¿Si Dios está siempre con nosotros, por qué es tan difícil encontrarlo?
Gn. 26:3
Homilía dominical.
He estado horas haciendo colas en el Vaticano para ver una pintura de Miguel Ángel Bounaroti en la bóveda de la Capilla Sixtina. Me refiero a la obra La creación de Adán. Una obra que le costo al pintor hacerla en cuatro años. En esta pintura Dios retuerce su cuerpo para acercarse lo más posible al hombre. Su brazo se extiende, su dedo quiere tocar a Adán. Sus músculos están tensos. Parece ser que uno de los mensajes del autor es que Dios está determinado a alcanzar a la persona que ha creado. Que Dios está tan cerca de él como puede, pero estando tan cerca deja un espacio pequeño, para que sea el hombre el que pueda elegir.
Por su parte Adán tiene el brazo extendido hacia Dios, pero esta acostado, como si le diera pereza moverse más. Cómo si no estuviera interesado en establecer el contacto. Tal vez, cree, que Dios acabará por acercarse. Tal vez le sea indiferente que su creador le toque. Tal vez le falta fuerza. Pero lo único que puede hacer es levantar más el dedo.
Este cuadro nos recuerda que Dios está más cerca de nosotros de lo que pensamos. Nos recuerda que El no está lejos de una oración. Que lo único que quiere es que hagamos un mínimo de esfuerzo. Que levantemos un dedo.
La historia que cuenta la Biblia no es sobre todo el deseo de los seres humanos de estar cerca de Dios, sino el deseo de Dios de estar cerca de nosotros. La promesa central de la Biblia no es: yo te perdonaré, aunque les puedo asegurar en esta mañana que esa promesa está allí. Tampoco es la promesa en la vida después de la muerte, aunque también se nos ofrece esto. La promesa más frecuente de la Biblia es: Yo estaré contigo.
Antes que Adán y Eva pecarán o necesitaran el perdón, les fue prometida la presencia de Dios. Nos dice el libro de Génesis que Dios andaba con ellos al aire del día. La promesa de que Dios está siempre con nosotros les fue hecha a Enoc, a Noé. Les fue hecha a Abraham y a Sara, a Jacod. Le fue hecha a José, a Moisés, a David, a Amós, a María, a Pablo. La promesa es sencilla: No temas, porque el Señor tu Dios te acompaña, donde quiera que vayas.
Dios le dio a Israel el tabernáculo, el arca del pacto, les dio el maná y el templo. Les dio una columna de humo de día y una columna de fuego en la noche. Y todas esas cosas eran una especie de etiqueta que decían: No te olvides, estoy contigo.
Cuando el mismo Dios vino a la tierra, su nombre redentor fue Emmanuel y sabemos que eso significa Dios con nosotros. Cuando Jesús se fue su promesa fue enviar al Espíritu Santo para que estuviera con nosotros siempre hasta el fin del mundo.
Al final de los tiempos, cuando el pecado y la maldad sea un recuerdo distante y derrotado en nuestras vidas estaremos cerca de Dios, más cerca de lo que ahora podemos imaginar. Esta es nuestra fe.
¿Quieres que Dios sea tu amigo, tu compañero, tu morada? Pues búscalo en tu corazón y habla con él.
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