viernes, 18 de enero de 2013

Algo que decir sobre la herejía.


      
Los griegos entendían por herejía  la aceptación, elección, de unas ideas plasmadas en doctrinas (amplio sentido religioso, filosófico) con pretensiones de autoridad, que un grupo o escuela de pensamiento aceptaban como buenas. Las mejores. Incluso podríamos decir  únicas y exclusivas. Tanto es así que fuera de ellas se entraba en el error.
En el plano religioso la herejía sería una desviación sobre el contenido de la fe llegando a provocar cismas. Lo que definitivamente se clasificaba como herejía era el mantener de forma pertinaz la tesis contra el dogma, castigándose con dureza hasta la excomunión. En  la Edad Media se dieron grandes   enfrentamientos, en diferentes momentos, contra aquellas personas que mantenían desde el plano intelectual posiciones contrarias al dogma de fe ya establecido. La inquisición fue implacable. Tenemos una larga lista de personajes que sufrieron por esto.  
Haciendo un brevísimo repaso de la historia en cuanto al cristianismo podemos ver que los primeros cristianos tuvieron que declararse ateos porque no reconocían el parquet de dioses romanos que conformaban la vida social y espiritual del orden establecido. Eran los herejes de su tiempo.
Ellos reconocían, para escándalo de los demás,  solo a un ser divino. Esta creencia  planteaba problemas, era rompedora para la época, tal fue así que fueron perseguidos durante siglos. Cuando ya el imperio romano dejó de perseguirlos  y se logró la aceptación del cristianismo como religión oficial hubo que darle forma a esta nueva manera de expresar la fe. Así  muchas de las fiestas paganas que se celebraban se introdujeron en las celebraciones de la nueva religión, se hicieron coincidir sus fechas  y fueron asumidas como propias de los ritos cristianos. Esto ocurrió en una primerísima etapa.
Posteriormente aparecieron  los llamados los padres espirituales que daban consistencia  y fundamentaban la teología de la iglesia. Sobre todo Agustín de Hipona. En esta época las personas eran más importantes, en cuanto a la profundidad de sus ideas, que las sedes que ocupaban dentro de la institución. No existían todavía jerarquías  solo era válido lo espiritual y no lo formal.
En los primeros tiempos la iglesia se organizaba en comunidades fraternales, luego se convierte en congregaciones locales dirigidas por obispos considerados todavía como pater. Ya  en el primer siglo desaparecen las comunidades locales a favor del obispo, los presbíteros  y los diáconos  que forman parte del alto clero según el derecho canónigo de la Edad Media. El alto clero recibía consagración  divina y el bajo clero solo una eclesiástica. Así poco a poco se va jerarquizando por recoger dos tipos de autoridad el sacerdotal y el gubernamental.
Cuando ya la iglesia como tal había comenzado a tener autoridad se  desarrolló la teología; nutrida por ideas de intelectuales griegos y romanos que volcaron la filosofía de Platón y Aristóteles (el neoplatonismo) en el cristianismo. Fueron apareciendo distintas generaciones y tendencias en padres de la iglesia, los maestros de le fe,  que con sus reflexiones ayudaban a entender mejor los misterios de las Escrituras. Se crearon los dogmas, aparecía la rigidez de las ideas y en los comportamientos.
Como respuesta a esta institucionalización se oyeron, con el pasar del tiempo, voces disidentes: la Reforma, primero, luego la Contrarreforma. Pero en ambos movimientos se dió una coincidencia: las  herejías eran cruelmente atajadas. La Inquisición dejó una cruel huella para los que la sufrieron en la época y para los cristianos en el recuerdo.
¿Realmente es bueno, rico y efectivo amordazar las ideas que surgen en una sociedad? Tenemos miedo. Temores  a crear herramientas para que las personas piensen por sí misma. Nos escandalizamos cuando alguien dice palabras a la que no estamos acostumbrados. Pero urge una cuestión. ¿Por qué tenemos que creer todo lo que cada iglesia oficial?
Hay que abonar posturas críticas para salir fortalecidos  y quitarnos el polvo del mimetismo. Crecer como hijos del hombre  e hijos de Dios. En las dos dimensiones; la  material y la espiritual buscando el  difícil equilibrio entre las dos. Siempre sin abandonar la experiencia de la fe; esa relación estrecha con nuestro Creador.
Casi podríamos  decir ahora; ser creyente hoy es haber sido  herejes en el pasado y mantenerse así en el presente.        

Sonsoles Torres                                                                                                                              Zaragoza      

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