El sanador herido. T.8
Miércoles 17 Noviembre 2010
29Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. 30 En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado. Lc.15
I. Introducción
Los hospitales existen para curar, para aliviar, para sanar. Pero hay personas que no desean ser curadas, ni aliviadas, ni sanadas. En un hospital, la palabra mañana puede significar mejoría, buenas noticias, recuperación y regresar a casa. Pero hay personas que no desean sentirse mejor, que no quieren escuchar buenas noticias, que no quieren recuperarse, y que no desean volver a su casa.
Cuando una persona se niega a salir del hospital está negándose a colaborar con su curación. Cuando una persona se refugia en una enfermedad es porque no le apetece vivir otra vida y no es que quiera morirse; simplemente no quiere vivir la vida que hay afuera. Y es que volver a la vida sana, a la vida donde no será tratado como un paciente implica tomar decisiones, arriesgarse, tener que enfrentar conflictos, emocionarse y colaborar.
Cuando una persona está en esa situación se suele decir que está en medio de una parálisis psíquica. Y suele haber muchas personas así. Inmersos es una soledad que no han escogido, pero que les cuesta deshacerse de ella. Están rodeados de personas, pero se sienten solos. Morir les da miedo. Vivir también.
II. Sin alegrías
Cuando escucho las palabras con que el hijo mayor ataca a su padre, palabras llena de hipocresía, de autocompasión y de celos, veo que detrás de ellas hay una queja más profunda. La queja de un corazón que no ha recibido nunca lo que le corresponde. Es la queja de una persona resentida. Es la queja de quién se pregunta: ¿Por qué la gente no me da las gracias por las cosas que hago? ¿Por qué no me invitan nunca a mí? ¿Por qué soy una persona celosa? Cuando escucho estas palabras descubro al hermano mayor que hay dentro de mí.
¿Soy yo una persona alegre? ¿Por qué los demás me trataran con tanta seriedad? ¿Por qué acabo siempre discutiendo con las personas que quiero? Hay días que me descubro quejándome por pequeñas cosas. Por que he sido rechazado. Porque no me tienen en consideración. Porque no me dan la importancia que me merezco.
Cuando nuestras quejas crecen y crecen, cuando nuestros lamentos engordan cada día más acabo sintiéndome mal. Entre más analizo mi vida más razones tengo para quejarme y lamentarme de la vida que llevo. Las quejas se han vuelto algo poderoso en mí. De hecho cuando en medio de una conversación alguien me ataca aprovecho para soltarle mi última queja hacia ella. Las quejas me pierden, pero no sé como salir de este laberinto.
La queja es contraproducente. Dice de nosotros cuanto nos molesta la vida tal como es. Cuanto miedo nos da vivirla. Dice de nosotros que tras mi lamento hay un deseo de inspirar pena y recibir atención o cariño que no me dan; pero el resultado es el contrario al esperado. La gente se aleja más de mí. ¿Por qué? La respuesta es sencilla y todos la conocemos: No nos gusta estar cerca de personas quejitas. No sabemos que responder a una persona que se está quejando constantemente. Rechazamos a gente así.
III. Incapacidad
Quizás ahora podamos entender algo de la actitud del hermano mayor. El no quiere participar de la alegría de su padre. Cuando regresaba a casa del campo, escuchó la música y la fiesta, y empezó a sospechar. Cuando la queja entra en nosotros nos cuesta mucho ser personas alegres.
El relato de Lucas cuenta que fue y le preguntó a un criado qué pasaba. Cuando sabe la buena noticia no se alegra. Lo han excluido otra vez. Vuelve a estar al margen de las cosas de la familia. Así que recurre a lo que mejor sabemos hacer cuando algo no ocurre como nosotros queremos: nos enfadamos. Y cuando estamos enfadados no participamos de ninguna fiesta. Tampoco podemos vivir.
La imposibilidad de compartir la alegría es la muestra más sintomática de nuestro resentimiento. De un corazón lleno de miedos.
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