miércoles, 30 de septiembre de 2015

Aprendiendo a amar una iglesia decepcionante

En el pequeño pueblo de Texas donde crecí, dormir en la mañana del domingo era tan inconcebible como alentar un equipo que no fuera Los Vaqueros de Dallas en la tarde del  domingo. Los domingos en la mañana se va a la iglesia. Mi padre era diácono; mi madre una maestra de la Escuela Dominical; y yo era el chico que soñaba despierto en el banco de la iglesia. Cuando pasaron los años encontré un trabajo donde era mal visto dormir las mañana del domingo. Y es que el púlpito se vería muy vacío sin mi.  Yo era el pastor. Y allí estaba: salido de un Seminario, armado hasta los dientes con confesiones y credos, con ganas de  de convertir un mundo, o, al menos, nuestro pueblo en Oklahoma. 
Mirandóme a mi mismo tengo que admitir que yo he estaba cargado de ingenuidad en mi primer trabajo como  un niño de doce años. Claro que sabía muchas cosas acerca de la iglesia, pero estaba muy inundado de las cosas buenas que ocurrían en ella. Sabía de los buenos guisos que preparaban las mujeres de la iglesia para las familias en duelo, conocía de los grupos de jóvenes golpeando martillos en México para construir casas para los pobres, sabía de la generosidad de los rancheros. Pero así como el bien y la generosidad pueden habitar la iglesia, hay un lado oscuro, también, que a veces puede manifestarse y salir a la luz.  
El día que me topé sin previo aviso con una reunión a la que no había sido invitado para hablar sobre el pastor de la iglesia y uno de los ancianos se levantó y cerró la puerta en mi cara lo supe. A través de los años conocí de las amenazas no tan veladas, de pastores que rompieron el sello de la confesión, de obispos que emiten advertencias acerca de mí, y de rumores ocasionales que buscan hacer daño, rumores tan escandalosos, que podrían haber sido arrancados de la portada de la revista National Enquirer.  
Aprendí mucho sobre la eclesiología en esos años. Y la lección que atesoro es que la iglesia puede ser un lugar tan desagradable y regiamente jodido como lo es el mundo. Al igual que el patriarca Jacob, que después de su noche de bodas, despertó con la mujer equivocada en su cama, yo también un día abrí los ojos para encontrar que con la Raquel de quien me había enamorado, y para quien había trabajado largos años, no era aquella que estaba a mi lado cuando salió el sol. Asi que tenía que tomar una decisión: abandonar la iglesia o amar a Lía.
¿Has formado parte de una congregación que sientes como tu familia? Tal vez creciste con la idea de que la iglesia era como tu segunda casa. Tal vez incluso conoces a alguien que ha trabajado en el ministerio pastoral y años después se encontró dentro de sus muros con el  abuso o la negligencia, o todo un conjunto de miserias humanas.  Tú tienes una historia, y yo tengo la mía, pero todas tienen una carga común: la comunidad que se supone que es un hospital para los pecadores puede manifestarse más como un club religioso, o una una camarilla de xenófobo, o una horda de hipócritas. Llámalo como quieras, pero hay ocasiones en que la iglesia no ha sido una iglesia ni para ti y para mi. ¿Entonces qué haces? ¿Abandonar o aprender a amarla? ¿Marcharse o quedarse? Podría haber lavado mis manos de todo este asunto y alejarme. De hecho, durante un tiempo pensé seriamente en eso, y durante varios años, rara vez planté mi trasero en un banco de una iglesia y cuando lo hice, no me agradó el sabor de la bilis subiendo por mi garganta.  
Pero con el tiempo, a través de muchas curación, después de volver a meter el dedo en las heridas y volver a que me curarán, finalmente llegué al punto donde estoy ahora. Y es donde me veo y me encanta Lía por lo que es: una iglesia fea pero en cuyos brazos me encuentro con el Dios que ama a los pecadores feos como yo. Pero es allí donde la curación tiene que empezar, con un reconocimiento honesto de que puede haber un montón de cosas poco atractivas acerca de la iglesia a nuestro alrededor, pero tampoco yo soy un modelo de santidad.  
¿Qué hacemos con nuestro dolor? Los seres humanos hacemos muchas cosas. La mayoría de las veces lo tratamos de desviar de nosotros mismos, asi que nos damos a la tarea de culpabilizar a los demás de casi todo lo que va mal en nuestra vida. Pero confesar nuestros defectos nos cuesta. Mucho. Existe la probabilidad de que Lía me encuentra igual de feo como yo la encontré a ella. Veo hipócritas en la iglesia, si; pero también me veo a mí mismo llevando una máscara de piedad en público y una cara de vergüenza en privado. Deploro esa costumbre de algunos cristianos de usar la lengua para destruir la reputación de una persona, pero mi propia lengua ama los postres de las mentiras y los rumores y los  chismes más de lo que le epetece el pan de la honestidad. 
En nuestra sociedad, donde parece que cada uno dice ser una víctima del sistema, hay que decir en voz alta que todos somos responsables de nosotros mismos. Luchamos con las mismas faltas con la que culpamos a la iglesia. Además de la responsabilidad personal, tenemos que matar y enterrar a los sueños utópicos que tenemos acerca de la iglesia.  La iglesia ideal no existe. Nunca lo hizo. Apenas se marcha Jesús de la presencia de los discipulos y sobre la iglesia descendieron los problemas. Surgieron disputas, se propagaron herejías, los pastores entraron en juegos políticos, la inmoralidad se multiplicó, y los corazones crecieron siendo frios. 
En el último libro de la Biblia, hay unas cartas de Dios dirigidas a siete iglesias diferentes. Aunque se elogian esas congregaciones por muchas cosas buenas que poseían, también hay una queja de de ellas por haber dejando su primer amor, por la celebración de los falsos maestros y las enseñanzas, por la muerte espiritual y por la tibieza. Y esto ocurre cuando el cristianismo todavía estaba tomando el sol del ministerio terrenal de Jesús.  Mientras encontremos personas en la iglesia, habrá problemas, ya que si una cosa es la humanidad, es problemática. Ahí está la razón por la que encontré mi camino de regreso a la iglesia: porque es un lugar preñado de problemas. Debido a esas imperfecciones, yo encajo perfectamente allí. Si crees que lo posees todo, si crees que no te merece luchar por hacer cambios, si pretendes vivir una vida sobría, libre de pecados y pecadores, entonces la iglesia no es el lugar para ti. Pero si estás luchando contra el egoísmo, la avaricia, la adicción, los miedos, la soledad, o cualquier otra cosa que afecta a nuestra humanidad, entonces la iglesia es el lugar ideal para ti. No dejes que los vaso manchados, los bancos acolchados y el clero te engañen; todo alrededor de la iglesia habla de que las personas pueden resultar heridas y suelen causar heridas a otros. Y si la iglesia es un lugar desordenado, lo es por el mal estado de las personas que en ella están buscando la misericordia de un Dios que se preocupa por ellas.  
Si, querida iglesia, hay un Dios que se preocupa por ti. Y te encontrarás a un Dios que nació de una adolescente soltera y donde algún que otro vecino, probable, susurró que era una puta. Encontrarás un Dios que estuvo con los marginados, que dió la bienvenida a las pecadores como sus seguidores, que tocó a los intocables y que estuvo dispuesto a morir por amor. Si, en la iglesia te vas a encontrar a un Dios que está dispuesto a cambiar su hermosura por algo feo; pero sólo lo hará por amor. 
Y así, después de algunos años de crecimiento y retroceso personal, ahora puedo decir honestamente: Iglesia, tal como eres, no por lo que yo quiero que seas , no por lo que otros dicen que deberías ser, pero tal y como eres: te amo.

Chad Bird

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