidad, en la iglesia. ¿Pero damos lo que exigimos? Me temo que no basta con decir: Me he equivocado, sino que tenemos que buscar las vías para actuar con justicia.
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