Soy conciente que dentro de la cultura cristiana se perpetúan un
montón de ideas desinformadas y engañosas sobre la misión y las misiones. Creci dentro de la iglesia y llegue a pensar que el campo de la misión era un lugar mágico en el que todos sus sueños se hacen realidad. Todos. Pero estaba equivocado. Cuando
era adolescente, leí muchas historias donde los cristianos que se iban al extranjero sin dinero, sin un proyecto de trabajo y
sin billete de regreso para ser recompensados por su fidelidad y
sacrificio con bastante éxito en un mundo tan diferente. Un mundo como el de la Madre Teresa de Calcuta.
Yo idolatraba a estas personas. Sus historias se convirtieron en mi escape. Incluso me retiré de los estudios durante mi segundo año en la universidad para ir a África y seguir sus pasos. Pero cuanto más tiempo pasé en el campo misionero, esas historias comenzaron a ser un cuentos de hadas. Y es que la mayoría de las ideas que atesoramos sobre la misión son engañosas y no sinceras.
Ahora comparto algunas de los mitos de los que me enamoré:
Mito 1: Dios puede usar a cualquiera persona.
En la mayoría de los muchos libros sobre las misiones son animados los jóvenes cristianos a responder a una llamada radical en el servicio en las misiones internacionales. Se les cuentan hechos extraordinarios, historias de éxito de una en un millón de una manera que sugieren que cualquiera puede hacerlo. Según algunos autores, es sólo una cuestión de escoger un lugar en el mapa, subirse a un avión y confiando en Dios para hacer el resto. Pero lo que estos autores no mencionan, sin embargo, es que estos resultados no son típicos. Son irreales.
La verdad es que la gente en estas historias no llegaron a donde están hoy por accidente. No puedo pensar en más de unos pocos misioneros celebres que contaban con fondos económicos altamente privilegiados. No estoy diciendo que tener mucho dinero para la misión sea maligno. No es que esto sea algo malo, pero sin duda nos debe hacer pensar antes de tratar de repetir el éxito de otras personas cuyas circunstancias eran cualquier cosa menos ordinaria si es nuestra condición.
Mito 2: Los misioneros son llamados o elegidos
Cuando alguien se convierte en un misionero, se dice que están respondiendo a la llamada de Dios. Cuando nos enteramos de su actividad en el extranjero, se nos informa que están haciendo la mejor obra del Señor. En el cristianismo no es políticamente correcto decir que la función de una persona en el cuerpo de Cristo es superior a la de otro. Pero la última vez que lo comprobé, no ungimos, ni oramos por el que limpia nuestra capilla cada semana.
A pesar de su prevalencia en la eclesiología de los Estados Unidos, este tipo elitista de pensar es casi inexistente en el campo misionero real. Esta fue una de mis mayores sorpresas durante mi experiencia en el extranjero, los misioneros que encontré, las personas que servían en medio de otras culturas durante la mayor parte de su vida adulta, eran gente sencilla sin recuersos. Eran como los pobres de la tierra
Mito 3: Los milagros ocurren en el extranjero.
Yo idolatraba a estas personas. Sus historias se convirtieron en mi escape. Incluso me retiré de los estudios durante mi segundo año en la universidad para ir a África y seguir sus pasos. Pero cuanto más tiempo pasé en el campo misionero, esas historias comenzaron a ser un cuentos de hadas. Y es que la mayoría de las ideas que atesoramos sobre la misión son engañosas y no sinceras.
Ahora comparto algunas de los mitos de los que me enamoré:
Mito 1: Dios puede usar a cualquiera persona.
En la mayoría de los muchos libros sobre las misiones son animados los jóvenes cristianos a responder a una llamada radical en el servicio en las misiones internacionales. Se les cuentan hechos extraordinarios, historias de éxito de una en un millón de una manera que sugieren que cualquiera puede hacerlo. Según algunos autores, es sólo una cuestión de escoger un lugar en el mapa, subirse a un avión y confiando en Dios para hacer el resto. Pero lo que estos autores no mencionan, sin embargo, es que estos resultados no son típicos. Son irreales.
La verdad es que la gente en estas historias no llegaron a donde están hoy por accidente. No puedo pensar en más de unos pocos misioneros celebres que contaban con fondos económicos altamente privilegiados. No estoy diciendo que tener mucho dinero para la misión sea maligno. No es que esto sea algo malo, pero sin duda nos debe hacer pensar antes de tratar de repetir el éxito de otras personas cuyas circunstancias eran cualquier cosa menos ordinaria si es nuestra condición.
Mito 2: Los misioneros son llamados o elegidos
Cuando alguien se convierte en un misionero, se dice que están respondiendo a la llamada de Dios. Cuando nos enteramos de su actividad en el extranjero, se nos informa que están haciendo la mejor obra del Señor. En el cristianismo no es políticamente correcto decir que la función de una persona en el cuerpo de Cristo es superior a la de otro. Pero la última vez que lo comprobé, no ungimos, ni oramos por el que limpia nuestra capilla cada semana.
A pesar de su prevalencia en la eclesiología de los Estados Unidos, este tipo elitista de pensar es casi inexistente en el campo misionero real. Esta fue una de mis mayores sorpresas durante mi experiencia en el extranjero, los misioneros que encontré, las personas que servían en medio de otras culturas durante la mayor parte de su vida adulta, eran gente sencilla sin recuersos. Eran como los pobres de la tierra
Mito 3: Los milagros ocurren en el extranjero.
A los cristianos
les gusta argumentar que la razón por la que no experimentamos milagros
en Occidente es porque somos más dependientes de nuestra riqueza y de la
tecnología y la medicina de lo que somos en Dios. Y llegan a decir que aquellos pueblos menos afortunados que viven en el resto del
mundo tiene que confiar plenamente en Dios para recibir sus bendiciones, y
es por eso que escuchamos muchas historias de milagros y prodigios que
vienen del campo de la misión. Siempre del otro lado del mar.
No vi ningún milagro en África. Pero lo que yo vi eran personas pobres que eran igual de dependiente en el mundo material como nosotros. Ellos trabajaron para ganarse la vida, igual que nosotros. Se fueron a la farmacia cuando necesitaban medicina, al igual que nosotros. Incluso los más pobres entre los aldeanos tenían teléfonos móviles, al igual que nosotros. A diferencia de la visión romántica algunos cristianos tienen de los pobres, la gente que conocí en África no se sentaron tranquilamente alrededor de una mesa en espera que su pan diario cayera del cielo. Había que trabajarlo.
Mito 4: El mundo nos necesita.
En pocas palabras, no me necesitaban en África. Casi todos los otros edificios en la ciudad donde yo vivía pertenecían a organizaciones no lucrativa de ayuda. Dos hospitales dirigidos por la iglesia compartían la misma pared. Había escuelas, orfanatos y centros de difusión, y todos dirigidos por los habitantes autoctonos que hablaban el idioma del país, que vivian la cultura nativa y yo sabía que eran mucho más cualificado que yo. No era necesario que nadie viniera de afuera a decirles como vivir.
Detrás de gran parte del ímpetu misionero internacional, detrás de las misiones está la suposición de que nosotros los cristianos blancos tenemos algo que el resto del mundo no tiene. Por alguna razón, hemos decidido que solo nosotros tenemos las claves para el progreso y la prosperidad, y si no salvamos el mundo, nadie lo hará. Quizás los ideales norteamericanos tengan algo que ver con esta visión. Pero lo que he visto en África era un mundo que podía vivir sin nuestro estilo de vida. Sin mi.
Mito 5: El éxito está garantizado.
Una vez escuché en una conferencia decir a un misionero que la mayoría de los que salen a hacer misión no cuentan toda la verdad. Sólo parte de ella. Él proclamaba que los misioneros que estaban en el extranjero no podían escribir sobre sus fracasos porque tenían miedo de lo que pensaran sus coolaboradores y sostenedores económicos.
A la mayoría de los cristianos no les gustan las historias sin finales felices. De hecho, muchos cristianos no quieren creer que cualquier cosa hecha en nombre de Dios puede terminar mal. En mi experiencia, las historias de fracaso no se ajustan a la narración deseada. Los cristianos que nunca han salido de su zona de seguridad no saben cuán común es la decepción y la tristeza en el campo misionero. Y es que esas historias no son buenos testimonios que contar.
Cuando mi viaje a África se vino abajo por razones fuera de mi control, me sentí como si no tuviera a quién recurrir. Como si debería guardar silencio. Yo nunca había oído hablar de un misionero volviendo a casa agitando la bandera blanca. Derrotado. Así, que escribí un libro sobre el tema. Y desde el lanzamiento de Runaway Radical, he sido inundado con correos electrónicos de misioneros desesperados po compartir sus historias de personas lastimadas que están tratando de dar sentido a lo que pasó con ellos y sólo quieren saber que no están solos.
Si hemos de contar la historia de la misión ha de ser narrada la historia real. No adornadas ni embellecidas o desinfectada para un tiempo de testimonio cristiano feliz podría hacer que Dios. Tergiversar nuestra historia o experiencia no hace a Dios más grande ni más perfecto. No se corrigen los errores mintiendo.
Jonathan Hollingsworth
No vi ningún milagro en África. Pero lo que yo vi eran personas pobres que eran igual de dependiente en el mundo material como nosotros. Ellos trabajaron para ganarse la vida, igual que nosotros. Se fueron a la farmacia cuando necesitaban medicina, al igual que nosotros. Incluso los más pobres entre los aldeanos tenían teléfonos móviles, al igual que nosotros. A diferencia de la visión romántica algunos cristianos tienen de los pobres, la gente que conocí en África no se sentaron tranquilamente alrededor de una mesa en espera que su pan diario cayera del cielo. Había que trabajarlo.
Mito 4: El mundo nos necesita.
En pocas palabras, no me necesitaban en África. Casi todos los otros edificios en la ciudad donde yo vivía pertenecían a organizaciones no lucrativa de ayuda. Dos hospitales dirigidos por la iglesia compartían la misma pared. Había escuelas, orfanatos y centros de difusión, y todos dirigidos por los habitantes autoctonos que hablaban el idioma del país, que vivian la cultura nativa y yo sabía que eran mucho más cualificado que yo. No era necesario que nadie viniera de afuera a decirles como vivir.
Detrás de gran parte del ímpetu misionero internacional, detrás de las misiones está la suposición de que nosotros los cristianos blancos tenemos algo que el resto del mundo no tiene. Por alguna razón, hemos decidido que solo nosotros tenemos las claves para el progreso y la prosperidad, y si no salvamos el mundo, nadie lo hará. Quizás los ideales norteamericanos tengan algo que ver con esta visión. Pero lo que he visto en África era un mundo que podía vivir sin nuestro estilo de vida. Sin mi.
Mito 5: El éxito está garantizado.
Una vez escuché en una conferencia decir a un misionero que la mayoría de los que salen a hacer misión no cuentan toda la verdad. Sólo parte de ella. Él proclamaba que los misioneros que estaban en el extranjero no podían escribir sobre sus fracasos porque tenían miedo de lo que pensaran sus coolaboradores y sostenedores económicos.
A la mayoría de los cristianos no les gustan las historias sin finales felices. De hecho, muchos cristianos no quieren creer que cualquier cosa hecha en nombre de Dios puede terminar mal. En mi experiencia, las historias de fracaso no se ajustan a la narración deseada. Los cristianos que nunca han salido de su zona de seguridad no saben cuán común es la decepción y la tristeza en el campo misionero. Y es que esas historias no son buenos testimonios que contar.
Cuando mi viaje a África se vino abajo por razones fuera de mi control, me sentí como si no tuviera a quién recurrir. Como si debería guardar silencio. Yo nunca había oído hablar de un misionero volviendo a casa agitando la bandera blanca. Derrotado. Así, que escribí un libro sobre el tema. Y desde el lanzamiento de Runaway Radical, he sido inundado con correos electrónicos de misioneros desesperados po compartir sus historias de personas lastimadas que están tratando de dar sentido a lo que pasó con ellos y sólo quieren saber que no están solos.
Si hemos de contar la historia de la misión ha de ser narrada la historia real. No adornadas ni embellecidas o desinfectada para un tiempo de testimonio cristiano feliz podría hacer que Dios. Tergiversar nuestra historia o experiencia no hace a Dios más grande ni más perfecto. No se corrigen los errores mintiendo.
Jonathan Hollingsworth
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